La crisis que se inicia a mediados del siglo XIII y caracteriza la
Como crisis de la
Dentro de la concepción organicista de la
“aren, caven y saquen la maleza de la tierra para que
dé frutos de que vivan el caballero y sus brutos” ,
como sostenía Raimundo Lulio [7] en términos que se asemejan a los que más tarde usará el Arcipreste de Hita:
“Otros entran en orden por salvar las sus almas,
Otros toman esfuerzas en querer usar armas,
Otros sirven
Para la concepción vigente en la era
“Partes seu officia civitatis sun sex generum: Agricultura, artificium,
militaris, pecuniativa, sacerdotium, et judicialis seu consiliativa”.
Artificium y pecuniativa se agregan aquí a la agricultura como formas propias de actividad de quienes están fuera de los estamentos privilegiados, pues aunque Marsilio dice que son “offida nececsaria civitatis”, agrega que deben estar sometidos a las otras. Obsérvese que Marsilio redacta su Defensor Pacis en el tercer decenio del siglo XIV, cuando la crisis ha dibujado ya buena parte de su curva y se ha puesto de manifiesto ya, sobre todo en Italia, la importancia alcanzada por esas nuevas actividades propias de los habitantes de las ciudades. Frente a la agricultura, artificium y pecuniativa representan las formas de actividad económica propias del subgrupo más importante que se ha constituido al diversificarse aquel conjunto que aun por entonces solía ser llamado en algunas partes de
Ese subgrupo reúne a los burgueses, y es, precisamente, el que más ha contribuido a desencadenar la crisis y se ha encaramado luego sobre ella para reconstruir el orden económico-social bajo su influencia. Nada más natural, si se quiere conocer a fondo la crisis bajomedieval, que detenerse especialmente a examinar el desarrollo de la burguesía, llave maestra de este
Para la historia de la
Contemplada desde nuestro punto de observación y teniendo a la vista el desenvolvimiento que ha sufrido a través de varios siglos, acaso nos sea posible afirmar, con Pirenne [12], que la burguesía tenía ya en el siglo XII “un programa de reformas”, esto es, un conjunto de reivindicaciones cuya satisfacción redundaría en su provecho al tiempo que alteraba el orden establecido. Pero como él hace notar en otra parte [13], ese programa no proviene de una actitud revolucionaria racionalmente adoptada y fundada en una doctrina, sino que consiste, simplemente, en un conjunto de soluciones viables para las necesidades inmediatas derivadas de un particular modo de vivir. Ciertos grupos, cada vez más numerosos, han comenzado a establecerse en las ciudades o han constituido nuevos centros urbanos para ejercitar ciertas formas de actividad económica que, por escapar de los cuadros de la organización señorial, permiten a quienes optan por una de ellas alcanzar mayor beneficio y mayor
En el siglo XI se habla ya de burgueses en Francia y en Flandes. Son, sencillamente, gentes que viven en ciudades y se dedican a actividades mercantiles, y todavía en el siglo XIII podrá decir Salimbene:
“Tune recordatus sum quod vera est Gallicorum consuetudo. Nam in Francia solummodo burguenses in civitatibus habitant, milites vero et nobiles domine morantur in villis et possessionibus suis”. [15]
como extrañado por esa tajante separación que no observaba en Italia [16]. Esa circunstancia diferenciará unas ciudades de otras desde el punto de vista institucional, pero por entre esas diferencias se entrevé una fisonomía semejante en el tipo del burgués. Para vivir del modo que se ha propuesto –el único mediante el cual ha podido lograr su ascenso– el burgués necesita lograr un status que lo libere en cierta medida del régimen vigente, y según cuál sea éste serán las reivindicaciones que el burgués defienda. Sin duda no se propone al principio destruir el orden institucional, pero querrá ciertos privilegios, tratará de obtener ciertas libertades y el reconocimiento de un derecho especial –jus mercatorum– y finalmente logrará organizar una magistratura específica para la defensa de los intereses de su clase; los échevins, el capitano del popolo y sus consigli.
Pero quienes quieren vivir de esa manera y desarrollar esas actividades no componen un grupo determinado ni por el origen ni por ninguna otra circunstancia sino que constituyen desde el principio una clase abierta que sólo accidentalmente ha tendido a cerrarse. Por esa característica ha logrado superar la resistencia que le han opuesto las fuerzas predominantes hasta entonces, que vieron en las ciudades un principio de perturbación, como lo expresaba Guibert de Nogent en la frase tantas veces citada: “Communio autem novum ac pessimum nomen” [17] y más explícitamente aún en el discurso del arzobispo de Reims:
“de execrabilibus communiis illis in quibus contra jus et fas violenter servi a dominorum jure se subtrahunt”. [18]
Pero las ciudades crecen y la burguesía logra enriquecerse en un
Las ciudades, en efecto, comenzaron muy pronto a sorprender por su riqueza y esplendor. Un poeta que participaba de la más pura tradición caballeresca, Chrétien de Troyes, describía así en el siglo XII una
“…peupléé de tres beau monde
et les tables des changeurs d”or et d”argent
toutes couvertes de monnaies.
Il vit les places et les rues
toutes pleines de bons ouvriers
qui pratiquaient divers métiers
ceux-ci fourbissent les épées
les uns foulent les draps,
d”autres les fissent
ceux-ci les peignent, ceux-la les tondent
les autres fondent or et argent,
faisant oeuvres bonnes et bolles,
faisnant hanaps et écuelles,
et joyaux émaillés,
anneaux, ceintures, fermaux;
on eût pu diré et croiré
qu”en le ville ce fût toujours foire
tant de richesse elle était pleine,
de cire, de poivre, d”ecarlate,
de fourrures de petit gris
et de toutes marchandise”. [19]
Un sentimiento parecido de entusiasmo experimentaba en el siglo XIV Froissart, también sostenedor empero de la tradición señorial:
“Quand les haines et tribulations vinrent premièrement en Flandres, le pays étoit si plein et si rempli de biens que merveilles seroit à raconter et à considerer; et tenoient les gens des bonnes villes si grands états que merveilles étoit à regarder”. [20]
Esas ciudades eran el resultado del esfuerzo de los burgueses, sostenido y tenaz contra toda suerte de dificultades. Pero para lograr sus objetivos necesitaban los burgueses que coadyuvaran con ellos, de distinto modo, los que estaban más arriba y los que estaban más abajo que ellos en la escala social. Su actividad manufacturera y comercial no pudo desarrollarse ni aun concebirse sin cierta protección que, con el tiempo, fue cada vez más amplia y firme hasta concluir en un derecho expresamente establecido. Esta solidaridad de los
Así quedó establecida cierta posibilidad de trasvasamiento entre los grupos constituidos a lo largo de la crisis, todos los cuales comenzaron a girar de uno u otro modo alrededor de un eje constituido por la clase
Consustanciada con el espíritu burgués apareció la aspiración a la libertad individual. Fue al principio mera libertad física para que el mercader pudiera desplazarse de acuerdo con las necesidades de su actividad, libertad para poder disponer de los bienes y realizar diversas y complejas operaciones, todo muy próximo a lo que se llamará libertad de iniciativa y saturado de sentido práctico e inmediato; pero sobre esa situación de hecho debía empezar a trabajar la reflexión hasta esbozar un sistema de ideales que desembocaba en la aspiración a la libertad como condición propia del hombre. Acentuada influencia ejercieron los autores antiguos, sobre todo en lo de dar a esta idea ropaje digno y contenido doctrinario. Pero en su base latía un sentimiento muy vivo y una clara e inusitada intuición del valor del hombre. Quien sólo dependía de sus propias calidades para ascender o descender en la escala social abrigaba la certidumbre de que residían en él ciertas potencias cada vez más dignas de estimación. El individualismo se acentúa y el biógrafo que acomete un día la tarea de reflejar la historia de una vida no puede resistirse al encanto de las personalidades vigorosas –hombres nuevos especialmente– que se imponen por su propio esfuerzo o como condottiere, o como político, o como poeta, o como erudito [21]. Pero no es necesario esperar la apoteosis para empezar a sentir la propia grandeza; la riqueza o el poder conferían al
Pero el ambiente de libertad que el
“Les bonnes gens de Gand –dice [24]– les riches et notables hommes qui avoient là dedans leurs femmes, leurs enfans, leurs marchandises leurs héritage dedans et dehors, et qui avoient appris à vivre honorablement et sans danger…”
Y no faltará ejemplo de cómo se introduce esta tendencia en los pendencieros
Ciertamente, el lujo al que comienza a acostumbrarse la burguesía constituye un reflejo del lujo cortesano, pero muy pronto se advertirá en él un aire peculiar. Cierta gravedad y cierta ostentación revelarán las sólidas fortunas que lo alimentan, y con esas características lo encontraremos más tarde en las cortes por irradiación de los nuevos ideales de vida.
El lujo, el refinamiento —le morbidezze– pasó a Toscana y a toda Italia desde Oriente, dice en cierta ocasión Boccaccio [26], pero sería equivocado tomar al pie de la letra esta observación y sacar de ella exageradas consecuencias. Si llegaron a Italia algunas costumbres y determinados elementos para satisfacer este apetito de boato, es innegable que el sentido predominante de la vida después de iniciada la crisis —el espíritu burgués– conducía necesariamente a un desarrollo del refinamiento. Era la consecuencia forzosa de la acumulación de la riqueza, operada en el seno de un grupo que necesitaba consolidar su reciente prestigio y demostrar su superioridad social, basada en la fuerza arrolladora del dinero, del que decía el Arcipreste [27]:
“En suma te lo digo, tómalo tú mejor:
El dinero del mundo es gran revolvedor,
Señor face del siervo, de señor servidor,
Toda cosa del siglo se face por su amor,
Por dineros se muda el mundo e su manera… “.
Pero el lujo —obsérvese bien— no significaba solamente vana ostentación de riqueza; era, además, la expresión más cumplida de una inequívoca tendencia al hedonismo que se advierte desde la primera hora de la crisis. Como el lujo, también el hedonismo refleja cierta influencia de algunas tradiciones cortesanas, pero como él adquiere prontamente un aire singular por la deliberada omisión de todo trascendentalismo y una vigorosa afirmación de terrenalidad apenas encubierta por las formas exteriores de la religiosidad. Lo importante es la risa, el amor y el goce [28] gracias a los cuales vale la pena vivir la vida sin acordarse del mañana. La juventud del espíritu embarga a los florentinos, de quienes dice Giovanni Villani [29]:
“Eper allegrezza e buono stato, ogni anno per calen di maggio sifaceano le brigate compagnie di gentili giovani vestiti di nuovo, e faccendo corti coperte di drappi e zendali, e chiuse di legname in piü partí della cittade; e simili di donne e dipulcelle, andando per la tetra bailando accoppiati con ordine, e signori congli strumenti e colle ghirlande difiori in capo, stando in giuochi e in allegrezza e in desinari e cene”.
Estos burgueses che volcano bene vivere [30] no eran ya los que Dante Alighieri recordaba melancólicamente en la antigua
sobria e pudica [31] sino aquellos que él mismo condenaba acerbamente [32] y deseaban aprovechar su riqueza para disfrutar de este mundo antes de que llegara la muerte, con argumento acaso semejante al de las rachiuse ne “monisteri o al de la propia Pampinea:
“O crediam la nostra vita con più forte catena esser legata al nostro corpo che quella degli altri sia… “. [33]
Nada, ni la Peste Negra, ni las hambres y carestías, ni las imprecaciones de los que, como el prior de Santa María Novella, Jacopo Passavanti, en su Specchio di Penitenza, clamaban recordando la proximidad de la muerte y el horror del pecado, ni las Danzas macabras, ni los espeluznantes frescos del Cementerio de Pisa o de la Capilla de los Españoles en aquella misma iglesia, nada lograba contener ese anhelo de goce que era a un tiempo reacción frente a la angustia del tiempo e impulso vigoroso derivado de una manera de vivir diferente, volcada sobre los intereses mundanos.
El goce de vivir se nos presenta aquí como una suerte de comunión con el arte y la
“Item sciebat scribere, miniare —quod aliqui illuminare dicunt, pro eo quod ex minio liber illuminatur—, notare, cantus pulcherrimus et delectabiles invenire, tam modulatos, id est tractos, quam firmos. Sollemnis cantor fuit. Habebat vocem grossam et sonoram, ita ut totum repleret chorum. Quillam vero habebat sublilem, altissimam etacutam, dulcem, suavem et delectabilem supra modum”. [34]
Viene a la memoria la Lauda de Noel e inmediatamente las baladas de Vincenzo da Rimini, Giovanni da Cascia, Guillaume de Machault y Franceso Landino y los madrigales de Jacope da Bologna, reveladores de una exquisita musicalidad en la Italia del Trecento [35]. Se deleitaban los oídos con aquellas canzoni vaghette e liete [36] y se buscaba placer para la vista con las pinturas y esculturas que decoraban libros, iglesias y palacios: las de los Pisano y de Sluter, de los Limburg, Giotto y Orcagna, en tanto que poetas y narradores satisfacían ese vago anhelo de aprender riendo propio del siglo y daban rienda suelta a un lirismo profundo que alcanzaba a veces, como en Petrarca, inigualable belleza [37].
El interés por la creación estética corría parejo con el encanto que ahora despertaba la
“Whan that Aprille with his shoures sote
The droghte of Marche hath perced to the rote,
And bathet every veyne in swich licour,
Of which vertu engendred is the flour;… “.
Y su seducción servía para calmar las amarguras y preocupaciones; por eso proponía Pampinea a sus amigas que abandonaran la
“Quivi s”odono gli uccelletti cantare, veggionvisi verdegiare i colli e le pianure, e i campipieni di biade non altramente ondeggiare che il mare, e d”alberi ben mille maniere, e il cielo più apertamente, il quale ancora che crucciato ne sia, non perciò le sue bellezze eterno ne nega, le quali molto più belle sono a riguardare che le mura vòte delta nostra città”.
Esa
Todas estas características —y acaso otras— configuran, en efecto, el espíritu burgués, tal como empieza a diseñarse a partir de los orígenes de la crisis bajomedieval, y a lo largo de su curso. Se entremezclan en él distintas actitudes, provenientes algunas de ellas de diversas tradiciones y otras de reacciones inéditas frente a las cosas, pero todas ellas combinadas bajo un nuevo y unitario signo que les imprime su aire singular, un aire burgués. Porque en la raíz de todo ello hay una peculiar manera de operar frente a la
Pero esta relación unívoca sólo mantiene su legitimidad por poco tiempo. Cuando se constituyó como un nuevo módulo de vida, el espíritu burgués sobrepasó los límites de la clase social que lo estaba forjando y se hizo patrimonio común; fue una posibilidad nueva y renovadora de vasta perspectiva, y la adoptaron grupos sociales diversos, cada uno de los cuales robusteció en él una de sus faces según su peculiar idiosincrasia. Siguió siendo un estilo, pero se enriqueció y multiplicó sus facetas hasta hacerse polimórfico; muy poco después, ya ordenados y precisados sus límites, había de ser el estilo propio de una época.
Acaso el aspecto más delicado de una investigación
Ese grupo es, sin duda, la alta burguesía, el único que en rigor agrupaba a los típicos burgueses. La alta burguesía era el conjunto de los majores, divites o grandes, lo que en
Una
“Figliuol mió –aconsejaba el burgués de Boccaccio a su hijo [45]–, tu se”oggimai grandicello egli è ben fatto che tu incominci tu medesimo a vedere de fatti tuoi, per che noi ci contenteremmo molto che tu andassi a stare a Parigi alquanto, dove gran parte delta tua ricchezza vedrai come si traffica: senza che, tu diventerai molto migliore e più costumato e più da bene che qui no faresti, veggendo quei signori e quei baroni e quei gentili uomini che vi sono assai e de”lor costumi apprendendo; poi te ne potrai que venire”.
De esta tendencia, y de las circunstancias económicas que favorecían a la burguesía, provino un intercambio entre los dos grupos superiores de la
No faltó el burgués que, enamorado de las costumbres caballerescas, resolviera abandonar sus habituales formas de vida para adoptar otra según aquella deslumbrante tradición aún viva en algunas cortes. Es sabido cómo explotó esa tendencia Carlos de Valois mientras estuvo en
“Degna cosa ne pare, e debito nel nostro trattato, appresso la coronazione del Re Luigi [de Nápoles], di rendere memoria per chiara fama di M. Nicola degli Acciaiuoli, cittadino popolare de Firenze, balio e governatore della infamia del detto Re. Il quale essendo prima compagno della compagnia degli Acciaiuoli, con animo più cavalieresco che mercantile, si mise al servigio della Imperadrice, moglie che fu del Prenze di Taranto…”.
Se decide el mercader y se maravilla el cronista, ambos de buena y firme tradición
“Et cil meisme –dice en un pasaje [49]– qui l”avoir devoient garder si prenoient les joiaus d”or et ce qu”il vouloient, et embloient l”avoir; et prenoi chascuns des riches hommes ou joiaus d”or ou dras de soie à or, ou ce qu”il amoit mieux, si l”en portoit. Einsi commiencièrent l”avoir à embler, si que on ne départi onques au commun de l”ost, ne aus povres chevalier ne aus serjans qui l”avoir avoient aidié à gaignier fors le gros argent si comme des poetes d”argent que les dames de la cité portoient aus bains. Mais toutes eures en eurent li Venicien leur moitié; et les pierres précieuses et li grans trésors qui remest à partir ala si males voies comme nous vous dirons aprés”.
Muy poca distancia separa por entonces, pues, las preocupaciones de los grandes barones –apenas entrevisto el espectáculo de la rica Constantinopla— de las de los ricos comerciantes venecianos que tan ajustadamente representa Marco Polo. Pero no son solamente las preocupaciones de orden económico las que señalan la lenta asimilación, sino también todos los otros rasgos del naciente espíritu burgués.
Una asimilación semejante del espíritu burgués se produjo por parte de los hombres de iglesia, que constituían un grupo compuesto por individuos provenientes de todas las napas sociales. Escasa extrañeza puede suscitar el hecho de que los miembros del alto clero se deslizaran hacia una concepción de la vida que participaba de muchos elementos de la vida caballeresca; pero es importante recordar que, como la nobleza, el grupo de los hombres de iglesia se adhirió no sólo a las preocupaciones de orden económico sino también a otros rasgos del espíritu burgués menos compatibles con el apostolado. Sería ocioso recordar los numerosos testimonios que conservan las fuentes medievales acerca del desarrollo de la sensualidad en el clero, a partir de los trovadores provenzales y Dante [50]; pero vale la pena alinear algunos de los que se refieren a las órdenes regulares por lo sorprendente de la transformación que se produce en su seno, a los pocos años de haber predicado San Francisco la necesidad de la pobreza, y tratar de indagar si no es una franca asimilación del espíritu burgués lo que la produce.
Es bien conocida la dirección que imprime a la orden franciscana Elías de Cortona, cuya compleja personalidad suscita verdadera estupefacción. Pero dejando a un lado otras características vale la pena señalar cómo ve su figura en cierto aspecto un cronista de la misma orden, Salimbene de Parma, que analiza sus errores y dice en cierto lugar:
“Porro septimus defectus fratris Helye fuit, quia nimis volebat splendide vivere… Et habebat palafredos pingues et quadratus; et semper ibat eques etiam si transibat ab una Ecclesia adaliam per dimidium miliare, faciens contra regulam, que dicit quod fratres Minores non debeant equitare, nisi manifesta necessitate, vel infirmitate cogantur. Item domicellos habebat pueros seculares, sicut habent episcopi, vestitos diversicoloribus indumentis, qui ei in omnibus assistebant et ministrabant… Item specialem coquum habebat in conventu Assisii, fratrem Bartholomeum Paduanum, quem vidi et cognovi, qui cibos delicatissimos faciebat”. [51]
Si en la nobleza el desarrollo de un sentimiento hedonístico de la vida podía explicarse como una retracción de la influencia cristiana y un avance del espíritu burgués, en un hombre de iglesia y particularmente en un fraile mendicante ese sentimiento significaba una opción categórica por un modo de vida que, contrastando radicalmente con los principios de la orden, debía ofrecerse como muy tentador y muy apoyado en el consenso general. Lo más grave es que el ejemplo de Elías de Cortona cundió considerablemente, y en el siglo XIV la figura del monje epicúreo se transformó en uno de los lugares comunes de la literatura realista y de costumbres. Recuerda el pasaje de Salimbene a otros muchos de Boccaccio, de Sacchetti y, sobre todo, a la preciosa descripción de Chaucer [52], en la que predomina cierta aguda observación del abandono con que el monje accede a los llamados de la carne.
Acaso pudiera señalarse que el vigoroso movimiento místico del siglo XIV no es sino una reacción contra esta terrenalidad —contra este espíritu burgués– que predomina en el clero. Su nota peculiar es el retorno al Evangelio, a la pobreza, al renunciamiento; pero como fenómeno social apenas produce algunas olas de fervor, en tanto que el fenómeno contrario se difunde sostenidamente durante largo tiempo y con gran intensidad; todo ello sin perjuicio de que el misticismo –como la lírica de un Petrarca, por ejemplo— acusen a su vez un despertar acentuado del individualismo que proviene también del avasallante espíritu burgués.
Podría agregarse –para concluir esta guía de los problemas que suscita esta investigación– que también los grupos sociales que estaban por debajo de la burguesía se plegaron resueltamente a los ideales de este grupo. En los vigorosos movimientos revolucionarios que desencadenarán las clases asalariadas, tanto urbanas como campesinas, en el curso del siglo XIV especialmente, aparecerá alguna vez cierta raíz religiosa, pero late con mucho mayor fuerza la aspiración puramente práctica de alcanzar un mejoramiento en las condiciones de vida. Era, por otra parte, lo natural teniendo en cuenta cuáles eran las que prevalecían. Y resulta sumamente explícito el programa de la plebe florentina en 1343:
“Noi cresceremo tanto che faremo grande richezze, sicchè i poveri saranno una volta ricchi”.
Y no es difícil traducir los elementos que constituyen por entonces la concepción plebeya de la vida a términos que componen la definición
He aquí indicados someramente los caracteres con que se constituye el espíritu burgués y la mecánica de su difusión a través de diversas capas sociales. Tan profundamente como la dislocación económica operará la dislocación de las formas de vida, que acompaña ese fenómeno pero que lo supera, extiende y generaliza hasta independizarse de él y constituir un fenómeno
Notas:
1 E. Perroy, “Les crisis du XIVè siécle”, en Annales E. S. C, avril-juin 1949.↩
2 Carmen, en Migne, Pat. Lat., CXLI, 782.↩
3 Partidas, II, 21.↩
4 Lulio, Libro de la Orden de Caballería, I ,9-10.↩
5 D. Juan Manuel, Libro de los Estados, I, 93.↩
6 Gutierre Diez de Games, El Victorial, Crónica de D. Pero Niño, Proemio, Int.↩
7 Lulio, loc. cit.↩
8 Libro de Buen Amor, 126.↩
9 Política, VI, 3.↩
10 Defensor Pacis, I, 5.↩
11 Una bibliografía completísima sobre historia económica de la Edad Media en Armando Sapori, Il mercante italiano nel medioevo”, en Questioni di Storia Medievale, a cura di Ettore Rota, Milano, Marzorati, 1946.↩
12 H. Pirenne, Les anciennes démocraties des Pays-Bas, París, Flammarion, 1910.↩
13 H. Pirenne, “Le mouvement économique et social”, en Hist. du Moyen Age, VIII, en G. Glotz, Hist. Gén., París, 1933.↩
14 Véase la distinción que hace M. Bloch, La Societé féodal; La formation des tiens de dépendence, París, Evol. de L”Hum., 1939, pp. 85 y ss.↩
15 Salimbene de Adam, Crónica, a cura di F. Bernini,
16 Téngase presente las observaciones de N. Ottokar sobre diferencias entre las
17 Guibert de Nogent, Histoire de sa vie, ed. G. Bourgin, París, 1907, p. 156. Ottokar ha sostenido, en Le città francesi nel Medio Evo, Firenze, Vallechi, 1927, pp. 7 y ss., la tesis de que Guibert de Nogent no se refiere a las
18 Guibert de Nogent, Histoire de sa vie, p. 117.↩
19 Chrétien de Troyes, Perceval ou le Conte du Graal, w. 5721 y ss.↩
20 Froissart, Chroniques, II, cap. LII.↩
21 Véanse, como tipos, la Vita di Dante de Boccaccio, la Vita Philippi Mariae Vicecomitis de Pier Candido Decembrio, la Chronique de Bertrand du Guesclin de Jean Cuvelier, la vida de Don Rodrigo de Villadrando de Hernando del Pulgar en Claros Varones de Castilla y la vida de Cosimo de Medici de Vespasiano da Bisticci en Vite di uomini ilustri del secolo XV.↩
22 Obsérvense, por vía de ejemplo, la Madonna del canciller Rolin de Jan van Eyck, la Visión de San Bernardino y dos donantes en oración, atribuida a Simón Marmio (Musée Grobet- Labadié, Marsella), o el fresco del Giotto en Padova en el que Enrico Scrovegni ofrece a la Virgen el modelo de la Iglesia. Desde otro punto de vista, sería largo citar los retratos que empiezan a aparecer por la época, pero recuérdense los del Giotto y Andrea del Castagno de los grandes poetas florentinos, los de Melozzo da Forli en El bibliotecario Platina ante Sixto IV, los de ilustres florentinos en El cortejo de los Reyes Magos de Benozzo Gozzoli, los de Giovanna Albizi Tornabuoni, Poliziano y Julián de Medicis de Ghirlandaio, y los abundantes de las escuelas francesa y flamencoborgoñona. No resisto, finalmente, a la tentación de recordar las representaciones de los grandes condottieri: John Hawkwood por Paolo Ucello, Pippo Spano por Andrea del Castagno, Colleoni por Verrocchio y luego pintado por Giovanni Bellini y Gattamelatta por Donatello.↩
23 En el texto de su crónica está incluida una autobiografía llena, por cierto, de pormenores pintorescos. Del siglo XIV es la autobiografía del emperador Carlos IV de Alemania.↩
24 Chroniques, II, cap. LV.↩
25 D. Juan Manuel, Libro de los enxiemplos del conde Lucanor, I, IV. Patronio empieza contando una curiosísima historia de un genovés epicúreo que, en trance de muerte, le reprocha a su alma que quiera abandonarlo habiéndole él proporcionado tantos goces; y en el razonamiento moral que sigue, dice: “Más, por el mi consejo, en cuanto pudieres haber paz et sosiego a vuestra honra, et sin vuestra mengua non vos metades en cosa que lo hayades todo a aventurar”. No deja de ser sugestivo que esto escriba un señor tan díscolo como el infante, y precisamente después de recordar el caso del genovés.↩
26 Decamerone, VI, X.↩
27 Libro de Buen Amor, 510. En el mismo sentido hay otros pasajes que recuerdan demasiado la descripción del mercader en Chaucer, Canterbury Tales, y más aun los versos con que comienza el Shipman”s Tale:
↩
“A marchant whylom dwelled at Seint Denys,
That riche was, for which men helde him wys”.
28 Arcipreste de Hita, Libro de Buen Amor, 44 et alibi. Recuérdense la Introduzione a la primera jornada del Decamerone, el prólogo de los Canterbury Tales de Chaucer y la expresiva frase que él mismo pone en boca de su hostelero:↩
“Your tale anoyeth al this companye;
Swich talking is nat worth a boterflye;
For ther-in is ther no desport ne game”.
29 Cronacca, VII, 132; en el mismo sentido VIII, 39.↩
30 Ibid. VIII, 1. Chaucer proporciona numerosos pasajes en el mismo sentido, véase la caracterización del hacendado:↩
“To liven in delyt was ever his wone,
For he was Epicurus owne sone,
That heeld opinioun, that pleyn delyt Was verraily felicitee parfyt”.
31 Commedia, Par., XV, 99.↩
32 Cf. supra, pp. 51-65.↩
33 Decamerone, I, Int.↩
34 Crónica, p. 262.↩
35 Véanse los discos I, 59 y 63 de L”Anthologie sonore, dirigida por Curt Sachs.↩
36 Decamerone, loc. cit.↩
37 Véase la Conclusione dell”autore con que se cierra el Decamerone y la Introduzione a la cuarta jornada.↩
38 Otro capítulo dentro del análisis del espíritu burgués es el que se refiere al gusto por la burla y la ironía. Los testimonios literarios abundan, pues el género se presta; pero es curioso el desarrollo de esa tendencia en la plástica. En los libros de caza, como el de Gastón Phébus, en los de horas, como los de Anne de Bretagne o de Charles d”Anguléme, y en otros por el estilo se acentúa este regocijo en el detalle grotesco y en la burla que más tarde alcanzará inusitada alcurnia en Hieronymus Bosch. Siempre me ha impresionado un detalle curioso en uno de los postigos del Tríptico de Nicolás Froment que está en la Galleria degli Uffizi, en
39 Canterbury Tales. Prologue.↩
40 Decameron, I, Intr.↩
41 Así aconsejó a Félix su padre en el Félix o Las maravillas del mundo de Raimundo Lulio.↩
42 Abundan los testimonios en Boccaccio, D. Juan Manuel y otros autores de la época, pero el más curioso es el relato del criado del canónigo de Chaucer (The Cannon”s Yeoman”s Tale), junto al cual pueden ponerse las numerosas referencias de Fernán Pérez de Guzmán en Generaciones y semblanzas y de Hernando del Pulgar en Claros varones de Castilla sobre el interés por la alquimia que demostraban muchos de sus personajes.↩
43 Véase cómo habla Roger Bacon de Petrus Peregrinus, cuyas huellas seguía el maestro de Oxford: “Un hombre conozco y sólo uno, que pueda ser renombrado por sus conquistas en esta ciencia (experimental). De discursos y lucha de palabras él no se ocupa; él sigue la obra de la sabiduría y en ella confía tranquilo. Lo que otros con esfuerzo ven oscura y difícilmente, como murciélagos en el crepúsculo, él mira a la completa luz del día, porque es maestro del experimento. A través del experimento, conquista conocimiento de las cosas naturales, médicas, químicas, en verdad de todas las cosas del cielo y de la tierra”. El pasaje pertenece a su Opus Tertium y está citado por Aldo Mieli en su Panorama general de Historia de la ciencia, Buenos Aires, T. II, p. 233, 946.↩
44 Esta tendencia empieza a asomar también en las que hoy llamamos ciencias de la
45 Decamerone, IV, VIII.↩
46 La tesis es aristotélica (Política, IV, 8) y vuelve a aparecer en Juvenal (Sátira, VIII) y en Boecio (De Consolatione, III, metro 63). Dante la desarrolla en Convivio, especialmente en IV, 3, en que atribuye la definición aristotélica a Federico II, y en De Monarchia, II, 3. Luego se forma un lugar común que desarrollan Juan de Meung en Le Roman de la Rose ( w. 18.561 y ss.), y Chaucer, The Parsons Tale.↩
47 El caso más curioso es el de Musciarto Franzesi –a quien los franceses llamaban Mr. Mouche–, de quien dice Boccaccio (Decamerone, I, I): “di ricchissimo e gran mercatante in Francia cavalier divenuto”. Sobre la política de los Anjou en Toscana, véase Villari, I primi due secoli della storia di Firenze, Firenze, s. d.↩
48 Historia, III, IV.↩
49 Conquête de Constantinople, 81.↩
50 Cf. supra, pp. 51-65.↩
51 Crónica, p. 229.↩
52 Canterbury Tales. Prologue.↩