La obra de Claudio Sánchez Albornoz en la Argentina. 1947

A diferencia de lo que ha ocurrido en otros países hispanoamericanos, la investigación de los diversos campos de la historia general no ha merecido la preferencia de los historiadores en la Argentina. Ciertamente, no han faltado lectores apasionados de la literatura histórica y hasta tenemos en nuestra producción un ensayo de interpretación de la Antigüedad: la Memoria sobre los resultados generales con que los pueblos antiguos han contribuido a la civilización de la humanidad, que escribió Vicente Fidel López. Pero ese interés se relacionaba más bien con la filosofía de la historia que con la historia misma. El hecho es, sin duda, explicable. Los estudios históricos se desarrollaron en la Argentina a partir de la Organización Nacional (1853) y han conservado como imborrable signo de ese origen una casi excluyente preocupación con los problemas de la nacionalidad. Pero no por explicable me parece el hecho menos peligroso. Hay, aun en los procesos aparentemente más circunscriptos, cierta raíz de universalidad que no debe ser desatendida y a la que es difícil llegar si no se mantiene el ánimo vigilante frente a la totalidad del proceso histórico. Y esta exigencia solo puede satisfacerse mediante una recta formación del historiador, de la que no esté excluida el conocimiento de la Antigüedad y de la Edad Media. Y es bien sabido que solo el cultivo profundizado de una disciplina parece despertar en el contorno el interés por sus problemas. Nada más urgente, pues, a mi juicio, que el desarrollo de esos estudios, por cuanto significan por sí mismos y por cuanto repercute sobre los estudios americanistas.

En el caso particular de la Edad Media, es cada vez más evidente su estrecha relación con el proceso de la colonización americana. Ya lo señalaba Claudio Sánchez-Albornoz en 1933 —en un ensayo titulado La Edad Media y la empresa de América—, cuando decía: “No se requiere conocer hondamente la empresa americana, para advertir que ella se llevó a cabo con espíritu muy medieval y por un pueblo saturado de medievalismo”. Y luego: “¿Cómo no advertir en el descubrimiento y conquista de América la última edad heroica del mundo occidental, el último período de la Edad Media épica?”. Si no fuera suficiente el interés que tiene por sí misma la Edad Media para nosotros, en cuanto pueblo occidental, bastaría esta sugestión para descubrir que es imprescindible conocerla para entender con claridad nuestra propia historia. Y ha tocado, precisamente, a Claudio Sánchez-Albornoz iniciar el desarrollo profundizado de estos estudios, merced a las dramáticas circunstancias de nuestro tiempo que han dispersado por el mundo, desarraigándolos de sus lares, a los espíritus más dignos y las mentes más claras.

Desde 1940 está radicado en la Argentina el sabio investigador español, que había alcanzado ya en su país las más altas dignidades académicas. Sus estudios sobre las instituciones medievales españolas le habían granjeado un sólido prestigio, cuya repercusión fue grande en los más importantes centros de investigación de Europa; y algún libro suyo, como las Estampas de la vida en León hace mil años, acreditó en él dotes nada frecuentes de narrador y evocador. Estas calidades impresionaron profundamente en Buenos Aires, cuando lo visitó en 1933. Habría de confirmarlas algunos años más tarde, cuando el azar de las luchas políticas lo devolviera al Plata, donde ha encontrado nuevo hogar para proseguir sus investigaciones con la misma tenacidad que caracterizó siempre su labor.

Después de salir de España —tras la guerra civil—, Sánchez-Albornoz enseñó en la Universidad de Burdeos hasta que abandonó Francia para incorporarse a la Universidad de Cuyo (Argentina). Allí estuvo dos años y luego pasó a la de Buenos Aires, en cuya Facultad de Filosofía y Letras se le encomendó la cátedra de Historia de España y la dirección del Instituto de Historia de la Cultura Española Medieval y Moderna. Desde entonces trabaja con ahínco en esa institución, en la que ha formado ya un grupo selecto de discípulos y donde publica los Cuadernos de Historia de España, revista que constituye un testimonio elocuente de su capacidad de organización tanto como de su saber y su vocación. Sin embargo, lo más notable de este período de la vida del sabio maestro español es la fecundidad de su labor personal de la que es fruto un conjunto importantísimo de estudios sobre problemas de la España medieval. La circunstancia de haber dado cima a una nueva obra —La España musulmana— ofrece ahora una oportunidad para hacer un balance de esa ingente labor.

Preocupado por el afán de ahondar en el problema de los orígenes de la nacionalidad española —que ha de ser objeto de una vasta obra en preparación—, Sánchez-Albornoz ha estudiado atentamente algunos temas de la España romana, especialmente los que se vinculan con la presunta continuidad de las instituciones desde esa época hasta los tiempos medievales. Fruto de ese examen es el estudio titulado Ruina y extinción del municipio romano en España e instituciones que le reemplazan,[1] en el que analiza la organización municipal romana durante el Bajo Imperio y su progresiva ruina hasta su total extinción, señalando cuáles son las instituciones que surgieron luego. Afirmándose en la doctrina del que fue su maestro, Eduardo de Hinojosa, y refutando algunas opiniones en contrario, Sánchez-Albornoz sostiene categóricamente que “ninguna vinculación, ningún enlace, por tenue y leve que sea, puede establecerse entre el régimen municipal antiguo, definitivamente extinguido y olvidado en la España de la Reconquista, y el nuevo municipio medieval que va a surgir, precisamente, en esa zona recién repoblada del reino astur-leonés”. Tampoco admite que el municipio castellanoleonés sea considerado como derivación municipal de los musulmanes, sino que afirma que “es fruto maduro de la organización social, económica y política del Norte y sin influencias ni injertos exteriores”. Así deja planteado el problema —nada sencillo— de cómo nace una de las formas más importantes del régimen institucional de la Edad Media en España.

El estudio de las instituciones hispánicas medievales, en efecto, ha sido el objeto fundamental de las investigaciones de Sánchez-Albornoz. En este campo, y debido a la falta de fuentes en la Argentina, sus trabajos han debido circunscribirse dentro de ciertos límites. Ha publicado numerosos documentos cuyas copias estaban en su poder, entre los cuales podría citarse —además de los que han aparecido en los Cuadernos— el que editó con breve y sustancioso estudio con el título de Un ceremonial inédito de coronación de los reyes de Castilla.[2] Pero, en cambio, ha trabajado intensamente en dar forma definitiva a una obra de largo aliento que había preparado durante su estada en Burdeos y que apareció publicada por la Universidad de Cuyo: En torno a los orígenes del feudalismo.[3] Constituye este libro uno de los aportes más importantes que se hayan hecho a la historia de las instituciones españolas, especialmente en los temas que dilucida en el primer y en el tercer tomo, por cuanto el segundo está dedicado especialmente al problema de las fuentes musulmanas.

El primer tomo —que titula Fideles y Gardingos en la monarquía visigoda y lleva como subtítulo Raíces del vasallaje y del beneficio hispanos— está dedicado a estudiar los rastros de esas instituciones germánicas en la monarquía visigoda, para afirmar la supervivencia del comitatus entre los visigodos, contra la opinión de Dahn. En el tercero —Los árabes y el régimen prefeudal carolingio— analiza la posible influencia de las invasiones musulmanas en el proceso de formación de la caballería medieval y en los orígenes del orden feudal. Las conclusiones de ambos aspectos del problema constituyen aportes significativos para el esclarecimiento de tan debatido problema. Oponiéndose a la tesis de Brunner, afirma categóricamente Sánchez-Albornoz que los orígenes de la caballería franca son anteriores a la batalla de Poitiers y replantea el problema de cuáles pudieron ser las causas que determinaron su formación. Aquí cobra todo su valor la minuciosa investigación realizada acerca de los fideles y gardingos, y Sánchez-Albornoz insinúa una correlación importante. “Pero, si confiamos en haber demostrado —dice— que la influencia del islam fue nula o mínima, e incierta e insegura en el nacer del prefeudalismo carolingio, creemos que nuestro estudio de las instituciones visigodas y asturleonesas derrama no poca luz sobre tan oscuro y complejo problema. No será necesario abultar la importancia del conocimiento de la organización prefeudal hispanogótica, y de su prolongación en los reinos de Asturias y León, como piedra de toque de las teorías sobre el surgir del régimen feudal.” Y más adelante: “La monarquía visigoda no fue una decadente prolongación del Bajo Imperio, como ha llegado a decir Lot. Pese a las tajantes negativas de Dahn y Torres López, conoció las instituciones prefeudales: vasallaje y beneficio”.

Las conclusiones están llenas de interés. Sánchez-Albornoz afirma que las características del régimen feudal carolingio son ya patentes en la sociedad hispanogótica: “El dilema es preciso. O se admite que el cuadro del prefeudalismo merovingio era parejo del hispano visigodo, en cuyo caso muchas de las supuestas novedades del siglo VIII franco serían viejas de muchos decenios; o habrá de aceptarse una influencia evidente del modelo visigodo en el norpirenaico, en los días de Carlos Martel y de sus hijos. No es imposible tal influencia, porque multitud de nobles visigodos atravesaron los pasos de los Pirineos orientales, tras la conquista de España por los árabes, y se establecieron en la corte de los primeros Carolingios. Que cada cual admita la hipótesis que más la satisfaga. Nos inclinamos a tener por sincrónicas, paralelas y análogas las instituciones prefeudales de uno y otro lado de la Cordillera Pirenaica”.

De este modo, las investigaciones de Sánchez-Albornoz sobre las instituciones visigodas trascienden del campo hispánico para incidir sobre el planteo general de los problemas más difíciles que suscita la historia del Occidente durante la Edad Media. Sin embargo, Sánchez-Albornoz es, esencialmente, un hispanista. Le atrae el problema español; el de la Edad Media, que ha estudiado y estudia con ahínco y rigor, pero también el de su signo peculiar, que procura hallar en la complejidad de sus elementos y en la larga extensión de su curso histórico. Quien quiera entender a fondo la historia de España y sus vicisitudes, que no deje de leer el hermoso ensayo que tituló Orígenes de Castilla: cómo nace un pueblo, publicado en la Revista de la Universidad de Buenos Aires.[4] Y quien quiera alcanzar los secretos de la cultura española, su significado propio y sus relaciones con la cultura occidental, que no deje de buscar en la obra de Sánchez-Albornoz las múltiples referencias sobre la transcendencia de los elementos musulmanes que han intervenido en su elaboración

Acaso el aporte más notable de Sánchez-Albornoz haya sido, precisamente, esta justa y mesurada revaloración de lo musulmán en el complejo de lo español. Su preocupación por este tema está demostrada por las afanosas investigaciones realizadas en el campo de la historiografía musulmana, fruto de las cuales son sus estudios sobre la crónica de Rasis y, sobre todo, el que constituye el tomo segundo de su obra sobre los orígenes del feudalismo titulado Fuentes de la historia hispano-musulmana del siglo VIII, en el que registra el rico caudal de noticias e interpretaciones que se esconden en ese cauce tan insuficientemente explorado. Pero donde aquella preocupación alcanza más alta significación es en los ensayos que ha realizado más de una vez para plantear nuevas bases para la interpretación de la historia medieval española, valiéndose de aquella revaloración de lo musulmán.

Sánchez-Albornoz había ofrecido ya un claro planteo del problema en el hermoso estudio que, con el título de España y el Islam, publicara en 1929. Analizaba allí los diversos aspectos de la interacción entre las culturas cristiana e islámica en España y señalaba con sumo tino las supervivencias que lo musulmán había dejado allí. Pero no se le ocultaba a Sánchez-Albornoz que una de las mayores dificultades para apreciar la significación del elemento musulmán era el escaso conocimiento que solía tenerse de este aspecto de la vida española. Y ahora, para contribuir a salvar esa dificultad, para posibilitar, en consecuencia, una más recta comprensión de la cultura hispánica, nos ofrece una obra de alta calidad, claro exponente de su fino saber, de su capacidad evocativa, de su sentido de las formas; en efecto, con el título de La España musulmana,[5] Sánchez-Albornoz nos ofrece algo que parece, a primera vista, una antología, en la que se agrupan, sabiamente enlazados, numerosos fragmentos de fuentes árabes y cristianas sobre diversos aspectos de la España islámica. Allí hallará el lector noticias de la época de la invasión, de los tiempos del califato cordobés, de los reinos de Taifas y de la era de agonía que concluye con la caída de Granada. Sin embargo, en cuanto se avanza en la lectura se advierte que el libro es mucho más que una antología. Un análisis de las materias tratadas muestra que el autor no quiere omitir nada de lo que cree fundamental, y hay en su selección una sabia arquitectura que es, de por sí, una radiografía del mundo musulmán. Están allí los elementos fundamentales de la vida económica, social y política; pero no faltan los rasgos secundarios que, por sugestivos y pintorescos, realzan la visión y humanizan el panorama. En cada caso, antes del fragmento elegido —siempre bien encuadrado y elocuente— el autor prepara a sus lectores sintetizando en unos pocos párrafos de viva sugestión los datos y las ideas que necesita para entender aquellos; y, poco a poco, se va descubriendo la sólida arquitectura del libro, en el que el autor hace decir a las fuentes lo que cree que debe saberse para alcanzar una clara perspectiva de esta cultura singular, de la que suele separarnos más de un turbio y confuso prejuicio.

Esta visión del mundo islámico —ya lo hemos dicho— está animada por el propósito de que se destaque lo que hay en él de español, de perdurablemente español. Solo partiendo de esta idea podría corregirse más de un falso esquema de los que circulan sobre el sentido de la cultura hispánica. Pero hay más aún. Acaso muchos aspectos de la historia del Occidente medieval estén también esperando que se los ilumine con la luz que irradia el conocimiento del mundo musulmán. “Al-Ándalus, lo he dicho al principio —escribe Sánchez-Albornoz—, no fue una fuerza tangencial en la Edad Media. Las dos Españas, cristiana y musulmana, vivieron sí al margen de la Europa que nacía, pero desde él influyeron decisivamente en ella y de tal modo que podría calificarse a la Península de clave del mundo medieval. España cumplió durante los siglos medievales una doble y ardua misión. Fue al par rodela y maestra de Europa; rodela porque mientras Europa se transformaba y creaba la civilización abuela de la nuestra, la España cristiana velaba las armas por ella frente al Islam y vivía en guerra permanente contra Al-Ándalus y contra África, que de vez en vez descargaba en la Península nuevos torrentes de barbarie. Y maestra de Europa, pues por el cauce de esa España cristiana, la España islamita irradió su luz a una Europa ignorante y torpe.”

Esto es lo que interesa a Sánchez-Albornoz señalar. La España islamita y la España cristiana, en constante interacción y determinándose recíprocamente, llegarán a constituir una entidad pletórica de significación que, aunque en el extremo de Europa, actúa profundamente sobre la cultura occidental y constituye una dimensión de ella. Se podrá estar o no de acuerdo con la aguda tesis del maestro español, que, por otra parte, fundamenta él en más de un trabajo de pleno rigor. Pero nadie podrá en adelante dejar de tenerla presente, y acaso obligue a rever más de un aspecto del enfoque tradicional de la historia de la Edad Media.

Es dable esperar que la trascendencia de los trabajos de Sánchez-Albornoz estimule el interés por los estudios medievales, en esta América de la que dice él que es el fruto de la Edad Media hispana. Si así fuera, habría que agradecerle el haber abierto una huella por la que podría llegarse a importantes revelaciones acerca de nuestra propia historia y nuestra propia cultura.

Notas:

1 Buenos Aires, 1943.

2 En Logos. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras, nº 3, Buenos Aires, 1943.

3 Mendoza, 1942.

4 1943.

5 Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1946.