José Luis Romero y el pensamiento histórico de las crisis

JULIÁN GALLEGO

Como toda selección de textos, los trabajos han sido agrupados aquí conforme a un criterio que no deja de ser antojadizo. Esta arbitrariedad puede parecer todavía más flagrante en nuestro caso, toda vez que el plan de este volumen no figura entre aquellos pro­yectos que José Luis Romero pretendía desarrollar y no llegó a concretar. Tampoco se trata de un conjunto de artículos reunidos por el propio autor, como ocurre con algunos libros que Romero publicó en vida so­bre la base de artículos previos y que fueron ampliados o reorganizados tras su muerte siguiendo en alguna medida ciertas pautas ya diseñadas por él mismo[1]. Esta recopilación ni siquiera se presenta con el título significativo de algún artículo suyo, que se toma como eje central y al que se adjunta la advertencia de “y otros ensayos” para dar una idea precisa del montaje realizado.

La única operación que aparenta ser relativamente fiel al sentido de las ideas de Romero es la denominación elegida para estos textos escogidos: Crisis históricas e interpretaciones historiográficas, que se deriva del artículo “Las concepciones historiográficas y las crisis” (1943). Pero incluso aquí la manipulación llevada a cabo no sólo in­vierte la secuencia de este último sino que, además, sustituye la idea de “concepciones” utilizada por Romero, más adecuada para graficar su modo de pensar la historicidad de las formas de hacer historia, por la de “interpretaciones”, noción mucho más cercana a las modalidades actuales del análisis histórico de las perspectivas historiográficas. Y sin embargo, la operación ejecutada resulta no sólo lícita, en el sentido de dar un orden determinado a una antología no diseñada por su autor, sino coherente con lo que Romero esboza como plan a desarrollar en cuanto a los ejes que este libro propone.

En efecto, el artículo sobre las explicaciones desarrolladas por los historiadores ante las crisis en que se hallan inmersos deja bos­quejadas unas líneas que permiten, al mismo tiempo, ponderar los criterios con los que Romero ha seleccionado, o va a seleccionar en el futuro, aquellas concepciones historiográficas representativas de sus respectivas crisis, que precisamente constituyen a los pensadores que las abordan en intelectuales de tales procesos, en el sentido de que es por medio de ellos que esas crisis encuentran una elucidación histórica activa. Estos criterios se ajustan a una necesidad de la que Romero no reniega: la definición conceptual, fundamentalmente de la idea de crisis, que es delimitada de manera general como “mutación y transformación, desarrollo de elementos endógenos y captación e incorporación de elementos nuevos, y estructuración del todo en un nuevo orden con nuevo sistema de valoraciones”. Esta propuesta se enriquece con una determinación más sutil de los diferentes tipos de crisis: las hay de afirmación y las hay de reelaboración, lo cual no inhibe la simultaneidad de ambos tipos en una misma crisis his­tórica. En este contexto, el autor esboza una suerte de plan, que no es exhaustivo, y que tampoco aquí se ha buscado recorrer en forma integral, plan que con distinta intensidad irá recorriendo en diferentes momentos de su trayectoria.

Comenzando por el examen del pensamiento histórico, hemos ubicado en primer término, siguiendo un orden temporal, dos breves intervenciones sobre Heródoto (1939) y Polibio (1965), respecti­vamente, cuyas reflexiones Romero también investiga en una obra historiográfica sistemática, De Heródoto a Polibio[2], donde la arti­culación entre interpretaciones y crisis es instrumentada con mayor profundidad. Pero aun en su estado sintético, ambos artículos des­pliegan de manera congruente lo que sólo aparece indicado a título de ejemplo en “Las concepciones historiográficas y las crisis”, texto que oficia de introducción a este volumen precisamente en virtud de su claridad para establecer el recorrido general. Así, Heródoto resulta para Romero un lúcido historiador de la crisis de afirmación del mundo griego ante la invasión persa a condición de articular el pasado con el presente por medio de una concepción historiográfica que implica una perspectiva general de la vida histórica. Mientras que Polibio brinda la clave de lectura de la crisis de reelaboración por la que atraviesa Roma en tanto y en cuanto ha podido modular una explicación universal de la historia que, nutrida de los aportes de ilustres pensadores griegos -Tucídides y Aristóteles, principalmente-, le permite comprender por qué Roma termina imponiéndose sobre el conjunto del mundo conocido y cuáles son las posibles líneas de desarrollo a las que se enfrenta la nueva potencia imperialista. Lo que hace de Polibio un clásico de la historiografía es el modo complejo y variado en que articula la evidencia: “Cuando el cotejo de su pensamiento con el que anima otras concepciones históricas, dice Romero, nos revela que ha sido él quien ha fijado una de las posibilidades que existen -entre no muchas- de comprender la vida histórica, habremos descubierto porqué puede decirse de Polibio que es un clásico de la historiografía”.

En ambos casos, la articulación entre el pasado indagado y el presente en el que el historiador está inmerso es esencial, como de hecho también resulta central para comprender la concepción de la vida histórica que organiza la perspectiva historiográfica del propio José Luis Romero. Y no menos medular es esta conexión en Dante Alighieri y Nicolás Maquiavelo, quienes sin estar encuadrados en lo que tradicionalmente se considera la historia de la historiografía pre­sentan para Romero una clara conciencia histórica de las crisis en las que se hallan sumergidos y, en consecuencia, desarrollan penetrantes interpretaciones en las que el presente, como dimensión abierta al futuro, sólo parece volverse inteligible en relación con su historia, que permite entender los elementos organizadores de las situaciones reales y las formas de mentalidad correspondientes.

Si la obra de Dante Alighieri tiene valor histórico ello se debe a su capacidad de dar cuenta de las mutaciones en el mundo cristiano- feudal que se condensan con la crisis del siglo XIII, tanto en el plano de las situaciones de hecho como en el de los sistemas de ideas. Bajo estas condiciones generales, Romero nos brinda el análisis más acaba­do que llevara a cabo sobre la obra de Dante (1950), indicando que el hecho de que el poeta optara por defender el orden que se desintegraba a partir de la emergencia de la nueva mentalidad burguesa no le quita un ápice de precisión a su visión de las transformaciones en curso. Pero, justamente, este denodado esfuerzo que Dante asume para sí, esta “militancia frente a la crisis”, se desarrolla como una prédica en favor no sólo del orden tradicional sino, sobre todo, de la imperiosa necesidad de la defensa impiadosa de la fe en ese orden amenazado, que se agrieta y se abre hacia inusitados itinerarios, en la medida en que el pretendido orden universal por él defendido no puede encubrir mucho más el mundo en disgregación que transcurre a pesar suyo. Nutrida, pues, de una innegable “vibración histórica”, la poesía de Dante escruta su presente de crisis y de cambio con la mirada puesta en el pasado para intentar retornar a ese orden perdido.

En el breve ensayo sobre Maquiavelo (1969), a quien Rome­ro deliberadamente considera historiador en otro de sus análisis historiográficos centrales[3], se pone en claro que la política en tanto que territorio de la actividad humana y social, es decir, la vida his­tórica misma, es el plano en el que es necesario asumir las conse­cuencias últimas de las mutaciones operadas a partir del desarrollo de las nuevas formas de vida y de mentalidad burguesas. Por eso la obra de Maquiavelo se inscribe en la crisis de reelaboración que en el siglo XV pone de relieve el problema de la configuración de las nacionalidades. Pero la perseverancia del pensador florentino en esta tarea no es compartida por los protagonistas centrales del proceso, las capas más altas de la burguesía urbana, que prefirieron opacar las derivaciones históricas que se avecinaban. En este sentido, Maquiavelo nos presenta una actitud inversa con respecto a la de Dante: acompañar el movimiento hacia el futuro, admitir el carácter de las transformaciones hasta sus últimas consecuencias y actuar en forma realista para completar el proceso. Pero, paradójicamente, aunque por exceso respecto de lo que las elites estaban dispuestas a aceptar, Maquiavelo dice lo que nadie quiere oír y termina predicando en el desierto, de Florencia y de Italia, la condición común que parece haber inspirado y conmovido a ambos pensadores.

Una contraposición en alguna medida semejante a la que hemos visto entre Dante y Maquiavelo cabe consignar entre Tomás Carlyle y Bartolomé Mitre en el contexto del siglo XIX, en cuanto a las ac­titudes que muestran con respecto a las crisis de las que son testigos implicados y claros intérpretes, aun cuando sus situaciones específicas fueran completamente diferentes (como también lo eran de hecho las dos Florencia, la de Dante en el XIII y la de Maquiavelo en el XV). Se trata de los estudios más completos que Romero realizara sobre el pensamiento histórico de ambos, más sucinto en el caso de Carlyle, con enorme profundidad en el de Mitre, en un análisis historiográfico sistemático a la altura de su De Heródoto a Polibio o de su Maquiavelo historiador.

En cuanto a Carlyle (1946), sus interpretaciones del pasado no pueden desgajarse de la forma en que asume la crisis representada por la Revolución Puritana en la Inglaterra de la era victoriana. Su con­cepción de la vida histórica se inscribe claramente en el movimiento romántico que se desarrolla durante la primera mitad del siglo XIX, y resulta reaccionaria no tanto por sus posiciones político-sociales sino fundamentalmente en virtud del tipo de respuestas que articula frente al criticismo y el racionalismo de la Ilustración: la figura del héroe, del gran hombre que para Carlyle hace la historia, provee el mecanismo de rechazo típico del Romanticismo, una reacción antiburguesa, como señala Romero en el capítulo sobre la crisis en el mundo actual, cuyo carácter no se manifiesta de modo progresista sino nostálgico. Se trata de una primera crisis de la mentalidad burguesa que se presenta no como superación sino como retorno al pasado.

Al igual que los intelectuales anteriores, para Romero también Mitre (1943) es historiador de una crisis, la que se abre en 1852 en relación con la conformación de la Nación Argentina. Ahora bien, si Carlyle ejemplifica la actitud romántica de la primera mitad del XIX, según Romero, Mitre muestra claramente en el plano historiográfico una posición típica de la segunda mitad del siglo: confianza y respeto por la ciencia, que se articula con una posición liberal en el terreno político en tanto que toda crisis debe ser resuelta de manera pro­gresista, superadora. No debe llamarnos a engaño el hecho de que Mitre dedicara sus obras históricas principales a Manuel Belgrano y José de San Martín, puesto que, en realidad, no se trata de glorificar la figura de un héroe sino de entender el pasado de una sociedad en función de “transformarlo en contenido de una conciencia histórica” comprometida con su presente: la configuración de una nación. Para destacar aun más la inscripción de Mitre en la época de “apogeo y esplendor de la mentalidad burguesa”, según se juzga a la segunda mitad del XIX en el capítulo sobre la crisis en el mundo actual, baste recordar junto a Romero que, a diferencia del héroe carlyliano como esencia genuina de una comunidad, “masas populares y minorías ilustradas son para él [Mitre], en rigor, los elementos fundamentales de la acción histórico-social. Junto a esto se advierte alguna vez el individuo de excepción; pero no el héroe providencial…”.

El capítulo sobre Mitre no es el último de la parte correspondiente a las interpretaciones historiográficas sólo por su referencia temporal, sino que también ocupa dicho lugar porque oficia de cierre para el recorrido inaugurado en el capítulo introductorio. En efecto, amén del estudio concreto que desarrolla, el texto nos permite reafirmar la relación entre historiografía y análisis de una crisis, abundando en la definición conceptual de la idea de crisis y reafirmando la pues­ta en cadena de las concepciones historiográficas activas con sus respectivas crisis, de las que ofrecen interpretaciones en función de intervenir en el presente. “Así se explica -dice Romero- la signifi­cación, circunscripta y universal a un tiempo, de la concepción de la vida histórica que palpita en Heródoto o en Tucídides, en Polibio o en San Agustín, en Maquiavelo o en Commines, en Michelet o en Marx; a cada una de ellas corresponde una cierta intelección del pasado, dentro de cuyos supuestos esenciales se mantenía su ámbito histórico hasta que la realidad trajo a primer plano un nuevo elemento social o ideológico, cuyo potencial de fuerza histórica era necesario estructu­rar en un nuevo planteo, acaso perfectible, pero satisfactorio para la urgencia inmediata de comprender el significado del presente.” La concepción de Mitre también se encuadra en este esquema. En este sentido, dice Romero, Mitre es un clásico de la ciencia histórica en tanto y en cuanto opera un ajuste singular y penetrante en las rela­ciones entre pasado y presente, entre historia y conciencia histórica. Pero, a pesar de esto, Mitre resulta, paradójicamente, un “profeta que clama en el desierto” argentino, al igual que Maquiavelo, casi cuatro siglos antes, en el desierto italiano.

La indagación de determinadas crisis ha intentado proveer una aproximación al modo en que José Luis Romero, en tanto que histo­riador, analiza las crisis y las mutaciones fundamentales en el marco de sus proyectos más acabados: el ciclo de aparición, desarrollo y crisis de la mentalidad burguesa, por un lado, y el modo en que se lleva a cabo -como parte de este mismo proceso pero a partir de sus características peculiares- la propagación de las ciudades, las ideas y los cambios sociales en el mundo latinoamericano, por otro lado. Los tres textos seleccionados tienen la virtud de ofrecernos antici­paciones o síntesis de las perspectivas que Romero pudo concretar o se proponía exponer sistemáticamente con respecto a su proyecto troncal: el proceso histórico de la cultura occidental. Así, mientras que el capítulo sobre la crisis en el mundo medieval (1950) es un artículo en el que se exponen las primeras líneas de análisis que terminarán concretándose con la publicación de los dos volúmenes que del conjunto previsto llegaron a editarse[4], en cambio, el que estudia la crisis en el mundo actual (1970) -que forma parte de un texto de su época de madurez, cuando Romero ya tenía en claro el esquema con el que pensaba realizar el conjunto proyectado[5]– nos remite, para poder obtener una visión más integral debido a que su muerte truncó el plan adelantado, a un conjunto de trabajos iniciales donde se establece cuál es el marco desde el que se organizan las preguntas al pasado[6]. Por fin, el examen de las crisis y mutaciones en Latinoamérica (1963) anticipa ciertas ideas concretadas en otra de sus obras mayores y en varias publicaciones[7].

Pero este conjunto de análisis también ha tenido por cometido tra­zar los enlaces, aproximados una veces, más precisos otras, entre las concepciones historiográficas seleccionadas y las transformaciones de su época. Las remisiones entre unos capítulos y otros, además de darle coherencia interna a este volumen (una coherencia necesaria en tanto que, como dijimos, Romero no proyectó un libro como éste, pero no forzada en la medida en que los acoples entre unas cuestiones y otras se derivan de la forma en que el autor trata las distintas temáticas y de su propia concepción historiográfica), han buscado poner de relieve tales ligaduras. Así, el examen de la crisis en el mundo medieval sirve de marco estricto para el estudio sobre Dante Alighieri, pero al mismo tiempo deja entrever la evolución de ciertos elementos que posibilitan la comprensión de la época posterior, la de Maquiavelo, de la cual se brinda una breve relación en el propio capítulo sobre el autor del Príncipe. Los procesos que se indagan en el capítulo sobre la crisis del mundo actual, en particular los correspondientes al siglo XIX, permiten entender, como vimos, aspectos fundamentales de las concepciones de Carlyle y Mitre, a pesar de las diferencias evidentes entre el contexto histórico de uno y de otro. Lo cual constituye otra prueba de la vitalidad y la coherencia de la concepción de Romero so­bre el ciclo histórico de la mentalidad burguesa y su difusión a escala planetaria, más allá de las peculiaridades locales que adquiera, como lo evidencia el capítulo sobre los cambios en Latinoamérica, cuyo apartado sobre el impacto del positivismo liberal brinda el entorno ajustado para el pensamiento de Mitre. Claro que esto no siempre ha sido posible, pues en los casos de Heródoto y Polibio ello hubiera implicado recurrir a su libro sobre la historiografía griega -y también al análisis de la crisis de la república romana para el caso del megalopolitano-, lo cual escapa a los objetivos que nos hemos planteado aquí (y, en todo caso, se puede recurrir a las recientes reediciones de ambas obras[8]).

Ahora bien, llegados a este punto de nuestro recorrido por los textos escogidos cabe interrogarse por qué para José Luis Romero las concepciones historiográficas se modelan en relación con una crisis. La pregunta podría parecer sesgada, habida cuenta de que, en el texto que oficia de introducción a este libro, el propio Romero deja abierta la posibilidad de indagar la correspondencia entre los momentos de equilibrio y orden y las modalidades de hacer historia. Pero el sesgo es aparente, pues como ha indicado con suma claridad Ruggiero Romano: “Su idea -era casi una obsesión- era la de sorpren­der el momento, el instante fugaz, de una sociedad, de situaciones, de acontecimientos. Un nacimiento en el seno de una crisis. Es ahí, entre la crisis y el nacimiento (o más exactamente la concepción) donde se sitúa el núcleo del pensamiento (y la actividad) de José Luis Romero”[9]. En la lectura historiográfica de Romero, esta obsesión se traslada a los historiadores que caen bajo su mirada: no importa tanto ser buen historiador; importa más ser fiel a la crisis y el nacimiento, a ese momento de la concepción a partir de la cual alguien se constituye en historiador, lo haya deseado o no, haya contado o no para ello con las herramientas formales de la disciplina.

Si la articulación de la interpretación del pasado con el presente del historiador lo constituye a éste en tanto que tal, es porque la escritura de la historia como historia de una crisis que ha abierto la situación en la que aún se halla inmerso quien escribe, supone al mismo tiempo una escritura destinada a modelar a aquel que considera sujeto de la historia, para configurarlo como sujeto de la historia y para colaborar en la construcción de un proyecto que lo realice como sujeto de la historia. En este punto, Romero no se encuentra fuera de la serie que él mismo permite pensar: Polibio, Maquiavelo, Mitre, le proporcionan otras tantas concepciones historiográficas en las que escudriñar cómo un historiador se enfrenta a su función -otros tantos espejos, podría­mos aventurar-, cómo opera, interpretación mediante, un entronque entre una crisis y un nacimiento. ¿De qué crisis se hace historiador José Luis Romero? Antes de preguntarse por la revolución burguesa en el mundo feudal, Romero ya se ha planteado la crisis del mundo burgués, del cual luego va a rastrear su nacimiento y desarrollo. Así, lo que Romero llama la crisis de la mentalidad burguesa es lo que dirige su búsqueda histórica. Pero como intelectual implicado, al igual que sus “espejos”, en la realidad de sus circunstancias, Romero tiene que hacer pasar el movimiento general por el punto en el que éste se entronca con el “instante fugaz” de su propia sociedad sometida al cambio, a la concepción de lo nuevo, la “Argentina aluvial”[10], que requiere la formulación de un proyecto y la configuración de un sujeto para dicho proyecto: una sociedad en busca de destino; un historiador en busca de proyecto. Bien mirado, la crisis de la mentalidad burguesa aparece como el marco más general que permite entender la Argentina aluvial sin proyecto.

Acaso no resulte descabellado, desde esta perspectiva, conjeturar que la sombra de la Argentina aluvial que todavía no ha encontrado su proyecto atraviesa, furtivamente, todos los textos de José Luis Romero: es la diagonal de lectura cuyo engarce con las distintas escrituras permite un principio de intelección del conjunto de su obra. Desde Heródoto a Mitre, de una crisis a otra, cabe aplicar a Romero aquello mismo que escribiera en su artículo sobre las concepciones y las crisis: “No es, pues, sino una toma de posición frente a la crisis lo que condiciona la concepción historiográfica”. Al tomar la suya, José Luis Romero jamás perdió de vista que su interpretación del pasado hacía a la comprensión de la crisis del presente, que analizar otras crisis era un modo de pensar la crisis de su sociedad, que estudiar a otros historiadores era comprender las formas de pensamiento de lo nuevo elaboradas por aquellos que se plantaron frente a su destino.


[1]  E.g. J. L. Romero, La historia y la vida, Buenos Aires, Yerba Buena, 1945 (incluido posteriormente en su totalidad en La vida histórica, Buenos Aires, Sudamericana, 1988 [2a ed. Buenos Aires, Siglo XXI, 2008]); Argentina. Imágenes y perspectivas, Buenos Aires, Raigal, 1956 (retomado después integralmente en La experiencia argentina y otros ensayos, Buenos Aires, de Belgrano, 1980 [2a ed. aum. México, Fondo de Cultura Económica, 1989; 3a ed. aum. Buenos Aires, Taurus, 2004]); Latinoamérica: situaciones e ideologías, Buenos Aires, del Candil, 1967 (publicado luego en forma completa en Situaciones e ideologías en Latinoamérica, México, UNAM, 1981 [2a ed. Buenos Aires, Sudamericana, 1986]).

[2]  J. L. Romero, De Heródoto a Polibio. El pensamiento histórico en la cultura griega, 2a ed. aum. Buenos Aires, Miño y Dávila, 2009, pp. 55-68 y 113-127, respectivamente, para los capítulos referidos a uno y otro historiador (1a ed. Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1952); cf. también J. L. Romero, La crisis de la república romana, Buenos Aires, Losada, 1942, incluido luego en Estado y sociedad en el mundo antiguo, 2a ed. aum. México, Fondo de Cultura Económica, 2009 (1a ed. Buenos Aires, de Belgrano, 1980), respecto de la inserción de Polibio en el marco de las transformaciones romanas del siglo II a.C.

[3]  J. L. Romero, Maquiavelo historiador, Buenos Aires, Nova, 1943 (2a ed. aum. por el autor, Buenos Aires, Signos, 1970; 3a ed. nuevamente aum., México, Siglo XXI, 1986).

[4]  J. L. Romero, La revolución burguesa en el mundo feudal, Buenos Aires, Sudamericana, 1967 (2a ed. aum. México, Siglo XXI, 1979); Crisis y orden en el mundo feudoburgués, México, Siglo XXI, 1980 (2a ed. aum. Buenos Aires, Siglo XXI, 2003), texto del que faltaba una parte y que fue publicado póstumamente. Cf. también ¿Quién es el burgués? y otros estudios de historia medieval, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984, que contiene la casi totalidad de sus artículos de historia medieval.

[5]  J. L. Romero, Estudio de la mentalidad burguesa, Buenos Aires, Alianza, 1987 (sucesivas reediciones).

[6]  J. L. Romero, El ciclo de la revolución contemporánea, Buenos Aires, Argos, 1948 (2a ed. Buenos Aires, Losada, 1958; 3a ed. aum. Buenos Aires, Huemul, 1980; 4a ed. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1997); Introducción al mundo actual. La formación de la conciencia contemporánea, Buenos Aires, Galatea-Nueva Visión, 1956 (reeditado bajo el título de La crisis del mundo burgués, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1997, incluyendo una serie de artículos sobre el disconformismo publicados entre agosto y noviembre de 1969 en la revista Extra [Año 5, Nos. 49-52]).

[7]  J. L. Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Buenos Aires, Siglo XXI, 1976 (5a ed. aum. Buenos Aires, Siglo XXI, 2001; y sucesivas reimpresiones de ambas ediciones); cf. también Situaciones e ideologías en Latinoamérica (op. cit., n. 1), para los artículos sobre el mundo latinoamericano, así como el libro El pensamiento político de la derecha latinoamericana, Buenos Aires, Paidós, 1970.

[8]  Cf. supra, n. 2, para las referencias actualizadas de estos dos trabajos.

[9]  R. Romano, “Entronque”, prólogo a J. L. Romero, ¿Quién es el burgués? (op. cit. n. 4), 9-14, en p. 10.

[10]  Cf. J. L. Romero, “A propósito de la quinta edición de Las ideas políticas en Argentina” (1975), en La experiencia argentina (op. cit. n. 1), 2-9, en p. 8; F. Luna, Conversaciones con José Luis Romero. Sobre una Argentina con historia, política y democracia, Buenos Aires, Sudamericana, 1986, 25 (1a ed. Buenos Aires, Timerman, 1976); L. A. Romero, “Prólogo”, en J. L. Romero, La experiencia argentina (op. cit.), xiii-xvi, en p. xv. Véase asimismo C. Altamirano, “José Luis Romero y la idea de la Argentina aluvial”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, 5 (2001), 313-27 (= Para un programa de historia intelectual y otros ensayos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, 77-103).