José Luis Romero y la Historia Antigua

JULIÁN GALLEGO

Dentro del vastísimo conjunto de su obra, los escritos de José Luis Romero dedicados a la Historia Antigua greco-romana abarcan veintiún registros (tres libros, tres artículos en revistas especializadas, cuatro artículos breves, cuatros reseñas bibliográficas, dos estudios preliminares, tres notas de divulgación y dos secciones de manuales de Historia), sin contabilizar las reediciones de algunos de estos títulos en compilaciones póstumas. Esta parte de su producción histórica e historiográfica corresponde prácticamente en su totalidad a la primera etapa de su carrera como historiador durante las décadas de 1930 y 1940, que es el momento en que el autor elabora sus ideas respecto de los diferentes tópicos abordados, independientemente de que algún texto se editara en una fecha posterior a las recién mencionadas.

Su atracción por la Antigüedad greco-romana aparece de muy joven y decanta cuando en 1929 comienza la carrera de Historia en la Universidad Nacional de La Plata, donde conoce a Pascual Guaglianone, quien dictaba Historia Antigua, cuya influencia lo llevaría a volcarse más hacia al mundo romano, aunque sin descuidar el mundo griego sobre el que escribe varios textos. Hacia 1934 finaliza sus estudios de grado e inicia la indagación sobre la república romana que se convertiría en su tesis doctoral finalizada en 1937. Durante estos años también resulta fundamental su acercamiento a Clemente Ricci, profesor de la Universidad de Buenos Aires que tenía un gran manejo de las fuentes griegas y romanas, con quien Romero realizó muchos cursos y en quien reconocería posteriormente al maestro que más influyó en él y que le enseñó a trabajar en el oficio de historiador. Pero también tuvo una influencia decisiva sobre el autor su hermano el filósofo Francisco Romero, quien entre otras adquisiciones le aportaría un horizonte de lecturas filosóficas formadoras y, a no dudarlo, un campo de reflexión y de preocupaciones de las que no es para nada ajeno el problema de las ideas y sus articulaciones con los procesos históricos reales[1].

Sus primeros escritos –que no se circunscriben a la Historia Antigua, así como tampoco se ceñirán a la Historia Medieval cuando se decida por este campo de estudios– van a situarse en una tensión entre, por un lado, el desarrollo del oficio aprendido con historiadores de la llamada “Nueva escuela histórica” (en quienes reconoce la rigurosidad inherente a una historia profesional), y, por el otro, la crítica de quienes en aras del rigor se alejan o intentan mantenerse aislados respecto de los avatares del presente, que son los que más deberían importar a un historiador. José Luis Romero no renuncia al rigor y a la erudición –jamás lo hará–, pero busca subordinarlos a las preguntas que comienza a plantear, situado en el presente y conforme a lo que cree que resulta vital tratar de pensar. Si en ciertos tópicos de los trabajos que en breve se comentarán el autor parece no alejarse de tendencias propias del estado de la disciplina, en particular su aparente apego a cuestiones de índole político-institucional, los problemas que formula a la Historia Antigua ponen de manifiesto su originalidad, que las líneas que siguen buscarán ponderar.

Al contrastar la enorme cantidad de publicaciones de diverso tipo concernientes a las distintas áreas de interés de Romero con este grupo relativamente pequeño de escritos, que no supera las 600 páginas (dejando de lado los textos de los manuales), una mirada superficial podría considerar escaso lo que los mismos tienen para aportar; lo cual se ahondaría si se sumara a lo anterior el prejuicio de que, como se trata de textos de juventud, sus contribuciones terminaron quedando superadas por la excelsa elaboración alcanzada en su obra de madurez. Pero esta conclusión apresurada, además de ser injusta, llevaría a perder de vista las importantes aportaciones que en diferentes planos el autor realiza en estas publicaciones dedicadas a la Historia Antigua.

¿Cuáles son sus preocupaciones en estos trabajos? Ciertamente, algunos tópicos vienen dados por el propio estado de la disciplina en esos momentos y las lecturas a las que José Luis Romero tiene acceso[2]. Pero no deja de sorprender el modo en que comienza a plantear las preguntas que le interesan, desde el presente como tempranamente había señalado en La formación histórica (1933a), una reflexión sobre el significado de hacer historia cuando estaba comenzando a dedicarse a la Historia Antigua. En efecto, ya en estos momentos el autor tiene en claro que la historia no es un puro saber sino que su vitalidad radica en la consecución de una conciencia histórica, que no es atributo exclusivo del historiador pero a la que debe contribuir haciendo que su trabajo no pierda el lazo con la situación del presente, desde la cual se formulan las preguntas al pasado no sólo para adquirir conocimiento sino, sobre todo, para encontrar por vía del pensamiento histórico respuestas que puedan aportar a la comprensión del presente, y por ende a la acción transformadora dentro de la sociedad en que el historiador vive.

Uno de sus núcleos de interés, que Romero ya no abandonaría, es el mundo de las ideas, su creación y circulación, sus sucesivas reelaboraciones, sus acoples y desacoples con la realidad, cuestiones directamente ligadas al problema de los contactos de cultura, sobre lo cual reflexiona conceptualmente en una nota breve (1939) y en un libro (1944). Esta interacción entre ideas y realidades es el eje que organiza su primera publicación de Historia Antigua en la que reflexiona sobre la figura del legislador, centrándose particularmente en Solón de Atenas (1936). Plantea allí un principio de comprensión para dichas interacciones: la posibilidad de autonomía de las ideas se encuentra determinada por el juego dialéctico con la realidad. También se inscribe en este marco su artículo sobre la naturaleza humana griega (1940), que presentaba como un adelanto de un libro sobre los ideales griegos destinado a examinar la concepción del hombre desarrollada en la cultura helénica –que no llegó a concretar–.

Esta interacción entre ideas y realidades resulta asimismo fundamental en el desarrollo de su indagación doctoral, publicada como La crisis de la república romana (1942), un análisis que, como se verá, ponía de relieve también otra de las preocupaciones que José Luis Romero ya no abandonaría: la posibilidad de un nacimiento en el seno de una crisis. Es en este contexto que el autor explora con especial cuidado la circulación, la recepción y las reelaboraciones de las ideas, entroncándolas con el problema de los contactos de cultura. Particular atención recibe la situación del mundo helenístico en el siglo II a.C. con el que Roma había entrado en contacto, puesto que generó una cultura koiné que permitió la articulación y el trasvase de ideas entre el Mediterráneo oriental y el occidental.

Este lugar ocupado por la cultura helenística, en particular durante el siglo II a.C., su capacidad para congeniar herencias y tradiciones orientales preexistentes y producir visiones sincréticas y su papel como catalizadora y transmisora de ideas –que a través del contacto con Roma llegará al Mediterráneo occidental, incorporándolo en el flujo cultural que desde hacía siglos venía teniendo lugar en la parte oriental– son los aspectos que se ponen de relieve en los análisis de Romero sobre las interacciones entre el helenismo y el judaísmo, contactos culturales que indaga en dos artículos, uno de ellos centrado en los aportes judíos a la configuración de lo que entonces también denominaba espíritu helenístico (1943e) y el otro dedicado a analizar la contracara del proceso, es decir, las transformaciones sufridas por el judaísmo a raíz del proceso de helenización al que se ve sometido (1945).

Tal es el lugar destacado que tiene la cultura helenística en sus reflexiones. Sin la recepción de la misma por parte de Roma no sería posible comprender la filiación de la política de los hermanos Graco, con la que se inicia el proceso de cambio que conduce de la crisis republicana al nacimiento del poder imperial. Esta asimilación de concepciones generadas incluso allende el Mediterráneo –en el Próximo Oriente sobre el que Roma prontamente avanzaría–, de las que, como se ha indicado, la cultura helenística se había nutrido y que a su turno se encargaría de transmitir, puso a la oligarquía romana (a una parte de ella) ante un conjunto de ideas que intelectuales como Polibio organizaron en un esquema de pensamiento susceptible de ser aplicado al proceso histórico y al funcionamiento político romanos. Si la evolución de las situaciones de hecho fue el marco necesario para la recepción de las nuevas ideas, la apertura de un sector de la oligarquía romana (es el lenguaje que utiliza) a la ilustración que aquellas podían aportar fue el elemento que hizo posible la conjunción dialéctica entre la realidad y las nuevas interpretaciones que de ella se estaban gestando. El modelo de un poder autocrático, elaborado ya en otros ámbitos y recogido por la experiencia helenística, trazaría la línea de demarcación entre la crisis del viejo orden republicano y el nacimiento del Principado.

Son contribuciones de esta etapa de la carrera de José Luis Romero como historiador, que la trascenderán y adquirirán nuevos anclajes en futuros planteamientos de los problemas, la distinción de facciones (cuestión de la que, en breve, también se dirá algo) dentro de una élite a partir de las ideas a las que adscriben, la necesidad de una élite ilustrada capacitada para dirigir un proceso de cambio y, por supuesto, la crisis como cuestión a la vez histórica, historiográfica y conceptual (véase Crisis)[3]. En este último sentido, la crisis del siglo II a.C. se delimita a partir del desacople entre, por un lado, el desarrollo de las situaciones de hecho y las fuerzas nuevas que esto crea, con sus consiguientes demandas sociales y políticas que apuntan al cambio, y, por el otro, la actitud de una élite que se cierra a toda posibilidad de transformación tratando de conservar su posición. Cuando una parte de esta misma élite perciba la necesidad del cambio esto provocará una escisión en el seno del grupo dirigente, encontrando en el plano de las ideas fórmulas para interpretar lo que ya estaba sucediendo en el plano de las realidades. Esta conceptualización, planteada por Romero siguiendo el lenguaje de la realidad romana, se concreta históricamente a partir de la especificación aportada por las crisis puntuales que se producen. Hay una crisis en 145 desencadenada coyunturalmente en torno de las pretensiones de Escipión Emiliano pero que hace aflorar el problema de base: la necesidad de cambios, acorde con la magnitud de las fuerzas desatadas por el proceso histórico romano, y la perspectiva intelectual con la que debe afrontárselos; si en términos generales la crisis precipita debido a la escisión de la nobilitas a partir de la presentación en sociedad de una oligarquía ilustrada, en términos específicos la crisis también precipita en este caso por la división en dos facciones pero ahora de la élite ilustrada, un ala moderada y otra radical respecto de los transformaciones a llevar a cabo. Hay otra crisis en 133, esta vez desencadenada coyunturalmente en torno del proyecto ejecutado por Tiberio Graco, que remite al mismo trasfondo y que igualmente convoca formas de pensarlo en función de la acción; se produce asimismo una separación, ahora dentro de la facción radical de la oligarquía ilustrada ante las consecuencias de las medidas puestas en marcha para adecuarse a los cambios. Historiográficamente el problema de la crisis se entronca con un pensamiento que permite concebir un movimiento hacia adelante, el nacimiento a partir de la necesaria revolución, que es lo que Polibio vino a proveer a la oligarquía ilustrada; así, la teoría que el historiador puso al servicio de la historia romana se convirtió en un horizonte pragmático para discriminar las líneas del desarrollo futuro que una parte de la élite estuvo dispuesta a aceptar y dirigir.

De la misma época de elaboración que su tesis doctoral es la reflexión que recoge en su libro El estado y las facciones en la Antigüedad (1938). Romero desarrolla allí el concepto de facción, cuyo despliegue lógico lleva a cabo mediante el encuadre temporal que le proveen las formas estatales del mundo antiguo: oligarquía, tiranía y democracia griegas; autocracia helenística; estado patricio-plebeyo, cesarismo e imperio romanos (véase Facción). Esta secuencia le permite desarrollar la dialéctica propia del concepto, planteando en la parte final una síntesis del mismo a partir de sus características habituales, su relación con las formas estatales y por qué la facción resulta la clase directora del estado. El concepto de facción adquiere así una valiosa perspectiva general sin por ello perder rigurosidad. Puede sorprender que en un estudio sobre el mundo antiguo se formule un corolario teórico de amplio alcance, que no se restringe a la historia de la Antigüedad ni satisface un aspecto específico de la misma sino que formula minuciosamente qué es la facción y cuál es su lógica interna. Se percibe aquí cómo Romero confecciona su quehacer histórico e historiográfico en el marco de su época desde la cual enhebra sus preguntas al pasado; no es la disciplina la que lo empuja a hilvanar su visión sobre un asunto con el hilo único del especialista sino la historia viva, su presente, la que lo lleva a urdir una conclusión cuya trama se refiere no tanto a la Antigüedad como a la vida histórica.

Su última publicación importante sobre la Historia Antigua es el libro De Heródoto a Polibio (1952) en el que analiza las concepciones historiográficas de los antiguos historiadores griegos pero encuadrando el estudio en lo que denomina el carácter bifronte de la historia, en la medida en que conviven necesariamente en ella la articulación del pasado con el presente, del saber histórico con la conciencia histórica. Esto se aplica tanto a la historiografía antigua como a la contemporánea, y, en rigor, a toda historiografía digna de ese nombre cualquiera sea su época; puesto que para José Luis Romero se trata en todo momento de no perder de vista que la importancia de la pregunta al pasado vivido radica en su significación en el presente vivo. Elaborado probablemente a partir de las indagaciones sistemáticas que el autor acomete a partir de ocupar la cátedra de Historia de la Historiografía en la Universidad Nacional de La Plata en 1942, el texto ofrece un recorrido por el pensamiento histórico griego en el que los nombres propios a destacar son Heródoto, Tucídides y Polibio. Antes de presentar las concepciones de los dos primeros, y tras establecer el carácter bifronte de la historia como punto de partida general y fundador del gesto historiográfico, Romero plantea las dos condiciones necesarias para que aparezca la historia en Grecia: la adquisición de una conciencia histórica y el espíritu clásico, un sistema de ideas que permite la configuración de la historia como saber. Con el análisis de la disgregación del espíritu clásico y la constitución del helenístico, el autor pone las condiciones de lectura que le permiten dar el salto temporal no desde los historiadores del siglo IV a.C. (a los que dedica un capítulo) sino desde Heródoto y Tucídides a Polibio, cuyos aportes a la comprensión del momento histórico de Roma en el siglo II a partir de su rol de portador de las ideas de la koiné helenística y su inscripción en los círculos políticos e intelectuales de la oligarquía ilustrada romana ya se han indicado a propósito del análisis del autor sobre la crisis de la república romana. Haciendo confluir unos problemas con otros, José Luis Romero muestra así, como ocurre con otros aspectos de su obra total, el entronque de los diferentes aspectos que va indagando con aquello que constituye su centro de interés cardinal.

Notas

[1] Aunque en una fecha posterior, es precisamente en torno a esta cuestión que Francisco Romero impulsa junto a otros intelectuales Realidad. Revista de ideas (1947-1949), en la que José Luis Romero publica varias notas y reseñas, tres de éstas referidas a la Historia Antigua, a raíz de la publicación por el Fondo de Cultura Económica de traducciones de libros de Theodor Mommsen (1947), Jacob Burckhardt (1947) y Ludwig Friedländer (1948).

[2] Las reseñas de esta época no se vinculan con el desarrollo de sus estudios de Historia Antigua, puesto que las cuatro dedicadas a libros sobre esta área de especialización las escribe a raíz de la traducción al español de obras –ya consagradas en sus idiomas originales– de Mikhail Rostovtzeff (1940), Mommsen, Burckhardt y Friedländer, estas tres últimas mencionadas en la nota previa. El objetivo de Romero es poner en conocimiento de los lectores hispanoparlantes las aportaciones de estas obras y la necesidad de leerlas. Para saber a quiénes lee Romero como especialista en Historia Antigua hay que recurrir al aparato bibliográfico, generalmente escaso como en el conjunto de su obra, citado en las notas a pie de sus trabajos.

[3] No es casual que en esta época publicara su texto sobre las concepciones historiográficas y las crisis (1943g).

Textos de José Luis Romero

1933a. La formación histórica, Santa Fe, Instituto Social de la Universidad Nacional del Litoral.

1936b. “Imagen y realidad del legislador antiguo”, Humanidades, nº 25, t. 2, pp. 311-329.

1938b. El estado y las facciones en la Antigüedad, Buenos Aires, Colegio Libre de Estudios Superiores.

1939e. “El problema de los contactos de cultura. Un tema actualísimo de la sociología”, La Nación, suplemento literario, 31 de diciembre.

1940b. “La concepción griega de la naturaleza humana”, Humanidades, nº 28, pp. 415-430.

1940g.  “Rostovtzeff en español” [Reseña: Historia social y económica del Imperio Romano], Nosotros, 2ª época, año V, nº 46-47, enero-febrero, pp. 111-115.

1942b. La crisis de la república romana. Los Gracos y la recepción de la política helenística, Buenos Aires, Losada.

1943e. “Los elementos hebreos en la constitución del espíritu helenístico”, Ínsula, año I, nº 2.

1943g. “Las concepciones historiográficas y las crisis”, Revista de la Universidad de Buenos Aires, 3ª época, año I, nº 3, julio-setiembre.

1944a. Bases para una morfología de los contactos de cultura, Buenos Aires, Institución Cultural Española.

1945c. “La helenización del judaísmo en el siglo II a.C.”, Humanidades, nº 30, pp. 67-94.

1947l. “Teodoro Mommsen: El mundo de los Césares” [Reseña], Realidad. Revista de ideas, vol. I, t. 1, enero-febrero, pp. 147-148.

1947m. “Jacob Burckhardt: Del paganismo al cristianismo” [Reseña], Realidad. Revista de ideas, vol. II, t. 6, noviembre-diciembre, pp. 440-442.

1948j. “Ludwig Friedländer: La sociedad  romana. Historia de las costumbres en Roma, desde Augusto hasta los Antoninos” [Reseña], Realidad. Revistas de ideas, vol. III, t. 8, marzo-abril, pp. 271-274.

1952b. De Heródoto a Polibio. El pensamiento histórico en la cultura griega, Buenos Aires, Espasa Calpe.

Textos sobre José Luis Romero y la Historia Antigua

Gallego, J. “José Luis Romero, entre la Antigüedad y la actualidad”, prólogo a J. L. Romero, Estado y sociedad en el mundo antiguo, 2ª ed. México, Fondo de Cultura Económica, 2012, pp. 9-44.

Gallego, J. “De Heródoto a Romero: la función social del historiador”, en J. E. Burucúa, F. Devoto y A. Gorelik (eds.), José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura, San Martín, Universidad Nacional de San Martín, 2013, pp. 165-184.

Plácido, D. “Prólogo”, en J. L. Romero, De Heródoto a Polibio. El pensamiento histórico en la cultura griega, 2ª ed. Buenos Aires, Miño y Dávila, 2009, pp. 7-12.