José Luis Romero y el ciclo de los “veinticinco años amargos”. Sus reflexiones en torno a las crisis de 1930 y de 1955

IGNACIO A. LÓPEZ
(INSTITUTO RAVIGNANI, UBA– CONICET)

En un clásico trabajo sobre las imágenes historiográficas de la década del treinta en la Argentina, Darío Macor colocó a José Luis Romero como el primero de los historiadores contemporáneos que –aún sin escapar de los apasionamientos coyunturales y del compromiso político como hombre público– pensó esa década, y los procesos de larga duración desatados durante aquellos años, con la templanza de un profesional de la historia.[1]

Si bien inicialmente la producción del medievalista sobre esos años giró en torno a sus interpretaciones del fenómeno peronista y la “línea” de un “fascismo” criollo, Romero articuló algunas ideas perdurables sobre esos años que sentaron bases para una renovación historiográfica posterior y que se volvieron cruciales para entender los dramas de un ciclo de larga duración que llamó el “de los veinte años amargos”.[2]

En 1946, Romero culminó sus Ideas políticas en Argentina en el año 1930, con el golpe que derrocó a Hipólito Yrigoyen. Así, esta culminación de la primera edición de Ideas, según bien señala Macor, le permitió a Romero alejar al texto de los “imperativos de la hora” sin renunciar por ello a su estatus de historiador profesional; y por otro lado, logró así presentar la historia argentina como un ascenso constante hacia la democratización.[3] En el prólogo de esa primera edición de Ideas, Romero advertía al lector que en la era colonial se había gestado la elaboración de dos principios políticos destinados a tener larga vida en la historia argentina: el principio autoritario y el principio liberal, al mismo tiempo que comenzó un “proceso de superposición” de cierta estructura institucional sobre una realidad que “apenas” la soportaba. Esta suerte de duelo de dos principios (el liberal y el autoritario), y por el otro, entre realidad y estructura institucional, constituirá, según él, el nudo del drama político argentino.[4] Al mismo tiempo, incorporaba allí un epílogo sugerente (“Sobre los interrogantes del ciclo inconcluso”) donde afirmaba que la era de la Argentina “aluvial” permanecía aún abierta. Sintetizaba allí de modo provocativo:

Las vicisitudes que ha sufrido la vida política argentina desde 1930 prueban que el ciclo histórico que en este libro se designa con el nombre de era aluvial se mantiene abierto, y que es difícil -o acaso imposible- determinar objetivamente y sin que influyan las preferencias personales la posible evolución futura. Ni el proceso social con que se inauguró, poco después de 1852, ni el proceso político en que se manifestó, a partir de 1880, la grave mutación interna, han recorrido todavía sus últimas etapas; y a estas horas las sucesivas sorpresas que depara a los argentinos el curso de su existencia política advierten al observador que deberán sufrirse mucho y muy variadas experiencias antes de que canalice dentro de un cauce regular el impulso social y político de la segunda Argentina, de la Argentina aluvial.[5]

En esas páginas, Romero ya esbozaba una mirada, en principio intuitiva, sobre la política de los años treinta que desarrollará en la segunda edición de Ideas en 1956. Por un lado, en ese epílogo, como señaló Macor, el año 1930 no significaba un quiebre que permitiese inaugurar una “nueva era”, sino que la Argentina aluvial, construida desde la segunda mitad del siglo XIX, se prolongaba más allá de ese límite como un “ciclo inconcluso”.[6] Por otro lado, la línea del “fascismo” argentino se fundía, durante esos años, en “nacionalismo” como gran familia de ideas y de defensores autóctonos que se alojarían en el poder en junio de 1943.

En el contexto del gobierno militar de 1955, que desalojó a Perón del poder, se produjo la segunda edición de Ideas (1956).[7] En este escrito se incorporaba la experiencia militar de 1943 y el gobierno peronista pero aún dentro de la “era aluvial”. Bajo un nuevo capítulo IX “La línea del fascismo”, anunciaba en 1956, que los años treinta se vieron reducidos a dos criterios claros: por un lado, el “modelo fascista” –floreciente con la fallida experiencia de Uriburu pero defendido posteriormente por importantes actores intelectuales y del mundo político– y por el otro, el de la “democracia fraudulenta”, que terminó imponiéndose en el corto plazo impulsada por algunos sectores castrenses y parte importante del arco partidario. El proyecto fascista y corporativista encarnado en el general Uriburu era para Romero “aristocratizante”, y apuntaba hacia los problemas del Estado “sin reparar en los problemas sociales que mantener los privilegios suponía”.[8] Para Romero, Carlos Ibarguren y su “Estatuto del Estado Nacionalista” eran los ejemplos más acabados del “fascismo” criollo promoviendo importantes modificaciones en el sistema representativo y en la forma del Estado argentino. Esta fallida experiencia dio paso a una etapa de “democracia fraudulenta”, pero los grupos fascistas y filofascistas prosperaron a mediano plazo irrumpiendo en el golpe de 1943. En un subtítulo de la edición de 1956 aparecía la “línea del peronismo” representando esta experiencia la fórmula acabada de un “nuevo orden” de la “Argentina aluvial”. Allí, Romero pincelaba trazos sobre el peronismo, caracterizándolo como una deriva criolla fascista con “universidades intervenidas, periódicos censurados, sindicatos obreros controlados y la administración y las fuerzas militares y policiales incondicionalmente al servicio de Perón”.[9] Pero también, Perón era caracterizado como “dictador” y como “caudillo demagógico” intentando, de alguna, captar diferentes facetas de su liderazgo y del modo de conducción que ejercía.[10] Resulta interesante, tal vez, descubrir cómo algunos análisis del fenómeno del ascenso de las masas argentinas durante los años treinta y su encuentro con Perón fueron expuestas en 1951 y adelantaron las tesis desarrolladas sistemáticamente por Gino Germani en su consideración sobre la experiencia peronista.[11] Así, Romero indicaba que durante los años treinta, la Argentina había vivido un proceso social de “cierta intensidad” caracterizado por el “ascenso repentino de las masas” con una combinación social y geográfica variada y particular. Sostenía en 1951:

Como ha de comportarse el complejo social que constituyen las masas argentinas, es cosa incierta. Pero algunos datos pueden obtenerse de ciertos hechos, pues se asiste al acrecentamiento de la influencia de la masa criolla especialmente en las ciudades. No debe desdeñarse el hecho de la despoblación de los campos, que ha de traer importantes consecuencias en el orden económico y social. Acaso alrededor de este problema se reordenan las filas para las contiendas políticas de los próximos cincuenta años.[12]

Así, en su intento de comprender el fenómeno peronista, Romero percibía la década del treinta como un “laboratorio de transición” –como magistralmente señaló Macor– en el que fundamentalmente se rastrean los elementos contribuyentes a la línea del fascismo nativo que terminó por imponerse luego de la experiencia autoritaria de 1943.[13] El peronismo resultó, así, una experiencia que combinó “autoritarismo” con movilización de masas y política plebiscitaria y cerraba un ciclo que le permitía englobar al período de 1930-1955 como el “ciclo de los veinticinco años amargos”.[14]

Algunos años más tarde de la segunda edición de Ideas, Romero publicó El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX (1965). En este escrito retomó los aspectos esenciales de Ideas; sin embargo, presentó una innovación en la caracterización del período 1930-1955. Así, el capítulo que correspondía a “La línea del fascismo” en Ideas transmutó a “La irrupción del cambio” (cap. 4) en El desarrollo... Algunas apreciaciones dio Macor sobre este giro en la interpretación de Romero sobre los procesos políticos de los años cuarenta y cincuenta: primero, la nueva obra abandonaba la categorización del peronismo como “fascismo” producto en una mirada más atemperada y distante del fenómeno; segundo, Macor sugiere un giro interpretativo vinculado a las mayores precisiones que las ciencias sociales (especialmente la sociología y la ciencia política) exigían, en esa hora, para la caracterización de los fenómenos políticos. Así, en 1965, el peronismo para Romero se transformaba en una “dictadura de masas”, y las mismas fuentes que habían contribuido a bosquejar esa “línea del fascismo” en la década del treinta y que conducían al golpe de 1943, permitían ahora pintar un cuadro más complejo sobre las ideas “nacionalistas” en su conjunto que iban desde Uriburu e Ibarguren, hasta el “nacionalismo económico” de Raúl Scalabrini Ortiz. Como señaló Macor, este Romero destacó mucho más la nueva concepción del Estado que estaba presente en los diferentes actores en la década del treinta y en el peronismo –incluso resaltando intervenciones de Alfredo Palacios sobre la necesidad de una ampliación democrática a través de un Estado “social”–.[15]

Fue durante esos años entre la segunda edición de Ideas y de El desarrollo cuando Romero publicó un trabajo crucial que ofrecía un análisis multidimensional del “enigma” argentino.[16] En 1959, publicó “La crisis argentina, realidad social y actitudes políticas” donde intentaba delimitar el problema argentino y los contornos de una crisis de “dislocamiento”. Esta crisis estaba caracterizada por la “ineficacia” de cualquier fuerza de homogeneización y por la pérdida de “vigor y fluidez” de la estructura económica y social que había caracterizado a la Argentina “aluvial”. El estado de ebullición característico de la última “era” de la sociedad argentina –conglomerado social heterogéneo y multiforme– se había pausado desde 1930 y buscaba un proceso de estabilización. Pero solo había encontrado una política de “clausura” de la clase política de los años “neoconservadores”. Allí, por tanto, en 1940, el país estaba sometido a una crisis política sin precedentes que hundía sus raíces veinte años atrás. Si el peronismo ensayó una “salida” autoritaria a esa crisis social y económica de inicios de los años cuarenta, el problema volvía a destaparse con su caída. En 1959, señalaba, de modo preclaro, algunas líneas argumentales que posteriormente profundizarán Guillermo O’Donnell[17] y Juan Carlos Torre[18] en sus célebres trabajos sobre el peronismo y el posperonismo. Decía al respecto:

Entre la formación de los grupos sociales y los delineamientos de las actividades políticas que correspondían a las nuevas situaciones había un destiempo. La brusca aceleración que caracterizó a los cambios operados en la estructura económico-social argentina no había sido acompañada por una vivacidad en la identificación de las situaciones políticas. (…) El cuadro actual es el de una crisis de dislocamiento frente a la cual no hay fórmula de salvación que pueda obtener un apoyo suficiente crecido como para asegurar el apoyo social a sus términos. Para las derechas, la solución es retrotraer a las clases populares a una situación de sumisión total, en nombre de la recuperación del país, que los empresarios nacionales y extranjeros (…) procuran realizar en beneficio propio. Para las fuerzas populares, la solución es la unión, obstaculizada por el fantasma de la dictadura peronista que aleja a los sectores más politizados de los importantes sectores que esperan el regreso de Perón. Tal es el cuadro de una crisis en la que la solución depende tanto del tiempo y de la decantación de las actividades como del deliberado delineamiento de las posiciones.[19]

Pero fue en 1976 cuando finalmente aparecería un trabajo decisivo en el cual Romero sistematizó aspectos del llamado “caso argentino” y donde profundizó algunos problemas de la democracia argentina, del autoritarismo y del desarrollo a lo largo de tres décadas (1930-1960). En el “caso argentino” sostendrá que la situación paradojal que vivía la Argentina y de sus “dificultades particularísimas” se debía a una serie de características con profundas raíces históricas y sociales. Allí sostuvo la tesis central de Ideas que consistía en que la vida política argentina revelaba el vigor de la “concepción democrática” robustecida durante el período de la Argentina “aluvial” y en notorio avance. Sin embargo, hacia 1930 ese avance se convirtió en impasse y se planteó abiertamente un enfrentamiento entre “democracia” y “autoritarismo”. El “escepticismo político” y una “concepción democrática debilitada” caracterizarían el período que iba de 1930 a 1945. En esa misma coyuntura, comenzó el “estatismo” como fórmula económica bajo la influencia de los sectores militares.[20] Esta intervención estatal en la economía se llevó a cabo mediante la creación de nuevos instrumentos de política económica y bajo los nuevos lineamientos de un “Estado neoconservador” –dominado por la vieja “oligarquía agropecuaria” empeñada en la defensa de sus intereses– pero que también alentaba transformaciones en el campo industrial y modificaba el paisaje urbano con un proceso natural de migraciones internas.[21] La economía peronista fue continuidad, en muchos aspectos, de estos lineamientos suscitados durante los años treinta. Finalmente, dentro de ese cuadro de transformaciones, se produjo la aparición del intento autoritario de Perón que nació en una revolución “pretoriana” como la de 1943. El poder autoritario, así, había delineado una política social de “corte populista” y una política económica “nacionalista”.[22] Sin embargo, el desarrollo del autoritarismo que “no enervó el sentimiento democrático” sino que por lo contrario, lo “tonificó”. La tensión entre los dos principios prefigurados en la era colonial, la pulsión liberal y la autoritaria, estaba intacta y con difícil equilibrio.

La caída de Perón en 1955 había desatado una crisis ardua de resolver como anunció en 1959. Pero en 1976, advertía Romero, que si para amplios sectores la vuelta de Perón pudo significar un intento de “salida”, ésta terminó siendo “catastrófica”. El retorno de Perón al poder en 1973 sólo probaba que ese experimento estaba “indisolublemente unido a su figura carismática” y que las huellas del “populismo” en la sociedad argentina serían perdurables. Aunque el final del escrito se tornaba sombrío, es posible advertir que Romero sospechaba que el autoritarismo estaba destinado al fracaso, y que la Argentina de esos años había vuelto a confiar en la causa democrática. Sólo la democracia –ahora enriquecida, dirá, por la “vasta experiencia social de esos treinta años”– podía prefigurar una salida a la “crisis argentina”.[23] Esta sería finalmente lograda en 1983, seis años después de su fallecimiento.


[1] Macor, Darío, “Imágenes de los años treinta. La invención de la década del treinta en el debate político intelectual de la Argentina sesentista”, Documento de Trabajo, No. 3, Programa de Estudios Interdisciplinarios de Historia Social CAID 93-94, UNL, Santa Fe, 1995, p. 3.

[2] Sobre una mirada más amplia acerca de José Luis Romero y el fenómeno del fascismo, cfr. el texto de Andrés Bisso en esta web: José Luis Romero frente al fascismo y al antifascismo.

[3] Macor, op. cit., p. 4.

[4] Romero, José Luis, Las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. 11. Utilizaremos la edición de FCE de 1956 que contiene el prólogo y el epílogo original de 1946.

[5] Ibíd., p. 257.

[6] Macor, op. cit., p. 5.

[7] Para un análisis del golpe militar de 1955, cfr. Romero, José Luis, “La Revolución de 1955”, en Strasser, Carlos, Tres revoluciones (Los últimos veintiocho años), Buenos Aires, Perrot, 1959.

[8] Romero, op. cit., p. 229.

[9] Ibíd., p. 248.

[10] Romero, José Luis, “El drama de la democracia argentina”, Revista de la Universidad de Colombia, No. 5, Bogotá, enero-marzo de 1946, en Romero, José Luis, El caso argentino y otros ensayos, Buenos Aires, Hyspanoamérica, 1987, p. 30.

[11] Germani, Gino, Estructura social de la Argentina, Raigal, Buenos Aires, 1955; y Política y sociedad en una época de transición (de la sociedad tradicional a la sociedad moderna), Paidós, Buenos Aires, 1962.

[12] Romero, José Luis, “Indicaciones sobre la situación de las masas en Argentina”, en Social Science, octubre de 1951, en Romero, José Luis, El caso… cit., p. 76-77.

[13] Macor, op. cit., p. 10.

[14] Romero, Ideas… cit., p. 256.

[15] Romero, José Luis, El desarrollo de la ideas en la sociedad argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1965, pp. 166-189.

[16] Si bien Romero no utiliza la idea de “enigma” la tomamos libremente de la importante obra de Félix Weil. Cfr. Weil, Félix, Argentine Riddle, New York, The John Day Co., 1944. Sí utilizará recurrentemente la idea de “crisis” argentina. Sobre José Luis Romero y la idea de “crisis” en la historia, cfr. el texto de Julián Gallego en esta web: José Luis Romero: Crisis.

[17] Cfr. O’Donnell, Guillermo, “Un juego imposible: Competición y coaliciones entre partidos políticos en Argentina, 1955-1966”, en Modernización y Autoritarismo, Buenos Aires, Paidós, 1972.

[18] Cfr. Torre, Juan Carlos, “Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo”, Desarrollo Económico, vol. 28, No. 112, 1989, pp. 525-548; también “La crisis argentina de principios de los años cuarenta y sus alternativas. El peronismo y los otros” (Apéndice) en La Vieja Guardia Sindical y Perón, Buenos Aires, Eduntref, 2006.

[19] Romero, José Luis, “La crisis argentina. Realidad social y actitudes políticas”, Política, No. 1, Caracas, septiembre de 1959, en Romero, José Luis, El caso… cit., pp. 96-97. El subrayado es propio.

[20] Romero, José Luis, “El caso argentino”, trabajo presentado en el seminario “Problemas de la democracia, el autoritarismo y el desarrollo en los asuntos hemisféricos”, Center of Inter American Relations, Nueva York, 1976, en Romero, José Luis, El caso…. cit., p. 103.

[21] Ibíd., p. 104.

[22] Ibíd., pp. 104-108.

[23] Ibíd., pp. 110-111.