Fernán Pérez de Ayala y su actitud histórica

JOSÉ MARÍA CHACÓN y CALVO

Don José Luis Romero nos ofrece una acabada monografía sobre “Don Fernán Pérez de Guzmán y su actitud histórica”. Partiendo de la admirable semblanza que nos da Menéndez y Pelayo del señor de Batres en el tomo IV de su “Antología de Líricos Castellanos”, nos ofrece su retrato histórico, que no puedo menos de llamar ejemplar, del prócer castellano del siglo XV. Fernán Pérez de Guzmán, próximo deudo del canciller López de Ayala, el poeta del “Rimado de Palacio”, el severo historiador de la “Crónica del Rey Don Pedro”, para el joven maestro argentino “posee dentro de España el valor de un símbolo y se ofrece a nosotros cómo una clave reveladora de múltiples secretos”.

Fernán Pérez de Guzmán nace en el último tercio del siglo XIV, hacia 1319, y muere alrededor de 1460. Militó junto a los infantes de Aragón en una de sus rebeliones contra el poder real: es así enemigo del condestable don Alvaro de Luna, el valido cuyas condiciones de estadista son hoy, generalmente, reconocidas. En la batalla de Higueras, en 1431, acaba la vida pública del historiador, poeta y moralista. Por razones que nos resultan oscuras, dice Romero, resolvió abandonar la vida publica y retirarse a su castillo de Batres. Comienza entonces la vida literaria de don Fernán Pérez de Guzmán: en su retiro (“entre labradores vivo” ha de decir con espíritu de humildad un poco folklorista) escribe, entre diversas obras, dos que han hecho pasar su nombre a la inmortalidad: una en prosa, “Generaciones y Semblanzas” (editada en el tomo 68 de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivandeneyra), y otra en verso, “Loores de los claros varones de España”, reproducida por Menéndez y Pelayo, en el tomo I de su Antología de Poetas Líricos Castellanos.

Más que poeta (Menéndez y Pelayo recuerda la expresión de Clarus, el hispanista alemán, que llamaba “setos de espinas” a los versos del señor de Batres), Pérez de Guzmán fue un moralista. Y como tantos otros de España podemos situarlo en la tradición del filósofo de Córdoba que fue maestro de Nerón. En “Loores de los claros varones de España”, en los versos dedicados a los sabios, primer nombre que aparece es el de Séneca:

De filósofos et autores

uno fue Seneca hispano.

Más adelante, al cantar las glorias de Córdoba, vuelve a citarse al gran estoico:

No sólo entre las muy buenas

cibdades es de contar

Córdoba; mas otra Atenas

es bien digna de notar

si de Seneca nombrar,

nos delecta, et de Lucano;

et de Abénruyz pagano

nos place su comentar.

Y cuando remata el elogio de los Reyes, vuelve una expresión de Séneca a expresar el estado de ánimo del moralista poeta;

Seneca, maravilloso

filósofo et sabidor

dice que todo sabor

en la fin es más sabroso.

A mí muy dulce et gracioso

me es de este señor tratar

en quien comienzo a fablar,

et fago fin et reposo.

Por último, cuando muere el sabio obispo de Burgos, don Alonso de Cartagena, que tanto influyó en el Señor de Batres, la comparación con Séneca surge espontánea en la alegría que le dedicó Fernán Pérez de Guzmán:

Aquel Séneca espiró

a quien yo era lucilo:

la fecundia y alto estilo

de’España con el murió:

así que no solo yo,

mas España en triste son,

debe plañir su Platón

qu’en ella resplandeció.

El reconocimiento que debía el prócer a la sabiduría y santidad del Obispo (uno de los grandes conversos de la España medieval) está expresado con emoción poética, no frecuente en los versos del historiador y moralista:

La yedra so cuyas ramas

yo tanto me delectaba;

el laurel que aquellas flamas

ardientes del sol tempraba,

a cuya sombra yo estava;

la fontana clara y fría

donde yo la gran sed mía

de preguntar saciava.

En la aguda exégesis que hace el ensayista argentino del pensamiento de Fernán Pérez de Guzmán debemos distinguir tres aspectos: la concepción política, que va del Estado feudal al Estado moderno; la concepción de la nación, que discurre de la España fragmentada a la España peninsular, “la España de las tradiciones romanas y visigodas”, y la concepción de la vida histórica, en la que vemos al prócer con una aguda preocupación por la historia verdadera y manifiesta insistentemente sus dudas acerca de la validez de ciertos datos cuando cree que puede ponerse en duda su origen. Insiste don José Luis Romero, en su admirable estudio, en el criterio del Señor de Batres, que consideraba “como un motivo fundamental de la inexactitud histórica la voluntad consciente del historiador de desfigurar la verdad por circunstancias ajenas al estricto menester histórico”. De ahí su desprecio por la crónica de encargo, “la más vil forma de la narración histórica”; sus datos le resultan siempre, por principio, sospechosos.

Así aparece Pérez de Guzmán en el retrato histórico que el medievalista argentino traza del personaje, “como un extraordinario testigo de la situación espiritual de su tiempo, que revela cuál es el complejo haz en el que se aprietan, imperfectamente compenetradas, las viejas y las nuevas ideas, las nacientes aspiraciones y los ideales vernáculos, el menguante y el naciente saber”. Fernán Pérez de Guzmán, sobrino del canciller López de Ayala, próximo deudo del Marqués de Santillana y de cuya estirpe iba a nacer un poeta no menor que Garcilaso de la Vega, es, en la semblanza de José Luis Romero, un singular espíritu, “en el que germinan y florecen sobre la tierra fértil de la Edad Media, las promisorias semillas de la modernidad”.