Itinerario de un problema: “Annales” y la historiografía argentina (1929-1965).

FERNANDO J. DEVOTO

a Blanca y Juan

La llamada escuela de «Annales» ha suscitado un creciente interés historiográfico en los últimos quince años, que acompaña la convicción cada vez más difundida del rol central que desempeñó en las transformaciones de la profesión en este siglo. El nombre «Annales» se convirtió en prestigioso y los beneficios que de ello podrían obtenerse no escaparon al interés de miembros de la profesión, que se han dedicado con ahínco a asociarse a una forma de hacer historia «a la manera de» o a aprovechar las posibilidades que brindaban la realización de numerosos encuentros académicos internacionales dedicados a estudiarla [i]. Ello llevó también a indagar acerca del papel de la nueva historiografía francesa en América Latina que, dado el acotado desarrollo alcanzado por los estudios sobre historiografía contemporánea en la región, se poblaron de artículos ocasionales realizados por reconocidos historiadores generales[ii].

Acerca de las relaciones entre «Annales» y la historiografía argentina se presentaron dos ponencias que propusieron perspectivas entre sí muy diferentes[iii]. El artículo de Juan Carlos Korol reflexionó sobre un período específico, los sesenta, y desde una perspectiva de historia de las ideas históricas se preguntó acerca de la influencia de «Annales» sobre los nuevos historiadores argentinos, nucleados en torno al Centro de Historia Social y a la figura de José Luís Romero. La comprobación de Korol es que la influencia de «Annales» no puede recla­mar ningún monopolio excluyente; ella fue significativa pero una entre otras. En realidad, desde una perspectiva general, como la utilizada por el autor del artículo, sería difícil concluir en modo diferente, teniendo en cuenta que era un período surcado por tantos debates e influencias intelectuales como los años del posperonismo, tratándose además de una tradición tan heterogénea y poco doctrinaria como «Annales», y de un grupo de historiadores argentinos procedentes de orígenes diversos y entre los que sólo algunos pocos pasarían por una experiencia, mediata o directa, francesa. Ello no sería diferente de lo que ocurrió con «Annales» en otros contextos euroatlánticos, de ninguno de los cuales podría decirse –como alguien señaló propósito del departamento de Filosofía de la Universidad de San Pablo, creado ex nihilo por una misión académica gala– que se tratasen de departamentos franceses de ultramar[iv]

Las observaciones de Pelosi, que abarcan un arco bastante más amplio, comenzando desde los años treinta, son mucho más exclusivamente descriptivas: la autora se limita a recopilar puntualmente referencias eruditas, événémentielles, de la presencia de historiadores de aquella tradición como Lucien Febvre y Fernand Braudel en Buenos Aires, en general a través de las noticias periodísticas.

Nuestro interés es diferente al de los dos estudiosos antes mencionados. El punto de partida es que los encuentros entre los distintos historiadores de «Annales» y diferentes personas y grupos argentinos constituyeron más bien momentos específicos y singulares –en el sentido que se dieron en específicos contextos historiográficos e institucionales y de que involucraron en cada caso a personas no sólo con disímiles estrategias profesionales sino insertas en redes académicas también ellas diferenciadas. En cierto modo, todo el problema puede verse menos como la influencia (o si se prefiere interacción) de «Annales» sobre la historiografía argentina que como distintos episodios no necesariamente inconexos pero entre sí autónomos, de relaciones entre sucesivas generaciones y grupos franceses y argentinos. Parafraseando el título de un conocido trabajo[v], también aquí podríamos preguntamos acerca de continuidades y discontinuidades de una relación institucional e historiográfica.

El comienzo de las relaciones entre los fundadores de «Annales» e historiadores argentinos permanecen en las sombras, aunque el difícilmente accesible archivo personal de Lucien Febvre podría revelar pistas más ciertas. Nada puede, sin dudas, extraerse de presencias meramente institucionales, como la de Ravignani en el Comité Internationale de Synthèse y de la correspondencia, apenas protocolar, intercambiada entre éste y Henri Berr6; nada tampoco acerca de la presencia en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de Albert Mathiez, quien si en público podía ser considerado un hombre en el espíritu de «Annales», en privado era tratado con un cordialidad mucho menor, que no hacía más que confirmar cuánto la revista y el historiador de la Vie Chère pertenecían a círculos profesionales bien diferentes[vi] [vii].

El primer indicador de una relación directa que he encontrado, es un paso en una carta de Marc Bloch a Lucien Febvre de septiembre de 1929, en la que bajo el rubro Abonnements de service, aparece el nombre de Levene junto al de otros historiadores o economistas que solicitan el envío gratuito de la revista, a lo que el historiador del medioevo se opone[viii]. La segunda referencia, en este caso intelectual pero que presupone alguna otra vía de contacto personal, lo constituye la recensión que Lucien Febvre hace de las Investigaciones acerca de la Historia Económica del Virreinato de Ricardo Levene, en la revista Annales en 1930. Se trata de un comentario extremadamente elogioso que es bien revelador para aquel que tenga presente las corrosivas críticas bibliográficas incluidas en Combats pour l’Histoire. Aunque es bien evidente que el historiador de Lutero ejercía su crítica en modo mucho más devastador hacia períodos que conocía mejor y hacia autores con los cuales tenía no sólo discrepancias historiográficas sino competencias o conflictos institucionales o de poder académico, no dejan de sorprender las expresiones laudatorias sin reservas hacia un libro juzgada una «très attachante histoire du dévélopement economique», un trabajo «substantial» pese a su título modesto, con capítulos «très neufs» sobre los orígenes económicos de las villas y una excelente descripción de la vida económica virreinal. En síntesis, para Febvre el libro de Levene era, no sólo una contribución de primer orden para la historia argentina, sino un aporte a muchos problemas de la historia general[ix].

El capítulo siguiente es ya bien conocido: la visita de Lucien Febvre a Buenos Aires en 1937 invitado por el Instituto de la Universidad de París. Los dos ciclos de conferencias que el historiador francés desarrolló en Buenos Aires, en el ámbito de la Facultad de Filosofía y Letras, y presentado por el Prof. José A. Oría –además de una conferencia en el Instituto del Profesorado–, no dejaron de concitar una destacada atención periodística (que incluía bastante extensas reproducciones de los contenidos desarrollados en las charlas sucesivas), como correspondía a un profesor del Collège de France. Obviamente, un nuevo capítulo de la relación con Levene se desarrolló con la visita de Febvre a una sesión pública de la Junta de Historia y Numismática donde aquel lo presentara como «eminente historiador francés»[x].

Los intermitentes contactos entre la primera generación de «Annales» y la «Nueva escuela histórica» no han dejado de generar preguntas, que contienen ilusiones retrospectivas, acerca de los obstáculos que impidieron una mayor clarividencia de los historiadores argentinos hacia el papel renovador de sus homólogos franceses; aún cuando va de suyo que no serían los únicos que carecieron de esas virtudes adivinatorias hacia las potencialidades liberatorias de aquella forma de hacer historia. La búsqueda de una explicación vía el desinterés que los estudiosos de la historia argentina habrían tenido hacia sus homólogos europeos, por no dedicarse a temas americanos, parece del todo superficial. Efectivamente el interés por temas europeos no impidió el entusiasmo que, hacia la figura de Albert Mathiez, tendrían Emilio Ravignani (y que quizás seducido por las persuasivas comparaciones propuestas por aquél entre revoluciones francesa y rusa, se interesó en comprar para la biblioteca del Instituto las obras de Lenin) y su principal discípulo Ricardo Caillet-Bois.

Si no deja de ser previsible que una relación establecida principalmente vía Levene, enfriara los entusiasmos de los historiadores nucleados en ese centro alternativo que era el Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras, no deja en cambio de sorprender que la Junta, territorio de aquél, no haya aprovechado la visita de Febvre para designarlo miembro correspondiente. Si no lo hizo no fue ciertamente en función de sus intereses temáticos ya que otros destacados estudiosos de historia europea, como Jerome Carcopino, habían sido incorporados antes y otros, como Benedetto Croce, lo serían poco después, ni tampoco por su mayor o menor prestigio. Diez años más tarde un no tan joven pero sí todavía casi desconocido historiador francés, Fernand Braudel, sería rápidamente nombrado Académico correspondiente, aún antes de la publicación de La mediterranée. Tampoco pueden tomarse en consideración razones ligadas con las orienta­ciones historiográficas de Febvre. Finalmente Paul Rivet, miembro correspondiente de la Junta, figuraría entre los miembros del comité de Redacción de «Annales» desde 1936 y Carcopino, otro integrante, mantendría también cordiales relaciones personales e historiográficas con los directores de la revista. Más plausible sería sí señalar que ese menor interés podía derivar de las diferentes redes académicas que articulaban a los hombres de la Junta o a los del Instituto con aquellos que habían promovido la visita de Febvre y que presumiblemente también mediaran sus relaciones con el mundo académico argentino.

Ciertamente, un modo sencillo de resolver el problema de la discontinuidad de las relaciones en los treinta sería apelar a la incompatibilidad personal o historiográfica entre los fundadores de «Annales» y los hombres de la «nueva escuela». Acerca de la primera, cuestión, que Croce incluiría dentro de aquellas que reflejan el punto de vista del camarero, nada diremos. Acerca de la segunda, nada indica tampoco que esas gigantescas diferencias que han buscado observarse (lícitamente) desde al menos los años sesenta, parecieran tan evidentes en aquellos años de entreguerras, cuando «Annales» no estaba llamada a cumplir la misión de producir una revolución historiográfica. He ahí lo que el compte rendu de Febvre (o la relación Berr-Ravignani) pareciera sugerir: o que no había una decisiva incom­patibilidad historiográfica evidente para unos y otros —tal cual hoy nosotros podemos sí claramente percibir–, o, si se prefiere otorgar un carácter de politesse a las manifestaciones de estima intelectual o de pertenencia institucional, que unos y otros no habrían estado dispuestos a colocar esas posibles diferencias por sobre sus estrategias e intereses profesionales.

Un modo diferente de enfocar el problema sería pensar en la necesidad, o si se prefiere la funcionalidad, que para cada uno de los actores colectivos involucrados hubiera podido tener una relación más intensa. Pensando en términos de funcionalidad, parece evidente que la «Nueva escuela», en plena hegemonía historiográfica e institucional en la Argentina, no tenía necesidad de desarrollar vínculos estrechos con grupos particulares de historiadores europeos. En el contexto latinoamericano la situación era diferente, en función de los intereses comunes que imbricaban en todos los ámbitos latinoamericanos (y aún entre estos), élites políticas, academias de la historia, pedagogía cívica e intereses nacionales territoriales. En cualquier caso, en relación con Europa, el grupo de Levene privilegió siempre las relaciones con España (sobre todo las Universidades Complutense y de Sevilla), adonde fueron enviados sus discípulos más destacados. Ello era el resultado de relaciones institucio­nales mucho más antiguas, a partir del recordado viaje de Rafael Altamira, de posibles identificaciones historiográficas –sin embargo cuando Levene propuso un modelo para la Historia de la Nación Argentina (que eu realidad se parecía a la historia dirigida por Lavisse y Rambaud) sugirió la colección L’evolution de l’humanité dirigida por Berr[xi] y no alguna de las historias de la civilización española. Un punto decisivo de aquella relación privilegiada con España lo constituían seguramente las afinidades lingüísticas: era la vía obligada para historiadores que por lo general sólo dominaban el castellano.

Para los primeros «Annales» la cuestión de la funcionalidad es algo más compleja. Es claro que el nacimiento de la revista servía como punta de lanza de un proceso de emergen­cia de un nuevo grupo de historiadores ubicados dentro, pero en posiciones no centrales, del campo académico. La estrategia de Bloch y Febvre era claramente competitiva hacia los grupos consolidados y la misma aparición de «Annales» buscaba, entre otras cosas, ocupar el terreno de la por entonces debilitada Revue d’Histoire Économique et Sociale (y no como se ha dicho el de la Revue Historique), órgano más bien de una historia de las doctrinas económicas y expresión de las Facultades de Derecho. La estrategia era claramente indirecta ya que pasaba por ocupar un territorio no central, ni institucional ni temáticamente: la historia económica. Las armas empleadas eran una mayor relación con las dimensiones con­temporáneas, tratando de lograr (bastante infructuosamente por cierto) llegar a un público más amplio que el de los historiadores profesionales. La presencia en sus páginas de hombres de empresas, funcionarios del BIT, economistas, administradores públicos y sociólogos revela bastante bien un doble sentido de interdisciplinariedad y, en la parte que concierne a lo contemporáneo, de alta divulgación más que de erudición. El sabor técnico y la asepsia política acompañaban la propuesta y si el primer tomo de la correspondencia Bloch-Febvre no fuera bastante convincente acerca de ello, la publicación, por ejemplo, de artículos neutros acerca de la situación de la Italia mussoliniana, o la ambivalente disponibilidad a aceptar colaboraciones para la revista de académicos prestigiosos, pero ideológicamente no adversos al régimen, lo confirmarían[xii].

Es claro que no resultaba fácil encontrar un público interesado a la vez en problemas muy específicos de historia medieval y en la crisis bancaria de los países centroeuropeos en la posguerra, y ello comportó dificultades en los primeros años de la revísta. En esa estrategia, como en la de cualquier grupo intelectual más o menos marginal, un papel impor­tante lo desempeñaba el desarrollo de activas redes, personales e institucionales, internacio­nales que compensaran en prestigio y posibilidades la débil situación interior. El punto fue muy importante en los objetivos de Bloch, Febvre y los primeros «Annales», sobre todo en el terreno historiográfico que es donde la batalla debía darse. Aquellos desarrollaron políticas muy activas tanto hacia el Comité Internacional de Ciencias Históricas, como hacia algunos colegas, en especial Henri Pirenne, con los cuales organizar una Revue Internationale d’ Histoire Economique, antecesor fracasado a nivel europeo del proyecto que luego coagulará en «Annales»[xiii]. En ésta la preocupación por una apertura a estudiosos de otras naciones era muy grande, junto con el interés por sociedades no europeas, señaladamente Estados Unidos y Japón. Con todo la dificultad para encontrar colaboradores era un rasgo visible de la revista salvo, como es obvio, para aquellos temas específicamente históricos donde las relaciones de sus directores eran más densas e intensas[xiv].

La situación se agravaba para el caso Latinoamericano, donde, como reconocía Bloch en carta a Febvre, existía una terrible laguna, incolmable ya que no había ni siquiera nombres a proponer[xv]. En realidad ese interés por América Latina, más explícito en Febvre, encuentra su eco en los comptes-rendus que éste realiza en la revista. También allí es visible que la mayoría de los autores reseñados son estudiosos europeos que se ocupan de América latina y no latinoamericanos, de donde el caso de Ricardo Levene o, para la Argentina más tarde el compte-rendu de R. Musset sobre un libro de F. Soldati, permanecen como excepciones en el período 1929-35 de la revista[xvi]. En este contexto, el viaje de Febvre a Buenos Aires, quizás movido más por cuestiones personales que por un interés académico[xvii], no parece haber servido, hasta donde permiten verlo las fuentes consultadas, para una intensificación de aquellas relaciones con la Argentina, sino para legar una agenda al período sucesivo. América Latina era para los fundadores de «Annales» más un área potencialmente interesante, sobre todo para Febvre que conservó largamente esa preocupación, que un ámbito donde sus conocimientos historiográficos y sus contactos personales efectivos les permitiesen efectivamente operar. La primera fase de «Annales» sería, los «Melanges offerts a L. Febvre» lo revelarían adecuadamente, una empresa primordialmente francesa y, secundariamente, europeo occidental[xviii].

La llegada a Buenos Aires en 1947 de Fernand Braudel, procedente de Brasil (donde permaneció en total varios meses) y antes de dirigirse a Chile, inaugurará una nueva etapa de las relaciones entre «Annales» y la historiografía argentina. Ante todo, se trataba de un historiador con una buena experiencia acerca de América Latina, como resultado de su participación en la misión francesa destinada a montar la Facultad de Letras de la Universidad de San Pablo y que además incluía entre sus específicos intereses profesionales la historia de América Latina. Ello podía ser el resultado tanto de las amables recomendaciones de Lucien Febvre para que no desatendiera sus preocupaciones hacia la historia latinoamericana o de sus intereses históricos culturales, como se ha señalado[xix], como también (quizás) de una de las líneas de la estrategia profesional que llevaba a cabo Braudel, buscando en ella una de las posibles formas de inserción institucional estable en la Universidad, antes de su incorporación al Collège de France en 1949. En efecto, en los años inmediatamente precedentes a su elección, el autor de La Mediterranée no sólo había dictado un curso semestral (entre 1946 y 1949) sobre América Latina, en el Institut d’Études Politiques de París, sino que había dedicado cierto tiempo a la realización de reseñas sobre libros de la misma temática y a participar activamente en la organización de un número especial dedicado a América Latina de la revista «Annales» de 1948.

La visita a Buenos Aires de Braudel generó mucho menos eco público que la de Febvre diez años antes, si se la juzga por el espacio que le dedicó el periodismo argentino. La Nación sólo publicó pequeñas informaciones acerca de su llegada y los días en que dictaba sus conferencias, en las que apenas indicaba el lugar y el título de las mismas. Incluso la afiliación institucional de Braudel era descrita confusamente: profesor de la Escuela de Altos Estudios a la que se suponía integrante de la Sorbona[xx]. Ciertamente el menor conocimiento previo de su obra (la que por lo demás era hasta entonces bastante escasa, en términos franceses), el menor prestigio de su pertenencia institucional y de la institución invitante, el Instituto Francés de Estudios Superiores, lo explican. Sin embargo, su visita fue mucho más fructífera que la de Febvre en el nivel de las relaciones informales que anudó con historia­dores argentinos. Los contactos involucraron a la Academia Nacional de la Historia (la que algunos meses después de su paso por Buenos Aires lo designaría en septiembre de 1947[xxi] miembro correspondiente), a un antiguo colaborador de «Annales», Claudio Sánchez Albornoz y, sobre todo, al grupo de estudiosos alejados de la Universidad oficial que se nucleaba en torno a José Luis Romero. Con estos establecería contactos perdurables que revelan que, aún cuando el interés historiográfico hacia América Latina disminuiría paulati­namente en Braudel desde 1949, y sobre todo luego del despegue del Centre de Recherches Historiques en 1953, su interés, en el marco de lo que ha sido llamado su «diplomacia de las ideas», en construir una nueva red, no sólo europea, de solidaridades profesionales, perduraría como una tendencia de largo plazo. Esa perdurabilidad se refleja en la parte del archivo personal de Braudel (A-R) catalogada hasta febrero de 1995: ninguna carta dirigida a Levene o a otro miembro de la Academia Nacional de la Historia aparece en él y si numerosas intercambiadas tanto con José Luis Romero como con Tulio Halperin[xxii].

Las afinidades entre «Annales» de la segunda posguerra y el grupo de José Luis Romero son inmediatamente identificables. En primer lugar, ambos eran sectores marginales en sus respectivos mundos académicos y aunque ello era mucho más visible y efectivo en el caso del grupo argentino que estaba llanamente fuera de los cuadros institucionales y en conflicto abierto con el poder político peronista, no es menos cierto que Braudel y los restantes miembros de la VI Sección se percibían a sí mismos en los años de la inmediata posguerra –contra lo que un tardío inventario prolijo de recursos financieros disponibles, de contactos con el mundo oficial o de dominio de posiciones claves como el Jury de la Agregación sugieren– en los bordes de la corporación y fuertemente hostilizados por los historiadores de otras parroquias, tradicionales o no. Con todo, en este punto, no es ocioso recordar que uno de los principales adversarios de los «Annalistes» en la segunda posguerra sería ya el grupo de Pierre Renouvin, que expresaba a la vez a la Sorbona y al Instituto de Relaciones Internacionales, y no los historiadores historizantes supérstites.

En segundo lugar, ambos buscaban resolver esa real o presunta marginalidad desde una fuerte estrategia de internacionalización que compensara, con las relaciones externas, las debilidades políticas o institucionales interiores. Al hacerlo así ambos grupos tendían necesariamente a encontrarse, más aún porque ambos operaban en ese espacio historiográfico, no tan ancho pero sí muy heterogéneo, no ocupado ni por los grupos académicos tradicionales ni por las formas de contestación periacadémicas e ideológicas.

En tercer lugar ambos utilizaban como arma de combate la apelación a una forma de historia que desafiaba al ejercicio clásico de la profesión, colocándose en posiciones renovadoras. Aunque aquí tal vez habría que sugerir que mientras los «Annales», hasta Braudel, proponían alguna forma de superación de la historia erudita que en realidad contenía a ésta, o al menos valoraba los cánones de ejercicio del oficio que ésta había establecido, los historiadores argentinos, con algunas excepciones, se enfrentaban mucho más radical y frontalmente con las premisas de aquella. Las raíces historiográficas para esa renovación, no dejaban de ser ellas también muy diferentes, entre la nueva historia social y económica francesa y la historia de la cultura de impronta romeriana. La búsqueda de esas divergencias puede encontrarse muy fácilmente contraponiendo las premisas de dos textos como las “Reflexiones sobre la Historia de la Cultura” de Romero con “Historia y Ciencias Sociales” de Braudel, separados entre sí por apenas cinco años, o releyendo las reticentes observa­ciones de aquel en un comentario de la “Apologie pour l’histoire” de Marc Bloch, en las páginas de Imago Mundi[xxiii]. Por lo demás, en esta misma revista, la presencia, en los comentarios críticos o en la sección “Bibliografía para una Historia de la cultura”, de obras en la tradición de «Annales» quedaba bastante diluida, no sólo ante las distintas formas de historia de las ideas, del arte, de la literatura, de la ciencia, sino también ante otras tradiciones historiográficas europeas, como la italiana,

Quien había inmediatamente percibido todas aquellas diferencias era Tulio Halperin quién en su primera carta a Braudel elogiaba en forma entusiasta La Mediterranée ya que veía en ese libro cómo, desde el respeto tradicional al dato erudito y no desde su negación, se podían hacer cosas «tanto más finas y penetrantes» que la de los historiadores historizantes y sin las gratuidades o arbitrariedades que juzgaba tenían la historia de las ideas o la historia de la cultura. Halperin señalaba que una obra como La Mediterranée podía hacer muchísimo bien para alejar a los mejores de entre los historiadores e intelectuales en general del influjo que había llegado a la Argentina «hace veinticinco años de la Revista de Occidente y que servía para considerar a casi todo lo demás como ‘positivismo superado»[xxiv] . Esa búsqueda en Braudel de una forma ejemplar de ejercicio de las virtudes filológicas de la profesión, es lo que el mismo Halperin recuerda encontraría en su estadía francesa, en las reuniones de seminario con Braudel, en las cuales todo podía a veces resumirse en presentar y exprimir una carta comercial en veneciano o en tratar de hacer (como le pasaba a un condiscípulo) «efforts heroïques» para datar un documento sobre Nápoles[xxv]. Lo interesante no es quizás comprobar que eso fue lo que el autor de Revolución y Guerra encontró en Braudel, ni que esa fuera la única faceta historiográfica de Braudel, sino que eso era en realidad también lo que había ido a buscar («se trata para mí de aprender a usar del material en bruto y sacarle el jugo»[xxvi] ).

El cuadro descripto colocaba entonces las relaciones entre «Annales» y lo que poco después sería Imago Mundi en una situación de necesidad recíproca pero a la vez de fuertes tensiones potenciales y efectivamente esa será la situación que signará la fecunda pero ni sencilla ni lineal interacción entre ambos grupos. Si esas diferencias historiográficas no adquirían un peso decisivo no era sólo por los intereses comunes de ambos grupos sino porque ninguno de ellos poseía una concepción lo suficientemente doctrinaria como para buscar fundar una escuela en base a afinidades bien delimitadas. En la estrategia braudeliana de creación de una red de correspondientes ello es bien visible, pero también lo es, si mirada en el largo plazo, en las actitudes de José Luis Romero o en la heterogeneidad ya entonces presente en Imago Mundi.

La correspondencia Romero-Braudel revela, con todo, aquella ambigüedad. Numerosos proyectos de colaboración pero reticencias y prevenciones que encubrían disidencias historiográficas o presunciones de disidencias[xxvii], Una disputa en torno al destino de los estudios de un alumno de Romero enviado a París a trabajar con Braudel, Gustavo Beyhaut, dio lugar a que aquellas se hicieran visibles. Enviado por Romero a estudiar historia europea fue orientado por el historiador francés hada la historia latinoamericana, revelando (al menos así lo pensaba el historiador argentino) en cuán gran medida Braudel consideraba utópico o irrealizable el propósito inicial para un investigador destinado a vivir lejos de los documentos. La discrepancia motivó una larga carta de Romero en la que éste manifiesta un conjunto de razones que, no sólo reiteran su conocida hostilidad hada la historia traditional y hacia los historiadores argentinos que la practicaban, sino que defiende la legitimidad y a la vez la necesidad de practicar la historia europea bajo la forma en que ella era posible en Argentina, es decir con penurias bibliográficas y orientada hacia aquellos temas factibles lejos de los archivos como eran los de la historia cultural. Los argumentos con los que todo ello estaba presentado eran extremadamente inteligentes, ya que lo que proponía Romero era una contraposición no entre historia erudita e historia cultural sino entre historia local e historia comprensiva. Agregaba a esa contraposición otras observaciones que no podían más que agradar a Braudel, como aquellas que hacían referencia a las formas, retóricas y no vocationales, si no oportunistas institucionalmente, que acompañaban o podían a acompañar a los interesados en la historia local, o las que referían a los contactos franceses de los historiadores académicos (posiblemente rivales del circulo de «Annales») o, finalmente la defensa de la vía francesa para el perfeccionamiento de los estudiantes latinoamericanos como preferible a aquella estadounidense[xxviii].

En la carta de recomendación de Romero, que Braudel enviara a la Fundación Guggenheim, éste parece haberse convencido de la razonabilidad de la propuesta de aquél después de leer los argumentos presentados en la «controvèrse» sobre el caso Beyhaut, resaltando que además de las obras de amplia difusión escritas por el historiador argentino, como Las ideas políticas en  Argentina, éste se había mantenido cerca de las grandes investigaciones acerca de la historia general de la civilización en la Edad Media[xxix]. En cualquier caso, Braudel proveyó por un tiempo el principal canal de comunicación de Romero (hasta la experiencia de Harvard que hizo posible la concesión de la [beca] Guggenheim), con la historiografía europea medievalista, acercando ante pedidos de éste, y a través de la colaboración de Maurice Lombard, respuestas a solicitudes de orientación bibliográfica y de ubicuidad de fuentes éditas que aliviaban la entonces difícil situación del gran estudio de la burguesía medieval excluido de las instituciones universitarias y de las bibliotecas en ellas existentes[xxx].

La primera fase de las relaciones entre Braudel y José Luis Romero se detuvieron hacia 1953. Visto con ojos estrechamente locales, todo podría vincularse con la no aceptación por parte de Imago Mundi de la publicación de un artículo que Braudel envió, porque ya había sido precedentemente publicado, como el autor mismo informara al mandarlo, en una revista europea[xxxi]. La situación es seguramente más compleja. Ese año signa, más en general, el distanciamiento de Braudel del frente latinoamericano, tras su última experiencia docente en Brasil. Ello quizás podría ponerse en relación, no tanto con que Braudel se sumerja en un nuevo proyecto intelectual que culminará treinta años después en Civilisation materielle, como observara Aguirre Rojas[xxxii], como con la verdadera expansión del Centre de Recherches Historiques gracias a una generosa financiación trianual de la Fundación Rockefeller que comenzaba en julio de 1952. Como señalara un notable observador ocasional, David Landes, sería esa capacidad de Braudel para articular sus proyectos personales en un marco institucional que coincidía estrictamente con los mismos, la que ayudará a reorientar decisivamente sus trabajos en tomo a la historia económica del mar interior[xxxiii]. Trabajos que culminarán, no tanto en Civilisation materielle sino en la reconstrucción de la segunda parte de la nueva edición de La Mediterranée.

En cualquier caso, visto desde la posible perspectiva de Braudel, la inversión argentina no había sido enteramente rendidora. Su empeño había sido notable y una prueba de ello había sido su colaboración en una Historia Americana en varios volúmenes que para la editorial Losada debía dirigir José Luis Romero. Braudel no sólo escribió una parte para el tomo III de la obra sino que consiguió que Lucien Febvre (que la consignó) y el entonces ascendente Charles Morazé se comprometieran a escribir otras[xxxiv]. Estos tres nombres eran junto con el de Claudio Sánchez Albornoz los más importantes de un largo elenco que incluía especialistas argentinos y latinoamericanos. El proyecto sin embargo fracasaría por dificultades de la editorial.

Braudel asimismo proveyó un canal de recepción para profesores como Márquez Miranda –organizándoles actividades incluso en otras universidades francesas[xxxv]–, para excursionistas académicos como Romero Brest o para jóvenes investigadores enviados o recomendados por Romero, como Gustavo Beyhaut, Carlos Rama y Tulio Halperin. Este último deslumbró inmediatamente a Braudel a través de su comentario de La Mediterranée aparecido en La Nación en 1952 y que Halperin le enviara adjunto a la primera carta. Braudel consideró en la misiva de respuesta que «c’est de loin le meilleure analyse parue sur mon ouvrage. Vous avez été le seul, au delà du livre, a retrouver l’auteur, ses hesitasions et comme son dialogue avec la propre pensée»[xxxvi].

Tras el primer intercambio de correspondencia, Halperin solicitó a Braudel su apoyo para una visita a París donde esperaba hacer una estadía de trabajo con él y también pedir orientación a Marcel Bataillon acerca de su proyecto de tesis[xxxvii]. De este modo, Halperin buscaba mantener contactos intelectuales no sólo con Braudel sino también con un historiador institucionalmente no antagónico y que tenía mutuas simpatías historiográficas con aquél y en general con los primeros «Annales», pero cuyas diferencias en la forma de hacer historia no escapaban al autor de La Mediterranée[xxxviii]. Como alguna vez le observara Braudel a Halperin, en una frase muy elocuente, mientras él mismo ayudaría a desarrollarlo en el sentido de su fuerza como historiador, Bataillon lo haría en el sentido de su «finesse»[xxxix].

Halperin abandonaría luego su proyecto de tesis inicial sobre Pedro Martyr cambiándolo por lo que debía ser sólo un trabajo lateral, sugerido por Braudel, sobre los moriscos («vous ne vous fachez pas, j’espere»), siempre bajo la dirección que él (acertadamente) esperaba fuera sólo formal de Sánchez Albornoz. Más grave era en cambio que decidía no aceptar la oferta de Braudel de gestionar para él, ante Sarrailh, un puesto estable de lector de español en Francia, mientras simultáneamente pedía una carta de recomendación para una beca en el mundo norteamericano –que Braudel cumplimentaría con una carta a Earl ¿Hamilton?[xl]. Con todo, los argumentos decisivos expuestos por Halperin para justificar el rechazo de la oferta concernían a su interés por el «destino sudamericano», ya muy fuerte en el joven Halperin –quizás tanto como su voluntad de independencia de cualquier personalidad intelectual dominante. Ese interés sería nuevamente decisivo, años más tarde, cuando decide renunciar a un viaje a Francia por él gestionado, y en cuya preparación Braudel había puesto mucho empeño, ante las obligaciones políticas universitarias que se derivaban de su decanato en la Universidad de Rosario[xli].

La situación revela además dos modos de percibir el papel del historiador. Braudel formuló una estrategia de poder historiográfica e institucional casi enteramente interna a la profesión (una excepción podría ser su libro Las civilizaciones actuales), concebida como una comunidad internacional. Halperin en cambio buscó, al menos antes de su expatriación definitiva de la Argentina, no sólo operar como historiador sino más en general también desde fuera de la profesión, como intelectual hasta cierto punto interesado (u obligado a estar interesado al tenor de sus cartas a Braudel) en las vicisitudes político-culturales de su país[xlii]. Aunque todo ello refleje quizás menos características individuales que modos de posicionamiento distintos de los historiadores profesionales en Francia y en Argentina. No era la única diferencia.

El medular intercambio epistolar inicial revela, también, que en la concepción misma de la historia había ya diferencias no irrelevantes entre ambos. En Braudel existía desde entonces una aspiración irrenunciable (y muy decimonónica) a una historia total que era el resultado de percibir su tarea como una serie de sucesivas aproximaciones que buscaban retratar la realidad del modo más completo posible, tratando de no escoger entre los múltiples elementos de ella, que en la vida están inescindiblemente mezclados, o resignándose a hacerlo sólo al precio de reconocer el carácter a la vez inevitable e injustificado y arbitrario de cada elección. La imagen que utilizaría Braudel para describir su tarea sería la de un escritor como Sainte-Beuve quien decía sólo poder retratar por «repentirs» (arrepentimientos, pentimenti) sucesivos[xliii]. Metáfora en sus elementos esenciales no disímil de aquella que, recordaba Paule Braudel, su marido utilizaba para describir y justificar el énfasis repetitivo que ponía en su tarea: era equivalente a la de Matisse rediseñando cada día el mismo retrato del mismo modelo hasta encontrar la línea justa[xliv]. En Halperin había un no menor optimismo acerca de la posibilidad de conocer esa realidad, sólo que ese conocimiento era inevitablemente fragmentario no por la imposibilidad del historiador de contener toda la extraordinaria variedad de la vida, sino en tanto dependiente de las cambiantes preguntas que cada historiador, según su imagen de la historia y según su época, formula. En esa línea de argumentación eran las preguntas, necesariamente depen­dientes de intereses o curiosidades epocales –en tanto no podían eludir ser hechas desde el estrecho horizonte de posibilidades de un historiador–, las que procedían a hacer una selección, tal vez arbitraria pero en cualquier caso voluntariamente electiva. Las respuestas no eran así necesariamente incompletas, incluso ellas podían ser percibidas como completas (totales) en relación con aquel horizonte[xlv]. Halperin recorría así un itinerario, semejante al de Croce, de la historia, a la vez necesariamente contemporánea y conocimiento racional del pasado, pero que era por otras vías, las de la historia-problema, también el de Febvre. Así, quedaba ya desde el inicio planteada una diferencia destinada a perdurar (y que se refleja por ejemplo en el comentario de Halperin a Civilisation materielle[xlvi]): mientras para Braudel las dificultades del historiador estaban en la imperfección de sus respuestas, incapaces de retratar la complejidad de lo real, en Halperin ellas estaban en la imperfección de las preguntas, selectivas porque contemporáneas.

Aquella temprana irresolución, en la relación con ese historiador argentino de «qualité exceptionelle»[xlvii], no debe haber sido un dato menor para un Braudel tan acostumbrado a tener en su seductora red a sus discípulos. La misma historia parece haberse repetido también con otro estudioso argentino en quien Braudel tenía gran interés y ciertamente afinidades historiográficas: Alberto Salas[xlviii]. Ambas situaciones pueden haberse sumado a otras pequeñas dificultades cotidianas, para concretar en tiempo y en forma iniciativas programadas con interlocutores argentinos, lo que obligaba a Braudel a una inversión de tiempo y esfuerzos personales, acerca de cuyo rendimiento podía abrigar razonables dudas. Con todo, por aquel amor juvenil hacia el mundo descubierto desde San Pablo –que de existir no dejaba de expre­sarlo con tintes irónicos–, o por esa tenaz vocación por construir desde Francia una «historiografía-mundo», ni Argentina ni América Latina desaparecieron de su interés.

La tercera fase de las relaciones entre «Annales» y la historiografía argentina se abren en 1957. El viaje de Romero a Francia sirvió para retomar contactos, al igual que el de Ruggiero Romano a ios países del cono sur en el mismo año[xlix]. En la nueva fase de las relaciones, Braudel continuaría ocupándose de algunas cuestiones institucionales, como la obtención de los recursos para el viaje finalmente frustrado de Halperin, o para apoyar ante la Rockefeller Foundation un pedido de beca para solventar la estadía de Nicolás Sánchez Albornoz y sobre todo para proseguir la relación con José Luis Romero[l]. Braudel continuó interesándose por el historiador argentino, y trató de aportar en la medida en que ello le era solicitado, no sólo protocolarmente, por Romero, soportes bibliográficos (en primer lugar la revista) o nombres de historiadores sociales franceses medievalistas a contactar[li]. Una cuidada atención, proverbial en la magnificencia que brindaba a muchos de sus huéspedes Braudel, le fue reservada a Romero, en especial en su viaje de 1963 que culminó con una recordada y muy elogiada conferencia de éste en el Centre de Recherches Historiques[lii]. Sin embargo, parece ya evidente que, salvo para el Brasil (los interlocutores brasileños en la correspondencia de Braudel duplican a los argentinos: 38 contra 18), las relaciones sudamericanas, o al menos las rioplatensese comenzaron a pasar cada vez más firmemente bajo control de su mediador con este continente: Ruggiero Romano[liii]. Así los nuevos viajeros argentinos enviados a la Ecole, como Haydée Gorostegui de Torres, establecerían el comien­zo de una larga cadena de relaciones académicas con éste último y no con el autor de La Mediterranée.

Romano, el antiguo alumno de Niño Cortese, de los historicistas de las Universidades alemanas durante los primeros años de la guerra y del Instituto Italiano di Studi Storici fundado por Croce y dirigido por Chabod en Nápoles en la inmediata posguerra, y fugazmente de una Sorbona en la que sólo halló como rescatable a Labrousse, encontró a Braudel en marzo de 1948[liv]. Se convertiría en una figura central tanto historiográfica como institucionalmente en el dispositivo de poder braudeliano. Si el viaje de Romano de 1957 sirvió para un primer establecimiento de relaciones con el Río de la Plata, fue ciertamente la larga estadía de 1961, y las más breves sucesivas de 1963 y 1964, las que permitieron establecer una presencia historiográfica francesa fuerte en Argentina. Claro está que el tipo de historia defendido casi misionalmente por Ruggiero Romano, ya al menos desde 1951 –como recordaba Halperin cuando Braudel le encargó algún tipo de supervisión de su estadía al historiador italiano, éste le indicó como lectura casi excluyente la célebre Introducción metodológica de Labrousse[lv]–, era una de las vigas maestras de «Annales» en la segunda posguerra, pero no la única. La historia serial proveía una formula para discutir sistemática­mente con las agresivas ciencias sociales, que desde el conocido artículo de Simiand aspiraba a una lectura no solo científica del pasado sino que, en tanto tal, efectivamente disruptiva con la tradición historiográfica precedente, en la que la trilogía fundadora de «Annales» tanto había abrevado. La historia serial era ciertamente compartida y promovida por Braudel –incluso el mismo Halperin informa a Braudel en su correspondencia que efectivamente también se encuentra trabajando sobre historia de precios en la época de Rosas[lvi]; sin embargo ella era sólo una parte tanto de su historia total, como más en general de la tradición de «Annales», La radical perspectiva de Romano a la vez potenciaba y recortaba el mensaje de «Annales», echando por la borda a la historiografía tradicional, erudita o decimonónica, con la que Braudel (creo) siempre se negó a romper definitivamente y dejando de lado otras perspectivas también presentes en aquella tradición como la representada por la línea Febvre-Mandrou[lvii].

El resultado de este papel decisivo jugado por Romano fue que lo que sus apasionantes y militantes cursos lograron implantar fue una identificación entre «Annales». e historia serial francesa, no sólo en Argentina sino en otros países latinoamericanos, donde distintos discípulos de aquél comenzaron a hacer sobre todo historia de precios. De este modo, en forma no diversa que en Francia, aunque allí por razones institucionales (la Sorbona donde enseñaba Labrousse daba entonces doctorados y la École no), la herencia braudeliana de la historia total se diluía ante la linea Simiand-Labrousse; los más de veinte años que tardaron en agotarse los 3.000 ejemplares de la primera edición castellana de La Mediterranée son quizás ilustrativos de ello. Es probable, con todo, que ello fuera inevitable en un proyecto de globalización historiográfica, como el sostenido por Braudel en la segunda posguerra, que debía confrontarse con otras ciencias sociales muy articuladas y con un marxismo por primera vez en plena expansión universitaria. En este marco no parece casual que algunas de las grandes batallas de Ruggiero Romano en América Latina, como contra Rostow primero[lviii] o contra Gunder Frank después, tuvieran como objetivo a exponentes de otras visiones globalizantes.

La nueva fase en las relaciones entre «Annales» y la Argentina se daba en un contexto muy diferente a las precedentes. No solo «Annales» había abandonado ya cualquier marginalidad sino que sus interlocutores argentinos ocupaban ahora posiciones estratégicas en él sistema universitario. Cierto, como ha recordado Halperin, mirando el conjunto de la Argentina, o aún la situación de las cátedras universitarias en el área argentina y americana, la fortaleza del grupo renovador no parece tan evidente[lix]. Sin embargo, es difícil no reconocer también que el grupo en torno a José Luis Romero tenía un peso político tal, en una institución tan clave como la Universidad de Buenos Aires, en emergentes centros privados o en el movimiento editorial local o latinoamericano que equiparaba lo que una simple cuantificación de cátedras universitarias podría sugerir.

La colaboración entre el Centre de Recherches Historiques y el Centro de Historia Social fue mucho más intensa que en períodos anteriores y contempló intercambios de profesores de ambas partes, una presencia ahora destacada de artículos de historiadores argentinos en la revista Annales[lx] y un apoyo financiero muy significativo del CRH, a través de una creada Asociación Marc Bloch argentina, al principal proyecto de investigación autogestionado por los historiadores sociales. Este último que llevaba por título «Materiales para el estudio del progreso económico y social en la República Argentina» era parte de un conjunto mayor de iniciativas apoyadas por Romano, como un semejante «Fuentes para el estudio del progreso económico uruguayo» que debían llevar a cabo dos discípulos uruguayos de Romero, Gustavo Beyhaut y Juan Oddone[lxi]. Aunque es difícil conocer con precisión cuál fue el monto final otorgado al proyecto argentino, lo que aparece como solicitado en el archivo de Fernand Braudel era una suma muy significativa para entonces: 18.600 dólares por año por tres años[lxii]. Todo ello se hacía en nombre de una retórica que desde Romero adquiría la forma de una colaboración cultural privilegiada con Francia y no con los Estados Unidos y desde Braudel la apelación a la cooperación entre países latinos, pero que en realidad reflejaba muy bien la convergencia de diseños de internacionalización académica y no sólo de propuestas historiográficas[lxiii].

La influencia de «Annales» sobre los nuevos historiadores sociales argentinos ha sido relativizada en los últimos tiempos por muchos de los observadores y en parte protagonistas de esa experiencia, indicando que ella era una entre tantas[lxiv]. Ella era seguramente una entre tantas para la generación más joven que entonces era estudiante en esa universidad de los sesenta. Para la generación llegada a puestos docentes universitarios en los años sucesivos a la caída del peronismo, debería en cambio observarse que, en la primera mitad de esa década, «Annales» continuaba siendo casi exclusivamente el interlocutor «prestigioso» no latinoamericano (o tal vez prestigioso porque ni latinoamericano ni latinoamericanista) de los historiadores sociales y el principal canal de relacionamiento con Europa. No sólo con Francia, también con los numerosos corresponsales que Braudel había ido estableciendo en otros puntos de Europa y América o con instituciones creadas y entonces bastante controladas por los Annalistes como la Asociación Internacional de Historia Económica, o aún con fundaciones norteamericanas, como vimos. Ciertamente bases para una disidencia, a la vez con Romero y con Braudel, existían ya en los años sesenta dentro del grupo de Historia Social entre quienes, apoyándose a la vez en Marx y en Jorge Abelardo Ramos, consideraban posible una visión historiográfica alternativa. Lo que es difícil en cambio es admitir que por ese camino se fuera, como grupo y no individualmente, académica e institucionalmente muy lejos.

Es difícil no sugerir que por aquel entonces «Annales» podía proveer a Romero, y a sus colaboradores, una moneda de cambio casi única, con otras disciplinas tan agresivas y «modernizadas» como ellos y que poseían también una fuerte red de contactos internacionales con las áreas centrales, como la sociología del grupo germaniano o la economía cepalina. Aunque ciertamente entre las influencias de los nuevos historiadores sociales estarían también estas últimas, no lo es menos que esa relación era, no diversamente de como ocurría en Francia, a la vez de colaboración y competición. En este sentido, las simpatías de Romero hacia los nuevos experimentos seriales podían ser menores que las de un Braudel, pero ambos necesitaban de ellos para presentar a la historia como una ciencia social, según los nuevos gustos existentes en el contexto nacional e internacional.

El ejemplo del proyecto sobre «Materiales», llevado adelante por Roberto Cortés Conde, Haydée Gorostegui y Tulio Halperin, que había quedado en los hechos reducido a construir una serie de exportaciones, es bastante revelador. Hoy puede ser factible hablar de Braudel como geógrafo o antropólogo histórico[lxv] y no como historiador económico y de la historia serial francesa como un instrumento menos sofisticado teórica y metodológicamente que otros exóticos experimentos que por entonces comenzaban a llevarse a cabo. Sin embargo, por entonces los historiadores sociales disponían de esa fuente de financiamiento y de ese marco de referencias y no de otros. Que el mismo no era fácilmente compatible con el de los economistas lo revela el desafortunado encuentro entre Gentil da Silva (antiguo condiscípulo de Halperin en París y pedido por el grupo argentino como investigador visitante en el marco del programa de intercambios), y asesor del grupo de historiadores y el economista del Instituto Di Tella, Alberto Fracchia[lxvi]. Ello reveló una incompatibilidad manifiesta de lenguajes y técnicas entre la forma de hacer historia económica prohijada por el Centre de Recherches Historiques y aquella de los economistas profesionales cepalinos. No era necesariamente sorprendente; piénsese en la desconfianza que en los asesores en economía de algunas fundaciones norteamericanas (como Kuznets) existía hacia la forma de trabajo de reconocidos grupos franceses generosamente financiados en la inmediata posguerra por esas mismas instituciones, como los del Institut de Science Économique Apliquée coordinados por el Director de Estudios de la Ecole, François Perroux[lxvii] . Incompatibilidades no absolutas, sin embargo, en el caso argentino, como revela la utilización por parte de Héctor Diéguez de aquella serie de exportaciones en una nota publicada en Desarrollo Económico[lxviii].

Otro modo de indagar el impacto de «Annales» en el grupo nucleado en torno a Romero es analizar esa inagotable fuente de hallazgos historiográficos que eran los Estudios Monográficos de Historia Social[lxix]. Los comienzos son ciertamente muy eclécticos. La publicación que lleva el número 1 y pie de imprenta 1961, es el célebre artículo sobre la larga duración de Braudel, pero tras de ella aparecen el historiador del grupo de Entrepren­eurial History de Harvard Thomas Cochran, Walt Rostow, el inmarcesible Miguel Rostovtzeff, dos historiadores traducidos del italiano, Nicola Ottokar y Paolo Brezzi, François Chevallier, el revisionista Alfred Cobban, Witold Kula y Kinston Clark. En sínte­sis, apenas dos franceses entre los autores de los Estudios numerados del 1 al 10 y un solo artículo, el de Braudel, tomado de Annales, parece avalar aquella heterogeneidad de influencias sugerida. Sin embargo, no es difícil percibir un cambio, en los números sucesi­vos, que no puede no ser puesto en correlación con la carismática presencia de Romano. No sólo aparece la edición de ese manifiesto anti-Rostow que es el trabajo de Pierre Vilar Crecimiento económico y análisis histórico, sino sobre todo la publicación de una larga serie de Estudios Monográficos en torno a aquella temática central de «Annales» que era la de moneda y precios. Así se editan el Braudel-Spooner, el Romano sobre Chile en el siglo XVIII, Hamilton, el Vilar serial de Barcelona en el siglo XVIII, Nadal y el estado de la cuestión sobre los precios españoles, Meuvret, el Perroy de la crisis del siglo XIV, el Bloch del problema del oro, todos publicados entre 1961 y 1962, entre los números 17 y 35.

Ciertamente es difícil establecer una secuencia cronológica precisa, ya que el orden de numeración no coincide necesariamente con el orden de publicación (pero si suponemos con el de programación). En cualquier caso, tomando el conjunto de 68 Estudios Monográficos de los que tengo datos, de los numerados entre el 1 y el 72 y que fueron publicados entre 1961 y 1965, la presencia del grupo francés es muy predominante. No sólo porque casi el sesenta por ciento de los autores pueden ser considerados o annalistes o enmarcados en esa red interpersonal (por ejemplo un Nadal o un Sapori), sino porque el restante cuarenta por ciento es tan heterogéneo que difícilmente pudiera constituir un contrapeso. Temáticamente además, algo más del sesenta por ciento (32) de aquellos 51 estudios dedicados a la historia europea (aparte de los 10 metodológicos y los 7 referidos a América Latina), se articulan en torno a aquellos temas de aquel proyecto de Braudel de 1952 (Affaires et gens d’affaires; Ports, routes et traffics; Demographie et société) o a los cercanos temas pirennianos caros a la primera generación de «Annales». Cierto, muchos de estos temas eran menos influencia francesa que –como se subrayó también en la relación entre «Annales» y los marxistas británicos[lxx]–, coincidencias de intereses de aquellos con, en este caso, los de Romero, procesos que ocurrían en ámbitos temporales y espaciales semejantes y que daban un señalado relieve a las dimensiones económicas y comerciales y urbanas de los procesos a considerar.

Las relaciones entre los «Annales» braudelianos y el Centro de Historia Social sufrieron una ruptura definitiva en 1965. La correspondencia entre Braudel y Romero y Halperin finaliza abruptamente –salvo por una tardía carta de este último apoyando la solicitud de la Comisión para la difusión del pensamiento de José Luis Romero, que invita a enviar un artículo para el volumen de homenaje, cosa que Braudel no hará[lxxi]73. Nuevamente estaríamos dispuestos a otorgar un rol relevante en el hecho a algunos episodios individuales. Ante todo, la ruptura entre Braudel y Romano que privó a los historiadores hispanoamericanos del verdadero interlocutor. Más aún porque el conflicto provocó la renuncia de Romano al estratégico cargo de Director del Centre de Recherches Historiques y una creciente orientación de los esfuerzos organizativos de éste hacia iniciativas culturales en Italia, desde la casa Einaudi. La ruptura significó el abrupto fin de los programas de intercambio con el Río de la Plata, aún de aquellos en curso –Juan Oddone, que había llegado a París poco después de la ruptura para un trabajo en colaboración con Romano, debió volverse[lxxii]– y del proyecto de investigación.

La abrupta resolución de Romano obligó a Braudel a escribirle a Halperin para solicitarle informes acerca de lo que se había hecho, en relación con los objetivos que se fijaban en el primer plan de tareas[lxxiii]. La minuta existente en el archivo de Braudel acerca del proyecto para el estudio del progreso social y económico argentino revela las excesivas ambiciones de éste. Se esperaba indagar los condicionamientos estructurales (la concentración de la propiedad, el perfil del sistema de estratificación social, la localización de los recursos), los factores determinantes del proceso de cambio (la inmigración, el comercio exterior y las inversiones de capital) y los coadyuvantes (las políticas monetaria, crediticia e impositiva, las finanzas públicas) y finalmente el proceso de cambio mismo (las evoluciones económicas, social y política)[lxxiv]. La indicación a mano, en el resumen del proyecto que está en el archivo, de un solitario «hecho» con relación a uno solo (exportaciones) de los tres apartados del punto 2.1.2 (los otros dos, a cuyo lado estaba escrito «falta», eran importaciones y términos de intercambio, junto a un subrayado de un apartado del ítem 1.2., titulado «evolución del volumen de las distintas clases sociales en el total de la población económicamente activa, por ramas de actividad y zonas geográficas», que indicaría tal vez que estaba en vías de concreción, no podía ciertamente ser satisfactoria para Braudel. Así se lo manifestó a José Luis Romero, observando además que existía un exceso de datos empíricos en el material presentado por los investigadores argentinos[lxxv]. Es evidente que Braudel y los estudiosos argentinos tenían una diferente imagen de la tarea que debían realizar y ello revelaba hasta que punto la presencia intermedia de Romano había sido decisiva. Los historiadores sudamericanos vieron en el proyecto una oportunidad para desarrollar una investigación empírica original en línea con esa imagen de historia ciencia social entonces en alza. Es inevitable también que ese análisis en profundidad, de un solo apartado de un solo ítem de un proyecto mucho más vasto, sólo podía llevarse a cabo sacrificando buena parte de las ambiciones temáticas iniciales. Parece visible también, por el tenor de las observaciones de Braudel, que éste esperaba un tipo de tarea más general, interpretativa, y apoyada en fuentes secundarias. No es difícil, con todo, pensar que ese desencuentro acerca de lo que hubiera debido ser ese proyecto, que al fin y al cabo era el emprendimiento más ambicioso de los llevados a cabo por el grupo francés en Argentina, influyó decisivamente en la pérdida de interés de Braudel hacia el país sudamericano. La recomposición del eje Braudel-Romano en 1968[lxxvi], ante los nuevos desafíos, no cambió absolutamente la situación ya que fue un tránsito breve hasta el abandono por Braudel de la presidencia de la Ecole en 1972 y luego hacia la reorientación de intereses que trajo la tardía conquista por parte de éste del mundo anglosajón.

La disolución de la relación privilegiada entre el grupo francés y el argentino no dependió sólo de humores o estrategias francesas. También en 1965, un año antes de los bastones largos, se produjo la renuncia de José Luis Romero al decanato de la Facultad de Filosofía y Letras y su jubilación anticipada, cansado de los conflictos internos de la Facultad y del Centro y la Cátedra de Historia Social. Su retiro dejaría a Braudel sin el interlocutor académico e institucional, con el cual había animado esa zigzagueante pero tan fructífera relación de casi dos décadas.

El golpe de 1966 trajo consigo una nueva marginación institucional de los historiadores renovadores. Ello los obligó a una decidida y ahora sí multilateral internacionalización. Esta tuvo lugar en buena medida porque ocurrió en el momento en que el hasta entonces interlocutor principal salía de la escena, lo que los obligó a buscar nuevos rumbos en Norteamérica y en Inglaterra. La historia entre «Annales» y la historiografía argentina no termina necesariamente aquí. Otro capítulo, que corresponderá indagar detenidamente en el futuro, concernirá a las relaciones de numerosos jóvenes estudiosos argentinos que pudieron hacer sus doctorados de tercer ciclo en la transformada Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales, que tras la reforma posterior al 68 concedía títulos de posgrado. No se trató ya, como en las fases precedentes, de relaciones entre instituciones o grupos consolidados de cada parte, ni de ambiciosos proyectos de colaboración en común. «Annales» encarnaría, tras el retiro de Braudel, una pluralidad de orientaciones temáticas o intelectuales y poco interés hacia Latinoamérica, el que era recambiado desde éste continente; piénsese en las propuestas en Faire de l’histoire, texto de 1974 y de ningún eco en ese momento en Latinoamérica[lxxvii]. Las instituciones universitarias argentinas, por su parte, verían alternarse en algo más de quince años, dos largos proyectos, uno autoritario y otro totalitario –en el que el interés de los ocasionales moradores por la comunida


[i] Por ejemplo el coloquio de Estrasburgo de 1979, publicado como AA.VV., Au berceau des Annales, Toulouse, Presses de l’Institut d’Etudes Politiques de Toulouse, 1979; el congreso en homenaje a Marc Bloch organizado por la Ecole des Hautes Etudes, y publicado como Marc Bloch aujourd’hui histoire comparée et sciences sociales, Paris, Editions de la EHESS, 1990, el congreso organizado por la Academia de Ciencias de la URSS en Moscú en 1989 sobre “L’Ecola des Annales hier et aujourd’hui”, las realizadas en México en 1991 y publicadas: Primeras Jornadas Braudelianas, México, Instituto Mora, 1993. Un espacio muy destacado ha recibido la obra de Fernand Braudel, cfr. por ejemplo, el congreso organizado por el Fernand Braudel Center en Binghampton en 1977 y cuyas ponencias fueron recopiladas en Review, I, 1978; las Jornadas Fernand Braudel en Châteauvallon, octubre 1985, editadas como Une leçon d’histoire de Fernand Braudel, Paris, Arthaud-Flammarion, 1986; el Congreso sobre Fernand Braudel organizado por la Universidad de Salerno en 1986, publicado como AA.VV., Fernand Braudel: il mestiere di uno storico, Napoli, Edizioni Scientifiche Italiane, 1988; el congreso organizado en Prato en 1986 sobre Fernand Braudel e l’Italia y publicado como Atti del convegno di studi nel primo anno della morte di braudel, Prato, 1986.

[ii] ”Ecos de la historiografía francesa en América latina”, número especial de la revista Eslabones (México), n. 7, enero-junio 1994.

[iii] J. C. Korol, “Los «Annales» y la historiografía argentina” y H. Pelosi, “Imágenes de los «Annales» en la historiografía argentina del siglo XX”, ambos en Eslabones, cit., pp. 12-30 y 82-93. Ver también de H. Pelosi, “La visita académica de Lucien Febvre a la Argentina y el Uruguay”, Res gestae, n. 32, ene-dic 1993, pp. 259­288.

[iv] P. E. Arantes, Un Departamento Francés de Ultramar. Estudos sobre a formaçao da cultura filosófica uspiana, San Pablo, Paz e Terra, 1994.

[v] J. Revel, “The Annales: Continuities and Discontinuities”, Review, I, pp. 9-18.

[vi] N. Pagano, M. Galante, “La nueva escuela histórica: una aproximación institucional desde el centenario hasta la década del cuarenta”, en F. Devoto (comp.), La historiografía argentina en el siglo xx (I), Buenos Aires, CEAL, 1993, pp. 66-67.

[vii] C.r. “Albert Mathiez: un tempérament, une education”, publicado en Annales en 1932 y reproducido en L. Febvre, Combats pour l’histoire, Paris, Armand Colin, 1992, pp. 343-347. Observaciones mucho más distantes hacia el carácter bizarro del personaje en L. Febvre a M. Bloch, 26/2/1929 y 26/8/1929 ambas en M. Bloch-L. Febre, Correspondance, I, 1928-1933, Paris, Fayard, 1994, pp. 129-131 y 164-171.

[viii] M. Bloch a L. Febvre, 8/9/1929, en Ibid., p. 184.

[ix] L. Febvre, “L’evolution economique de l’Argentine du XVIe au XIXe siècle”, Annales, a. 2, n. 6, abril 1930, pp. 315-316.

[x] La Nación, 10/10/1937.

[xi] R. Levene, “Prólogo” a R. Levene (Dir.), Historia de la Nación Argentina, 2da ed., Buenos Aires, El Ateneo, 1955, t. I, p. 14.

[xii] Cfr. la ambigua nota de E. Fossati, “Les Facultés des Sciences. Politiques en Italie”, Annales, a. 1, n. 1, 1929, pp. 71-73, o las complejas relaciones con R. Michels a quien primero no se le acepta una colaboración y luego se piensa en pedirle otra, cfr. M. Bloch-L. Febvre, CORRESPONDANCE, cit., pp. 57, 254 y 274.

[xiii] B. Muller, “Introduction” a M. Bloch-L. Febvre, op. cit., pp. XXII-XXIII.

[xiv] Tomando en cuenta los artículos publicados en los primeros seis años de la revista se perciben claramente las dificultades para obtener colaboraciones sobre temas extraeuropeos. Para el caso de Japón, por ejemplo, «Annales» dependía exclusivamente del profesor de la Universidad de Yale, K. Asakawa que envía críticas bibliográficas y artículos (’Laplace de la retigion dans l’histoire économique et sociale du Japon”, en n. 20, 1933). Algo mejor, como previsible, la situación para Estados Unidos, donde además de Abbott Payson Usher de Harvard (que la revista publicaba como Payton Usher), o de traducciones como la de un artículo de N. B. Gras tomado del Bulletin OF THE Harvard BUSINESS SCHOOL Alumni Association (n. 2, 1929, 236-238), la revista podía contar con un buen conocedor, sobre todo de la sociología de Chicago, Maurice Halbwachs. Cfr. M. Halbwachs “Chicago, Experience Ethnique” (en ANNALES, n. 13, 1932 ) y con J. Houidalle, pp. 11-41.

[xv] M. Bloch a L. Febvre, 20/9/1929, en M. Bloch-L. Febvre, op. cit., p. 203.

[xvi] R. Musset, c.r. de F. Soldati, “Le blé argentin, París, 1932”, Annales, a. 4, n. 23, 1933, p. 432.

[xvii] P. Schöttler, Lucie Varga. Les autorités invisibles, Paris, CERF, 1991, pp. 63-65.

[xviii] H. Coutau Begarie, Le phénomène «nouvelle Histoire», Paris, Económica, 1983, p. 11.

[xix]  C. Aguirre Rojas, “Fernand Braudel, América Latina y el Brasil”, Eslabones, cit., pp. 35-37.

[xx] La Nación, 8/7/1947. Otras breves referencias los días 16 y 17/7/1947.

[xxi] H. Pelosi, “Imágenes…”, cit. , p. 30.

[xxii] archivo fernand braudel (en adelante AFB), Segundo Inventario Correspondencia (1948-1985). El archivo organizado por legajos personales, contiene las cartas recibidas por Braudel y copias de las cartas que éste enviaba a máquina; contiene además algunas minutas, elencos, borradores de programas, etc., concernientes a temas que aparecen en la correspondencia.

[xxiii] J. L. Romero, “Reflexiones sobre la Historia de la Cultura”, Imago Mundi, a. 1, n. 1, 1953, pp. 3-14 y F. Braudel, “Histoire et sciences sociales: la longue durée”, Annales, a. 13, n. 4, 1958, pp. 725-753; J. L. Romero, reseña de “Marc Bloch, «Introducción a la Historia»“, Imago Mundi, n. 2, 1953, pp. 99-100.

[xxiv] T. Halperin a F. Braudel, 11/9/1952, en AFB, Leg. Halperin Donghi.

[xxv] Entrevista con T. Halperin, Buenos Aires, septiembre 1994. T. Halperin a F. Braudel, en AFB, leg. cit., 10/6/1954.

[xxvi] T. Halperin a F. Braudel, 18/12/1952.

[xxvii] Por ejemplo la carta de Romero que acompaña el envío del primer número de Imago Mundi, «supongo que su primera impresión no será favorable», «como ud. ve es lo mejor que tenemos aquí» (en relación con el Comité de Redacción), etc. J. L. Romero a F. Braudel, 27/5/1953 en AFB, leg. José Luis Romero.

[xxviii] J. L. Romero a F. Braudel, 20/12/1950, en AFB, leg. cit.

[xxix] F. Braudel a la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, 22/6/1951, en AFB, leg. cit.

[xxx] J. L. Romero a F. Braudel, 20/1/1950 y 20/12/1950 (agradeciendo la carta en el ínterin recibida de Maurice Lombard con «utilísimas indicaciones»), ambas en AFB, leg. cit. Ibíd.

[xxxi] F. Braudel a J. L. Romero, 27/5/1953 enviando el artículo y respuesta de J. L. Romero a F. Braudel, 25/7/1953, excusándose por no publicarlo. Ambas en AFB, leg. cit.

[xxxii] C. Aguirre Rojas, art. cit., p. 40.

[xxxiii] Cit. en G. Gemelli, Fernand Braudel e l’Europa Universale, Padova, Marsilio, 1990, pp. 256-257.

[xxxiv] J. L. Romero a F. Braudel, 27/7/1948, 5/9/1948, 12/12/1948, 20/1/1949, 10/9/1949 y 22/12/1952; F. Braudel a J. L. Romero, 25/9/1952 y 7/1/1953. Todas en AFB, leg. J. L. Romero.

[xxxv] «Vous serait-il possible de demander une conférence à M. Fernando Márquez Miranda, américaniste de bonne réputation», F. Braudel a Y. Renouard (Decano de la Facultad de Letras de Bordeaux), 24/1/1951, en AFB, leg. Y. Renouard. Respuesta de Renouard aceptando (17/2/1951) y nueva carta de Braudel (7/3/1951) donde informa que Márquez Miranda no podrá ir porque ha debido acortar su estadía.

[xxxvi] F. Braudel a T. Halperin, 10/10/1952, en AFB, leg. Halperin.

[xxxvii] T. Halperin a F. Braudel, 18/12/1952, en AFB, leg. Halperin.

[xxxviii] Diversos comentarios acerca de M. Bataillon en la Correspondance entre Bloch y Febvre, cit., passim. Por su parte, M. Bataillon define a Febvre como «nuestro más profundo historiador del siglo XVI», en el Prólogo a la traducción española de su libro Erasmo y España, México, FCE, 1950, pp. XIV y XV. Los nuevos historiadores franceses, en cambio, parecen haberlo olvidado. En una larga lista de «clásicos» de la historia en el siglo, no incluyen ninguna obra de Bataillon, Cfr. “Les classiques de l’histoire au XXe siècle”, en J. Boutier y Dominique Julia (dir.), PassÉS RECOMPOSéS, París, Autrement, 1995, pp. 332-336.

[xxxix] Entrevista con T. Halperin, cit.

[xl] T. Halperin a F. Braudel, 28/6/1953. Nota de Braudel buscando apoyo para una beca para Halperin («est l’un de mes étudiants les plus remarquables de ma carriere») a Earl ¿Hamilton?, 7/7/1953, ambas en AFB, leg. Halperin.

[xli] T. Halperin a F. Braudel, 23/12/1957, en AFB, leg, Halperin.

[xlii] Un paso interesante en la carta precedente, en la que Halperin cuenta que ha aceptado el decanato en Rosario, lo que le obligaba a reducir su estadía en Europa, define toda aquella compleja relación de los historiadores con la vida política y cultural: «vous savez ce que sont les historiens argentins; d’un autre coté ce pays a quelque chose d’envoutant: on finit toujours par etre trop melé à des affaires qui au fond n’interéssent que très peu», T. Halperin a F. Braudel, 14/3/1957, en AFB, leg. Halperin.

[xliii] F. Braudel a T. Halperin, 10/10/1952 en AFB, leg. Halperin,

[xliv] P. Braudel, “Les origines intellectuelles de Fernand Braudel: un temoignage”, Annales, a. 47, n. 1, 1992, p. 244.

[xlv] T. Halperin a F. Braudel, 18/12/1952, en AFB, leg. Halperin.

[xlvi] T. Halperin Donghi, “La historia cuantitativa”, en F. Korn, (comp., Ciencias sociales: palabras y conjeturas, Buenos Aires, Sudamericana, p. 197.

[xlvii] F. Braudel al rector Marchand, 14/1/1953, en AFB, leg. Halperin.

[xlviii] Debo a Haydée Gorostegui de Torres la narración, hace algunos años, de este olvidado episodio.

[xlix] D. Ozanam a J. L. Romero, 2/3/1957, en AFB, leg. J. L. Romero y E. Narancio a.C. Vaz Ferreira, 23/10/1957 en Archivo de la Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad de la República (Montevideo), correspondencia del I. I. H. con la Facultad y la Universidad, 1957-1961.

[l] Las distintas gestiones de Braudel para conseguir fondos de la Ecole y del Quai d’Orsay en F. Braudel a T. Halperin, 14/7/1957, F. Braudel al Directeur General des Affaires Culturelies et Techniques, Quai d’Orsay, 5/9/1957 y 22/10/1957, todas en AFB, leg. Halperin; D. Ozanam al Directeur…, s.f. Acerca de la gestión por Nicolás Sánchez Albornoz, F. Braudel a J.L. Romero, 22/6/1959 en AFB, leg. Romero.

[li] J. L. Romero a F. Braudel 22/6/1959 y F. Braudel a J. L. Romero, 20/7/1959. ambas en AFB, leg. Romero.

[lii] Ecos de la visita en una carta de Romano: «Ho visto parecchie volte Don José Luis durante il suo soggiorno parigino. Sempre simpático ed intelligente. Ha falto all’Ecole una conferenza sensazionale che ci ha lasciati tutti ammirati, beati e contenti. Un capolavoro!». R. Romano a J. Oddone, 1/6/1963, en Archivo Personal Juan Oddone (en adelante APJO). Debo a Jordi Nadal la referencia a la magnificencia con la que Braudel atendía a historiadores extranjeros por él invitados, como parte de aquella «diplomacia de las Ideas».

[liii] Archivo de AFB, Segundo Inventario…, cit.

[liv] R. Romano, “Encore des illusions”, Revue europÉenne des sciences sociales, t. XXI, n. 64, 1983, pp. 13-16.

[lv] Entrevista con Tulio Halperin, cit.

[lvi] T. Halperin a F. Braudel, 22/12/1954, en AFB, leg. Halperin.

[lvii] En una perdida nota a pie de página del inteligente y desordenado libro de Giuliana Gemelli encuentro esta transcripción de un debate que consta en la actas del Centre de Recherches Historiques de junio de 1960, En él Braudel sostiene la necesidad de continuar publicando textos de historia tradicional y de dar «accueil à toute forme valable d’histoire», mientras que Romano «se declare tout au contraire, résolument opposé, sinon aux formes traditionelles de l’histoire, au moins à 1’accueil bienveillant que semble vouloir lui réserver M. Braudel dans les collections du Centre (…) Il convient de distinguer entre le méthode qui doit être rigoureuse et le programme de pubblication du Centre qui ne peut être que révolutionnaire». La discusión se refería a las relaciones de colaboración que Braudel había establecido con la muy tradicional Ecole des Chartres y con numerosos historiadores provinciales. Gemelli, Fernand Braudel…, op. cit., n. 33, p. 262.

[lviii] La confrontación con las perspectivas rostowianas es conocida en el ámbito argentino por las recordadas polémicas públicas de Romano con los hermanos Di Tella. Referencias a la importancia que asignaba el historiador italiano a dar esa batalla, en todo el contexto latinoamericano, en las cartas de R. Romano a J. Oddone, 5/1/1963 y 26/3/1965, en APJO.

[lix] T. Halperin Donghi, “Un cuarto de siglo de historiografía argentina (1960-1985)”, Desarrollo Económico, v. 25, n. 100, 1986, pp. 487-520.

[lx] En el período en que se desarrollaron las relaciones entre el grupo en tomo a Romero y los «Annales» braudelianos, aperecieron en la revísta francesa artículos de Femando Márquez Miranda (1948), Tulio Halperin (1956) y José Luis Romero (1965) y numerosos c.r. de Beyhaut; además fueron reseñadas varias obras de autores del grupo renovador argentino como Halperin (Lapeyre), Salas (Chauna), N. Sánchez Albornoz (Ponsot). Cfr. M. Arnould, VINGTANNÉES D’HISTOIRE ECONOMIQUE ET SOCIALE. TABLE ANALYTIQUE DES “ANNALES” FONDÉES PARA Marc Bloch et Lucien Febvre (1929-1948), París, A. Colin, 1953 y B. Tenenti, Vingt Années d’histoire et de Sciences Humaines. Table Analytique des Annales fondees par Marc Bloch et Lucien Febvre, 1949­1968, París, A. Colín, 1972.

[lxi] R. Romano a J. Oddone, 11/11/1963.

[lxii] El presupuesto contemplaba sobre todo gastos en personal; cuatro investigadores (u$s 250 por mes cada uno) y tres auxiliares (u$s 150 por mes por ocho meses), AFB, leg. Halperin.

[lxiii] Véase la respuesta a algunos pedidos de colaboración hechos por Romero: «C’est avec un tres grande plaisir que je m’entretrendrai avec vous de l’organisation de votre travail. Vous savez tout l’intêret que je lui porte et combien me tient à coeur cette cooperation entre pays latins», F. Braudel a J. L Romero, 20/7/1959, en AFB, leg. Romero. En las ocasiones en que debe requerir apoyo financiero Braudel hace referencias a que el candidato o era un amigo seguro de la cultura francesa o podía promoverla, lo que esperaría sonara gratamente a los funcionarios del gaullismo. Braudel al Directeur General…, cit.

[lxiv] J. C. Korol, art. cit, También E. Tándeter, “El período colonial en la historiografía argentina reciente”, Revista Mexicana, v. XLII, n. 3, 1993, pp. 789-819.

[lxv] R. Cortés Conde, “Historia económica: nuevos enfoques”, en O. Cornblit, Dilemas del conocimiento histórico: argumentaciones y controversias, Buenos Aires, Sudamericana, 1992, p. 126.

[lxvi] Debo a Ezequiel Gallo una primera atrayente descripción del incidente.

[lxvii] G. Gemelli, op. cit., pp. 267-275.

[lxviii] H. Diéguez, ‘’Crecimiento e inestabilidad del valor y del volumen físico de las exportaciones argentinas en el período 1864-1963”, Desarrollo Económico, v. 12, n. 46.

[lxix] He consultado la colección disponible en la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (y adicionado a ella el número 54 existente en mi biblioteca personal), descartando los posteriores al número 72 porque fueron publicados tras la renuncia de Romero a la cátedra y en la mayoría de los casos tras el golpe militar de 1966, cuando la cátedra había cambiado sustancialmente su composición. No tengo datos acerca de si los números 50, 64 y 69 fueron editados y en qué fecha.

[lxx] Cfr. los comentarios de E. Hobsbawn a la ponencia de P. Burke, Review, I, pp. 157-162 . Ver en ese mismo número también las observaciones acerca de los ámbitos de coincidencias en los países del mediterráneo en la ponencia de M. Aymard, “The Impact of the «Annales» School in the Mediterranean Countries”, en Ibíd., pp. 53-67.

[lxxi] T. Halperin a F. Braudel, 31/10/1978, AFB en legajo Romero, fascículo “Comisión para la difusión del pensamiento de J. L. Romero”.

[lxxii] Entrevista con Blanca París y Juan Oddone, Montevideo, julio 1994.

[lxxiii] F. Braudel a T. Halperin, 29/11/1965, en AFB, Leg. Halperin.

[lxxiv] Proyecto “Materiales para el estudio del progreso económico social en la República Argentina”, en AFB, leg. Halperin.

[lxxv] Debo a Luis Alberto Romero la referencia a este comentario realizado en una carta de Braudel a José Luis Romero, existente en la correspondencia recibida por este último.

[lxxvi] Una aguda descripción de la situación creada por el 68 en la Ecole es brindada por Romano en carta a Oddone: «Io sono in plena battaglia. La perderò, certamente. Ma, per quanto ti possa sembrare strano, ne uscirò più forte: si è nuovamente formata l’alleanza Braudel-Romano e tutto va per il meglio, tanto che posso perlino divertirmi a perdere battaglie». R. Romano a J. Oddone, 19/11/1968, en APJO.

[lxxvii] Aún posteriormente, esa influencia fue escasa en la investigación histórica concreta, aunque no ya en las reflexiones generales acerca de la disciplina. J. Le Goff y P, Nora, Hacer la historia, Barcelona, Laia, 1978-80, 3 vol. (edición francesa 1974).