El Oriente y el Occidente. 1954

Hace aproximadamente cuatro meses —a fines de junio último—, y en circunstancias internacionales muy críticas, se produjeron simultáneamente dos entrevistas que atrajeron por un instante la atención mundial; mientras Sir Winston Churchill conferenciaba en Washington con el presidente Eisenhower, el primer ministro de China comunista, Sr. Chou En-lai, se reunía en Nueva Delhi con su colega de la India, Sr. Nehru, en ambos casos para fijar la posición de los respectivos países en la crisis producida entonces alrededor del problema de Indochina.

Pero la significación atribuida a tales conferencias —y a su simultaneidad— no provenía solamente del problema inmediato, con ser este tan grave. Quizá sin proponérselo, los dos estadistas asiáticos oponían a los jefes de las dos grandes potencias occidentales una conducta que implicaba la decision de mantenerse firmes en la defensa del punto de vista de Asia, un punto de vista que contaba poco hasta hace breve tiempo y que se ha tornado digno de la más atenta consideración después de la segunda guerra mundial. A las decisiones que se adoptan en las grandes capitales occidentales —antaño definitivas— parecen poder oponerse ahora las que se resuelven en Pekín o Nueva Delhi. Y el cable registra, no sin cierta ansiedad, las idas y venidas de los estadistas orientales, ofreciendo al lector un elemento más para la intrincada solución del grave problema del futuro del mundo.

Esta simultaneidad en la polarización de los intereses ha vuelto a repetirse hace pocos días con motivo del viaje del Sr. Nehru a Pekín, seguido poco después por la visita a Washington del primer ministro de la República Federal Alemana, Sr. Adenauer. Pero esta vez las entrevistas simultáneas han deparado una inesperada preocupación tanto al desprevenido lector de noticias internacionalas como a los avezados funcionarios de más de una cancillería. Porque el Sr. Adenauer ha declarado —no sin reticencias, naturalmente— que ha llegado la hora de pensar en la posibilidad de llegar a un acuerdo con el bloque oriental. Es decir algo semejante a lo que declaró el Sr. Nehru cuando desembarcó de su avión en Pnom Penh, capital de Camboya, el domingo último.

La posición del Sr. Nehru no podía llamar la atención. Hace mucho tiempo —prácticamente desde que ejerce su cargo de primer ministro— que ha enunciado su punto de vista frente al problema de los dos grandes bloques en conflicto desde la terminación de la segunda guerra mundial y no ha perdido ocasión de reiterarlo. Ultimamente, al firmarse el tratado de Manila que organizaba la SEATO, repitió su condenación de toda política que contribuyera a perfeccionar los frentes para un nuevo conflicto, y, acaso como una respuesta, ha intensificado sus esfuerzos para crear lo que él llama una “zona de paz”, cuyo centro se halla en la India y de la que forman parte algunos Estados del sudeste asiático. El plan del Sr. Nehru parece ser —desde la entrevista de junio último con el Sr. Chou En-lai— acercarse a China comunista para atraerla a su política e incorporarla a esa zona de paz, a la que parece estar persuadido de que desea ingresar el gobierno de Pekín. Esta certidumbre debe haberse afianzado en su ánimo a juzgar por las declaraciones que ha formulado a su regreso del viaje a China, pues ha vuelto a insistir en que la preocupación fundamental del gobierno de Pekín es la rehabilitación económica del país, en términos, por cierto, semejantes a los que usó no hace mucho el jefe del Partido Laborista británico, Sr. Clement Attlee.

Se ha supuesto —quizá infundadamente— que la sutileza de los estadistas chinos ha podido sustraer a la mirada de los visitantes británicos algunos propósitos secretos del gobierno de Pekín. Justamente, hace pocos días, el secretario de guerra de Gran Bretaña, Sr. Anthony Head, declaró al regresar de una gira por Malaya que “los sucesos actuales no sugieren que la coexistencia sea el objetivo de los comunistas”. Pero no es tan fácil suponer que el Sr. Nehru se engañe sobre una situación que toca tan de cerca a su país y que amenaza a otras naciones vecinas, muy débiles, y confiadas en cierto modo a la exactitud de las presunciones del estadista indio sobre la inexistencia de propósitos agresivos por parte de la China comunista. La opinión del Sr. Nehru, que es mucho más categórica cuando se refiere al régimen de Pekín que cuando habla del de Moscú, parece hallarse respaldada por su dominio de los problemas asiáticos, por su experiencia política y por su conocimiento de las hombres. No se sabe si logrará convencer a los estadistas europeos y norteamericanos, pero resulta innegable que no puede ser acusado de “camarada de ruta” de los comunistas y que su opinión ha gravitado considerablemente sobre la conducta del gobierno de Londres.

Lo que, en cambio, ha llamado la atención es que el señor Adenauer haya lanzado la idea de un posible pacto de no agresión entre las potencias occidentales y el bloque oriental. Ni sus antecedentes, ni su actitud política, ni las circunstancias en que debe ejercer su autoridad en su país, permiten suponer que el Sr. Adenauer tenga la más mínima complacencia con el gobierno de Moscú, cuyos funcionarios lo hostilizan considerablemente en Alemania Oriental. Es, pues, significativo que el avezado estadista alemán se haya atrevido a pronunciarse en favor de una política que puede considerarse arriesgada, aunque no sea más que por lo novedosa, y que lo haya hecho poco después de ingresar su país en la Organización del Tratado del Atlántico y en la recién constituida Unión Europea Occidental.

La hipótesis más verosímil para explicar esta sorprendente actitud del primer ministro de la República Federal Alemana es que, a estas horas, considera suficientemente fuertes a las potencias occidentales como para tratar, sin riesgo de que se vean sorprendidas, con el bloque soviético. Las negociaciones importan, sin duda, a todos los países asociados en las diversas organizaciones creadas por el bloque democrático, pero acaso la Alemania Occidental suponga que ha llegado la hora de solucionar el problema de su unificación y juzgue su gobierno que hay indicios suficientes como para creer que el gobierno de Moscú estaría dispuesto a facilitar una solución.

La sugestión del Sr. Adenauer ha sido acogida con marcada frialdad tanto en Londres como en Washington. Pero es seguro que el veterano estadista alemán no ha improvisado, y puede esperarse que en poco tiempo ha de aclararse el alcance de su proyecto y quizá las razones que han motivado su confianza en las posibilidades de llevarlo a la práctica.