Francia y la pequeña burguesía. 1936

La indignación del pequeño comerciante frente a los carteles del “Monoprix”

Un pueblo tan cargado de historia como Francia, tiene en sus anales una copiosa colección de aniversarios significativos; la historia contemporánea ha agregado ahora el 6 de febrero, recuerdo de aquel día de 1934, en que se luchó va1ientemente en las calles de París. La ciudad ha decidido recordarlo, pese a su falta de trascendencia ulterior. Síntoma de los tiempos, el “affaire” Stavisky ha polarizado a derechas e izquierdas y reiteradamente se recurre a su enseñanza ejemplar para hablar de la quiebra del Estado parlamentario y liberal.

Apasionadamente, el tema de la decadencia de la democracia, vuelve a discutirse con motivo de cada nuevo accidente político. Y las derechas –el coronel La Rocque, Kerylis, León Daudet– tanto como las izquierdas –Frente Popular– procuran deducir de cada crisis comentarios concordantes con sus doctrinas.

“¿Puede reformarse el Estado?”

Hace algunos días M. Louis Madelin –de la Academia Francesa– escribía en “L’Echo de París” un comentario que titulaba de esta prometedora manera: “¿Puede reformarse un Estado?”. Glosaba allí el autor, con la autoridad que le da su reconocido saber, un libro de M. Francois Pietri titulado “La Reforma del Estado en el Siglo XVIII”. Y M. Madelin, simpatizante con las derechas, deduce del cuadro de la política contemporánea y de las enseñanzas de la historia de Francia una alarmante conclusión: el Estado francés ha entrado en crisis hace algunos años; sus prohombres –Tardieu, Doumergue– le han ofrecido sabias soluciones para salir de ella aun a costa de renuncias dolorosas para el clima político de la república. Pero el país no las acepta. Más aun, el rechazo tiene el inequívoco sello de afirmación de principios.

“Hacia otro 89”

Pero es el caso que las vísperas de la revolución del 89 muestran un idéntico proceso: soluciones más o menos radicales se ofrecen a una monarquía indecisa que no acepta a tiempo la necesidad de un cambio fundamental. Y así tenemos que el pesimismo del ilustre historiador se concreta y se fundamenta: ¿acaso va Francia hacia otro 89 por no saber tocar a fondo los resortes fundamentales del Estado?

La verdad es que Francia –pese a las derechas y a las izquierdas– es todavía consubstancial con su estado democrático, parlamentario y liberal, con su estado, sobre todo, al servicio, teóricamente al menos, de la pequeña burguesía. ¿Podrían las derechas o las izquierdas vencer esta resistencia? ¿O, como decía Madelin, no soportará el país ni estos remedios ni aquellos males?

Los “monoprix”

Como una respuesta a estos interrogantes, unos grandes carteles han cubierto algunas calles de París, señalando a la indignación pública la institución de los “Monoprix”, grandes almacenes de precios únicos a los que hace poco se les ha concedido ventajas impositivas. Atrás de los “Monoprix”, los pequeños comerciantes e industriales franceses –un hombre serio, metódico y sin hijos– ven la competencia desleal, los manejos de los partidos políticos, el oro extranjero, y, sobre todo –figura en letras mayúsculas– el inmenso, el inesperado peligro de la estatización, de la economía dirigida, de la injerencia del Estado en la actividad individual. Entonces, el pequeño comerciante o industrial, cuya indignación no conoce límites, se siente atacado en lo más profundo de su conciencia republicana, recóndito escondrijo en donde, por azar, reside también su interés. Y esta vez comprende que está indisolublemente unido a un Estado liberal y quiere morir o salvarse con él. Nada, pues, de soluciones radicales, y nada de tocar a fondo los resortes fundamentales del Estado. Y es el caso que le acompaña en este sentimiento media Francia.