La ofensiva de paz. 1955

En vísperas de la terminación de la conferencia afroasiática reunida en Bandung, los primeros ministros de la República popular China y de la Unión Soviética, señores Chou En-lai y Nikolai Bulganin, acaban de hacer manifestaciones públicas favorables a la realización de entrevistas directas entre sus respectivos países y las potencias occidentales destinadas a disminuir la tensión mundial. Esas declaraciones siguen a las gestiones efectuadas en Moscú por el primer ministro austríaco, Sr. Raab, que parecen haber tenido éxito y que deben perfeccionarse mediante una conferencia a realizarse en Viena, cuyos preparativos parecen desarrollarse sin inconvenientes por ambas partes. De este modo, todo hace suponer que nos hallamos en vísperas de un período de intensa actividad internacional, en el que pueden resolverse algunos de los problemas que preocupan a la opinión pública mundial desde la conclusión de la guerra.

La contemporaneidad de los ofrecimientos de paz por parte de los gobiernos de la República Popular China y la Unión Soviética parece revelar la existencia de alguna connivencia interna entre las decisiones de ambos gobiernos. Pero no debe descartarse la posibilidad de que tal connivencia resulte no de un propósito activo de envolver a las potencias occidentales en una vasta maniobra diplomática, sino de cierta necesidad de afrontar la situación creada por la creciente firmeza de la acción de esos países. No hay duda de que las potencias democráticas han tomado en los últimos tiempos la iniciativa, tras haberse mantenido a la defensiva por largos años, y es lícito pensar que la innegable eficacia y el sólido apoyo logrado por las organizaciones de defensa creadas en el Atlántico Norte y en el sudeste de Asia han concluido por convencer al bloque comunista de la firme decisión de las potencias democráticas de no dejarse sorprender por los golpes imprevistos destinados a crear situaciones de hecho. Quizá solo se necesitara una ocasión favorable para que la República Popular China y la Unión Soviética pudieran, sin merma de su prestigio, dar los pasos que han comenzado a dar; y no es imposible que hayan juzgado las circunstancias de los últimos tiempos como adecuadas para intentarloss ahora.

El gobierno de Pekín comenzó a moderar su actitud en el estrecho de Formosa a partir, aparentemente, del momento en que los Estados Unidos manifestaron sus designios de limitar en alguna medida su apoyo al mariscal Chiang Kai-shek. Sería imposible establecer por ahora qué otras circunstancias concurrieron a esa decisión, pues no es inverosímil que la medida del gobierno de Washington haya sido, a su vez, adoptada sobre la base de negociaciones reservadas, que acaso incluyan cierta seguridad de la no intervención de Rusia en el problema de Formosa. Pero lo indudable es que el designio norteamericano de no intervenir inmediatamente en el caso de conflicto entre las fuerzas de Pekín y las de Taipei -revelado expresamente por el presidente Eisenhower- significó una revisión de la política “de represalia inmediata” que por algunos meses pareció ser la inflexible norma del gobierno de Washington. A esas manifestaciones de los Estados Unidos correspondió China comunista con una visible reducción de sus acciones ofensivas respecto a Quemoy y las islas Matsu. Puede afirmarse que el juego de concesiones había comenzado, con el propósito de llegar a una aproximación.

Pero China comunista ha esperado una ocasión favorable para dar un nuevo paso, pues es explicable que no quisiera intentarlo bajo la presión del despliegue de fuerza hecho por las potencias occidentales en las conferencias de Manila y Bangkok. Por el contrario, bajo la atmósfera de la conferencia de Bandung, ha resultado airoso para el Sr. Chou En-lai hacer público su deseo de llegar a un acuerdo con los Estados Unidos. En ella se han escuchado, junto a violentas críticas, defensas vehementes de su posición, y no solo de boca de sus partidarios confesos, sino también de la de los defensores de la neutralidad, cuyo apoyo parece haber justificado en alguna medida, si no las aspiraciones últimas del gobierno de Pekín, al menos las reivindicaciones concretas que motivan el rozamiento con los Estados Unidos. Tanto el plan del gobierno de Ceilán como las palabras del Sr. Nehru han servido indirectamente para justificar la posición de China comunista, que, a los ojos de muchos países asiáticos, ha quedado claramente situada no como un Estado agresor, sino como una de las partes de un conflicto en el que ambos contendores tienen derechos igualmente discutibles.

Esta situación permite acceder honorablemente a las sugestiones de mediación, y el Sr. Chou En-lai lo ha hecho, sin duda, con elegancia, apresurándose a manifestar que su gobierno está dispuesto a devolver los aviadores norteamericanos que mantiene prisioneros. Entre tanto, el jefe del Estado Mayor conjunto norteamericano, almirante Radford, y el secretario adjunto de Estado del mismo país, Sr. Robertson, van a Taipei para conferenciar, sobre un tema que se mantiene en reserva, con el gobierno del mariscal Chiang Kai-shek, sospechándose que la entrevista se relaciona con las perspectivas de una negociación con el gobierno de Pekín.

Por su parte, los Soviets buscan visiblemente una aproximación a las potencias occidentales, aunque, como en el caso de China, con la condición de no ver comprometido su prestigio. Si durante la época del Sr. Malenkov pareció posible llegar a un entendimiento entre los dos bloques, la perspectiva parece haberse acentuado bajo el gobierno del mariscal Bulganin. No solo ha habido manifestaciones concretas en ese sentido, sino que puede contarse como un paso coincidente la notoria prescindencia que en los últimos tiempos ha adoptado el gobierno de Moscú frente al problema asiático. Con todo, la más llamativa de las resoluciones tomadas por el Kremlin para testimoniar su buena voluntad ha sido la de facilitar la solución del problema de Austria, cediendo en algunos puntos concretos que antes habían parecido insolubles e instando a las demás potencias ocupantes del territorio austríaco a concurrir a una conferencia para acordar los términos de la liberación del país. Para coronar el cuadro, el mariscal Bulganin acaba de manifestar públicamente que aspira a la celebración próxima de una reunión de jefes de Estado en la que se aclaren las desconfianzas recíprocas que separan los dos bloques.

Dados los elementos que suelen esconderse detrás de gestiones como las que ahora se realizan, sería difícil prever su resultado. Pero todo induce por el momento a creer que diversas circunstancias -las perspectivas de la guerra atómica, la voluntad de lucha manifestada por las potencias occidentales y las condiciones internas de los países del área comunista- ha provocado un cambio en la estrategia concebida y orientada hasta ahora por el régimen de Moscú. La idea de la coexistencia parece haber sido adoptada ahora con una mayor convicción de que también es útil para el mundo comunista, no solo como una trampa para preparar futuras agresiones, sino también, y acaso más cada vez, como una situación ventajosa para él mismo.

La cautela con que la experiencia aconseja esperar esta ofensiva de paz no debe impedir que se descubra el instante favorable para resolver una situación de tensión llena de peligros. Si un examen atento de las condiciones objetivas revela que ese instante ha llegado, es imprescindible aprovecharlo. “La pretendida estimación realista de las cosas -acaba de decir el Sr. Nehru en Bandung- nos ha llevado al borde de un abismo de destrucción”. El realismo es una inseparable peculiaridad de la política occidental; pero no es inconciliable con la esperanza, y acaso haya llegado el momento de confiar en la iluminación de los obcecados.