Rusia y el Cercano Oriente. 1954

La proximidad de la Conferencia de Ginebra -anunciada para el 26 del actual- presta particular relieve a las reclamaciones diplomáticas presentada por Rusia en los últimos días ante algunos gobiernos del Cercano y Medio Oriente. Aunque presuntivamente el temario de la reunión concierne ante todo a los agudos problemas de Corea e Indochina, donde prueban sus armas los dos grandes bloques de naciones, parece insinuarse la intención del Kremlin de agregar algún nuevo asunto a la agenda, acaso estimulado por la excepcional circunstancia de contar en esa ocasión con el apoyo de la China comunista, cuyo delegado concurrirá también a la Conferencia. Tal es la impresión que va cobrando terreno en los círculos diplomáticos de Angora, basada en los términos singularmente violentos que ha usado en estos días la prensa soviética con motivo del anuncio de conversaciones previas para la concertación de un tratado de mutua cooperación política, económica y cultural entre Turquía y Pakistán.

De acuerdo con esa presunción, Rusia denunciaría como un obstáculo fundamental para los esfuerzos de pacificación entre los bloques en conflicto los acuerdos diplomáticos formalizados o en vísperas de formalizarse que vinculan a las potencias occidentales con algunos países del Cercano y Medio Oriente cuya posición estratégica entraña, en opinión del gobierno de Moscú, una amenaza para la seguridad de Rusia. Esos acuerdos estarían destinados a constituir lo que han dado en llamar “el eje Estados Unidos-Angora-Karachi”, alrededor del cual giraría el sistema de alianzas con que las potencias occidentales procuran neutralizar el posible desplazamiento de Rusia hacia el sur.

Tan importante como pueda ser para el Kremlin el problema coreano e indochino -que entraña el de la expansión comunista en Asia y la eliminación de la influencia occidental en ese continente-, es innegable que el desarrollo del sistema defensivo creado por el mundo libre debe preocupar seriamente a Rusia, que ve fortalecerse los puntos débiles de su adversario al tiempo que se siente bloqueada en una de las direcciones de su posible expansión. Tal es el caso de la zona de los estrechos que comunican el Mar Negro con el Mediterráneo, permanente objeto de atención por parte de Rusia, que ha manifestado reiteradamente su designio de contar con la potencia mediterránea.

Ese designio guió la política que condujo a Rusia a enfrentarse con Turquía en la guerra de Crimea y luego en la que terminó con el tratado de San Stefano de 1878, revisado posteriormente en el Congreso de Berlín. Pero las potencias occidentales consideraron vital para su seguridad neutralizar ese designio y desbarataron entonces los planes rusos. Idéntico propósito es el que las mueve a evitar que caigan dentro de la esfera de influencia soviética los países que controlan el Mediterráneo oriental, propósito que comenzó a cristalizar con la incorporación de Turquía y Grecia a la organización del tratado del Atlántico en 1951. La adhesión parcial de Yugoslavia a esos objetivos estratégicos permitió que se concretará poco después el Pacto Balcánico, suscrito por esos tres países en febrero de 1953, al que respondió Rusia pocos meses más tarde ofreciendo a Turquía una revisión bilateral de la Convención de Montreux, que rige la situación internacional de los estrechos. Pero Turquía rechazó la invitación y, por el contrario, se mostró dispuesta consolidar sus vínculos con el mundo libre.

La formalización de un tratado de ayuda entre los Estados Unidos y Pakistán, así como el anuncio de las conversaciones entre este último país y Turquía, para la concertación de un pacto entre ambos, parecen haber preocupado profundamente al gobierno soviético, molesto ya, sin duda, por el fracaso de la esperanza de influir en el Medio Oriente, acariciada con motivo de la situación que el régimen del señor Mossadegh creó a los países occidentales en Persia. Pero las perspectivas del nuevo acuerdo internacional para la explotación del petróleo persa, así como el fortalecimiento de las vinculaciones del gobierno del General Zahedi con el mundo libre, han desvanecido, por el momento al menos, aquellas esperanzas. Por lo demás, los Estados Unidos anunciaron a principios del año en curso su propósito de concertar pactos de ayuda militar con Persia, Pakistán y Arabia Saudita, propósito que se ha cumplido en parte y que seguramente se cumplirá del todo a breve plazo. Un complemento de este sistema de alianzas sería el tratado que se gestiona entre Pakistán y Turquía.

Frente a tal situación, el gobierno de Moscú viene desarrollando una intensa ofensiva diplomática, dirigida hacia los gobiernos de Grecia, Turquía y Pakistán y finalmente hacia los países de la Liga Árabe. El Kremlin llama la atención de los respectivos gobiernos sobre los peligros que para la paz entraña la sesión de bases a los Estados Unidos y señala en el inequívoco sentido que tiene a sus ojos la formación de un bloque de países del Medio Oriente vinculado con las potencias occidentales. Pero en el caso de Turquía sus manifestaciones son más categóricas, pues alude expresamente a la incidencia que sus movimientos diplomáticos pueden tener sobre las próximas gestiones de paz. Es, pues, previsible que se trate de agregar el problema del Cercano y Medio Oriente a los que estaban ya previstos para la conferencia de Ginebra, cuyo plan de trabajo no quedó definitivamente ajustado en Berlín. Entretanto, el Soviet ha introducido en su juego una curiosa variante al anunciar su deseo de adherirse al Pacto del Atlántico Norte, convenido esencialmente, según se sabe, por el anhelo del mundo occidental de estar listos frente a una posible agresión rusa, que no provocará, desde luego, pero ante cuya posibilidad no le parece prudente permanecer impasible. El rechazo de los grandes aliados occidentales era previsible, pero el enjuiciamiento de la situación creada parece todavía prematuro.

Cabe preguntarse a qué resultado podrá llegarse en Ginebra si Rusia pretende plantear como indisolublemente unidos los aludidos problemas de Oriente. Es posible suponer que se trate de hallar una solución rápida para el conflicto de Indochina, dado el vehemente deseo de paz que manifiesta la opinión pública francesa. Pero puede asegurarse que las potencias occidentales no cejarán por ningún motivo en su propósito de fortalecer el sistema defensivo europeo, para el cual es decisivo el apoyo de los países situados en ese punto vital de la política y economía de Europa que es el Mediterráneo.