José Luis Romero Archivo Digital de obras completas de José Luis Romero |
El historiador, el maestro y su programa https://jlromero.com.ar/temas_y_conceptos/el-historiador-el-maestro-y-su-programa/ |
JORGE SAAB
Universidad Nacional de La Pampa
La cátedra de Historia Social General, cuya titularidad ejerció José Luis Romero en la Universidad de Buenos Aires entre 1958 y 1965, fue el modelo de formación universitaria al que mi memoria echó mano cuando tuve que hacerme cargo de un curso de posgrado cuyo contenido era la enseñanza de las ciencias sociales en el nivel superior.
…, esa cátedra de Historia Social General que él creó a su medida y donde realizaba la rara proeza de exponer en un solo curso las grandes líneas de la evolución del mundo occidental desde fines del Imperio Romano hasta la Segunda Guerra Mundial….(Tandeter)
Una de las formas de ponderar el desempeño de una cátedra consiste en el análisis de su programa. En primer lugar, es necesario considerar el contexto curricular del ciclo o carrera que le da sentido, tal como prescriben las teorías de la enseñanza respecto de la programación de un curso, ciclo o asignatura.
En este caso, no puede perderse de vista el carácter disruptivo de esta materia en la currícula de la carrera de Historia, no solo por lo novedoso de sus contenidos sino porque se inscribía en un proyecto de formación mucho más ambicioso, que era la creación de la carrera de Historia Social, cuyo plan de estudios se había dado a conocer acorde con los vientos de renovación que soplaban en la Universidad de Buenos Aires y en la misma Facultad de Filosofía y Letras.
Probablemente, ese proyecto había ido gestándose en la actividad del Centro de Historia Social que funcionaba en la calle Lavalle 465, donde, entre otras cosas, se llevaban a cabo intensas jornadas de discusión entre los integrantes de la cátedra, abiertas además a los estudiantes.
Para los estudiantes dispuestos a cursar esta asignatura de extensión cuatrimestral, bastaba con dirigirse a la oficina de publicaciones de la Facultad (OPFyL), para hacerse del material necesario que cubría las exigencias mínimas de la cátedra. Por lo demás, una vez iniciada la cursada, tenían la opción de obtener las clases grabadas en el Centro de Estudiantes (CEFyL).
El material, cuidadosamente editado, comprendía la bibliografía obligatoria, designada como Estudios Monográficos, encuadernada en cartulina celeste, los Ensayos de Historia Social, en pequeños libros de tapas verdes y las fuentes, denominadas como Textos para la Enseñanza de la Historia, de tapas rosa.
Además del conocimiento general que recibimos en Historia Social General y en Historia Medieval, considero que lo que más contribuyó a nuestra formación como historiadores (...) fue el análisis de fuentes que hacíamos en los trabajos prácticos y que era uno de los pilares de la materia. Ahí empecé a vislumbrar la investigación como un camino posible. (Iñigo Carrera)
Ese material abarcaba también el programa impreso en el Boletín de Publicaciones, donde se puede apreciar la calidad de la profusa bibliografía básica y general, además del listado de fuentes y unas pocas indicaciones a tener en cuenta por los cursantes
….esa fantástica y variada colección de materiales que editó para beneficio de sus alumnos de la cátedra de Historia Social, y que los estudiantes de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires seguimos gozando por generaciones, aun después que Romero ya no estaba en la casa, …(Míguez)
Un programa, entendido como una forma de designar una determinada selección, organización y jerarquización de conocimientos, no se reduce a una serie de tecnicismos con los que suelen insistir los didactas del campo de las pedagogías específicas ni a una formalidad que las instituciones educativas requieren de sus docentes.
En nuestro caso, el programa consiste en una propuesta de formación, a la vez de síntesis, de cuestiones epistemológicas y concepciones del mundo de las cuales se nutre esta novedosa versión historiográfica del mundo occidental a partir, como se ha dicho, de la sociedad del bajo Imperio Romano.
El programa se estructura en unidades que se corresponden, con criterios de periodización orgánicos, es decir, “cortes” producidos en el punto de una crisis, considerada como la culminación de un proceso histórico (fin de una época y comienzo de otra), que no tienen nada de arbitrarios, en tanto guardan coherencia con la teoría de la historia y la visión del mundo en la que se sustentan. A su vez, en cada unidad se pueden identificar tres subunidades: a) se parte del análisis de un determinado estado o configuración social y se ponen de relieve los "factores de cambio", esto es la emergencia de grupos, ideologías o situaciones que afectan la estructura social existente contribuyendo a su puesta en crisis; b) bajo la denominación "procesos de cambio", se aborda lo específicamente histórico, es decir, la transición a un nuevo estado o configuración social, c) con distintas denominaciones según el programa de cada año académico (“situaciones reales y doctrinas”, “hábitos, mentalidades y actitudes”) se hace referencia a los contextos culturales como la vida cotidiana y otros aspectos considerados relevantes. (Ver en el ANEXO la presentación de un tema según el programa vigente).
Si tuviéramos que encuadrar el programa en alguna de las corrientes epistemológicas en auge en aquellos tiempos, se podría situar la propuesta en un paradigma lógico-histórico en el que se articula el análisis estructural con la dinámica del proceso de cambio. Sin embargo, una lectura de este tipo puede inducir a interpretaciones esquemáticas o reduccionistas si no se presta atención a otros matices.
Por un lado, habría que tener en cuenta que las referencias a las estructuras obedecen a un propósito de inteligibilidad encaminado a facilitar la aproximación a fenómenos de mayor complejidad. Una vez relevado ese plexo relacional, se procede al abordaje del flujo constante de lo real.
Por otro lado, de ningún modo se trata de miradas estáticas sino más bien de aprehender el movimiento, el fluir temporal, con sus diferentes ritmos y duraciones. Lo mismo puede aplicarse a lo que la cátedra llama "factores de cambio". No se trata de elementos fijos de un conjunto ideal sino de emergentes provocadores del cambio.
El sesgo determinista que podría sugerir el listado bibliográfico, abundante en títulos referidos al desarrollo económico-social, queda salvado por ese espacio dedicado al mundo cultural al que hicimos referencia y que anticipaba, además, líneas historiográficas que entrarían en auge poco tiempo después.
En síntesis, el programa de Historia Social General intenta dar cuenta de la emergencia y desarrollo del mundo occidental y su sujeto -el burgués y el mundo urbano- considerado como una totalidad, categoría cara a la tradición intelectual a la que pertenecía Romero y objeto de impugnación de la corriente posmoderna con la que el historiador no simpatizaba (cfr. L.A. Romero).
El otro gran corpus en el que se revaloriza hoy a José Luis Romero es aquello que alude a los grandes relatos. Porque todo su trabajo está organizado en torno a la idea de un gran relato, en el sentido de que no hay cortes entre el pasado, el presente y el futuro….
Mi padre era un historicista total y no un hombre de pensar en esencias inmutables…
Las ideas de globalidad de mi padre no son simplificadoras y deterministas, sino bastante complejas. (Luis Alberto Romero)
Las referencias precedentes sobre el programa de Historia Social General requieren ampliar la mirada, si lo que se pretende es una mayor aproximación al significado e impacto que tuvo aquella cátedra en toda una generación de aspirantes a profesores e historiadores.
Es que un programa, a pesar de tener un diseño impecable y ser técnicamente inobjetable en su formulación, puede terminar en un fiasco para la audiencia a la que está dirigido.
Como bien han señalado investigadores que han abordado planes y programas de estudios como objeto de análisis, la consideración de un programa es inescindible de sus ejecutantes; en este caso, la investigación debería tener en cuenta las competencias del titular de la materia y el equipo que lo acompaña.
Existe un amplio consenso acerca de la misión de la universidad, no sólo como transmisora de ciertos saberes sino como productora de conocimientos. De ahí la exigencia según la cual los responsables de la formación deben ser personas en estrecha relación con la investigación o propiamente investigadores. Este requerimiento, cuando es mal entendido, suele derivar en una deplorable subalternización de la tarea docente, vista en muchos casos como una pesada carga que deben soportar los titulares y asociados de cátedra.
Cabe preguntarse -sin que esto lesione el concepto de libertad de cátedra- cómo encaran la enseñanza los catedráticos universitarios, cómo desarrollan sus clases frente a un grupo de jóvenes que cursan de buen o mal grado la materia que tienen a su cargo.
José Luis Romero fue, ante todo, un historiador, un investigador de bien ganado prestigio en el mundo académico. Ahora bien, ya vimos cómo concebía su programa; pero sería interesante también asomarnos a su “cocina”, es decir, a la preparación de sus clases y a la relación que establecía entre su trabajo de investigación y la comunicación de sus resultados a determinadas audiencias.
No contamos con materiales destinados a las clases de Historia Social General pero, en cambio, disponemos de variados papeles, borradores, esquemas y guías, elaborados con vista a cursos y ciclos de conferencias que fueron dictados para grupos o instituciones diversas alrededor de los años 70, alejado ya Romero del ámbito universitario (https://jlromero.com.ar/archivos/).
Los alcances de ese material se aprecian cabalmente solo si se tiene en cuenta la condición de historiador del docente que nos ocupa. En efecto, a partir de 1966 Romero comienza el despliegue de lo que hoy se identificaría como un programa de investigación, un núcleo problemático para cuyo abordaje concurren, en forma asociada, varios proyectos. Se trataba de un estudio del mundo urbano ocidental a través de cien ciudades europeas y latinoamericanas, a las que sumó luego otras asiáticas y africanas.
Lo llamativo del emprendimiento es que fue llevado adelante sin respaldo institucional alguno, teniendo como sede su propio domicilio familiar en Adrogué y como lugares de trabajo su escritorio y las habitaciones vecinas (https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/la-estructura-historica-del-mundo-urbano/). El dato, aportado por Luis Alberto Romero, no es menor ya que permite constatar que Romero pudo prescindir del ambiente académico para satisfacer su vocación de historiador. De lo que no prescindió, en cambio, fue del ejercicio de su condición docente, cualquiera fuese el público que le tocase en suerte. (Para mayor información, ver. L. A. Romero Presentación a los esquemas de clase, https://jlromero.com.ar/archivos/).
Además de compulsar una vasta bibliografía específica, una considerable cantidad y variedad de objetos, entre los que se cuentan desde cartografías hasta guías de turismo, obras de arte, desde emplazamientos arquitectónicos hasta obras literarias, a los que sumó las notas de sus viajes por el escenario de la investigación, fueron transformados en fuentes desde el momento en que la curiosidad del historiador los sometió a severos interrogatorios.
Ese enorme caudal de datos e informaciones se constituyó en el soporte empírico de la investigación. De allí surgieron una multiplicidad de esquemas manuscritos que, una vez corregidos y decantados, fueron mecanografiados siguiendo un orden jerárquico de temas e ideas y que dieron forma a las guías de clase que utilizaba en sus cursos y conferencias. En ellas, puede apreciarse el cuasi obsesivo cuidado que ponía en no dejar nada librado al azar o a la buena memoria y el modo con que organizaba la profusa información que le servía de soporte a las ideas que había ido elaborando sobre los temas.
Estas guías de clase confirman la idea según la cual en Romero no existían cesuras entre la investigación y la docencia, sino que más bien esta última era una instancia de un itinerario científico que, al mismo tiempo en que se iba desarrollando, socializaba sus resultados a través de distintas formas de comunicación hasta concluir cristalizados en publicaciones, como es el caso de algunos de sus títulos.
Como ejemplo, pueden consultarse, entre otras, las guías de clase de un curso sobre la Historia de París, dictado en 1970. Al respecto, comenta Luis Alberto Romero:
Las guías del curso París en su historia muestran su modo de organizar gradualmente la información y las ideas. El esquema general, con las seis grandes etapas, es similar al que desarrolló en Latinoamérica, las ciudades y las ideas, publicado en 1976. (https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/paris-y-su-historia-1970/)
El sitio mencionado, comprende, además, los archivos de audio (https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/test/), que permiten hacerse una idea del manejo que hacía de la información surgida de la investigación y que sintetizaba en las guías de clase. Estas últimas también pueden ser vistas como la matriz, tanto de los amplios panoramas que trazaba en sus clases como del contenido del libro que en su momento saldría publicado.
Los archivos de audio nos conducen al historiador en modo docente. Confirman, por otra parte, el recuerdo que conservan quienes fueron sus alumnos en la facultad- Catalina Wainerman, entre otros, acusó el impacto de la retórica de Romero:
"Romero hablaba con el cuidado de quien escribe, corregía sus oraciones, algo que sólo conozco en el lenguaje escrito pero no en el oral…Iniciaba una frase y, por la mitad, volvía atrás y, como quien tacha y reescribe, rearmaba la frase corrigiendo no sólo la posición del sujeto y el predicado o las articulaciones de género y de número (femenino-masculino, singular-plural) sino, además, la elegancia del vocabulario. Sus párrafos eran obras escritas con precisión y un gran cuidado por la elegancia literaria. No lo hacía continuamente, pero lo hacía cada tanto y el momento me deslumbraba. .. Construía su discurso oral, y lo hacía con el cuidado de quien hace literatura escrita".
Por mi parte, reitero que no encuentro grandes diferencias entre su modo de transmisión oral y su escritura. Leer sus trabajos es como escucharlo: la pasión, en su caso, no atenta contra la claridad y el rigor. (Saab)
Pero la tarea docente de Romero no se circunscribió exclusivamente a las aulas universitarias y a los estudiantes de historia. Entre quienes lo escucharon se cuentan personas de todas las edades y distintos niveles de instrucción, en ámbitos tales como el recordado Colegio Libre de Estudios Superiores, la Biblioteca del Consejo de Mujeres y otros cursos de índole privada.
De aquí que resulte interesante traer a colación el recuerdo del escritor y periodista Rubén Tizziani, quien no fue estudiante universitario ni su alumno formal
HISTORIA SOCIAL GENERAL. Profesor Romero. Clase N° 8 15-4-64
CEFYL FUBA. Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras adherido a la Federación Universitaria de Buenos Aires.
Los textos citados se pueden consultar en el sitio José Luis Romero. Obras completas. Archivo digital (https://jlromero.com.ar/)
Gorelik, Adrián. José Luis Romero: el historiador y la ciudad.
Iñigo Carrera, Nicolas. Mis recuerdos de José Luis Romero.
Míguez, Eduardo José. José Luis Romero, una filosofía de la ciencia histórica
Rest, Jaime. Conocimiento y enseñanza
Romano, Ruggiero. Evocación de José Luis Romero
Romero, Luis Alberto, El jardinero y la historia.
Saab, Jorge. José Luis Romero y la enseñanza de la historia
Tandeter, Enrique. A veces las apariencias engañan
Tizziani, Rubén. Mi primer y único maestro
Wainerman, Catalina. Retazos de mi memoria de José Luis Romero