El historiador, el maestro y su programa

JORGE SAAB
Universidad Nacional de La Pampa

El programa

La cátedra de Historia Social General, cuya titularidad ejerció José Luis Romero en la  Universidad de Buenos Aires entre 1958 y 1965, fue el  modelo de formación universitaria  al que mi memoria echó mano cuando tuve que hacerme cargo de un curso de posgrado cuyo contenido era la enseñanza de las ciencias sociales en el nivel superior.

…, esa cátedra de Historia Social General que él creó a su medida y donde realizaba la rara proeza de exponer en un solo curso las grandes líneas de la evolución del mundo occidental desde fines del Imperio Romano hasta la Segunda Guerra Mundial….(Tandeter)

Una de las formas de ponderar el desempeño de una cátedra consiste en el análisis de su programa. En primer lugar, es necesario considerar el contexto curricular del ciclo o carrera que le da sentido, tal como prescriben las teorías de la enseñanza respecto de la programación de un curso, ciclo o asignatura.

En este caso, no puede perderse de vista el carácter disruptivo de esta materia en la currícula de la carrera de Historia, no solo por lo novedoso de sus contenidos sino porque se inscribía en un proyecto de  formación mucho más ambicioso, que era la creación de la carrera de Historia Social, cuyo plan de estudios se había dado a conocer acorde con los vientos de renovación que  soplaban en la Universidad de Buenos Aires  y en la misma Facultad de Filosofía y Letras.

Probablemente, ese proyecto había ido gestándose en la actividad del Centro de Historia Social que funcionaba en la calle Lavalle 465, donde, entre otras cosas, se llevaban a cabo intensas jornadas de discusión entre los integrantes de la cátedra, abiertas además a los estudiantes.

Para los estudiantes dispuestos a cursar esta asignatura de extensión cuatrimestral, bastaba con dirigirse a  la oficina de publicaciones de la Facultad (OPFyL), para hacerse del material necesario que cubría las exigencias mínimas de la cátedra. Por lo demás, una vez iniciada la cursada, tenían la opción de obtener las clases grabadas en el Centro de Estudiantes (CEFyL).

El material, cuidadosamente editado, comprendía la bibliografía obligatoria, designada como Estudios Monográficos, encuadernada en cartulina celeste, los  Ensayos de Historia Social, en pequeños libros de tapas verdes y las fuentes, denominadas como Textos para la Enseñanza de la Historia, de tapas rosa.

Además del conocimiento general que recibimos en Historia Social General y en Historia Medieval, considero que lo que más contribuyó a nuestra formación como historiadores (…) fue el análisis de fuentes que hacíamos en los trabajos prácticos y que era uno de los pilares de la materia. Ahí empecé a vislumbrar la investigación como un camino posible. (Iñigo Carrera)

Ese material abarcaba también el programa impreso en el Boletín de Publicaciones,  donde se puede apreciar la calidad de la profusa bibliografía básica y general, además del listado de fuentes y unas pocas indicaciones a tener en cuenta por los cursantes

….esa fantástica y variada  colección de materiales que editó para beneficio de sus alumnos de la cátedra de Historia Social, y que los estudiantes de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires seguimos gozando por generaciones, aun después que Romero ya no estaba en la casa, …(Míguez)

Un programa, entendido como una forma de designar una determinada selección, organización y jerarquización de conocimientos, no se reduce a una serie de tecnicismos con los que suelen insistir los didactas del campo de las pedagogías específicas ni a una formalidad que las instituciones educativas requieren de sus docentes.

En nuestro caso, el programa consiste en una propuesta de formación, a la vez de síntesis, de cuestiones epistemológicas y concepciones del mundo de las cuales se nutre esta novedosa versión historiográfica del mundo occidental a partir, como se ha dicho, de la sociedad del bajo Imperio Romano.

El programa se estructura en unidades que se corresponden, con criterios de periodización orgánicos, es decir, “cortes” producidos en el punto de una crisis, considerada como la culminación de un proceso histórico (fin de una época y comienzo de otra),  que no tienen nada de arbitrarios, en tanto guardan coherencia con la teoría de la historia y la visión del mundo en la que se sustentan. A su vez, en cada unidad se pueden identificar tres subunidades: a) se parte del análisis de un determinado estado o configuración social y se ponen de relieve los “factores de cambio”, esto es la emergencia de grupos, ideologías o situaciones que afectan la estructura social existente contribuyendo a su puesta en crisis; b) bajo la denominación “procesos de cambio”, se aborda lo específicamente histórico, es decir, la transición a un nuevo estado o configuración social, c) con distintas denominaciones según el programa de cada año académico (“situaciones reales y doctrinas”, “hábitos, mentalidades y actitudes”) se hace referencia a los contextos culturales como la vida cotidiana y otros aspectos considerados relevantes. (Ver en el ANEXO la presentación de un tema según el programa vigente).

Si tuviéramos que encuadrar el programa en alguna de las corrientes epistemológicas en auge en aquellos tiempos, se podría  situar la propuesta en un paradigma lógico-histórico en el que se articula el análisis estructural con la dinámica del proceso de cambio. Sin embargo, una lectura de este tipo puede inducir a interpretaciones esquemáticas o reduccionistas si no se presta atención a otros matices.

Por un lado, habría que tener en cuenta que las referencias a las  estructuras obedecen a un propósito de inteligibilidad encaminado a facilitar la aproximación a fenómenos de mayor complejidad. Una vez relevado ese plexo relacional, se procede al abordaje del flujo constante de lo real.

Por otro lado, de ningún modo se trata de miradas estáticas sino más bien de  aprehender el movimiento, el fluir temporal, con sus diferentes ritmos y duraciones. Lo mismo puede aplicarse a lo que la cátedra llama “factores de cambio”. No se trata de elementos fijos de un conjunto ideal sino de emergentes provocadores del cambio.

El sesgo determinista que podría sugerir el listado bibliográfico, abundante en títulos referidos al desarrollo económico-social, queda salvado por ese espacio dedicado al mundo cultural al que hicimos referencia y que anticipaba, además, líneas historiográficas que entrarían en auge poco tiempo después.

En síntesis, el programa de Historia Social General intenta dar cuenta de la emergencia y desarrollo del mundo occidental y su sujeto -el burgués y el mundo urbano- considerado como una totalidad, categoría cara a la tradición intelectual a la que pertenecía Romero y objeto de impugnación de la corriente posmoderna con la que el historiador no simpatizaba (cfr. L.A. Romero).

El otro gran corpus en el que se revaloriza hoy a José Luis Romero es  aquello que alude a los grandes relatos. Porque todo su trabajo está organizado en torno a la idea de un gran relato, en el sentido de que no hay cortes entre el pasado, el presente y el futuro….

Mi padre era un historicista total y no un hombre de pensar en esencias inmutables…

Las ideas de globalidad de mi padre no son simplificadoras y deterministas, sino bastante complejas. (Luis Alberto Romero)

El historiador

Las referencias precedentes sobre el programa de Historia Social General requieren ampliar la mirada, si lo que se pretende es una mayor aproximación al significado e impacto que tuvo aquella cátedra en toda una generación de aspirantes a profesores e historiadores.

Es que un programa, a pesar de tener un diseño impecable y ser técnicamente inobjetable en su formulación, puede terminar en un fiasco para la audiencia a la que está dirigido.

Como bien han señalado investigadores que han abordado planes y programas de estudios como objeto de análisis, la consideración de un programa es inescindible de sus ejecutantes;  en este caso, la investigación debería tener en cuenta las competencias del titular de la materia y el equipo que lo acompaña.

Existe un amplio consenso acerca de la misión de la universidad, no sólo como transmisora de ciertos saberes sino como productora de conocimientos. De ahí la exigencia según la cual los responsables de la formación deben ser personas en estrecha relación con la investigación o propiamente investigadores. Este requerimiento, cuando es  mal entendido, suele derivar en una deplorable subalternización de la tarea docente, vista en muchos casos como una pesada carga que deben soportar los titulares y asociados de cátedra.

Cabe preguntarse -sin que esto lesione el concepto de libertad de cátedra- cómo encaran la enseñanza los catedráticos universitarios, cómo desarrollan sus clases frente a un grupo de jóvenes que cursan de buen o mal grado la materia que tienen a su cargo.

José Luis Romero fue, ante todo, un historiador, un investigador de bien ganado prestigio en el mundo académico. Ahora bien, ya vimos cómo concebía su programa; pero sería interesante también asomarnos a su “cocina”, es decir, a la preparación de sus clases y a la relación que establecía entre su trabajo de investigación y la comunicación de sus resultados a determinadas audiencias.

No contamos con materiales destinados a las clases de Historia Social General pero, en cambio, disponemos de variados papeles, borradores, esquemas y guías, elaborados con vista a cursos y ciclos de conferencias que fueron dictados para grupos o instituciones diversas alrededor de los años 70, alejado ya Romero del ámbito universitario (https://jlromero.com.ar/archivos/).

Los alcances de ese material se aprecian cabalmente solo si se tiene en cuenta la condición de historiador del docente que nos ocupa. En efecto, a partir de 1966 Romero comienza el despliegue de lo que hoy se identificaría como un programa de investigación, un núcleo problemático para cuyo abordaje concurren, en forma asociada, varios proyectos. Se trataba de un estudio del mundo urbano ocidental a través de cien  ciudades europeas y latinoamericanas, a las que sumó luego otras asiáticas y  africanas.

Lo llamativo del emprendimiento es que fue llevado adelante sin respaldo institucional alguno, teniendo como sede su propio domicilio familiar en Adrogué y como lugares de trabajo su escritorio y las habitaciones vecinas (https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/la-estructura-historica-del-mundo-urbano/). El dato, aportado por Luis Alberto Romero, no es menor ya que permite constatar que Romero pudo prescindir del ambiente académico para satisfacer su vocación de historiador. De lo que no prescindió, en cambio, fue del ejercicio de su condición docente, cualquiera fuese el público que le tocase en suerte. (Para mayor información, ver. L. A. Romero  Presentación a los esquemas de clase,  https://jlromero.com.ar/archivos/).

Además de compulsar una vasta bibliografía específica, una considerable cantidad y variedad de objetos, entre los que se cuentan desde cartografías hasta guías de turismo, obras de arte, desde  emplazamientos arquitectónicos hasta obras literarias, a los que sumó las notas de sus viajes por el escenario de la investigación, fueron transformados en fuentes desde el momento en que la curiosidad del historiador los sometió a severos interrogatorios.

Ese enorme caudal de datos e informaciones se constituyó en el soporte empírico de la investigación. De allí surgieron una multiplicidad de esquemas manuscritos que, una vez corregidos y decantados, fueron mecanografiados siguiendo un orden jerárquico de temas e ideas y que dieron forma a  las guías de clase que utilizaba en sus cursos y conferencias. En ellas, puede apreciarse el cuasi obsesivo cuidado que ponía en no dejar nada librado al azar o a la buena memoria y el modo con que organizaba la profusa información que le servía de soporte a las ideas que había ido elaborando sobre los temas.

Estas guías de clase confirman la idea según la cual en Romero no existían cesuras entre la investigación y la docencia, sino que más bien esta última era una instancia de un itinerario científico que,  al mismo tiempo en que se iba desarrollando, socializaba sus resultados a través de distintas formas de comunicación hasta concluir cristalizados en publicaciones, como es el caso de algunos de sus títulos. 

Como ejemplo, pueden consultarse, entre otras, las guías de clase de un curso sobre la Historia de París, dictado en 1970. Al respecto, comenta Luis Alberto Romero:

 Las guías del curso París en su historia muestran su modo de organizar gradualmente la información y las ideas. El esquema general, con las seis grandes etapas, es similar al que desarrolló en Latinoamérica, las ciudades y las ideas, publicado en 1976. (https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/paris-y-su-historia-1970/)

El sitio mencionado, comprende, además, los archivos de audio (https://jlromero.com.ar/archivos_jlr/test/), que permiten hacerse una idea del manejo que hacía de la información surgida de la investigación y que sintetizaba en las guías de clase. Estas últimas también pueden ser vistas como la matriz, tanto de los amplios panoramas que trazaba en sus clases como del contenido del libro que en su momento saldría publicado.

Los archivos de audio nos conducen al historiador en modo docente. Confirman, por otra parte, el recuerdo que conservan quienes fueron sus alumnos en la facultad- Catalina Wainerman, entre otros, acusó el impacto de la retórica de Romero:

 “Romero hablaba con el cuidado de quien escribe, corregía sus oraciones, algo que sólo conozco en el lenguaje escrito pero no en el oral…Iniciaba una frase y, por la mitad, volvía atrás y, como quien tacha y reescribe, rearmaba la frase corrigiendo no sólo la posición del sujeto y el predicado o las articulaciones de género y de número (femenino-masculino, singular-plural) sino, además, la elegancia del vocabulario. Sus párrafos eran obras escritas con precisión y un gran cuidado por la elegancia literaria. No lo hacía continuamente, pero lo hacía cada tanto y el momento me deslumbraba. .. Construía su discurso oral, y lo hacía con el cuidado de quien hace literatura escrita”.

Por mi parte, reitero que no encuentro grandes diferencias entre su modo de transmisión oral y su escritura. Leer sus trabajos es como escucharlo: la pasión, en su caso, no atenta contra la claridad y el rigor. (Saab)

Pero la tarea docente de Romero no se circunscribió exclusivamente a las aulas universitarias y a los estudiantes de historia. Entre quienes lo escucharon se cuentan personas de todas las edades y distintos niveles de instrucción, en ámbitos tales como el recordado  Colegio Libre de Estudios Superiores, la Biblioteca del Consejo de Mujeres y otros cursos de índole  privada.

De aquí que resulte interesante traer a colación el recuerdo del escritor y periodista Rubén Tizziani, quien no fue estudiante universitario ni su alumno formal [fue Secretario de Redacción de Gran Historia de Latinoamérica, obra dirigida por J.L. Romero entre 1971 y 1973). Desde la condición de amigo y a través de largas conversaciones, pudo identificar en Romero la imagen de un verdadero maestro. Su memoria rescata su voz serena, clara, grave, su fraseo preciso, encadenado a una idea que podía fluir durante horas sin desnaturalizarse, sin perder en ningún momento la hilación, el sentido profundo que quería transmitir, aunque sólo él lo conociera desde el principio y lo fuera desenvolviendo lentamente.

De los archivos de audio rescatamos aquellas clases y conferencias referidas a las ciudades y el mundo urbano que, una vez editadas, fueron incluidas, casi en su totalidad, en el libro La ciudad occidental. En ellas es posible apreciar algunos rasgos salientes de sus exposiciones, entre otros, el manejo del tiempo, el uso de las pausas  y los cambios de entonación.

Llaman la atención, por ejemplo, los primeros diez minutos de la conferencia pronunciada en la Fundación Omega, en 1972. En ese lapso, Romero explica cómo surge su objeto de estudio una vez  formulado el interrogante sobre el sujeto de la cultura occidental.

A partir de esa notable apertura, su exposición sigue un itinerario en espiral que, en la medida en que se desarrolla, va incorporando nuevos contenidos conceptuales que surgen de los ejemplos, la comparación y los señalamientos de rupturas y continuidades.

Su tono grave y preciso va dibujando un panorama en el que se puede visualizar el surgimiento y evolución de la cultura occidental a partir del área que abarcaba el imperio romano y cómo, sobre ese espacio que progresivamente se ensancha, fueron surgiendo las ciudades, semejando una constelación que abre paso a la noción de mundo urbano.

La secuencia narrativa recorre las ciudades como ejemplo e ilustración a  la vez de lo que Romero entiende por ciudad física, ciudad simbólica, ciudad gótica, ciudad barroca, en fin, funciones y atributos que dan forma  a lo que el historiador concibe como la estructura histórica del mundo urbano. Ese mundo se puede apreciar, además, en las objetivaciones más notables de la literatura, el arte y el pensamiento, creaciones culturales que reconocen la autoría de individuos sobresalientes pero que, en última instancia son la expresión de un impulso colectivo.

Estas clases siguen, en general, un estilo de exposición argumentativa en la que se cuida  la coherencia y claridad de la explicación. En algunas expresiones, se advierte la preocupación por ser entendido, y el énfasis puesto en algunos tópicos obra como un subrayado para destacar su importancia.

Si bien se cuida el ordenamiento temporal que da cuenta de la evolución del mundo urbano, pasado y presente, a menudo eluden el corsé cronológico para atender mejor el orden conceptual.

En algunos tramos, adopta un tono coloquial acorde con su personalidad de gran conversador. Allí se advierten mejor el uso de la anécdota y las digresiones que brotan de su vasto acervo cultural y del enorme caudal de información que ha ido recopilando.

En otros momentos, su tono se apasiona a la manera de quien relata un descubrimiento que acaba de llevar a cabo, El recorrido descriptivo y las precisiones conceptuales que realiza en sus conferencias permiten a la vez entender un asunto por demás complejo y disfrutar de los paisajes  que evoca con su sola voz, con total prescindencia  de los dispositivos tecnológicos tan de moda en estos tiempos. 

El maestro

Tiempo atrás escribí que el entusiasmo que generaban las clases de José Luis Romero se debía a la manera magistral con que su explicación permitía comprender cómo cambiaba una sociedad, cómo podía producirse el pasaje de un sistema histórico-social a otro, cómo se encadenaban unos acontecimientos tomando la forma de un proceso y cómo se iban configurando ciertas relaciones sociales características, en aquel caso, del mundo feudal. De modo que al concluir aquella unidad del programa yo tenía la hermosa sensación de haber entendido  algo y ese algo me parecía una cosa importante para mi decisión, ya tomada, de llegar a ser profesor de historia (J. Saab).

Los tres testimonios que siguen sobre la calidad docente de Romero confirman y amplían este trasunto de memoria:

Si las clases dictadas por Romero eran atrapantes por su contenido también lo eran por su forma: las clases magistrales eran realmente magistrales. Uno salía deslumbrado por la exposición. Atributo que no era habitual entre nuestros profesores. …( Iñigo Carrera)

Lo de Romero era diferente, … Y hoy sé que fue diferente a todos los demás docentes que tuve a lo largo de mi vida de alumna…

Dos cuestiones me impresionaron en Romero: el estilo de exposición oral, y el estilo de abordar la enseñanza de un tema tan remoto en el tiempo como la Edad Media. … En cuanto a lo segundo, Romero acercaba la historia del pasado, para nosotros remoto, al mundo cotidiano….  Y ambos aspectos tenían algo en común, la cotidianeidad del tiempo histórico y la cotidianeidad de los seres destacados de la sociedad. Ambos desacralizaban y le daban patente de legitimidad a la vida diaria….( Wainerman)

Y una vez más, el aporte de Rubén Tizziani, elaborado desde esferas no universitarias, confirma y refuerza la imagen que de él conservaron quienes fueron sus alumnos:

Entonces también se extraña la inteligencia que había detrás de las palabras, la capacidad de desmenuzar el tema más complejo o la anécdota más sencilla con la misma pasión, la posibilidad de relacionar gentes, acontecimientos, procesos centenarios y convertir lo inconciliable en una reveladora interpretación. Sin ostentación, sin que le cambiara el tono de la voz; sólo seguro, sabiendo que sabía, que había reflexionado como pocos aquí sobre el hombre y su historia. Entonces, finalmente -¿por qué no decirlo sin pudor de una vez por todas?-, uno extraña su enorme, irremplazable sabiduría.

Estos testimonios tienen en común, además de subrayar el efecto encantador de aquel discurso, enfatizar el carácter sobresaliente de la docencia de Romero. También surge de estos párrafos la notable competencia narrativa de nuestro profesor, lo cual evidencia su capacidad pedagógica, virtud no suficientemente valorada en el ámbito universitario. Asimismo se desprende de las citas precedentes un soporte cultural, más bien un fondo de sabiduría sobre el que se apoya esa solvencia narrativa de la que hablamos.

Jaime Rest ilustra acabadamente esa característica, en este caso, acerca de su cultura literaria:

Pero debo agregar que José Luis Romero, como Lucien Febvre, George Macaulay Trevelyan o Eileen Power, era un historiador a quien seducía la posibilidad de desentrañar la imagen de la sociedad a través del documento poético. He conocido pocas personas -inclusive entre aquellas consagradas exclusivamente a disciplinas literarias- que tuvieran un conocimiento de primera mano tan sólido y profundo de textos y fuentes como el que poseía Romero. … Poseía, además, un incalculable dominio de crónicas y testimonios escritos. Sentía un entusiasmo ilimitado por los Carmina Burana, por el prólogo general de los Canterbury Tales, por las narraciones de Chrétien de Troyes, todos ellos materiales literarios que revelaban la estructura y condiciones de la vida social de su tiempo.

Ciertamente, es tarea difícil explicar de dónde surge aquello que es excepcional en cualquier orden de la actividad humana. Se suele hablar de algo así como don natural o talento innato para referirse a los exponentes más notables del arte, el deporte y la ciencia. Lo cierto es que en Romero se condensaban capacidades forjadas no solo a través de su extraordinaria contracción al trabajo sino a la posibilidad que tienen ciertos sujetos de asimilar experiencias intelectuales y de vida en general y transformarlas en patrimonio personal aptas para ser socialmente transferidas.

Se ha escrito y reiterado sobre los años de formación de Romero. Probablemente, desde su adolescencia haya sido iniciado en el ideario normalista. La educación para él fue siempre una preocupación como puede advertirse en sus textos, aún hoy de los mejores para la enseñanza media, y la clase de vínculo pedagógico que establecía con los jóvenes.

Seguramente, la orientación del hermano Francisco fue decisiva para la incorporación de saberes provenientes de la filosofía y de las  humanidades en general, así como de la mano de Clemente Ricci comenzó su iniciación en la preceptiva historiográfica.(cfr. AAVV en https://jlromero.com.ar/)

A ese caudaloso acervo cultural se sumaron la autoexigencia y el rigor intelectual – “lo que uno hace debe hacerlo bien”, se dice que solía repetir- y su condición de hombre situado, comprometido con la sociedad de su tiempo, lo cual hacía entrever que para él la historia era menos una construcción de sujeto a objeto que una relación entre sujetos.

En cuanto a su condición docente, creo, como dije alguna vez, que se trataba del placer de enseñar, de transmitir lo que se sabe o parte de lo que se sabe a otros. Esto requiere, a mi entender, cierta propensión a considerar a los más jóvenes como sujetos a quienes vale la pena decirles algo, en este caso, que la historia tiene  mensajes que  pueden ser importantes para sus vidas .

Ese hombre entero, explicando durante dos horas el desarrollo de un proceso de cambio histórico, sentado al escritorio sobre tarima en aquella vieja aula de la calle Viamonte, dejó su marca impresa en los grupos de universitarios que tuvieron el privilegio de asistir a sus clases, porque además de historiador de excelencia fue un maestro en la más alta acepción del término. Su legado ha sido sintetizado con claridad en las palabras de Ruggiero Romano:

Lección de dignidad humana, lección de seriedad de estudioso, lección de profesor, incomparable lección de compromiso político democrático. Lo ideal sería poder indicar las conexiones, las relaciones de estas diferentes lecciones para mostrar que, en realidad, todas constituyen una única lección…..

ANEXO

Fragmento de una clase teórica de Historia Social General dictada por J.L. Romero.

“Habíamos enunciado los distintos factores de cambio que operaban en este proceso que estamos analizando. Vamos a intentar ahora, en una visión de conjunto, poner en movimiento estos factores, y tratar de sorprenderlos en sus funciones. Pero, para hacer eso, es importante que recapacitemos un momento, sobre el tema general en el tema 2 y que nos ubiquemos cronológicamente y geográficamente en el área occidental del imperio, o sea, en el área central y oeste de Europa, pero cronológicamente interesa mucho que nos situemos perfectamente.

El proceso que estamos estudiando es aquel en que la sociedad romana se transforma en lo que se va a llamar sociedad feudal en la Europa occidental.

Estos son los dos puntos, el uno de partida y el otro de llegada de nuestro proceso. El Imperio Romano tenía una estructura económico-social muy bien constituida, que nosotros damos por asentada en el siglo segundo.

Asistimos a partir de ese momento a las primeras convulsiones de ese imperio económico-social, y vemos como su estructura comienza a desmoronarse y desarticularse y vemos como eso poco a poco resulta de una serie de elementos, que ahora funcionan unos independientemente de otros, como consecuencia de la desarticulación vamos a ver finalmente, a medida que llegamos al siglo octavo, al siglo noveno, al décimo y al undécimo, como esos elementos que han resultado de la desarticulación de la estructura tradicional y también de estos factores de cambio a los cuales me he referido, empiezan a re articularse y se estructuran en otro sistema, en otra estructura económico-social y al llegar al siglo XI, la vamos a ver bastante bien asentada y definida. La denominamos “estructura económica-social feudal”. Señalamos un tope que estará bien constituido hacia el siglo décimo o undécimo. Y tenemos ahora la estructura tradicional romana y la estructura feudal. El proceso que conduce de la primera a la segunda es el tema en que vengo insistiendo desde hace varios días. A continuación, veremos la resultante de la actuación de estos factores de cambio. Resultado, o consecuencia, que ni más ni menos que la reestructuración de estos elementos tradicionales y de otros nuevos, en esta nueva configuración económico-social llamada “sociedad feudal”.

Recordarán ustedes que hemos señalado entre los factores de cambio, es decir los que contribuyeron a desarmar la estructura económico-social y crear otras nuevas, a la regionalización imperial, la presencia de nuevas ideas religiosas, la invasión musulmana en el Mediterráneo. Cada uno de estos factores de cambio va a operar de distinta manera y en distinto terreno y de la acción de todos ellos sacamos las pistas para descubrir cómo se va a producir una cosa nueva a partir de cierto momento.

El proceso de cambio durante la temprana edad media, según dice nuestro programa, debemos analizarlo según el primer subtema: La crisis de la estructura tradicional.

Esta parte la podemos hacer mucho más rápido que la anterior porque aquí se trata solo de ver como funcionaron los factores de cambio. O, mejor dicho, como funcionaron los factores de cambio para provocar la crisis de la estructura tradicional”.[…]

HISTORIA SOCIAL GENERAL. Profesor Romero. Clase N° 8   15-4-64

CEFYL FUBA. Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras adherido a la Federación Universitaria de Buenos Aires.

Bibliografía

Los textos citados se pueden consultar en el sitio José Luis Romero. Obras completas. Archivo digital (https://jlromero.com.ar/)

Gorelik, Adrián. José Luis Romero: el historiador y la ciudad.

Iñigo Carrera, Nicolas. Mis recuerdos de José Luis Romero.

Míguez, Eduardo José. José Luis Romero, una filosofía de la ciencia histórica

Rest, Jaime. Conocimiento y enseñanza

Romano, Ruggiero. Evocación de José Luis Romero

Romero, Luis Alberto, El jardinero y la historia.

Saab, Jorge. José Luis Romero y la enseñanza de la historia

Tandeter, Enrique. A veces las apariencias engañan

Tizziani, Rubén. Mi primer y único maestro

Wainerman, Catalina. Retazos de mi memoria de José Luis Romero