LUIS ALBERTO ROMERO
Entre 1953 y 1955 José Luis Romero escribió un libro que quedó inconcluso: La cultura occidental. La Segunda Edad (siglo XVI a XVIII), que puede leerse en la sección Archivos de este Sitio. Comenzó a trabajar en él a fines de 1953, por encargo de la editorial Fondo de Cultura Económica; abandonó la tarea en 1955 y el manuscrito quedó en su archivo, en una carpeta dedicada al tercer tomo de su planeada Historia de la Cultura Occidental. Continuaría la serie de La revolución burguesa en el mundo feudal (1967) y Crisis y orden en el mundo feudoburgués, editado póstumamente en 1982.
En 1977, al momento de su muerte, se disponía a iniciar ese trabajo. Entre los materiales reunidos en esa carpeta encontré una copia de este manuscrito inconcluso, referido a los siglos XVI y XVII, escrito entre 1953 y 1955. En él José Luis Romero desarrolla ampliamente temas vinculados con la cultura y las ideas en esos siglos, a los que desde entonces volvió solo de manera ocasional, hasta 1970. Entonces dictó un curso referido al mundo de la cultura y las ideas en Occidente, que edité en 1987 con el título Estudio de la mentalidad burguesa. De modo que en este libro inconcluso, de 1953 o 1954, se encuentran desarrollados temas e ideas que cubren una zona casi vacía, dentro de su gran proyecto de historiar la “cultura occidental”. Mientras lo escribía, esbozó, a mano levantada, el plan general de una obra en tres tomos.
Señalaré primero cómo Romero y su amigo Arnaldo Orfila Reynal llegaron a acordar sobre este proyecto. Luego trataré de reconstruir la cronología de lo que eran, inicialmente, dos proyectos diferentes: una historia general de la cultura occidental y un estudio más detallado sobre los orígenes del espíritu burgués en la baja Edad Media, a los que podría añadirse un tercero, concurrente: una teoría de la vida histórica. Finalmente, señalaré los tópicos principales del manuscrito, concluyendo con algunas observaciones acerca del contexto en que debería ser leído.
Orfila y José Luis Romero
El origen de este libro fue un encargo de Arnaldo Orfila Reynal, por entonces Director general de la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica. Romero y Orfila se conocieron en La Plata, donde Romero estudió y fue profesor hasta su cesantía en 1945. Orfila había estudiado Química y estuvo muy ligado al movimiento reformista y al Partido Socialista. También se vinculó con el círculo del filósofo Alejandro Korn, por donde orbitaban Romero y su esposa, Teresa Basso. El grupo de amigos socialistas platenses que se formó entonces perduró largamente.
Desde 1945 Orfila y Romero compartieron la militancia en el Partido Socialista y trabajaron juntos en El Iniciador, un periódico partidario donde Romero publicó sus primeros ensayos de análisis político. En 1945 Orfila fue nombrado Gerente de la sucursal argentina de la editorial mexicana Fondo de Cultura. Su Director general, Daniel Cosío Villegas, organizaba por entonces la colección Tierra Firme, que incluía una serie de volúmenes de historias de las ideas en los países latinoamericanos. Cosío recorrió los distintos países, para seleccionar los autores. En la Argentina eligió a José Luis Romero, por consejo de Pedro Henríquez Ureña, a pesar de que el joven autor no se ocupaba por entonces de la historia argentina. Las ideas políticas en Argentina se publicó en 1946. En 1948 Orfila se mudó a México, donde en poco tiempo se ganó el lugar de Director general de la nueva y pujante editorial.[i]
Uno de sus proyectos fue la serie Breviarios, de alta divulgación. En abril de 1948 le propuso a Romero escribir un volumen para la colección, sobre la Edad Media, tentándolo con un adelanto importante: los derechos correspondientes a la primera edición, algo irresistible para el profesor que había sido cesanteado en todos sus cargos docentes en 1946. Romero trabajó rápido. En agosto de 1949 apareció el libro, que tuvo buenas críticas y, sobre todo, se vendió muy bien.[ii] A ojos de Orfila, Romero demostró que manejaba con maestría el estilo de la síntesis de alta divulgación y el ensayo de opinión.
En los años siguientes Romero recurrió a Orfila pidiendo ayuda para distintos proyectos, como una Historia de América colectiva que dirigía en la editorial Losada, para la que su amigo contactó a posibles colaboradores mexicanos. Romero también recurrió a él para Imago Mundi, la revista que dirigió entre 1953 y 1956; Orfila buscó, con empeño y hasta militancia, tanto colaboradores como suscriptores e intentó, sin éxito, distribuirla por Hispanoamérica.
Por su parte, Orfila lo consultó frecuentemente sobre proyectos editoriales y posibles colaboradores, y lo tentó algunas veces con la posibilidad de escribir otro Breviario. Inicialmente Romero le propuso una “Historia de los historiadores” -el tema era una de sus especialidades-, pero la idea no convenció a Orfila, un Director muy cuidadoso de la parte mercantil del negocio editorial.
Entre 1949 y 1952 Romero fue profesor viajero de la Universidad de la República en Montevideo, donde se sintió muy a gusto y percibió regularmente un salario, normal en Uruguay pero muy alto en la Argentina debido a la diferencia cambiaria. En la memoria familiar, fue una época espléndida. Entre fines de 1951 y los primeros meses de 1952 estuvo en la universidad de Harvard, con una beca Guggenheim, reuniendo las fuentes medievales necesarias para la investigación de su nuevo proyecto: “Los orígenes del espíritu burgués”.
En 1953 el gobierno argentino puso restricciones a los viajes al Uruguay. La Universidad le mantuvo el salario por un año -como parte de sus tareas escribió entonces los ensayos luego publicados en 1956 en el volumen Introducción al mundo actual-, pero a fines de 1953 el maná se cortó. En abril de ese año Orfila, luego de condolerse por la situación, le ofreció -siempre con el atractivo del adelanto- escribir un nuevo libro para Fondo: una “Historia universal”, en formato grande, en una extensión que duplicaba la de un Breviario.
Romero consideró con seriedad la propuesta, pero hizo una objeción: ya llevaba escritas dos Historias universales en el nivel de divulgación,[iii] además de los libros de texto. “Por lo pronto he dejado de escribir libritos, como el que Ud. ha leído, que no hace más que fastidiarme y obligarme a dar por sabidas cosas que tengo a medio averiguar”, le escribe por entonces al español José Ferrater Mora, su principal interlocutor intelectual de entonces.[iv]
Romero podía repetir la tarea, simplemente con lo que ya sabía; pero quería hacer algo nuevo, que lo obligara a leer y estudiar, y que se acercara al gran proyecto que tenía en mente: una historia de la cultura occidental escrita en la clave del tema que estaba investigando en historia medieval, centrado en la evolución del espíritu burgués.
La propuesta que hizo, y que Orfila aceptó, se apoyaba en lo que, esquemáticamente, había publicado en 1953 en el breve y luminoso ensayo La cultura occidental, organizado en cuatro partes: “Los legados”, “La Primera Edad”, “La Segunda Edad” y “La Tercera Edad”. Los dos primeros tópicos estaban desarrollados en La Edad Media, de modo que le resultaría fácil escribir una versión adecuada para el nuevo proyecto. Así, le propuso a Orfila escribir dos nuevos volúmenes sobre la Segunda y la Tercera Edad, es decir lo que habitualmente se denominaba historia moderna e historia contemporánea. Sumados a la nueva versión de La Edad Media, compondrían una “Historia de la cultura occidental”, en un nivel de alta divulgación, cuya estructura fue elaborando de manera lenta pero sostenida.
El tema fue intensamente discutido, con un Orfila atento a la parte económica: las ventas y el anticipo. Ofreció 1600 dólares por los volúmenes; Romero reclamó 2000, correspondiente a dos libros. La discusión, en tono divertido, pero con su pizca de aspereza, se prolongó hasta que Orfila cedió. Esto ocurrió a fines de 1953, y significaba para Romero postergar o reducir el tiempo dedicado a su investigación sobre el “espíritu burgués”.
A lo largo de su vida, Romero dicto clases y conferencias que posteriormente se convertirían en textos escritos. En 1951 dictó en el Colegio Libre de Estudios Superiores la conferencia inicial de un curso colectivo sobre el siglo XVII.[v] En el año siguiente dictó un curso extenso sobre los siglos XVI a XVIII, en el cuál habría de basarse La Segunda edad, de modo que ya tenía su libro organizado.[vi] Sin embargo, le llevó más tiempo que La Edad Media. Viendo las fuentes citadas puede adivinarse que no se limitó a ampliar lo que ya sabía y que dedicó un buen tiempo a entender similitudes y diversidades en Locke y Hobbes, o entre Spinoza y Descartes. También, en revisar Las preciosas ridículas o El diablo cojuelo, comparar a Tintoretto con Rubens o adentrarse en el mundo de los científicos e inventores, buscando el rastro del “espíritu burgués”, escondido todavía en la trama de las concepciones tradicionales. Escribió dos de los tres capítulos previstos, uno sobre la transición de la baja Edad Media a la modernidad y el Renacimiento, y otro sobre los siglos XVI y XVII. Quedó sin escribir el tercero, sobre el siglo XVIII. Allí se detuvo.
Solo puedo especular sobre las razones de esa decisión. Desde 1953 dedicó mucho tiempo a la revista Imago Mundi. Pero, sobre todo, en la segunda mitad de 1954 y los meses iniciales de 1955 hasta setiembre -el periodo más duro para los ingresos familiares- debió a aceptar varios encargos remunerados. Romero aceptó un ofrecimiento de La Nación para escribir dos editoriales semanales sobre política internacional, una empresa absorbente.[vii] Por las mismas razones dedicó las vacaciones de 1954/55 a escribir artículos para una enciclopedia de la editorial Quillet, en la que por entonces trabajaba buena parte del mundo académico local. Probablemente entonces La segunda edad quedó postergada.
En octubre de 1955 hubo un nuevo cambio de escenario, cuando fue nombrado Rector interventor de la Universidad de Buenos Aires, una tarea exigente y conflictiva. Romero se las arregló para reservar sus mañanas -o algunas de ellas- para trabajar en sus cosas, pero seguramente las dedicó a su investigación sobre historia medieval. Renunció al rectorado en junio de 1956, pero ya su mundo laboral y público era otro. Obtuvo cargos como profesor universitario y, además, se dedicó a militar en el Partido Socialista, en el que integró su Comité Ejecutivo.
Imagino que por entonces decidió concentrar sus esfuerzos en la investigación sobre historia medieval y abandonar no solo el libro para Fondo de Cultura sino el desarrollo sistemático de las otras partes de su gran proyecto. Este se mantuvo en su cabeza, y también en su actividad docente, en la cátedra y el Centro de Estudios de Historia Social General que organizó en la Universidad de Buenos Aires en 1958, y en cursos dictados en diversas instituciones.
En 1965, luego de renunciar a sus cargos universitarios y jubilarse, concluyó el libro que finalmente tituló La revolución burguesa en el mundo feudal y organizó sus planes futuros. Escribiría un libro sobre la crisis del mundo medieval entre 1300 y 1520 -continuación de La revolución burguesa…- y luego se ocuparía de su versión del mundo moderno. Como hacía en esos casos, abrió una carpeta, donde colocó todo lo que, directa o indirectamente, sirviera a esa nueva investigación.
Tres temas convergentes: la cultura occidental, los orígenes del espíritu burgués y la teoría de la historia de la cultura
Desde 1942 comenzaron a tomar forma estos tres temas, estrechamente vinculados, que gradualmente fueron concibiendo como libros separados: el largo proceso de la cultura occidental, desde el bajo Imperio romano hasta el siglo XX, los orígenes del espíritu burgués, en algún punto del desarrollo del mundo feudal, y finalmente un análisis teórico de la historia de la cultura. En la mente de Romero, estos tres temas se desarrollaron en paralelo, y hacia 1955 ya estaban claramente separados.
El más importante fue el de la cultura occidental. En una conferencia dictada en 1943 señala una serie de crisis, desde la del mundo griego en torno del siglo V a.C hasta la del siglo XVIII, que jalonan el devenir de la cultura occidental. Romero ubica el comienzo en “la crisis de los siglos IV y V a.C” cuando se constituye la “conciencia occidental”; la crisis del siglo II a.C. -la de la república romana- marca la “constitución del mundo occidental”; con la de los siglos III a V d.C se produce la “diferenciación de cultura occidental europea”; la de los siglos XII-XII marca la “preformación de la cultura occidental europea moderna”, y con la del siglo XV se constituye “la Europa moderna; finalmente, la del siglo XVIII lleva a la constitución de la Europa contemporánea.[viii]
Por entonces intercambió ideas con Ferrater Mora.[ix] En 1945 discuten cuando comienza: ¿con la cultura griega, como piensa Ferrater y pensaba tres años antes Romero? ¿O quizá con Roma, o en la Alta Edad Media? En 1950 le cuenta a Ferrater que sigue rondando el tema, sobre el que da un curso trianual en el Colegio Libre de Estudios Superiores, y le transmite su conclusión, seguramente producto de la escritura de La Edad Media: lo romano tiene la entidad de legado -el más importante de los tres fundadores, con el judeocristiano y el germánico- pero la cultura occidental comienza a fraguarse con las invasiones germánicas.
En 1953 llegó la oportunidad de formalizar las ideas, en un volumen para la colección “Esquemas” de la Editorial Columba, cuyo título fue La cultura occidental.[x] Esta obra, de algo más de cien páginas, tiene cuatro partes. En la primera, “Los legados”, subraya el realismo del legado romano, la concepción trascendente del cristiano y la concepción naturalista y heroica del germano. La “Primera edad” -que corresponde a la Edad Media- se centra en el largo período de génesis conflictiva del orden cristiano feudal, en sus dimensiones política e ideal. Al final, al caracterizar la crisis de ese mundo en los siglos XIV y XV, incluye entre otros elementos el desarrollo mercantil y el crecimiento de una concepción realista del mundo y de la vida.
En la “Segunda edad”, que corresponde a la Edad Moderna, distingue con nitidez los siglos XVI y XVII, de creación conflictiva del mundo moderno, y el XVIII, de clarificación y consolidación de sus fundamentos. Elige un rasgo organizador: el conflicto entre una tendencia que apunta a afirmar vehemente la realidad y otra, que tiende a su deliberada elusión. Entre estos dos extremos, en conflicto, se desarrolla una tercera vía: la aceptación de la profanidad y su disimulo o enmascaramiento, un concepto novedoso -sobre el que escribió José E. Burucúa-[xi] cuyo rastro perseguirá posteriormente. Afirmar los cambios, negarlos militantemente o transitar una vía transaccional fue lo característico de los siglo XVI y XVII. El XVIII, en cambio, es el siglo de la síntesis, que se manifiesta en la Ilustración. En suma, aparecen aquí todos los elementos de lo que, en términos clásicos, podría denominarse la formación del pensamiento moderno, y que Romero comenzaba a referir al “espíritu burgués”.
Los orígenes del espíritu burgués
Según recordaba Romero, comenzó a dedicarse a la historia medieval en 1942. Sus primeros trabajos se publicaron en 1944 en los Cuadernos de Historia de España. En ellos se reconoce la influencia de don Claudio Sánchez Albornoz, quien lo ayudó a orientarse en ese campo. Junto con un largo estudio sobre San Isidoro de Sevilla se ocupó de varios historiadores y cronistas de la baja Edad Media, período en el que focalizó su interés. En marzo de 1949 escribe a Ferrater Mora: “Dejo para entonces dilucidar nuestros puntos de vista sobre la cultura occidental, en lo que trabajo con ahínco por mi parte. Ahora he centrado mi interés en la baja Edad Media, donde creo hallar algunas de las claves que buscaba, y que creo haber sorprendido: el siglo XIV, primer ensayo general -fracasado- de la modernidad”.
Su introducción a ese periodo había sido el célebre libro de J. Huizinga El otoño de la Edad Media. En algún momento descubrió que Huizinga le escamoteaba toda una parte de esa baja Edad Media y que para comprenderla era necesario -le escribe a Ferrater- “rebatir a fondo la tesis de Huizinga e intentar una explicación que integre el fenómeno del barroco flamenco borgoñón y el fenómeno del naturalismo italiano. Sólo el juego de ambos explica algo a mi juicio: la época misma, y los contenidos oscilantes de toda la cultura occidental”.
Un año después, en abril de 1950, lo tiene suficientemente claro como para formular un plan ambicioso: escribirá una “Edad Florida”, que desarrollará junto con una “Historia de la cultura occidental”, y, además, una teoría de la historia de la cultura. Sobre este último le dice a Ferrater: “me siento en posesión de un método histórico-cultural seguro”. Lo expondrá en 1953 en el artículo inaugural de su revista Imago Mundi: “Reflexiones sobre la historia de la cultura”.
En abril de 1951 Romero se presenta a la beca Guggenheim con el tema “La crisis medieval y los orígenes del espíritu burgués”. El centro de su propuesta sigue siendo la crisis de la baja Edad Media, pero menciona el descubrimiento, en el siglo XIII, “junto con la corriente fundamental de la cultura medieval, de otra que tiene el aspecto de cultura lateral, pero en la que se desintegra aquella”. La ve presente en la costa mediterránea -un arco desde Aragón a Sicilia- donde predominó la tradición latina y se mezcló con influencias musulmanas. En “la otra Edad Media” encuentra uno de los manantiales de que se nutre el “espíritu burgués”. [xii]
Luego de su estancia en Harvard, y de haberse sumergido en las fuentes medievales -su gran limitación hasta entonces- el proyecto pasa a llamarse “Los orígenes del espíritu burgués” y el plan se transforma: la investigación comenzará por la Temprana Edad Media, tema en el que empieza a trabajar. En junio de 1953, le dice a Ferrater: “Estoy en el primer capítulo de Orígenes. Se trata de la situación espiritual de la temprana Edad Media (s. V-VIII); me interesa el problema de la confluencia religiosa y las relaciones entre magia, creencias paganas y cristianismo, tal como se advierte en Gregorio de Tours, Isidoro, Beda, Martín Dumiense, Jornandes, Venancio Fortunato, etc. ¿Conoce Ud. algún libro moderno, en el tipo de The Medieval Mind, que se ocupe de estas cosas? Me gustaría el dato, porque no encuentro nada”. Había tratado someramente ese tema en La Edad Media, pero el nuevo emprendimiento le demandaba una investigación más profunda que, sin embargo, no se apartó demasiado de la síntesis de 1949.
Unos años después, en 1959, en la Revista Histórica de la Universidad de Montevideo publica el artículo “Sociedad y cultura en la Temprana Edad Media”, primer capítulo -anuncia- de “un libro de pronta aparición, titulado ‘Los orígenes del espíritu burgués'”. Simultáneamente publicó en la Revista de la Universidad de Buenos Aires el artículo “Ideales y formas de vida señoriales en la Alta Edad Media”. Ambos resultaron versiones definitivas de dos capítulos iniciales de La Revolución burguesa en el mundo feudal, editado en 1967.[xiii]
De modo que, como resultas de la experiencia en Harvard, decidió estudiar profunda y detalladamente no solo los orígenes de la mentalidad burguesa -que finalmente ubicará hacia el siglo XI- sino también su contexto: el proceso de formación y consolidación del orden cristiano feudal. Probablemente es nueva estrategia -consistente en empezar por lo que consideraba el comienzo- le permitió ensamblar este proyecto con su otro gran proyecto sobre la historia de la cultura occidental.
A medida que avanzaba en su investigación, el “espíritu burgués” fue ocupando el centro de la escena. Así aparece en “Quién es el burgués”, un breve artículo de 1954. Inclusive, funcionó como eje articulador en sus exploraciones sobre el mundo contemporáneo de sus libros El ciclo de la revolución contemporánea (1948) e Introducción al mundo actual (1956). Todo confluía en un gran proyecto, que esbozó a mano en un papel en 1953/54. Consiste en tres volúmenes, en una versión apretada de 800 páginas o quizá una extensa, que estimaba tendría entre dos y tres mil páginas. Este proyecto se mantuvo activo hasta su muerte.
La Segunda edad
Con esa perspectiva, en la que el tema del espíritu burgués iba tomando preeminencia, en 1953 aceptó la propuesta de Orfila que, aunque lo sacaba de su investigación principal -para la cual reservaba celosamente sus mañanas- le permitía avanzar en un segundo frente.
Desde el punto de vista formal, el manuscrito de La Segunda edad conserva la estructura que Romero le dio a La Edad Media, distinta de la que, de manera más integral y comprensiva, estaba usando en los “Orígenes”. Cada uno de los tres capítulos de La Segunda edad comienza con un cuadro político, social y económico; en la segunda parte de cada uno de ellos se dedica a “la cultura”.
“Cultura” es un término central en su concepción de la vida histórica. Lo expone con un esquema organizativo que utilizó inicialmente en La Edad Media, y que mantuvo hasta sus obras de madurez, como Latinoamérica, las ciudades y las ideas: la idea del hombre, de la naturaleza, de la política y la sociedad y, finalmente, de Dios. Por otra parte, es en Romero una denominación amplia, que incluye las formas de vida y de sociabilidad -que entroncan con los cambios sociales- y los ideales y formas de vida, que introducen la dimensión valorativa, para llevar, finalmente, a la discusión de las formas sistemáticas del pensamiento.
El tema de La segunda edad –se dice al comienzo- es la formación del espíritu moderno. Señala el papel central del espíritu burgués, en el que a fines del siglo XV han confluido las distintas formas del espíritu disidente de los siglos alto medievales. Gradualmente, la búsqueda de esos “Orígenes” lo va llevando a pensar en una “revolución burguesa” que nace en el siglo XI. No está mencionada en el artículo de 1954 antes citado, pero desde 1958 constituye el núcleo los cursos de Historia Social General e Historia Medieval, que dictó en la Universidad de Buenos Aires. Paralelamente, en 1960 comenzó la escritura de la segunda parte de sus “Orígenes”: “El surgimiento de la burguesía y la crisis del orden cristiano feudal”.
Antes de interrumpir la escritura de La Segunda edad, Romero agregó a mano algunos posibles subtítulos, que aclararan las referencias cronológicas del libro y de los capítulos. Para La Segunda edad propuso “La era nacional burguesa”. El capítulo I, titulado “De la primera edad a la segunda edad, 1480-1520”,[xiv] se refiere al período de transición entre la baja Edad Media y la modernidad: incluye el Renacimiento y concluye en 1520, con la reforma protestante y el comienzo de lo que llamará “El mundo dividido”.[xv]
Su tema es la vigorosa irrupción de la modernidad -la economía, el Estado, el naturalismo- que expresan los nombres de Maquiavelo, Leonardo o Lorenzo el Magnífico- y la vigorosa reacción, que encarnan, desde distintas perspectivas, el monje Savonarola, o la corte borgoñona, en la que se estilizó y codificó el ideal aristocrático. Entre ambas tendencias, y en tiempos en que la vía media era posible, ubica a Erasmo y el Humanismo. La Reforma ahonda las diferencias y lleva a la búsqueda de formas más sofisticadas de encubrimiento.
El capítulo II comprende los siglos XVI y XVII. Agregó a mano un título: “De la Reforma a la Declaración de Derechos, 1520-1688”. La división religiosa abrió un nuevo campo para la expresión exacerbada de los conflictos, en medio de los cuales el espíritu moderno fue cobrando forma. Era el desarrollo de los brotes más espontáneos del espíritu burgués, cuyos remotos orígenes en el siglo XI apenas comenzaba a indagar. Al enraizarse en la realidad fáctica -las formas de hacer política, los ideales y las formas de vida- y a la vez enfrentar fuertes resistencias de las ideas tradicionales, las nuevas tendencias adoptaron formas transaccionales y buscaron caminos intermedios. Pero el sentido general era inequívoco: lo relativo al mundo, al individuo y a la naturaleza cobró autonomía y supremacía sobre el trasmundo. Entonces se dilucidaron los alcances y límites de la transformación y se fueron ajustando las contradicciones de las formas emergentes, hasta decantar en una expresión sintética y orgánica, que en el siglo XVIII se hizo pública en la Enciclopedia.
En este capítulo Romero presenta primero los cambios en el “orden fáctico. Se trata de la revolución económica de los siglos XVI y XVII, con las transformaciones internas y la expansión colonial, y de los cambios políticos: el apogeo y declinación del Imperio y la larga serie de guerras, originadas por el conflicto religioso y por la afirmación de los nuevos Estados monárquicos. En estos renovados Estados surge el absolutismo y, a la vez, emergen las formas de resistencia, que se manifiestan orgánicamente en la Gloriosa revolución” de 1688.
En la primera sección del capítulo- “La dilucidación de los ideales modernos”- traza un gran cuadro del desarrollo del nuevo espíritu, su manifestación en distintas esferas y su relación con los ideales de vida de la nueva sociedad. Sus dos grandes impulsos fueron la reforma protestante y la reivindicación renacentista de la tradición heleno romana, de las que surgen infinidad de brotes transformadores.
El trabajo de dilucidación consistió en la bisecular decantación en algunos grandes principios: individualismo, profanidad, matematicidad y racionalidad. Hubo una vigorosa reacción tradicionalista -presente en la Contrarreforma católica y también en importantes sectores del protestantismo-, por lo que el avance del nuevo espíritu moderno se produjo paso a paso, rasgo a rasgo, en cada uno de los campos. Hubo batallas, pero salvo algunas excepciones no se negó radicalmente la concepción tradicional, y particularmente el lugar de Dios, algo imposible por entonces para cada uno de los partícipes de estos desarrollos. De ahí el carácter transaccional de estos procesos, que solo decantan en el siglo XVIII.
En las tres secciones siguientes Romero estudia por separado las renovadas imágenes del hombre, la naturaleza y el mundo político social, a través del análisis de los grandes autores de la época. Se puede ver aquí su complejo trabajo de elaboración, que le permitirá, casi dos décadas después, realizar una brillante síntesis en Estudio de la mentalidad burguesa.
Es una parte más trabajosa, y menos corregida que las anteriores. Romero -que dedicó el tiempo que se había prometido para leer a fondo los grandes autores- le plantea a cada uno de ellos sus propias preguntas, desarmando las líneas argumentales originales y rearmándolas en función de sus interrogantes. Al marcar las limitaciones y puntos ciegos de cada uno y señalar las contradicciones entre los distintos autores, Romero reconstruye el proceso de decantación de líneas de pensamiento diversas en las que, sin llegar a la unanimidad, se alcanzan los acuerdos básicos que se exponen públicamente en el siglo XVIII.
El punto de partida es la imagen del individuo. El burgués emprendedor, que domina el mercado, y el intrépido conquistador de nuevas tierras -Fugger y Hernán Cortés- fueron dos casos de las formas ideales del individuo activo, que construye su destino. También lo fue el sabio, que devela los secretos del cosmos y encuentra en su saber los instrumentos para dominar la naturaleza. Explorar la individualidad fue una de las preocupaciones de los pensadores de entonces. Descartes fundó su definición del individuo en su racionalidad; en cambio Montaigne, en sus Ensayos, se enfocó en su subjetividad, como lo hicieron también, en otros registros, los poetas líricos y los pintores, maestros del retrato y del autorretrato, una alternativa que Rembrandt exploró a fondo.
Hubo frenos a esta explosión de la individualidad terrena. Con la Contrarreforma y el desarrollo de la mística -dos caminos concurrentes- la Iglesia dio la batalla en favor de los fines trascendentes del hombre. El Estado limitó férreamente las libertades de sus súbditos. Pero a la vez, en los propios individuos que exploraban nuevos horizontes se suscitó la angustiante pregunta sobre los límites, ya sea del libre albedrío o del cosmos conocido, y el lugar que, en uno y otro caso, ocupaba Dios. En ese conflicto fraguó la idea moderna del individuo.
Los impulsos por develar los misterios de la naturaleza se desarrollaron sobre un fondo de viejas creencias, que frenaron esos avances sin detenerlos. Nadie discutió, en términos generales, la versión bíblica de la creación por acción divina, pese a que cada avance en el conocimiento se acercaba a su cuestionamiento. También pesaron creencias no cristianas, vinculadas con la brujería, la alquimia o la astrología, todas relacionadas con la persistencia de un mundo sobrenatural que coexistía, sin conflictos, en la mente de quienes avanzaban en el conocimiento científico. Poco a poco se desarrolló la idea de que, detrás de cada conocimiento nuevo, existía un orden profundo, que podía expresarse adecuadamente en términos matemáticos, esos que usó Newton para su célebre ley, que unificó un campo del saber.
Romero explora las consecuencias que estos desarrollos tuvieron en el campo de la filosofía, donde aparecieron dos posiciones extremas: la panteísta, que identificó a Dios con la naturaleza y la racionalista, que afirmó el tradicional dualismo y atribuyó a la naturaleza leyes propias, conocibles por la razón. En este planteo, desde otro punto de partida, coincidió el empirismo de F. Bacon, y luego de Locke, que se contrapuso con el racionalismo de quienes siguieron a Descartes. Fueron dos visiones filosóficas que transcurrieron en paralelo, extremando sus puntos de vista, epistemológicos y metafísicos. Una tensión parecida registra Romero en el campo de las artes plásticas, donde campeó el interés por la naturaleza, en unos desde una perspectiva subjetiva, extremada en El Greco, y analítica y racional en otros, como el anatomista Leonardo.
Los cambios en la realidad política y social fueron tan profundos que las concepciones tradicionales, como la de los “tres órdenes” del mundo cristiano feudal, fueron radicalmente revisadas. Siguiendo a Maquiavelo, se abrió paso un análisis de la política despojado de fundamentos morales, que se manifestó en la razón de Estado esgrimida por los teóricos del nuevo absolutismo. Esta doctrina, que Bossuet fundó en las Escrituras, remitía a otro fenómeno novedoso: los estados monárquicos de carácter nacional, que tendían fuertemente a la unidad territorial, con la soberanía concentrada en el monarca y solo limitada por las “leyes del reino”, sólidas y maleables a la vez.
Otra perspectiva fue abriéndose paso, a partir de la pregunta sobre los derechos de los súbditos y los límites del poder estatal, que anclaron en una recuperación del derecho natural. De allí se desarrolló la tesis contractual, fundada en un estado de naturaleza inicial -en versión paradisíaca o, más frecuentemente, violenta- y la idea de un contrato social y político acordado libremente entre los hombres. Tal idea desafiaba implícitamente el principio del derecho divino de los gobernantes. Como en el caso de la naturaleza o del lugar de Dios, fue una discusión conducida con prudencia, que se desarrolló sin zanjarse y con abundantes compromisos durante el siglo XVII, pues pocos se atrevían a negar absolutamente los principios de la Creación. Había comenzado a escribir el último de los puntos, Las formas de la creación, en el momento en que se interrumpió la escritura. Puede verse, en el Apéndice, la lista manuscrita de creadores a los que pensaba referirse en estas páginas.
En el plan de la obra, los distintos caminos explorados en los siglos XVI y XVII habrían de confluir en el siglo XVIII, en el capítulo no escrito. La guía del curso dictado en 1952, antes citada, da una idea de su enfoque. Pero ya en el comienzo de este manuscrito Romero anticipó su argumento “Es bien sabido que el siglo XVIII logró formularlos de manera sintética y precisar sus relaciones con la realidad práctica”. Los términos de esa síntesis -tal como los pensó veinte años después- pueden leerse en Estudio de la mentalidad burguesa.
Conclusión
La Segunda edad es un libro inconcluso, no solo por el tercer y último capítulo no escrito sino porque, con excepción de la primera sección, solo tiene una primera corrección.
Es un libro que da cuenta del estado de elaboración, en 1954, de dos grandes proyectos de José Luis Romero: un “Estudio de los orígenes del espíritu burgués” y una “Historia de la cultura occidental”, concebidos en formatos distintos -la investigación monográfica en el primero, y el gran ensayo interpretativo el segundo- que gradualmente fueron convergiendo.
Respecto de los Orígenes del espíritu burgués cabe señalar que poco antes de concluirlo, en 1965, “el espíritu” se había convertido en “la mentalidad”, definida en términos muy diferentes de los que por entonces popularizaba la revista Annales. En cuanto a “los orígenes”, su conversión en “la revolución” se produjo durante la revisión final del libro, entre 1964 y 1965. “Revolución burguesa” es una fórmula acuñada del lenguaje marxista, por entonces en boga en el ámbito universitario, al que Romero dio un sentido diferente -la revolución como el origen incipiente, diverso y contradictorio de algo nuevo en el seno de un orden establecido- que ha sido aclarado por Ruggiero Romano en “Entronque”.[xvi]
Finalmente, este libro inconcluso desarrolla un tema, habitualmente conocido como “el surgimiento del espíritu moderno” -así comienza denominándolo Romero-, que en sus textos tardíos -cuando ya estaba próximo a escribir el tercer volumen de su gran proyecto de Historia de la cultura occidental, denominó “mentalidad burguesa madura”, o ideología burguesa. Sus ideas sobre este proceso, en el que el concepto de enmascaramiento tiene un papel fundamental, aparecen esbozadas fragmentariamente en sus publicaciones. Este texto permite tener una idea precisa de como la fue elaborando.
Esta nota introductoria no pretende ser un estudio exhaustivo; es apenas un conjunto de indicaciones para ubicar al lector en el contexto del texto. Se basa en algunos ensayos escritos sobre José Luis Romero, que se encuentran en el Sitio, y algunos materiales de su Archivo personal, a los que se remite en el texto. También incluyen mis recuerdos personales de algo sucedido hace siete décadas, que son la parte más falible de esta nota.
[i] La correspondencia entre ambos -conservada parcialmente en el Archivo de José Luis Romero y en su totalidad en el de la Editorial en México- testimonia la estrecha relación que mantuvieron y la frecuente recurrencia de Orfila al consejo de su amigo.
[ii] Hoy, siete décadas después de su publicación, continúa reeditándose.
[iii] En las editoriales Atlántida y Jackson.
[iv] Entre 1944 y 1955 Romero y Ferrater -exiliado español que se instaló en Chile y luego en Estados Unidos- mantuvieron una correspondencia singular, en la que Romero le informó sobre sus trabajos y la orientación de sus intereses hacia la historia medieval. La correspondencia se conserva el Archivo José Luis Romero y en la Cátedra Ferrater Mora de Pensamiento Contemporáneo, de la Universidad de Girona, España.
[v] Es el tercero de los cursos colectivos sobre Historia de la cultura occidental.
[vi] Desde el Apéndice se accede a las guías de clase usadas, inclusive sobre el siglo XVIII.
[vii]Véase Romero, Luis Alberto. José Luis Romero editorialista. Un recuerdo personal.
[viii] “Un esquema de la constitución de la cultura occidental”. Programa impreso de una conferencia dictada el 13 de julio de 1943, Archivo José Luis Romero. El eje de la conferencia era la “teoría de las crisis”, aplicada a la cultura occidental, que desarrolló en el artículo “Las concepciones historiográficas y las crisis“, publicado en 1943.
[ix] Fernando Devoto. “Los amigos ausentes. Notas sobre la correspondencia entre José Ferrater Mora y José Luis Romero”.
[x] La colección se inició con un libro de Francisco Romero. El de José Luis Romero fue el séptimo.
[xi] José Emilio Burucúa. Encubrimiento, enmascaramiento.
[xii] Carta a Henry Allen Moe, secretario general de la John Simon Guggenheim Foundation, 5 de abril de 1951. Archivo José Luis Romero.
[xiii] Romero, José Luis. “Sociedad y cultura en la Temprana Edad Media”. En Revista Histórica de la Universidad, nº 1, Montevideo, 1959. Romero, José Luis. “Ideales y formas de vida señoriales en la Alta Edad Media”. En Revista de la Universidad de Buenos Aires, 5ª época, año 4, nº 2, Buenos Aires, abril-junio de 1959.
[xiv] Esta sección, que corresponde al antiguo proyecto de “La Edad florida”, le resultó suficientemente satisfactoria como para publicarla en 1960 con el título de “Burguesía y Renacimiento”. Agregó algunos párrafos, que en el texto aparecen marcados en itálica, donde se aprecia la reorientación de su perspectiva sobre el período. Romero, José Luis. “Burguesía y renacimiento”. En Humanidades, año 2, tomo 2, Mérida, julio-diciembre de 1960.
[xv] Sobre “El mundo dividido” tema dictó un seminario particular para alumnos avanzados, en su casa de Adrogué, en 1966, poco después de la intervención de la Universidad de Buenos Aires.