Ante la IX Asamblea de UN. 1954

La IX Asamblea General de las Naciones Unidas, que se reunirá desde hoy en Nueva York, se enfrentará con una situación internacional particularmente compleja. Fracasado el proyecto de establecimiento de la Comunidad Europea de Defensa, pero triunfante, en cambio, el plan norteamericano para el sudeste de Asia, la situación de los dos bloques que dialogarán en Nueva York será previsiblemente más tensa que el año pasado. Ninguno de los esfuerzos insinuados de una y otra parte para aliviar esa tensión ha tenido hasta ahora realidad efectiva, y la atmósfera predominante no es solo de desconfianza recíproca, sino aun de marcada hostilidad, en particular entre los Estados Unidos, por una parte, y la Unión Soviética y China comunista, por otra, sin que haya podido suavizarla hasta ahora la predisposición manifestada por los británicos para hallar fórmulas de entendimiento.

No faltarán problemas para agitar el ambiente. Se presume que volverá a discutirse sobre la situación de Marruecos y no es improbable que se traiga a colación el asunto de Guatemala; pero los problemas sustanciales serán otra vez los vinculados con las dos zonas de fricción que más trabajo han dado a la diplomacia en los últimos meses. Independientemente de la situación general, los acontecimientos de los últimos días y, de seguro, los que se desarrollarán simultáneamente con la Asamblea servirán para dar a las discusiones una marcada intensidad.

El problema del sudeste de Asia conserva toda su agudeza a pesar del tratado recientemente firmado en Manila. Si bien es cierto que las potencias democráticas pueden considerar con un poco más de optimismo la posibilidad de una agresión, la cuestión básica está en pie, dada la efectiva autoridad que el gobierno comunista ejerce en la China continental. Mientras se discute si hay por parte de alguno de los dos gobiernos chinos intención de lanzar una campaña de reconquista territorial, la diferencia de opiniones entre Gran Bretaña y los Estados Unidos sobre el caso chino no ha desaparecido, y es de suponer que el gobierno de Londres busque la ocasión de volver sobre su punto de vista, máxime ahora que ha quedado establecida su buena voluntad respecto a la faz defensiva del planteo norteamericano del problema asiático. La atmósfera con relación al reconocimiento de China comunista y a su admisión en la UN parecía haber cambiado un tanto, desde la Conferencia de Ginebra, siquiera en relación con algunos países antes menos dúctiles y de cuya gravitación se confiaba que pudiera influir en la actitud de los Estados Unidos, sobre todo en fecha tan próxima a las elecciones parlamentarias de noviembre en este último país. Pero las acusaciones que el domingo formuló contra el régimen comunista chino la delegación norteamericana en la UN, tiende a indicar que el gobierno de Washington está muy lejos de haber “ablandado” su posición y que, por el contrario, se halla dispuesto a reñir con energía una nueva batalla. Entre tanto, la Unión Soviética podría volver, a su vez, sobre la cuestión asiática, apoyándose en la calificación de “agresivo” que reserva para el tratado de Manila y aprovechando principalmente los incidentes aéreos de los últimos tiempos, uno de los cuales está actualmente en estudio del Consejo de Seguridad y amenaza convertirse en un grave problema institucional.

Pero diversas circunstancias prestarán mayor relieve al problema del oeste de Europa. Frustrado el proyecto de la CED, la cancillería británica trató de hallar rápidamente una nueva solución para la situación creada y, como se recordará, propuso la convocatoria de una conferencia de nueve potencias que debían reunirse el 14 con la participación de los seis países de la CED más los Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá. Era propósito del gobierno británico hallar una fórmula que permitiera solucionar la cuestión alemana, devolviendo la soberanía y autorizando el rearme parcial de la República Federal Alemana, mas dentro de cierto sistema de control satisfactorio para las demás potencias, y en particular para Francia. Pero tanto el gobierno de este país como los de Gran Bretaña y los Estados Unidos opinaron entonces que la reunión era prematura y fue cancelada. Con posterioridad, según se ha visto en nuestra edición anterior, las democracias anglosajonas han vuelto a la idea primitiva y la Conferencia ya está convocada para el 28, de modo que sus trabajos coincidirán con los de la nueva asamblea de la UN.

En Londres se afrontará así la posibilidad de hallar una solución al problema del occidente europeo, teniendo en cuenta que el señor Adenauer ha rechazado ya el proyecto norteamericano de concesión de soberanía limitada y sin derecho a rearme para su país. Por su parte, Sir Winston Churchill reiteró su proyecto transaccional, mediante el cual la República Federal Alemana ingresaría al Pacto del Atlántico y contribuiría con ciertas fuerzas militares a la defensa común dentro del régimen de fiscalización que el Pacto prevé y acaso podría modificarse para acentuar las seguridades respecto a un posible desarrollo incontrolado de militarismo alemán. En relación con este proyecto, acaba de emprender una rápida gira por diversas capitales europeas el Sr. Eden. Por su parte, el gobierno soviético se ha apresurado a censurar enérgicamente el plan de rearme alemán, afirmando que desencadenará una tercera guerra mundial, a pesar de lo cual el canciller británico prosiguió sus gestiones y, se indica, ha logrado el apoyo de casi todos los países que debían constituir la CED para el plan auspiciado por su gobierno, una de cuyas novedades más importantes consiste precisamente en comprometer a Gran Bretaña en la política defensiva europea en un grado en que hasta ahora no lo había estado nunca.

Mas este plan, del que se afirma que ha obtenido el beneplácito del gobierno de Bonn, parece suscitar alguna resistencia en el gobierno de los Estados Unidos, precisamente en relación con el “status” que se otorgaría a la República Federal Alemana dentro del Pacto del Atlántico. Para defender sus propios puntos de vista, el gobierno de Washington ha lanzado en rápida visita a las capitales europeas primero al secretario de Estado adjunto, Sr. Murphy, y luego al propio Sr. Dulles. En esta situación el discurso que ayer pronunció en Estrasburgo el Sr. Mendès-France introduce en la materia puntos de vista acaso inesperados para algunos: no tiene todavía la concreción que, sin duda, adquirirán en las discusiones de Londres, pero ya insinúan fórmulas que pueden conducir a una solución.

Las gestiones así emprendidas con respecto al occidente europeo y sobre las cuales se espera con interés la decisión francesa, coincidirán con la Asamblea de la UN. Sería de desear que las potencias democráticas unificaran sus puntos de vista y los fijaran con precisión y ecuanimidad, para oponerlos con éxito a los previsibles argumentos de la Unión Soviética acerca de los peligros del rearme alemán. Este tema y el de la misión de la China comunista en la UN, no solo provocarán la hostilidad de los dos bloques adversos, sino acaso también ciertas fisuras dentro del bloque occidental. Con todo, el diálogo será útil si sirve para apreciar las posibilidades prácticas de una política que tenga por objeto aliviar la tensión internacional.