Desde Welles a Gunther. 1942

Existe una entidad geológica que se llama Eurasia. Inspeccionadas por su base, parece ser, en efecto, que Asia y Europa constituyen un único y formidable bloque pétreo, insensible a las mutaciones seculares de la historia y a las contingencias de las divisiones políticas. La historia efectivamente distingue, dentro de esa unidad, regiones tan diversas como deben ser las que acogen a un Lama tibetano y a las que acogen a un marinero bretón. Pero aun frente a esta diversidad, la historia debe reconocer que es la geología la que está en lo cierto; los mongoles sentían misterioso interés por el río Danubio y los marineros bretones conocen bien el camino de la Indochina; antes y ahora, Europa y Asia mantuvieron sobre la superficie la estrecha relación que postulaba mudamente la comunidad de su plataforma continental.

Lo que ha solido cambiar, con el tiempo son las relaciones de dependencia. En otro tiempo, los indoeuropeos ocuparon los Balcanes, Italia, las llanuras septentrionales; los fenicios sometieron a las poblaciones costeras y los mongoles se instalaron en la rica cuenca del Danubio. Entonces Europa era la tierra de promisión para el Asia, su “espacio vital”, su válvula de escape para ignorados problemas económicos y demográficos. Si entre esos asiáticos hubiera habido un estadista del tipo de los de nuestros días, habría hablado por entonces del “peligro europeo”, de las posibilidades de que los papeles se invirtieran. El peligro fue una realidad a partir del siglo XV; Europa se volvió hacia el Asia y la transformó en su “espacio vital”, en válvula de escape para bien conocidos problemas económicos.

El comienzo de una tercera etapa parece haber comenzado; ya Asia tiene, desde el siglo pasado, una actitud distinta frente a Europa, y pretende imponerle su propia ley. El proceso será, seguramente, lento. Pasaron siglos antes de que Europa se vengara de las incursiones de Atila, estableciendo factorías en Cantón o en Shangai, y acaso pase mucho tiempo antes de que sobrevenga una mutación en las relaciones entre los dos polos de Eurasia. Pero es innegable que el reajuste de sus posiciones recíprocas ha comenzado y el signo primero es la crisis en que Asia y Europa se debaten para resolver sus propios problemas; porque no debe olvidarse que, en el problema de una de ellas, desempeña la otra un papel decisivo.

El problema de Europa es el tema del nuevo libro de [H.G.] Wells, titulado El nuevo orden del mundo (l). Este mundo de Wells es el de la cultura occidental, pero como buen occidental, parece asimilarlo a la absoluta realidad del mundo. Lo demás mantiene dentro de este mundo una situación de subordinación, puesto que, aunque se postule su libertad, se lo encuadra dentro de un orden que sólo vale totalmente para la cultura europea. De todos modos, Wells afronta con su notoria valentía y perspicacia la cuestión de fondo del drama europeo —si no mundial— y postula soluciones radicales. Como de Wells, El nuevo orden del mundo justifica, con algunos aciertos parciales, el libro entero.

Su posición es la de antiguo fabiano: radical en los propósitos y circunspecto y optimista en los métodos propuestos. Las tres normas que el mundo debe imponer a sus destinos —colectivización, reconocimiento absoluto de los derechos personales y absoluta libertad de opinión— no podrán conseguirse mediante revoluciones de viejo tipo, sea la violenta convulsión popular, sea el golpe de estado. La revolución ha de operarse por la presión incontenible de las circunstancias; más aún, se está operando ya, y su éxito definitivo sólo depende de que nutridos grupos de hombres de buena voluntad lo postulen, lo apoyen y lo practiquen en alguna medida. El realismo del buen inglés que es Wells le hace advertir que por esta vía, si bien puede, efectivamente, realizarse una mutación brusca, puede también no producirse nunca.

El libro de Wells está lleno de consideraciones agudas y revela una percepción moderna de muchos problemas del mundo occidental. Serán muchos los que quieran pensar como él piensa. Pero aun compartiendo su opinión en cuanto a que ésa deba ser lo que él llama “la política del hombre sensato”, queda en pie el trágico interrogante de nuestro tiempo: “¿Qué debemos hacer frente a la violencia?”

Wells percibe agudamente la relación entre Europa y el resto del mundo; juzga acertadamente que no hay solución del problema europeo si no lleva consigo una solución del problema, mundial. Cosa semejante se piensa en Asia. El Japón postula una política expansionista que se mueve entre el laberinto de los intereses yanquis, rusos y británicos, especialmente. Los designios del Japón parecen ser de vastos alcances y, simultáneamente, se insinúan en otras partes del continente movimientos semejantes de reivindicación asiática.

“El periodista más completo del mundo”, John Gunther, nos ofrece, bajo el título de El drama de Asia (2), un amplio panorama de lo que ocurre en el inmenso continente; además de ser el más extenso, parecería, ser también el más complicado en cuanto a los intereses que se agitan en él y en cuanto a los fermentos que actúan en su seno.

Gunther nos lleva de la mano, no podríamos decir si con mucha profundidad, pero sí con habilidad utilísima y encendiendo progresivamente nuestro interés. En cada uno de los rincones del Asia, señala Gunther las fuerzas que actúan, las tendencias que quieren insinuarse, los hombres que parecen guiarlas, las costumbres y modalidades en que se apoyan. El continente pierde en el libro de Gunther su carácter misterioso y estático, y se lo ve despierto y atento a su destino inmediato, tanto como a la afirmación de se espíritu milenario; acaso no sea exagerado decir que el libro de Gunther ganará para el Asia la curiosidad universal.

¿Será nada más que curiosidad? Lo que Asia significa para la civilización occidental resulta ser algo que puede tornarse decisivo para ella. Gunther lo señala repetidas veces. No será, pues, la mera curiosidad lo que despierte su nutrido y apasionante libro en los espíritus vigilantes. El lector europeo y americano encontrará allí un dato fundamental para entender e1 drama de Europa y bueno será que se divulgue para que contribuya a destruir el simplismo político, una de las graves enfermedades que padece el hombre medio de nuestros días.

Notas:

(1)Editorial “Claridad”.

(2)Editorial “Claridad”.