Diez respuestas para El Territorio [Entrevista]. 1968

¿Qué opina de la actual situación de la universidad argentina?

En principio pienso mal. Creo que no se está realizando nada provechoso y que se ha destruido muchas cosas que estaban bien encaminadas y que no fueron ni están en camino de ser reemplazadas. Tampoco se advierte alguna orientación creadora que signifique una renovación, un principio útil. Mi impresión personal es que la única directiva política que inspira a la universidad actual es la preocupación por el orden público, una preocupación que no es fundamentalmente universitaria. Esto puede considerarse un tiempo perdido.

¿Qué solución ofrecería usted al problema? ¿Acaso regresar al régimen anterior?

En principio sí, aun cuando no dejo de reconocer los defectos del régimen anterior – que fue un ensayo – y que probó que algunos de los lineamientos generales no eran malos. Yo diría que uno de los temas que sería más interesante estudiar con cuidado y aclarar es: ¿qué parte de los inconvenientes por los que ha atravesado la universidad desde 1955, son de responsabilidad de la universidad misma? Yo creo que un defecto de óptica ha hecho recaer en las universidades una responsabilidad que no tenían. Si esto se aclara, se podría deslindar claramente cuáles son los inconvenientes del régimen y cuáles los inconvenientes del país mismo, que es – en última instancia – el responsable de muchas de las cosas que ocurrieron en la universidad. Parecería que, efectivamente, se ha restaurado el orden a un precio que me parece realmente caro.

Usted manifestó en uno de sus libros que el paternalismo militar comenzó a pesar en la década del 30. Todavía se está viviendo esa situación. ¿Cree que el pueblo argentino está ya saturado de esta tutela militar?

Curiosamente, diré que no encuentro eso en este momento. No observo – de ninguna manera – una reacción análoga a la que ha habido durante otros regímenes militares. Y esto puede ser tema de larga discusión. Uno de los puntos a debatir sería si el consentimiento o semiconsentimiento o aparente consentimiento de vastos sectores, es porque se tolere este sistema o simplemente porque no hay otras alternativas. Yo creo que en este momento no hay alternativas, no se vislumbran. La vasta masa no las percibe y no tengo la impresión de que los sectores más politizados estén en condiciones de ofrecerlas.

¿Quiere decir que no se puede, actualmente, ofrecer una salida electoral?

Yo diría que una salida electoral inmediata solo podría hacerse sobre la base de una restauración total de la legitimidad del sufragio. Pero ¿qué resultará? Lo único que puede afirmarse es que, si se produjera esa legitimización, aún se podría defender a la democracia con entusiasmo. Yo he perdido convicción para hacerlo. No siendo así, creo que es necesario que los sectores politizados se tomen un tiempo para ver si consiguen crear un sistema de opiniones sobre los problemas del país, que sea capaz de polarizar la opinión de una vasta masa que garantice la mayoría suficiente como para respaldar un nuevo gobierno. 

Usted ha estudiado a muchos escritores argentinos, en cuanto testimonios de su época ¿Podría hacer un cotejo entre la concepción del ser argentino de Eduardo Mallea y Martínez Estrada?

Para ser sincero, muy sincero, diré que tengo un enorme respeto por la honestidad intelectual de Mallea, y por su fina sensibilidad para percibir ciertos fenómenos que corresponden a las preocupaciones y a la sensibilidad de sectores de alta cultura, pero sus conclusiones no me parece que puedan ser generalizadas ni consideradas una expresión de la realidad del país. De tal manera que este ser argentino que se vislumbra en Mallea, para mí, es la expresión de una capa muy tenue de la sociedad argentina. Los análisis de Mallea suelen ser muy agudos, pero de un mundo reducido – del único mundo que él conoce –. Mallea no puede ser un gran novelista porque nunca le ha pasado nada. Mallea es demasiado profiláctico. Se pasa la vida lavándose las manos, bañándose… Entonces lo que le falta es experiencia vital. Yo tengo una gran estimación a Mallea, porque es una de las personas más honradas, intelectualmente, que he conocido.

La versión de Martínez Estrada – aunque no me satisface plenamente – la veo más densa, o quizá, si se prefiere una expresión elemental, yo diría más abundante, más comprensiva de muchas otras facetas de la realidad argentina.

¿Cuál es la real trascendencia de los movimientos nacionalistas? ¿Los grupos Tacuara y neoperonistas, por ejemplo?

Yo creo que no se puede generalizar. Hay que establecer muchos matices, porque independientemente del nacionalismo representado por esos grupos – grupos con nombre y apellido – es evidente que hay un muy saludable recrudecimiento nacionalista en todos los sectores, inclusive en los que no se titulan nacionalistas, muchos de los cuales han aceptado los puntos de vista básicos de un nacionalismo que incluía, junto con la preocupación por los problemas nacionales, otras muchas cosas menos aceptables. Y ese nacionalismo es, naturalmente, una respuesta favorable que ha habido en el país. Eso no tiene mucho que ver con los grupos que se llaman específicamente nacionalistas, aunque es bien sabido que algunos de ellos han comenzado a evolucionar de una manera muy curiosa. Vemos dos tipos de evoluciones muy claras. Una es – por ejemplo – la del nacionalismo que se ha volcado a la izquierda; esto hubiera sido algo increíble e incomprensible hace 5 u 8 años. Otro es el tipo de conversión que ha operado el grupo de Azul y Blanco, del cual la mitad de los puntos de vista no son – de manera alguna – los puntos de vista del viejo nacionalismo que ellos representaban, sino que han adoptado una actitud francamente progresista y aceptable desde diferentes enfoques. Repito que no se podría generalizar. Habría que estudiar el asunto con cuidado.

¿Puede dar su opinión sobre el revisionismo histórico argentino?

También sobre esto, las experiencias de los últimos años obligan a matizar mucho. Hay un revisionismo tradicional que consiste – simplemente – en hacer la exégesis de Rosas, que me parece tan pobre como tantas otras manías más o menos facciosas. Pero la historia argentina requería la revisión de ciertos procesos que hemos aprendido y hemos divulgado sobre la base de esquemas muy superficiales, eso es evidente. Una interpretación profunda de la historia no obliga – de manera alguna – a comulgar con las opiniones del viejo nacionalismo rosista, sectario y reaccionario. Pero es evidente que han despertado inquietudes que hay que tomar en cuenta, a la luz de experiencias nuevas y de cosas que se han aprendido de este país. También hemos descubierto cuáles son los motivos por los cuales se sustentaban ciertas opiniones de un lado y de otro. Ahora está mucho más claro que hace treinta o cuarenta años.

¿Qué otros escritores, dejando de lado a Mallea y Martínez Estada, están intentando hacer un diagnóstico del ser nacional?

Como el ser nacional es bastante proteico, no me extrañaría que ninguno hubiera superado las limitaciones de los dos escritores nombrados. Siempre hay una dificultad para aprehender lo que llamaríamos la “media” argentina. Nuestro país es particularmente proteico; un país en el cual los procesos de urbanización, la formación de esta ciudad masificada, la misma peculiaridad inmigratoria, hacen que no tenga – en este momento – una coherencia, pero hay siempre unas “medias”, unos niveles medios que permiten establecer relaciones por arriba y abajo. En la Argentina eso es difícil.

Me interesa entre los novelistas jóvenes, David Viñas. Le tengo una gran admiración literaria a Cortázar, pero me interesa mucho más Viñas. No sé si lo leo con más gusto. Quizá, como yo también soy bastante sofisticado, es posible que me guste más Cortázar, pero reconozco en Viñas una potencialidad vital para captar los pequeños y los grandes dramas de la vida argentina, más profunda que en muchos otros. Sería injusto si no dijera que hay algunos otros que me gustan. Muchos han hecho grandes esfuerzos, y como ocurre a menudo al hombre que busca testimonios, resulta que los mejores esfuerzos no corresponden a las mejores cualidades literarias.

¿Qué piensa sobre la última elección efectuada en Estados Unidos?

Confieso que me desilusionó bastante. Estaba convencido del triunfo de Humphrey. No por razones estadísticas ni por pericia electoral, sino porque yo creía y creo que el sentimiento del americano medio es reacio a las soluciones radicales. Veo crecer en Estados Unidos una cierta tendencia al fortalecimiento del poder autoritario. Esta es una vieja tendencia norteamericana – nosotros hemos copiado de ellos la teoría del ejecutivo fuerte – pero creo que esta tendencia al fortalecimiento del poder autoritario revela algo que a mí me hace temer: es el miedo. Miedo al cambio, miedo a la presencia de factores no controlados. Y cuando digo miedo, me acuerdo de la frase que divulgó Roosevelt, tan interesante, cuando dijo “Sólo le tengo miedo al miedo”. El miedo es la cosa más de temer. No creo que Nixon haga nada muy diferente de lo que hubiera podido hacer Humphrey, ni de lo que ha hecho Johnson, pero pienso que es el tipo de político que en situaciones críticas es capaz de llevar al país a una medida de violencia muy superior a la que lo hubiera llevado Humphrey. Esto es lo que me hace temer.

-¿Qué apreciaciones le merecen las obras de Huizinga y Hazard?

-Con limitaciones, opino con un enorme respeto de ambos. Huizinga es de mi oficio, pero tengo serias disidencias con él. Ha puesto el acento de sus estudios medievales sobre la supervivencia nostálgica de un mundo que estaba muerto, sin decírnoslo; supongo que él lo sabía, pero no lo manifestó de una manera suficientemente clara ni mostró, tampoco, el juego de ese mundo con el mundo vivo que era el de la formación burguesa. El mundo de El otoño de la Edad Media es la nostalgia de una realidad que ya no existía. Lo que sí existía – en cambio – era este pujante mundo burgués que hizo el fin de la Edad Media y que hace el mundo moderno.

Lamento mucho que Paul Hazard no haya puesto más sus preocupaciones en elementos no formales de la literatura. Posee un caudal de conocimientos increíbles y una extraordinaria finura en el análisis. Pero él conocía muy bien cierto mundo que constituye el trasfondo de la creación literaria, que hubiera sido de desear que funcionara más en su obra, aunque funciona, eso es evidente. Puedo afirmar que sabía mucho más que eso. Supongo que es un problema de formación el que le ha impedido que fuera más interesante para la gente que tiene los intereses que yo tengo. Para los historiadores de la literatura es, evidentemente, una de las figuras más grandes que produjo el siglo XX”.