El hecho es este: en el mundo comunista hubo una
Atengámonos a nuestro mundo —capitalista, occidental y cristiano, democrático o liberal, según se prefiera— y consideremos el alcance del
En la situación actual de nuestro mundo, el rasgo fundamental de su estructura no es la debilidad sino la incoherencia. Algunos de sus sectores se ajustan a las situaciones reales en tanto que otros son anacrónicos. Esta incoherencia nubla y confunde todo el sistema de fines de la sociedad: la estructura deja de parecer un orden que ofrece claras perspectivas para la realización de cada individuo y se presenta como un oscuro laberinto en el que los caminos se confunden y las metas se pierden de vista. Ahora bien, los individuos suelen internalizar las estructuras incoherentes a través de sus contradicciones y las someten a examen. Tal es el caso en la situación actual de nuestro mundo.
Frente a la estructura incoherente creada por el
El conformismo suele ser legítimo y apoyarse en convicciones profundas, sobre todo si quien lo adopta pertenece a los grupos básicos de la sociedad y siente la estructura vigente como su propio patrimonio. Pero puede ser también resultado de una especulación: los grupos recién integrados aspiran a que se los considere totalmente compenetrados con el sistema, y los grupos marginales pueden acariciar la idea de llegar a incorporarse a él. En todo caso, el conformismo es prudente y sabio. El disconformismo, en
En la situación configurada por el
En rigor, el disconformismo más profundo y radical de nuestro mundo y nuestro tiempo no se refiere, sin embargo, a los aspectos concretos del
Los fundamentos del orden son, precisamente, los más cuestionados. De ellos derivan los fines que se proponen a las sociedades y a los individuos; y cuando el disconformismo denuncia los fundamentos, cuestiona todo el sistema de fines, alterado a partir del momento en que el
Los disconformistas: ¿quiénes son?
Muchos se sienten capaces de reconocerlos, quizá porque creen haberlos visto a todos: en Picadilly Circus, en Saint-Germain des Près o en Greenwich Village; o quizás en las calles o en los cafés de San Francisco, de Milán o de Amsterdam; o, simplemente, de Buenos Aires. Y aseguran que visten como disconformistas, que hablan y actúan como disconformistas. Pero aun para ellos la pregunta es difícil de contestar. ¿Quiénes son los disconformistas? ¿Quiénes son esos disconformistas que se identifican por sus rasgos externos? Son gentes de las grandes
Por lo demás, aun cuando esa pregunta tuviera respuesta seguiríamos a oscuras. Sólo una imagen superficial del problema permite identificar el vasto mundo del disconformismo con lo que sólo son sus grupos polémicos, sus grupos de avanzada. Existencialistas y hippies son disconformistas, pero no todos los disconformistas se ajustan exactamente a sus esquemas. No constituyen un partido político ni un movimiento organizado. Hay, ciertamente, sectores agresivos y beligerantes que ostentan ciertos signos y adoptan determinadas actitudes que los hacen inconfundibles. Hay grupos y cenáculos. Pero hay muchos disconformistas invisibles y solitarios que sólo ocasionalmente se incorporan a un grupo y se manifiestan como son íntimamente. Acaso el mayor número esté disperso entre las gentes que participan de la vida ordinaria, aun cuando no puedan sustraerse al sentimiento de que esa no es, para ellos, una vida. Es difícil identificarlos. En rigor no los une una insignia ni un lema, sino un profundo sentimiento acerca del sentido de la vida individual y de las posibilidades que el mundo en que viven les ofrece para realizarla.
Si se desea saber quiénes son, conviene echar primero una mirada a las
El drama es profundo en los disconformistas de las
El disconformismo es un fenómeno de las grandes
Por eso la
Los disconformistas tienen un nombre y un apellido, tienen familia, trabajan, esto es, pertenecen a la sociedad; pero son los que han escogido la marginalidad por razones individuales que, sumadas, expresan un hecho social, y el disconformismo es la opción que han elegido como camino para su realización personal. Son los que han rechazado la gama de posibilidades que la sociedad les ofrece, para inventar o descubrir una posibilidad nueva, cuyo valor más alto no es acaso el logro sino el invento o el descubrimiento. La rebeldía misma es la creación. Por eso un disconformista se identifica por su devoción hacia los dioses mayores de la rebeldía y la creación. Para algunos, Cristo el primero, sublime en su condenación del fariseísmo. Para otros, los anarquistas y sensuales como el marqués de Sade; o los imaginativos, como William Blake o Edgar Allan Poe; o los poetas malditos, o los
No constituyen ni un partido ni un movimiento organizado. Los disconformistas son seres individuales que yuxtaponen sus angustias. Cada uno es un problema, y su historia es la intrincada madeja de situaciones que se suceden en el proceso de acomodación de un individuo en su sociedad. Sólo que son tan claros los signos de las contradicciones circundantes que sería difícil poder atribuir al individuo el papel fundamental en la creación del drama. Los disconformistas expresan las contradicciones del mundo del
Los disconformistas: ¿qué quieren?
Diego de Carriazo, natural de Burgos, de trece años de edad, abandonó su hogar hace casi cuatrocientos años. El tema ha aparecido muchas veces y siempre es fresco. Lo ha rescatado no hace mucho John Lennon: She’s leaving home. La chica de Lennon se fue para cambiar de vida y divertirse, después de haberse sentido sola durante demasiado tiempo. Pero Diego de Carriazo, hace cuatrocientos años, ¿por qué se fue?
Cervantes es un espíritu moderno —tanto como John Lennon— y aventura en La ilustre fregona una explicación penetrante y lúcida.
“Trece años, o poco más, tendría Carriazo cuando, llevado de una inclinación picaresca, sin forzarlo a ello algún mal tratamiento que sus padres le hiciesen, sólo por gusto y antojo, se desgarró, como dicen los muchachos, de casa de sus padres y se fue por ese mundo adelante, tan contento de la vida libre, que en mitad de las incomodidades y miserias que trae consigo no echaba de menos la abundancia de la casa de su padre, ni el andar a pie le cansaba, ni el frío le ofendía, ni el calor le enfadaba; para él todos los tiempos del año le eran dulce y templada primavera”.
La vida se transformó para Carriazo en una diversión. “La diversión —dice John Lennon— es la única cosa que no se puede comprar con dinero”. Esto no es baladí. Lo contrario de la diversión es el hastío, que es la forma más aburrida de la muerte. Crear es divertirse: crear cosas o crear experiencias, que es lo mismo desde el punto de vista individual. Carriazo, como la chica de John Lennon que se fue del hogar, quisieron lanzarse a una vida divertida y creadora, y sin causa, “sólo por gusto y antojo”, abandonaron el mundo doméstico y domesticado, el rígido sistema en que vivían. Digámoslo de una vez, abandonaron las estructuras.
Disconformistas son, fundamentalmente, los que abandonan o rechazan las estructuras. En rigor, las estructuras son el fruto de la creación, pero de una creación antigua y decantada, de la creación de los que nos han precedido y nos han legado el fruto de su creación. Constituyen una mole inmensa de obras, de normas, de valoraciones. Cada uno de los que llegan a la vida y se incorporan a la sociedad a la que por su nacimiento pertenecen, se enfrenta con esa mole un poco fría, y vivir será para ellos aceptarla, o rechazarla, o abandonarla, o combatirla. Se educa a los recién llegados para que la acepten y se conformen con ella. Pero no siempre el recién llegado la encuentra acogedora; por el contrario, algunas veces la siente hostil. Eso depende, aparentemente, de cada uno, pero no hay que engañarse. A veces depende de las estructuras.
Un criterio elemental para juzgar en qué se fundan las actitudes de los disconformistas dentro de una sociedad es la estimación de su número proporcional y el grado de vehemencia. Las estructuras flexibles se caracterizan porque ofrecen caminos despejados y diversos y un conjunto de pautas espontáneamente vigentes. La creación, la renovada creación, cabe en ellas. Entonces los disconformistas son pocos proporcionalmente y constituyen casos individuales que pueden ser referidos a singulares problemas de personalidad. Pero esta explicación deja de ser válida cuando los disconformistas son muchos, cuando son activos y vehementes, y sobre todo, cuando encuentran explicaciones grupales de su disconformismo. Entonces es signo de que el problema no es personal sino que debe ser referido a las estructuras. Tal el caso de la situación contemporánea de nuestro mundo occidental.
Aquí y ahora, las estructuras están saturadas y son insensibles al
Son las estructuras saturadas y endurecidas las que suscitan esa masa cuantiosa y vehemente de disconformistas que son signo de nuestro tiempo. No son problemas de personalidad los que necesariamente suscitan el disconformismo; aquí y ahora es la coacción de las estructuras la que opera sobre cada promoción de recién llegados, induciéndolos al disconformismo. La educación es impotente para incorporarlos. Más aún, la educación es la que revela que las estructuras saturadas y endurecidas nada le pueden ofrecer sino una vida cargada de academicismo y de retórica, y la que les enseña que la creación sólo es posible escapando de sus caminos y sus pautas.
Disconformistas son, fundamentalmente, los que abandonan o rechazan las estructuras. Rebeldes son los que las combaten y conformistas los que las aceptan. Pero acaso los más peligrosos enemigos de las estructuras saturadas y endurecidas sean los disconformistas, esa masa cuantiosa y vehemente, que les niega la savia del consentimiento sin la que las estructuras comienzan a languidecer.
Una cosa no puede hacerse: modificar las estructuras de acuerdo con cierta ideología, si no se tiene la vocación de saltar en el vacío. Pero lo que no puede dejar de hacerse es modificar las estructuras para ajustarlas al
Los disconformistas: ¿para crear o para destruir?
Vivimos envueltos en unos sutiles sistemas de relaciones recíprocas a los que llamamos estructuras. Ahora bien, en el fondo, el disconformismo consiste simplemente en negarles el consentimiento a esas estructuras, en rechazarlas pasivamente sin enfrentarlas, en no sostenerlas ni defenderlas y en tratar de vivir fuera de ellas. Tal fue la actitud de los movimientos obreros, de los artistas de la vieja bohemia; es hoy la actitud de varios sectores, más visible en los estudiantes rebeldes, en los hippies de vestimentas agresivas y finos modales que rechazan la guerra y proclaman la ley del amor. Es siempre la actitud de los que están seguros de lo que no quieren y alientan una vigorosa esperanza acerca de nuevas y futuras posibilidades creadoras. Y sin embargo, el disconformismo parece a muchos sólo una actitud negativa y destructora. Es una apariencia falsa y engañosa, y muchos de los que se sienten satisfechos cuando se han dado esa explicación están ocultándose la verdad y refugiándose en un sofisma. ¿Podría ser una casualidad que el disconformismo apareciera con tanta vehemencia precisamente entre quienes se sienten más atraídos por las formas puras y libres de la creación?
Parece claro que el disconformismo no es necesariamente negativo y destructor, o al menos que no lo es en el sentido peyorativo que suelen tener ambas palabras. El disconformismo niega que estén vivas y vigentes ciertas estructuras cuya caducidad le parece evidente; y contribuye pasivamente a destruirlas en la medida en que las priva de su apoyo, dejándolas libradas al sostén de sólo aquellos que creen firmemente en su vigencia. Pero entretanto afirma la preeminencia de ciertas valoraciones desusadas y el inalienable derecho de ciertas formas inéditas de la creación, contenidas y sofocadas por las estructuras caducas. En busca de un camino en el mundo, el disconformismo cobra legitimidad primero y luego fuerza, precisamente cuando las palpitaciones del impulso creador ponen a prueba la capacidad de resistencia de los cuadros constituidos.
En rigor, el disconformismo opera como uno de los mecanismos propios de los procesos sociales y culturales y constituye por eso una de las formas típicas de la vida histórica. La creación es inseparable de la destrucción, y tanto una como otra son buenas o malas según sus frutos, sin que se pueda exaltarlas o condenarlas en abstracto. La destrucción —como la muerte— es dolorosa considerada en su contexto inmediato; pero considerándola incluida en los procesos de que forma parte se presenta inequívocamente como una fase natural de la vida histórica, del mismo modo que la muerte lo es de la vida biológica. ¿Quién podría repetir los lamentos del mundo clásico ante su destrucción por el cristianismo? Las formas nuevas de la creación suelen adoptar una ciega furia, y lo único que cabe preguntarse es si son preferibles las formas violentas de la destrucción o las formas pacíficas.
Cuando el disconformismo se torna rebeldía prefiere las formas violentas. Sobre todo destruye símbolos; pero con ellos destruye realidades que, acaso, no merecerían ser destruidas. En
Retirar el consentimiento a las estructuras vigentes significa realizar un experimento social y cultural. ¿Cuál es el grado real de fortaleza de una estructura? Es difícil saberlo, porque su vigor puede ser aparente y provenir solamente del aparato coactivo que toda estructura crea y mantiene. Una prueba de su fortaleza la proporciona el ataque frontal, destinado a provocar su instantánea destrucción, y cuyos resultados unas veces aniquilan la estructura, otras la dejan incólume y otras la fortalecen, según sea la efectiva capacidad de resistencia que manifieste. Es la prueba de la
Pero otra prueba es el ataque subterráneo, que pone de manifiesto quiénes apoyan decididamente la estructura, quiénes consienten en su vigencia, y quiénes, por el contrario, la rechazan negándole su consentimiento. Es la prueba del disconformismo, que opera lenta y profundamente. Si un número de personas deja de respetar las formas establecidas de convivencia, rechaza el sistema de normas y valoraciones y se sustrae al cuadro de relaciones vigentes en una sociedad, queda al descubierto el número de los que prestan su consentimiento a la estructura y se evidencia el nivel de coacción que requiere para subsistir. El disconformismo realiza esta prueba lenta y profundamente. Piénsese en quién destruyó el Imperio romano: ¿los germanos o los disconformistas? Cuando los germanos llegaron a las puertas de Roma, los disconformistas la habían dejado inerme.
Pero el disconformismo carecería de significación si no fuera una fuerza constructiva. Es intrascendente que no se advierta desde el principio el sentido de su creación y no importa que su impulso secreto tarde en traducirse en obras. El disconformismo —este que mueve el cine, el teatro, la plástica, la
Pero no nos angustiemos. Lo importante es la creación, no lo creado. Y el disconformismo es la actitud propia de quien quiere sacudir la agobiante carga de todo lo que el hombre ha creado ya para buscar al sol un lugar para la obra nueva que constituya su propia e inalienable creación. Aun cuando para encontrarlo haya que destruir, como el cristianismo destruyó la cultura clásica.