La cultura argentina. 1976

Yo he procurado preguntarme qué es lo que ustedes esperaban de este título general del ciclo y del título especial de esta sesión.

Supongo que todos tenemos una imagen clara de qué es lo que queremos decir cuando hablamos del pensamiento argentino, quizá por analogía a lo que pensamos cuando hablamos del pensamiento alemán o el pensamiento francés. Seguramente imaginamos cuando hablamos del pensamiento argentino, que existe una corriente continua de reflexión más o menos sistemática, que se acumula, se elabora sobre la base de esa continuidad, asimilando cada generación lo que pensó la generación anterior. Todo eso, encadenado y fijado por ciertos nombres de personas que han sobresalido en este menester y que han dejado escritos.

La suma de todo ese pensamiento escrito, la acumulación de todo el pensamiento no escrito, sobre diversos temas, con una tendencia más o menos especulativa o más o menos práctica, constituiría eso que se nos ha pedido que analicemos.

El bagaje, el caudal del pensamiento argentino puede ser tratado como si fuera algo paralelo a la poesía argentina, a la narrativa argentina; esto es, como formas de expresarse de la comunidad nacional que, a lo largo de cierto tiempo, han conseguido capitalizar este esfuerzo colectivo y crear un conjunto en el que se perciba una cierta peculiaridad que permite llamar a ese pensamiento, pensamiento argentino. Tenemos historias de la literatura argentina a partir de la que hizo Ricardo Rojas, en un esfuerzo memorable, para construiría de la nada en ese momento.

Pero en lo referente a la historia del pensamiento argentino, hay sólo dos libros que son verdaderos hitos. Uno de ellos es “La evolución de las ideas argentinas”, de José Ingenieros; el otro es “Las influencias filosóficas en la evolución nacional”, de Alejandro Korn. Fuera de eso hay ensayos parciales, balances más o menos ocasionales, notas incluidas en las historias de la literatura argentina, donde siempre hay un capítulo dedicado al ensayo, o cosa parecida. En definitiva, parecería que el balance final del pensamiento argentino no hubiera sido hecho.

Quizás esta circunstancia se deba a que es más estimulante hacer el balance de la literatura argentina o de la plástica nacional que ocuparse del pensamiento como tal; esto último suele aparecer a los ojos de ciertas personas como una empresa relativamente menor.

Esto es falso de toda falsedad. La cultura argentina ha acumulado un capital de pensamiento de un altísimo nivel, cualquiera sea el criterio que usemos para calificarla; pero hay quizá dos o tres pequeñas cuestiones que están en la cabeza de todos y que dificultan esta percepción de la magnitud y de la intensidad, de la continuidad y de la coherencia del pensamiento argentino. Algunas de ellas ya las ha señalado Bernardo Canal Feijóo.

La primera de estas cuestiones es sobre si realmente hay un pensamiento argentino; de una manera expresa o tácita esta duda ha aparecido frecuentemente.

Parecerían sostener que no existe un pensamiento argentino todos aquellos que afirman que en la Argentina, en el campo de las ideas, no ha habido nada más que reflejos de las ideas europeas. Pero el caso es que hay una respuesta posible. Al fin de cuentas, ¿de quién son las ideas europeas? Si se dijera por eso que no hay pensamiento argentino, tendría que discutirse largamente en cuál de las comunidades nacionales hay un pensamiento que pueda ser calificado como nacional. Un siglo tan brillante como lo es el XVIII para el pensamiento francés, recoge casi la totalidad de sus ideas de la in-fluencia inglesa; sobre todo en lo referido al pensamiento político. ¿Quién no sabe que fue decisiva la influencia que el pensamiento alemán tuvo en el pensamiento romántico francés? ¿Quién podría precisar con claridad si hay un pensamiento belga u holandés? ¿Quién podría precisar en la América latina qué es lo que nos distingue de una manera categórica y definida?

Si nos atuviéramos a esta ortodoxia, la tesis de la inexistencia de un pensamiento argentino sería equivalente a la tesis de la inexistencia de todo pensamiento nacional. Lo ha dicho Canal Feijóo: hay una corriente de pensamiento mundial y cada uno ha abrevado en ella lo que ha podido, lo que ha estado más cerca de su sensibilidad, de sus tendencias, de sus inquietudes. Al pensamiento argentino le ha pasado lo mismo: ha recogido mucho, de muchas partes.

Lo que hay que preguntarse no es si todo es original, sino si ese pensamiento adquirido ha sido repensado y vivido como pensamiento. Si esto es lo que hizo la Argentina, entonces tenemos un pensamiento propio; y como opino que ha ocurrido así, afirmo que hay un pensamiento argentino.

La segunda cuestión consiste en una cierta opinión, acaso sólo un cierto prejuicio, acerca de si todo lo que se ha pensado en la Argentina es realmente pensamiento argentino.

Se da por admitido por algunos, de una manera categórica, que hay en el terreno del pensamiento argentino una línea genuina, autentica y pura que es la que hay que reivindicar y continuar: la línea hispánica. Todo lo que se ha agregado posteriormente no sería para ellos más que eso: agregados, y no parecería corresponder a la idiosincrasia nacional.

Esto abre una nueva perspectiva al problema: no se trata de discutir si hay o no un pensamiento argentino, sino que se procura establecer si el pensamiento argentino es legítimo o ilegítimo. Es otro problema acerca del cual pueden darse todas las opiniones, y que debería someterse a un examen riguroso y crítico.

Frente al primer dilema opino que la Argentina tiene un pensamiento propio, cualquiera sea el origen de las doctrinas y las ideas que lo componen, simplemente porque ha sido repensado y vivido en la Argentina, y a veces de manera militante.

Respecto del segundo dilema mi posición es categórica en el sentido de que ese pensamiento es argentino en la medida que ha sido pensado en la Argentina. El problema de la coherencia no está dado en la presunta pureza primigenia de una de las líneas que compondrían el caudal de pensamiento, sino en su totalidad.

Pensamiento argentino es —dicho de la manera más simple y llana— todo lo que ha sido pensado en la Argentina.

Ese vasto caudal de pensamiento se ha manifestado en la Argentina, como en otros países de Hispanoamérica, en dos campos bastante diferentes. Así como en otras partes y en cierto momento el pensamiento ha sido predominantemente especulativo, en la Argentina, el pensamiento, sin dejar de ser en algunas ocasiones pensamiento puro, ha sido predominantemente práctico o, si se prefiere, pensamiento aplicado. Por eso es que puede hablarse de cierta militancia del pensamiento argentino.

Ha habido pensamiento filosófico, científico, sociológico, y antes que nada, político. El matiz entre lo especulativo y lo práctico ha sido variable, pero es innegable que la historia del pensamiento argentino no puede escribirse como la de las doctrinas filosóficas abstractas: hay que partir del principio de que es pensamiento militante, proyectado e incluido en la realidad. Es pensamiento que se vuelca en la experiencia, que se prueba en la realidad, y sobre el que se reflexiona para ser nuevamente elaborado; este proceso se da a lo largo de la historia de nuestro país.

Desde que la Argentina tiene comienzos de vida propia empieza a pensar polémicamente. En una pulcra enumeración de las distintas etapas del pensamiento argentino, es innegable que tendríamos que empezar por el pensamiento jesuítico de la Universidad de Córdoba, en la época de la Colonia, y que correspondió al espíritu predominante en esa sociedad. Muy pocos rasgos permitían todavía identificar o distinguir esta colonia de otras de origen español. Nuestro país adquirió un principio de identidad justamente en el momento en que se polarizó una verdadera lucha ideológica entre la tradi-ción hispánica y el pensamiento de la Ilustración, tanto francesa como española. Es el momento en que empieza a oponerse la tradición de la Universidad de Córdoba al pensamiento de los grupos ilustrados —en el sentido técnico de la palabra— que se forma tanto en Chuquisaca como en Buenos Aires.

Se trata de aquellos que comparten las ideas fundamentales de los economistas, sociólogos y políticos españoles de la época de Carlos III: Jovellanos y Floridablanca entre otros. Es el momento en que empieza a leerse a Voltaire, a Montesquieu, a Rousseau. Esto ocurrió en el último cuarto del siglo XVIII.

Si hacemos coincidir estos datos con la apertura del puerto de Buenos Aires y la creación del virreinato, descubrimos que este es el momento visiblemente creador de una comunidad que de pronto percibe que es algo distinta de las demás, algo nuevo, diferente de sus vecinos y de España: así comienza también la contraposición de dos tradiciones culturales, dos corrientes de ideas que desde ese momento van a influir y van a jugar de modo diverso durante mucho tiempo.

Coincide, pues, la formación de la comunidad nacional con la toma de posición frente a las ideas, con una encendida militancia en relación con las ideas sobre la conducción de la vida social y política.

Insisto en la trascendencia que tiene el hecho de que, precisamente cuando se afirma la personalidad de la sociedad argentina, se afirman simultáneamente dos líneas de pensamiento que entran en conflicto.

Durante todo el siglo XIX, y a causa de la actitud singular que se adoptó en Hispanoamérica con respecto a España, el pensamiento y la cultura de ese origen fueron prácticamente ignorados. Apenas se puede señalar como excepción la apelación que los pensadores católicos, como Estrada o Goyena, hicieron a las grandes figuras del pensamiento católico español más o menos contemporáneos, Balmes o Donoso Cortes.

La línea liberal, por el contrario, admitió exclusivamente las filosofías de los pensadores franceses, ingleses y norteamericanos. Hay que esperar hasta fines del siglo XIX, cuando los Estados Unidos ocupan las islas del Caribe, para advertir en América latina una especie de despertar o recuperación de la tradición hispánica. Esto es lo que representa el Ariel de Rodó, que si bien no pertenece al pensamiento argentino, está tan próximo a nosotros que puede servir como hito. Hasta ese momento el pensamiento español ha sido ignorado.

En el curso del siglo XIX se nota primero la influencia del sociologismo romántico francés que tanto pesó sobre Sarmiento. Luego se nota la influencia del positivismo y del cientificismo, a partir de la década de los setenta y más notablemente en la generación del 80 y de principios de siglo. Esa influencia genera figuras tan brillantes como José Ingenieros. Todo esto se ve mezclado con influencias que, en menor escala, se manifestaron a través de preocupaciones de carácter práctico, como la educación o la política misma.

Poco después se produce la reacción antipositivista. En los primeros años de este siglo se percibe una gran preocupación por las doctrinas alemanas en Rodolfo Rivarola y Alejandro Korn, así como por el pensamiento de Bergson y de Croce. Después de eso hay que consignar la tremenda influencia que ejerció en la Argentina Ortega y, sobre todo, la Revista de Occidente, que él había fundado en Madrid. Todo esto cambió el cuadro de las influencias culturales, introduciendo la de la filosofía alemana representada por Max Scheler, Husserl y Heidegger. Francisco Romero y Carlos Astrada fueron sus principales representantes en la Argentina.

Es en esta perspectiva donde vale la pena destacar la singularidad que tiene el eclecticismo argentino, que no ha llegado a ser sincrético. Esto, en mi opinión, es cierto si nos atenemos al pensamiento especulativo.

Se da entonces una confluencia de doctrinas un tanto heterogéneas que muy rara vez alcanzan un punto de coherencia, cuando alguna de las corrientes de ideas predomina sobre las otras, como ha ocurrido con el positivismo en las ultimas décadas del siglo XIX y en las primeras de este siglo.

El caso es que la afirmación de que el pensamiento argentino está cerca de ser caótico —si se quiere— no sincrético, sólo vale para el pensamiento puramente especulativo.

Si pensamos, por el contrario, en el ámbito del pensamiento aplicado, descubrimos que la Argentina ha tenido un punto de concentración en la interpretación de la realidad nacional.

Moreno fue, al fin de cuentas, eso sobre todo; Alberti y Sarmiento fueron eso, sobre todo. Y al lado de estos gigantes, muchos, muchísimos, todo el que ha querido pensar; casi todo lo que leyó cada argentino, casi todo lo que meditó cada argentino, ha venido a terminar finalmente en un interrogante acerca de qué cosa es la realidad nacional.

Se han planteado distintas posiciones. Se han hecho diversos diagnósticos y de cada uno de ellos se han derivado diversos proyectos para el futuro. Todos los que tenemos la obsesión de nuestro país hemos coincidido en aprovechar este bagaje que hemos recogido de todas partes para aplicarlo a este interrogante fundamental.

Por eso es que el pensamiento argentino tiene un innegable valor y realidad; inclusive en algunos aspectos de orden puramente teórico y especulativo. Pero, sobre todo, tiene grandeza y profundidad en cuanto se transforma en un pensamiento militante para interpretar una realidad que es, en el caso argentino, constitucionalmente imprecisa y cambiante. Por eso la pregunta aparece una y otra vez y en cada oportunidad se acude a distinto esquema: cada uno a su modo y seguro de tener la clave, pero en todo caso poniendo en funcionamiento esta dinámica que parte del conflicto entre la tradición de la Universidad de Córdoba y las corrientes sociales que tuvieron su sede en Chuquisaca y Buenos Aires. Así se ha constituido a lo largo del tiempo un caudal de pensamiento propio, cualquiera sea el origen de las doctrinas, que permanentemente hemos tratado de aplicar a un problema teórico y práctico a la vez, que es esta realidad en que tenemos que vivir.

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Pasajes del diálogo con el público

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Ocurre que yo soy historiador y pienso que la vida argentina y todos sus proyectos, inclusive su creación artística y literaria, la formación de una determinada manera de vivir, todo eso es el resultado de un proceso que se ha ido haciendo en el tiempo y en la vida de la sociedad argentina.

De tal manera que cuando escucho hablar del ser nacional me siento como Heráclito frente a los eleatas y no consigo identificar la manera de alcanzar esta esencia porque no puedo sacar de mi memoria, por ejemplo, lo que ha significado para la Argentina criolla —como lo he dicho en una oportunidad como título de un capítulo para un libro mío— el advenimiento de la Argentina aluvial.

No se trata de que niego la trascendencia de un ser nacional; no es que niegue que exista la posibilidad de su formación: pienso que un siglo es mucho tiempo como para que no se hayan desvanecido ciertas cosas por la influencia de los fenómenos sociales y del desarrollo de las ideas.

Doctor Romero: usted citó una lista de quienes a su juicio representan o verticalizan el pensamiento argentino. Si mis apuntes no me fallan, la lista se detuvo en Korn e Ingenieros, ¿qué pasó después?

Yo los cité como los dos únicos que han hecho el balance del pensamiento argentino.

¿Después de ellos, nadie más?

Puede ocurrir que sí. ¿Qué pasó después? Después sucedió lo mismo que en los restantes aspectos de la vida argentina a partir de 1930. La vida, la sociedad y el pensamiento argentinos se han atomizado; los intereses se han sectorializado; el espíritu de facción se ha hecho cada vez más exacerbado.

La idea de que es posible hacer un balance de todo lo argentino parecería haberse diluido porque cada uno se empeña en suponer que lo argentino es nada más que la línea de pensamiento que él cree que es argentina, que es finalmente la que corresponde a su vocación, que puede ser teórica o práctica.

De hecho yo descubro que no ha habido balances posteriores. Y lamento decirlo porque es bien sabida la admiración que tengo por Martínez Estrada; pero analizando todo lo que ha escrito, todo el esfuerzo interpretativo de este pensador al que yo admiro profundamente, descubro un desnivel tremendo con Sarmiento en cuanto se refiere a esa capacidad gigantesca para descubrir la totalidad de la realidad nacional, con diagnóstico y pronóstico válidos.

Martínez Estrada nos ha dado el formidable balance de la crisis y ha puesto todos los datos sobre la mesa para entender por qué nos estamos disociando.

¿Qué es pensamiento argentino legítimo, doctor Romero?

No sé si la pregunta se refiere a algo que yo he dicho. Existe una corriente según la cual el único pensamiento legítimo es el de tradición hispánica y que sostiene que todas las demás líneas son incorporaciones indebidas o simplemente doctrinas que han operado de una manera delicuescente como para destruir el tronco verdadero.

No comparto esta doctrina de manera alguna. Si a mí me preguntaran qué es pensamiento argentino legítimo, no podría responder de ese modo.

Mi respuesta —lo reitero— es totalmente simple: para mí es pensamiento argentino legítimo todo lo que se ha pensado aquí por nosotros; hay que computar todo. Cada uno de nosotros tiene que hacerse cargo de todo lo que ha pensado y de lo que piensan sus adversarios. Es necesario no perder de vista a los adversarios, hablar con ellos y jugar una especie de tremenda aventura en la que deberíamos tratar de entrar todos y entendemos mutuamente.

Para eso se necesita primeramente entender al adversario y reconocer la legitimidad de su pensamiento.

Doctor Romero, usted denuncia dos líneas en el pensamiento argentino: la liberal y la hispanocatólica. a) ¿Esa dualidad es causa de nuestra inestabilidad y falta de equilibrio? b) ¿Es posible lograr una sola línea de pensamiento que nos proyecte en la historia con más estabilidad y unidad?

Yo he puntualizado esas dos líneas en el último cuarto del siglo XVIII; me han llamado siempre la atención y me parece que son un dato importante para la historia de nuestra formación nacional.

Este país, antes de ser tal políticamente, con conciencia de comunidad solidaria en relación con algunos hechos institucionales y administrativos, ya protagonizaba ese conflicto ideológico. Efectivamente, se produce una contraposición.

En el resto de la historia argentina ha habido otro momento de intensa polémica: la famosa discusión de la década de los ochenta sobre la enseñanza laica y la estructura del Registro Civil y los cementerios laicos. Se trata de un tremendo debate que, por otra parte, repetía una polémica casi contemporánea en Europa.

Fuera de esos momentos, en que se polarizan las posiciones, en el resto yo no creo que se pueda decir que la cultura argentina haya sido fundamentalmente bipolar, un enfrentamiento entre el catolicismo y el liberalismo.

Creo que ha habido largos períodos de amplia tolerancia, que han sido quizá los períodos más fértiles de la vida argentina. Si me preguntaran cuál es la única línea, no diría que es la de una determinada doctrina, sino la de una metodología de la convivencia, de la tolerancia y del diálogo. Si no, no habrá país.