La embajada laborista que va a Pekín. 1954

Dados los resultados de la Conferencia de Ginebra y comprobadas las disidencias entre las grandes potencias occidentales con respecto al problema de Asia, es innegable que el viaje que acaban de emprender los dirigentes del laborismo británico a la China comunista constituye uno de los acontecimientos más sugestivos de la política internacional de los últimos tiempos. Dos circunstancias le prestan todavía mayor significación: el hecho de que viajan juntos -y con un mismo criterio- los jefes de las dos alas del partido, Sres. Attlee y Bevan, y el propósito de los viajeros de detenerse en Moscú, donde el gobierno soviético se dispone agasajarlos y, según es lícito pensar, a dialogar con ellos sobre los problemas candentes del momento. No es arriesgado suponer que la embajada de la oposición británica cuenta, al menos en principio, con el visto bueno del Sr. Churchill. Pero aunque así no fuera, cabe presumir que en la opinión ha de suscitar la esperanza de que pueda favorecer un entendimiento entre los dos bloques de naciones. La creencia en la posibilidad de ese acuerdo se arraiga cada vez más en Europa. De ahí la importancia del viaje de los estadistas británicos de la oposición, representantes de un partido con amplias posibilidades de volver al gobierno y suficientemente experimentados como para no dar un paso en falso.

Seguramente por coincidencia, el consejo ejecutivo del Partido Laborista aceptó la invitación de China comunista para que enviara una delegación a Pekín, precisamente al día siguiente de la categórica declaración del Sr. Cabot-Lodge -delegado de los Estados Unidos en la UN- sobre las causas de la oposición de su país al ingreso del régimen de Mao Tse-tung en el organismo internacional. Pocos días después el jefe del ala izquierda de la oposición británica, Sr. Bevan, explicaba en un periódico de su partido las razones de aquella decisión, impugnando los argumentos del representante norteamericano y definiendo el punto de vista de su grupo frente al problema. Esta vez el Sr. Bevan coincidía con el jefe del ala derecha del laborismo, Sr. Attlee, quien fijó la posición del partido laborista frente al problema de Asia en la sesión del 14 de julio de la Cámara de los Comunes. En oposición al Sr. Churchill y con cierta vehemencia, el jefe de la oposición dejó sentado un criterio que, seguramente, contribuirá a ahondar la disidencia anglo-norteamericana que el jefe de gobierno británico procura salvar por todos los medios.

Los términos de esa divergencia se reducen sustancialmente a dos: la actitud a seguir frente a la expansión del comunismo en Asia y la posibilidad de admitir a la China comunista en las Naciones Unidas. En ambos asuntos la opinión del gobierno norteamericano es concluyente. Se propone una acción enérgica para detener cualquier nuevo paso hacia adelante que intenta el comunismo, aun admitiendo la posibilidad de una intervención armada, temperamento este último aconsejado, según parece, por el almirante Radford, jefe del Estado mayor conjunto, y se rechaza categóricamente la posibilidad de consentir en el ingreso del gobierno de Pekín en la UN, hasta el punto de haber manifestado el jefe del bloque republicano del Senado que, de producirse, sostendría la necesidad de que los Estados Unidos se retiraran del organismo internacional. Tal es la opinión de la administración republicana, respaldada en lo fundamental por el Senado, aun cuando se sospecha que en ciertos grupos preferirían que se atenuara en algunos de sus términos.

La opinión del gobierno británico es más flexible. Antes de su viaje a Washington en junio último, el Sr. Churchill se había manifestado opuesto no solo a la internacionalización del conflicto de Indochina, sino también a toda acción que implicara cerrar la posibilidad de un acuerdo. Se recordará, inclusive, que el Sr. Eden manifestó poco antes en los Comunes que buscara para Asia una fórmula análoga a la del Pacto de Locarno. Pero las conversaciones sostenidas en la capital norteamericana con el presidente Eisenhower parecen haber modificado ligeramente su criterio. El Sr. Churchill había obtenido la postergación de la conferencia de países interesados en el sudeste de Asia -ahora anunciada para septiembre en Singapur- y acaso cierta modificación en su orientación, que de puramente militar pasaría a ser de ayuda a los países amenazados y, secundariamente, de defensa. En cambio, habríase convencido el estadista inglés de la inoportunidad de plantear ahora el ingreso a la China comunista en la UN. En resumen, el gobierno británico ha considerado necesario, a cambio de ciertas concesiones, hacer algunas por su parte para no malograr su alianza con los Estados Unidos, base de su política exterior.

Pero la opinión del gobierno británico no coincide con la del Partido Laborista. El señor Attlee sostuvo en la Cámara de los Comunes -corriendo el riesgo de irritar a la opinión norteamericana- que era imprescindible abandonar la protección del Mariscal Chiang Kai-shek, admitir a la China comunista en la UN y trabajar inmediatamente en busca de un régimen de coexistencia pacífica. Para medir las posibilidades prácticas de este plan, los dirigentes laboristas han resuelto viajar a Pekín, y en relación con ese viaje ha expresado últimamente su punto de vista el jefe del ala izquierda del partido, Sr. Bevan. Sostiene este que, aunque desaprueba muchos actos del régimen comunista de Pekín, considera más justo para el pueblo chino y más útil para los países occidentales no reincidir en este caso en la conducta seguida hace treinta años frente a Rusia, conducta a la que atribuye la prolongación y agudización de los excesos del movimiento revolucionario. La delegación laborista -dice- “espera hallar en la China comunista las posibilidades de un intercambio amistoso y una cooperación fructífera”.

Los dirigentes de la oposición británica no han hablado de Rusia, donde se detendrán breve tiempo. Acaso también estudien allí las posibilidades de establecer un sistema de convivencia pacífica; pero sin duda lo más importante del viaje ha de ser el contacto que establecerán con los políticos de Pekín, donde algo hace suponer que pueden hallar buena acogida. Si, como sostiene el señor Nehru y opinan muchos en Londres, el gobierno de Pekín es más nacionalista que comunista, acaso sea posible incidir sobre su alianza con Moscú y atraerlo al bloque de países que rechazan la guerra como solución de la tensión internacional. Todo hace pensar que el gobierno conservador mira con simpatía este intento, que, por lo demás, no lo compromete. Y si tuviera éxito, el viaje de los dirigentes del laborismo británico habría sido realmente provechoso.