El desarrollo de las ideas en los Estados Unidos. 1941

No hace mucho tiempo que ha sido advertida, de manera consciente, la significación de las ideas dentro del complejo de motivaciones de la conducta social. Se debe a Ranke la primera concepción orgánica de una Historia como historia de las ideas, esto es, como espejo del juego de las influencias que las concepciones de la realidad ejercen sobre la realidad misma. Esta concepción, implícita en gran parte del pensamiento del siglo XIX, exigía, para desenvolverse, una suficiente claridad sobre el problema de la cultura y solo en los últimos años del siglo anterior, y en los primeros del presente, adquirió este un planteo riguroso. Pero, una vez establecidos los supuestos fundamentales del problema de la cultura, se advierte una vivísima preocupación por este capítulo de la Historia de las ideas, destinado a precisar el modo en que, en cada época, trascienden hacia la realidad y actúan sobre ella; y si, primeramente, solo se advierte su presencia a través del comportamiento social de la comunidad, muy luego se alcanzará su persistencia en las creaciones del espíritu, y entonces se presenta ya, de manera indudable, como un elemento fundamental para la comprensión histórica.

Este problema ha merecido en estos últimos tiempos, pues, una atención universal. Pero si resulta importante en todas partes, adquiere en nuestra América una significación aún mayor. Aquí, en efecto, los grupos que constituyeron las distintas nacionalidades se formaron como resultado de un trasplante de individuos al que correspondía un trasplante de ideas; pero, inmediatamente, la fuerza de la nueva realidad circundante actuó sobre estas, imponiéndoles un giro peculiar cuajado de nuevas posibilidades, y por el impulso de ellas se estructuró una nueva concepción de la vida, solo en apariencia prolongación y remedo de la del grupo originario; y cada vez que incidían sobre el retoño americano nuevas influencias del tronco originario, nuevas deformaciones se operaban sobre su contenido: esta particular deformación configura lo distintivo del fenómeno americano.

Respondían a esta preocupación fundamental los trabajos orgánicos que intentaron, entre nosotros, observadores tan perspicaces como José Ingenieros o Alejandro Korn; observaciones parciales, algunas de singular profundidad, se hallan en algunos escritores contemporáneos, preocupados, como Mallea o Martínez Estrada, por alcanzar el sentido profundo de la vida argentina; y todavía pueden anotarse algunos nuevos intentos orgánicos centrados alrededor de algunas personalidades señeras en el curso del siglo pasado. En Estados Unidos, un problema análogo, aunque más denso, no podía sino provocar preocupaciones semejantes. Cabría recordar, por muy conocido, el profundo esfuerzo inquisitivo realizado por Waldo Frank, especialmente en Nuestra América, acerca de este peculiar fenómeno de la deformación americana de las concepciones europeas; pero acaso sea más útil, por menos divulgado, anotar aquí la aparición de una magnífica publicación periódica del “College of the City of New York”, el Journal of the History of Ideas, que ha centralizado el estudio de este problema y ha conseguido, en dos escasos años de vida, acumular una ingente cantidad de materia. Dentro de esta corriente, la admirable obra de Parrington, Main currents in American thought, cuyo primer volumen aparece ahora traducido al español con el título del epígrafe, es, sin duda alguna, uno de los esfuerzos de sistematización más valiosos dentro del campo de la historia de las ideas americanas.

Parrington se propone un planteo moderno y vigoroso del panorama literario. Para él, la correspondencia entre los fenómenos literarios y el resto de la actividad espiritual de una comunidad de cultura más o menos compacta constituye un hecho de evidencia, y fundamental, por otra parte, para alcanzar el sentido de lo específicamente literario; así, sin engañarse por el acentuado menosprecio manifestado habitualmente acerca de la literatura del período colonial, se propone Parrington una medida de revaloración, reconstruyendo su panorama con los elementos que tonificaban su vida, tendencias, unas veces concurrentes y otras encontradas, en las que se nutría y por las que cobraba hondura humana, pese a su escasa o discutible calidad literaria. Por eso no vacila en “seguir el ancho derrotero de nuestro desarrollo político, económico y social en vez de la vía relativamente angosta de las bellas letras” cuando quiere buscar en la formación del espíritu norteamericano, sin perjuicio de ahondar luego su análisis al referirse particularmente a autores y obras, hasta alcanzar gran finura crítica.

Confiesa Parrington proceder con un “parti pris”: descubrir a través de la literatura la génesis y el desarrollo de las ideas que han pasado a ser consideradas como características de los Estados Unidos y mostrar la floración y la persistencia de las concepciones liberales, combatidas pero no suplantadas por otras doctrinas también actuantes en el ambiente colonial. Este criterio, basado en su escepticismo con respecto a la posibilidad de una total objetividad y compatible, por otra parte, con la objetividad científica para la presentación de los materiales, da a su obra un carácter orgánico nacido de un vigoroso criterio interpretativo, piedra angular de toda auténtica concepción histórica. Máximo exigible de probidad, la confesión previa del punto de vista seguido, sin invalidar los materiales aportados y menos aún su agudo esfuerzo de comprensión, permite la controversia y el desmenuzamiento de sus juicios, en los que late, por otra parte, junto a su decidida toma de posición frente a ciertos problemas, una cálida pasión por la conquista y la afirmación de la verdad.

El tomo que ahora sale traducido al español —primero de los tres de que consta la obra— comprende el análisis del período que transcurre entre los años 1620 y 1800, con el subtítulo de Las ideas coloniales. Estudia Parrington cuáles son las doctrinas dominantes en Inglaterra durante el siglo XVII y el fenómeno de su trasplante a las colonias de Norte América, y analiza luego las influencias que se superpusieron sobre ellas en el transcurso de la época colonial y en los primeros tiempos de vida independiente, incluyendo el proceso de génesis de la independencia y el complejo entrecruzamiento de las doctrinas y los intereses que determinaron aquella, creando su peculiar estructura originaria.

A lo largo de ese extenso período, advierte Parrington la influencia predominante que ejerció el independientismo inglés y su confluencia con las doctrinas francesas, entrecruzadas, a su vez, con ciertas nociones elaboradas en Inglaterra por la mentalidad whig. Junto a ellas, la fuerza y la persistencia de una teología absolutista en las colonias de Nueva Inglaterra provocaron un choque con aquellas otras doctrinas liberales, en cuyo contacto ve Parrington nacer los rasgos predominantes del desarrollo del espíritu de aquella región, de tan marcada influencia en el desenvolvimiento y la estructuración de los Estados Unidos.

Frente a esta cerrada adhesión a la herencia doctrinaria en el Noreste, señala Parrington la fuerza creadora e incontenible de la nueva realidad económica y social que se desarrolla en las otras colonias, en las que prevalece un tipo de vida rural y en las que debía prender fuertemente la concepción fisiocrática francesa y, en general, las teorías románticas. Mientras tanto, esa misma fuerza creadora de la realidad económico-social se manifestaba, en las regiones de más densa población urbana, en la adhesión a una política económica liberal que “en vez de ocuparse en la justicia y en los derechos del hombre, se ocupaba en los derechos del comercio”.

Esta densa maraña de corrientes ideológicas, y su contraste con las exigencias y las concepciones empíricas nacidas de una realidad definidamente organizadas desde los primeros momentos, se desenvuelve en el libro de Parrington con una admirable claridad, que no cede nunca a la tentación de forjar, por sobre su viva complejidad, esquemas simplistas tan seductores como discutibles. De su lectura, quedará, sin duda, una visión rica y precisa del proceso de la formación espiritual de los Estados Unidos, y quedará, para quien lea con atención, la sensación de la maestría que puede alcanzarse en el planteo de un problema histórico, más notoria cuanto más compleja y multiforme es la realidad cuyo sentido profundo quiere captarse.