José Ferrater Mora: Un filósofo en la encrucijada. 1953

Entran en la personalidad de Ferrater Mora varias y diversas maneras de enfrentarse con la realidad. Si se atiende a la fecundidad de su labor, a la tenacidad y el amor con que construye su obra de filósofo pese a todas las adversidades, en un largo peregrinaje a través de Cuba, Chile y los Estados Unidos, cabría pensar que no lo considera todo perdido y que aún alienta cierta esperanza de que el mundo en que se aloja merezca sus desvelos. Si, en cambio, se descubre, y no es difícil, el humor con que capea los temporales y con que juzga las tormentas que azotan su nave, humor profundo y trágico, por cierto, se estaría tentado de pensar que en última instancia lo juzga todo perdido, al menos para él mismo. Pero cuando se atiende al ordenado sistema de pensamiento con el que se propone representar su imagen del mundo, expuesto con el sabor dialéctico de lo que ha sido pensado y repensado, esto es, pesado y sopesado para juzgar el alcance relativo de cada proposición, la precisión de cada fórmula y la claridad de las limitaciones insinuadas después de cada afirmación, entonces se comienza a descubrir el secreto de su actitud, hecha de pesimismo y optimismo a un tiempo, de desilusión y de esperanza, de claridad y oscuridad, de delicada confianza en sí mismo y de resignado conformismo frente a lo inescrutable. Quizá sea esta combinación —con otros ingredientes más, que no le faltan— la que más se parece a la sabiduría. Porque en este joven filósofo el saber se recubre con este manto finísimo, verdadero lujo del espíritu, que se llama sabiduría.

Me atrevo a afirmar que nada de lo que hasta ahora ha escrito Ferrater Mora lo representa plenamente, aunque todo lo representa en parte. Puestas sus obras una al lado de otra parecen revelarnos las diversas posibilidades que oculta, los distintos intereses y las múltiples preocupaciones que lo mueven. Un saber sólido y vasto, una profunda capacidad de análisis y un certero don para las generalizaciones se revelan siempre. Pero nos hallamos casi siempre en una proximidad demasiado palpitante con respecto a la trama de los problemas. Ferrater Mora está cobrando la distancia necesaria —la necesaria distancia que supone la sabiduría—, y asistimos a su conquista paso a paso. Su visión es cada vez más rica, su expresión está cada vez más liberada de las fórmulas que simplifican y empobrecen los fenómenos, su reconstrucción de la realidad se observa cada vez más finamente modelada, llena de curvas, para que se ajuste de manera apropiada a la multiforme realidad desvanecida. Ferrater Mora marcha hacia una forma de plenitud intelectual que es, sobre todo, plenitud de espíritu. Quizá sabe qué es lo que está y lo que no está perdido. Y a través de la filigrana del pensamiento, se aproxima día a día a una revelación de la que nos adelanta en cada libro las sucesivas aproximaciones.

Con motivo de la publicación de El hombre en la encrucijada,es lícito reflexionar sobre la nueva aproximación que nos ofrece, esta vez desembozada, conseguida no a través de remotas inferencias obtenidas del mundo de las experiencias individuales y de las ideas, sino a través de un examen directo del conjunto de las situaciones sociales y espirituales, en el que por lo demás, no faltan las referencias a aquel otro mundo. El tema de Ferrater Mora es la comparación y el encadenamiento de dos situaciones críticas: la que se insinúa en los últimos tiempos de la Antigüedad y la que comienza con el Renacimiento y cubre la llamada Edad Moderna y la Contemporánea. Semejanzas y desemejanzas en los planteos y las soluciones esconden un problema inmutable que Ferrater Mora formula de manera explícita en las primeras líneas de su libro: el de la conciencia histórica, el de la reacción frente al curso de las cosas en función de cierta imagen intelectual que el hombre se hace de él, sobre todo cuando se presenta como fenómeno fundamental el de la constitución de un orden sobreindividual que amenaza con aniquilar al hombre.

Un historiador hubiera deseado que se arriesgara la hipótesis de cómo llegan a constituirse esas formaciones, porque acaso en el proceso de constitución se escondan las raíces de las defensas y reacciones con que el hombre logra sobreponerse al Leviathán. Pero la objeción es inoperante, porque Ferrater Mora no se ha propuesto hacer ni historia ni sociología. Se plantea solamente, pues, el espinosísimo problema de la reflexión de la realidad en la conciencia individual, y discrimina tipos en la crisis antigua —el platónico, el futurista, el poderoso, el “hombre nuevo”— que se caracterizan por poseer peculiares actitudes frente al torrente de los sucesos, en tanto que, frente a la crisis moderna y contemporánea, adopta el principio de distinguir grupos —los “pocos”, los “muchos”, los “todos”— cuyo crescendo señala una intensificación de la conciencia histórica y, con ella, de la tendencia a intervenir de modo racional en el proceso histórico.

No es fácil ni reporta utilidad alguna seguir a Ferrater Mora en un análisis que en su libro se realiza de una manera transparente y rigurosa. Pero podrían, sí, acotarse algunas ideas a las que se desprenden de sus planteos. O, mejor aún, de interrogantes que inquieten aún más al lector de este libro hecho para inquietar. ¿Qué validez —podría preguntarse— tienen objetivamente estas diversas imágenes del curso de la historia? Porque una de las cosas que más inquieta a quien ve desfilar esta pluralidad de interpretaciones de la realidad es la sospecha de si no estamos en una sala de espejos sin que nos sea dado saber ya más cuál es la primera imagen. O si hay alguna primera imagen. O si no hay nada más que espejos. Y algo semejante ocurre frente a los objetivos de la existencia, los “absolutos posibles” de que habla Ferrater, invitándonos a elegir. Porque podría preguntarse: ¿de esos cuatro absolutos posibles —Dios, el Hombre, la Sociedad y la Naturaleza— no hay alguno, o acaso alguna fórmula precisa de combinación, que esté implícita en la peculiar combinación de elementos que se advierte en la realidad contemporánea?

Se está tentado de pensar que si es lícito el análisis retrospectivo de las relaciones entre la realidad y las ideas, entre el mundo real y el mundo posible, también lo es en alguna medida el diagnóstico profético partiendo de una realidad dada y de ciertos conatos de interpretación vigente de la realidad. No es exigible, naturalmente, pero es seductora la perspectiva de que quien es capaz de tan agudos análisis intente —siquiera una vez— el salto en el vacío que tienta y llena de vértigo a todo auténtico historiador. ¿No hay en la crisis de los “todos” ciertos cauces necesarios? ¿No estamos comprometidos ya a seguirlos? Y si es así, ¿no podemos intentar cierta corrección para perfeccionarlos? Y si esto es cierto, ¿por cuál de los absolutos —o por qué combinación de absolutos— debemos bregar los hombres de buena voluntad?

No desespero de que Ferrater nos dé algún día respuesta explícita a tantos interrogantes —o a algunos de ellos— como ha suscitado con este libro lleno de penetración.