Las entrevistas del canciller austríaco, Sr. Julius Raab, con los dirigentes soviéticos deben ser seguidas con más atención que si estuvieran rigurosamente limitadas al caso concreto que se discute en ellas. Con ser grave, el problema austríaco lo es menos que la situación general dentro de la que, inevitablemente, se inserta, y puede preverse que el resultado de las negociaciones que se realizan en Moscú dependerá ante todo de la actitud que las grandes potencias quieran adoptar, en vista de las perspectivas generales de la política internacional. El caso de Austria será, pues, una nueva prueba en el prolongado y dramático torneo en que miden sus fuerzas las democracias occidentales y los países comunistas.
Intencionalmente unido por los soviéticos al caso alemán, el de Austria ha merecido ahora una atención particular y ha sido puesto sobre el tapete como si su urgencia superara la de todos los otros. La iniciativa correspondió al gobierno soviético. Desplazada la tensión internacional de los problemas europeos desde la conferencia de Ginebra, la Unión Soviética parece ahora querer distraerla de los asuntos asiáticos y centrarla nuevamente en Europa. A las medidas hostiles contra la zona occidental de Berlín ha acompañado la ofensiva de paz sobre Austria, precisamente en circunstancias en que se desarrollan los trabajos previos para la esperada conferencia de las cuatro potencias. Es innegable que la invitación formulada por Moscú para tratar con el canciller austríaco la devolución de la soberanía a su país forma parte de las maniobras preparatorias de esa conferencia.
En la situación actual, y luego de haberse discutido en varias instancias, el problema de Austria reside en la disidencia entre la Unión Soviética y las potencias occidentales acerca de algunas cuestiones muy concretas. Opina Moscú que solo puede abandonar el territorio austríaco si las potencias occidentales garantizan la neutralidad de Austria y se comprometen a no incluirla en su sistema militar, al tiempo que requiere seguridades de que no volverá a producirse un “Anschluss” entre Alemania y Austria, seguridades que ahora deberían ofrecer separadamente el gobierno de Bonn y el de Berlín.
Por su parte, el gobierno austríaco ha manifestado su decisión de mantenerse al margen del conflicto entre los grandes bloques de naciones; pero las potencias occidentales consideran que el tratado de paz con Austria no debe poner límites a su soberanía y se han manifestado reticentes frente a la ofensiva de paz soviética, cuyo alcance declaran no percibir con claridad.
Es evidente que ha habido el deliberado propósito de hacer de la cuestión austríaca el problema candente de estos días. Tal ha sido la intención soviética. Pero al mismo tiempo se observa una marcada tendencia a disminuir la tensión en Asia, sobre todo en el gobierno de Washington, cuyas últimas actitudes revelan una curiosa y acelerada modificación en su conducta anterior. Ambos signos deben acaso interpretarse en relación con los preparativos para la conferencia de las cuatro potencias, prudentemente encaminados por ambas partes para obtener las mayores ventajas y correr los menores riesgos.
El gobierno de los Estados Unidos parece haber reconsiderado atentamente su política en Asia. A las amenazas respondió en su oportunidad con amenazas, pero, pasado el momento crítico, ha adoptado un punto de vista más distante y ha procurado atenuar la sensación de peligro que había arraigado en muchos espíritus. El general Eisenhower ha dado mucha importancia a su designio, ahora robustecido, de apoyar sobre los dos grandes partidos norteamericanos la dirección de la política exterior, lo que implica, sobre todo, la concesión de una mayor participación en las decisiones al Partido Demócrata, ahora mayoritario en ambas cámaras. Es conocida la influencia que ejercieron las palabras del senador George, no hace muchos días, cuando manifestó su adhesión al proyecto de conferencia internacional. Poco después celebró el presidente de los Estados Unidos una importante reunión con dirigentes republicanos y demócratas, y en los mismos días se refirió concretamente a las versiones alarmistas que se atribuían al almirante Carney. En ambos casos túvose la impresión de que el presidente Eisenhower no considera inminente un ataque de los comunistas chinos, opinión corroborada luego por el secretario de Ejército, Sr. Stevens, al regreso de su viaje. Y, de acuerdo seguramente con ese criterio, acaba de impartir nuevas instrucciones a las fuerzas que operan en Asia para que se mantengan alejadas de todo conflicto que eventualmente pudiera estallar allí, hasta que su gobierno pueda establecer con precisión el alcance de los ataques del enemigo.
No es aventurado suponer que cunde la intención de facilitar un entendimiento entre las partes en conflicto. Empero, los numerosos y variados problemas que se han suscitado entre ellas comprometen a cada instante las buenas intenciones que puedan abrigar los responsables de la dirección de la política internacional. Por eso se aviva la expectativa acerca de la solución del problema austríaco, pues puede afirmarse que no se llegará a un resultado positivo si no existe una disposición favorable para un acuerdo general.
La gravedad de las consecuencias que han podido vislumbrarse en el problema del estrecho de Formosa puede, a su vez, haber influido decisivamente en el ánimo del gobierno soviético para atenuar sus compromisos en esa zona y acaso para ofrecer soluciones. No sería, pues, inverosímil que se tendiera a un acuerdo sobre Austria basándolo en cierta prescindencia de la Unión Soviética en la cuestión china. Pero aun así quedan por resolver difíciles problemas, que, sin embargo, se veían bajo una nueva luz en caso de que alcanzarán un principio de solución algunos de ellos.
El método de la solución parcial o sucesiva de los puntos en disidencia es el que prefiere la diplomacia, y Sir Anthony Eden lo apoyó decididamente. Otra era la opinión de su antecesor, que aspiraba a coronar su carrera con una reunión de jefes de gobierno, convocado sin plan preestablecido, para conversar sobre los supuestos profundos de los diversos problemas en discusión. Sir Winston Churchill creía imprescindible restablecer la confianza entre los bloques antagónicos, y confiaba en que aquel enfrentamiento personal podría hacer mucho para lograrlo. Al fin de su carrera, pareció entusiasmarle ese alarde de virtuosismo político. Pero no logró convencer a sus colegas, que prefirieron la lenta elaboración de un sistema de seguridades a la esperanza de una espontánea espectacular aclaración del ensombrecido panorama. Con ese método parece trabajarse ahora intensamente. El resultado de las gestiones que el canciller austríaco desarrolla en Moscú servirá como pauta para saber si el procedimiento ha comenzado a dar sus frutos.