A veces las apariencias engañan

ENRIQUE TANDETER

Los medios periodísticos se ocuparon muy poco de las Jornadas de Homenaje a José Luis Romero antes de su inicio, y aun durante la semana de su realización, lo que, por supuesto, fue motivo de inquietud entre los organizadores, temerosos de que la falta de promoción se tradujera en escasez de asistentes. Sin embargo, las instalaciones del Centro Cultural General San Martín se vieron colmadas en su capacidad durante las sesenta y una horas de debate historiográfico escalonadas entre el lunes 4 y el viernes 8 de abril. Ese éxito de público, inusual en Buenos Aires para una convocatoria de tema académico, atrae ahora el interés periodístico y se convierte tardíamente en noticia. Clarín se ocupa del tema en su edición del miércoles 13 de abril señalando que las Jornadas se desarrollaron “con una concurrencia que no bajó de un promedio de 600 personas en cada sala”. Sin duda, la explicación de ese éxito numérico es compleja y será motivo de debates que recién comienzan. Sin embargo, me gustaría sugerir en esta nota que buena parte de la explicación radica en la justicia del homenaje y en la forma que revistió. Porque sintieron que el homenaje era justo, gran número de personas se acercaron al Centro Cultural General San Martín, y porque encontraron que la forma se adecuaba al fondo, la mayoría volvió una y otra vez a sus reuniones y convocó a otros. Me parece también que en todo esto hay algunas lecciones para el futuro.

¿Quienes sintieron que era justo rendir un homenaje a José Luis Romero a diez años de su muerte? En primer lugar, los que lo conocieron. Entre ellos, sus amigos y colaboradores cercanos. También los hombres políticos que supieron del caso no frecuente de un intelectual cuyo apasionado interés por la realidad argentina se expresó a la vez en su obra de historiador y en una activa y prolongada militancia en las filas del socialismo. Pero, sobre todo, las muchas generaciones de universitarios para quienes fue maestro singular. Romero fue rector de la Universidad de Buenos Aires en 1955-56 y decano de su Facultad de Filosofía y Letras en 1962-65, en uno de los periodos más brillantes de la vida académica nacional. Pero su magisterio se expresó fundamentalmente desde la cátedra, esa cátedra de Historia Social General que él creó a su medida y donde realizaba la rara proeza de exponer en un solo curso las grandes líneas de la evolución del mundo occidental desde fines del Imperio Romano hasta la Segunda Guerra Mundial. La Facultad de Filosofía y Letras de entonces reunía aún al heterogéneo elenco de las Ciencias Sociales, de modo que el magnetismo de la personalidad de Romero fue experimentado no sólo por estudiantes de Historia sino también por los que aspiraban a devenir filósofos, antropólogos, especialistas en letras clásicas y modernas, sociólogos, y, lo que hoy resulta menos verosímil, psicólogos. Mientras Romero encarnaba para los estudiantes de Historia la factibilidad de hacer en la Argentina una historia a la vez apasionada y rigurosa, ante los miembros de los otros departamentos reivindicó brillantemente el lugar de la Historia entre las ciencias del hombre y de la sociedad. La justicia del homenaje también es sentida por muchos que no conocieron personalmente a Romero. Sus lectores, en general, y aquellos para quienes su nombre se ha cargado de significados actuales, programáticos. Así, Romero simboliza una edad de oro universitaria postulada hoy como fuente de inspiración para un nuevo proyecto académico. Más específicamente, en los años recientes, todo lo que de renovador se ha intentado en la enseñanza e investigación de la Historia en nuestro país tiene como punto de referencia ineludible la obra y la actuación de Romero, coincidiendo con el diagnóstico de las autoridades universitarias de los sucesivos períodos de gobierno militar que por lo menos dos veces eliminaron a la cátedra de Historia Social General de los planes de estudio.

Romero murió en 1977 alejado de la Universidad y de todo ámbito oficial, y, en consecuencia, los únicos homenajes a su memoria le fueron rendidos por amigos y colaboradores muy cercanos. La comisión de difusión de sus ideas convocó en 1980 a un concurso para adjudicar un “Premio Internacional de Historia José Luis Romero”, y en 1982 la editorial Siglo XXI publicó en México De historia e historiadores. Homenaje a José Luis Romero, un volumen que reúne colaboraciones de historiadores europeos, latinoamericanos y norteamericanos. El homenaje, entonces, no sólo era sentido como justo, sino también como una deuda muy atrasada de parte de las instituciones oficiales argentinas.

¿Qué forma debía tomar ese homenaje? No podía ser la mera celebración retrospectiva de su actuación y su obra. A la vez, su personalidad desborda los límites de un eventual congreso de historia que puesto bajo su advocación hubiera servido para que nos contáramos entre colegas los resultados más recientes de nuestras investigaciones. Se impuso así la idea de producir, a partir de una pluralidad de debates historiográficos, un hecho cultural de amplia participación. Ese hecho cultural debía ser internacional por dos razones. Por una parte, Romero había dedicado sus obras mayores a la historia de la Edad Media europea y muchos de sus ensayos tuvieron por tema la evolución histórica de América latina en su conjunto. Reabrir el debate sobre los ejes de la obra de Romero en nuestro medio, entonces, requería la presencia de intelectuales de otros países del continente y de Europa. Por otra parte, uno de los rasgos más perdurables de la actividad del Centro de Estudios de Historia Social fue su múltiple vinculación con la comunidad académica internacional. En particular el centro dirigido por Romero supo atraer a historiadores latinoamericanos y europeos para que vinieran a Buenos Aires a enseñar y a debatir con colegas y estudiantes tanto sus propios trabajos como los proyectos de investigación en curso en el centro. Se generó de ese modo en la Argentina una escuela historiográfica que logró un nivel de excelencia internacional aplicado a un programa de trabajo establecido según intereses y prioridades propias, el que fue interrumpido por el golpe y la intervención universitaria de 1966.

El homenaje a Romero se planteó, entonces, como la recuperación del debate historiográfico de nivel internacional en la Argentina, mediante la participación de grandes figuras de la vida intelectual europea, norteamericana, latinoamericana y nacional, a través de un conjunto articulado de paneles y seminarios dedicados unos al análisis de aspectos de la obra y de la actuación de José Luis Romero y otros al de las tendencias actuales de la investigación historiográfica en distintos campos. El público confirmó con su presencia masiva y continuada su voluntad, a la vez, de honrar a Romero y la vigencia de su manera de hacer Historia.

Para los historiadores argentinos se desprende la lección del impacto cultural que puede tener una Historia que, fiel a la escuela que inauguró Romero, no se encierre en la erudición. Para los organizadores de la cultura, en especial para los que controlan los medios masivos de comunicación, el éxito de las jornadas debiera hacer pensar que una Historia reflexiva tiene un rating mayor del que habitualmente se le atribuye.