El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX

PABLO DANIEL VALLE

Bosquejar el itinerario intelectual de una sociedad presupone la culminación de una tarea que ha sido la de muchos durante varias décadas. A escaso siglo y medio de su formación como país, no puede ocurrir así con el desarrollo ideológico de Argentina, donde la exactitud en la investigación podrá constituir un sistema de lógica pero muy difícilmente de sentido.

De allí que José Luis Romero, en su advertencia a El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX, nos ponga sobre aviso de que se trata de un experimento historiográfico, deliberadamente alejado de una exposición del pensamiento sistemático, ya que para el autor “la historia de las ideas no puede ser una mera yuxtaposición de historias parciales de innumerables campos de reflexión.” Así, demarcando el legado del siglo XIX en las vísperas de 1880, toma a la Argentina en los cambios de su organización económica, la composición de una nueva sociedad y en la adhesión a costumbres e ideas hasta entonces no frecuentes en el Río de La Plata.

Divide Romero los tres capítulos restantes en denominaciones más temperamentales que precisas: “El espíritu del Centenario”, “La revolución de postguerra” y “La irrupción del cambio”; tres de las muy pocas veces en que se deja ganar por su adhesión personal a determinado proceso. De cualquier manera, el ensayo historiográfico de Romero implica una riqueza de posibilidades que facilitan la comprensión de la realidad socio cultural argentina. Se fijan ideas económicas, sociales, políticas, educacionales, así como los hombres, grupos de poder y corrientes de opinión que evidenció el país en su estratificación social.

Los hechos históricos se ven enriquecidos por el análisis que coordina a políticos, militares, obreros, pensadores, periodistas, músicos, pintores, poetas, etc., que tuvieron de alguna forma participación activa en la vida pública de los últimos 70 años. No deja olvidado, por cierto, la clara percepción que Ortega y Gasset y Eugenio de D’Ors tuvieron para con el hombre y la sociedad argentinos, y la eminente trascendencia de esos pensadores en la formación de la generación intelectual por entonces dividida en el grupo Martín Fierro y en el denominado Boedo. Aquella misma generación que tanto hiciera por la libertad de América al sublevarse en 1918, en Córdoba, contra el academicismo universitario, o en Buenos Aires, contra los salarios de hambre de la fábrica de Vasena.

A su maciza formación histórica, José Luis Romero – que vivió y sufrió consecuencias políticas de lo que él denomina la “irrupción del cambio” –, perfila un sentido imparcial poco frecuente en los análisis de historia de las ideas. Actitud elocuentemente representada, dentro de la historia argentina, por Adolfo Saldías – admirador de Sarmiento y enemigo de Rosas – quien, no obstante su combatiente posición política, analizando su contemporaneidad, pudo escribir: “No se sirve a la libertad manteniendo los odios del pasado. Lo esencial es estudiar el cuerpo social que, a impulsos de su sangre y de los defectos de su educación, incubó y exaltó a los que tales odios inspiraron. Sólo así se pueden señalar las verdaderas causas de esa postración estupenda del sentido moral que llevó a un país fundador de cuatro repúblicas a depositar sus derechos, esto es, su ser político, y a ofrecer su vida, sus haberes y su fama, esto es, su ser social, a los pies de un gobernante que los renunció infinidad de veces” (Historia de la Confederación Argentina).

El libro refleja nítidamente la preocupación latente por el futuro colectivo que, desde muy distintos sectores, mantuvieron y mantienen los grupos económicos, las agrupaciones políticas y sindicales y determinadas elites cuya acción es evidente desde la organización institucional de la república al presente.