Ideas políticas en Argentina

LUIS ALBERTO SÁNCHEZ

José Luis Romero, joven profesor argentino, perteneciente a una ya ilustre familia de escritores, ha escrito un libro titulado “Las Ideas Políticas en la Argentina”. Es un libro claro y oportuno. Sus vacíos no son responsabilidad del autor, sino de la realidad que comenta. Por eso resulta doblemente instructivo.

Aparece de sus páginas un hecho incontrovertible: los políticos argentinos se guiaron excesivamente por las ideas circulantes en Europa; muy poco por los hechos que tenían que confrontar. Salvo el instante de la Independencia en que Mariano Moreno traduce a términos políticos las inquietudes económicas de los hacendados y el momento en que Alberdi cuaja en fórmula concreta la urgencia inmigratoria de la República, predomina en el juego doctrinario y táctico de dicho país el eco de los debates europeos. Eso insufla a toda la política del Plata un aire a menudo extra-americano, lo cual explica sin mayores complicaciones algunos episodios, largos episodios de la historia de la patria de Sarmiento.

Podrían discutirse, sin duda, algunos términos de la clasificación que presenta el profesor Romero. ¿hasta qué punto podría aplicarse el término de democracia, cualquiera sea el adjetivo que la acompañe, al periodo rosista? Sin embargo, comparado con el predomino absoluto del patriciado porteño, aquel fue una válvula para las corrientes anti-aristocráticas. A la luz de la historia, desde la distancia, se advierte que el fenómeno rosista tuvo como principales gestores la sordera del patriciado porteño, la terquedad de los prejuicios coloniales, la miopía para advertir el hervor da un paisanaje ávido de conquistar prerrogativas escritas en los documentos do la Independencia. ¿No habría algo semejante en otros periodos de aquella historia?

En el libro de Romero se analiza con ejemplar detenimiento la evolución de las ideas políticas durante el Virreinato. Esta parte y el examen del planteamiento doctrinario de la Emancipación y la época rosista, la lucha entre la capital y las provincias, está formulado con meridiana claridad y muchísima documentación. Seguramente, exigencias editoriales obligan al autor a ser más parco en la parte contemporánea. Por ejemplo, nos habría agradado mayor latitud en lo tocante al nacimiento de la “democracia popular”, esto es, a la aparición de la Unión. Cívica Radical, el partido de Alem, cuyos orígenes fueron enmendados por Irigoyen, el sobrino herético del insigne suicida de 1896.

La ideología “radical” fue un paso lógico para adaptar las ideas europeas, de los europeos que llegaban por millares a la extensa pampa, a las necesidades locales. Debió ocurrir al revés. Se partió entonces del concepto para atrapar el hecho, lo cual no permitió una adecuación cabal, fenómeno repetido más tarde al surgir el Partido socialista, cuyos líderes, de una pureza no solo ejemplar, sino a veces impolítica, no pusieron el mismo interés en interpretar el hecho desnudo del país y la revestida doctrina extranjera. En esa arritmia pueden hallarse gérmenes de notorios altibajos de la realidad argentina.

Romero expone, repito, con claridad y honradez, los hechos históricos. No le es dable, reservándolo seguramente para otro trabajo, interpretar y criticar dicho fenómeno. Con exceso de honestidad se apresura a declarar en la última página de su ensayo que él tiene una filiación. Dato innecesario, pues inclina al lector desvinculado, a pensar que todo el libro pudiera estar influenciado por dicha circunstancia. No lo está. Y desearíamos que lo estuviera para compulsar mejor los hechos. Quien trate de penetrar en el secreto argentino, debe leer este libro.