JOSÉ LUIS MORENO
“Las vicisitudes que ha sufrido la política argentina desde 1930 prueban que el cielo histórico que en este libro se designa con el nombre de era aluvial se mantiene abierto, y que es difícil —o acaso imposible— determinar objetivamente y sin que influyan las preferencias personales la posible evolución futura. Ni el proceso social con que se inauguró, poco después de 1852, ni el proceso político en que se manifestó, a partir de 1880, la grave mutación interna, han recorrido todavía sus últimas etapas; y a estas horas, las sucesivas sorpresas que depara a los argentinos el curso de su existencia política advierten al observador que deberán sufrirse muchas y muy variadas experiencias antes de que se canalice dentro de un cauce regular el impulso social y político de la segunda Argentina, de la Argentina aluvial .
“Nada más ingenuo que intentar la predicción acerca de un proceso cuyas características son, precisamente, la originalidad y la inestabilidad…” (José Luis Romero. Las ideas políticas en Argentina, México, 1946).
De esta manera iniciaba el epílogo a la primera edición —que mantuvo en ediciones posteriores— de su tan difundida obra. En ella había plasmado todo un haz de hipótesis singulares sobre el desarrollo de nuestra sociedad y a través de ellas podía avizorar algunas de las importantes consecuencias futuras a pesar de que, con modestia, afirmaba no poder prever en toda su magnitud. Sin embargo, nosotros hoy, después de tantos años, estamos en condiciones de aceptar la validez de sus predicciones.
Ni en éstas ni en ninguna otra frase o concepto encontraremos en la obra de Romero el fruto de la casualidad, el azar o la improvisación. Se podrá discrepar pero nunca nadie podrá discutir la seriedad, la capacidad y la increíble aptitud de “leer” el devenir de una sociedad, aun cuando ésta fuera nueva, joven y desafiante a todos los modelos conocidos como la nuestra.
Romero, historiador, científico social, no fue sólo un medievalista tal como se lo ha pretendido catalogar. Sencillamente fue un estudioso de la Historia, inteligente y generoso, y a la hora de los resultados, elocuente, brillante y erudito. Erudición puesta al servicio del conocimiento coherente del devenir histórico. Nos es imposible privamos de la adjetivación que lógicamente nos suscita el análisis de los trabajos de José Luis Romero. Es que cada obra suya manifiesta un manejo metodológico original y riguroso cuyo resultado no sólo es importante para el conocimiento sino también grato para los sentidos.
Pero no es nuestra intención juzgar críticamente la obra de Romero. Esta es una tarea para varias generaciones de estudiosos de la Historia. Solamente quisiéramos manifestar el testimonio agradecido de quienes fuimos sus alumnos o discípulos. Toda una generación de estudiantes de Humanidades que transitó las vetustas aulas de la Facultad de Filosofía y Letras entre 1956 y 1966 recibió la influencia innegable de este gran analista de la sociedad, y reconoce en él a una de las fuentes importantes y decisivas de su proceso formativo profesional.
Para los que recorríamos por primera vez en aquellos años los recintos universitarios, su severo perfil docente no dejaba de ejercer una fuerte atracción que se acentuaba y se transformaba en un fuerte impacto cognitivo y emocional a medida que volcaba su tremenda capacidad pedagógica. Paradójicamente, con Romero aprendíamos primero a querer la Historia y después a conocerla. Y esa es, quizás, una cualidad indispensable y a veces irremplazable que sólo con el tiempo y la experiencia alcanzamos a valorar en toda su dimensión. Más que el conocimiento en sí mismo es todo el caudal humano que se vuelca en el acto cognitivo el factor que influye decididamente en la formación y en la educación. Y tal vez como nadie, Romero dejaba fluir toda su humanidad en la acción de enseñar y de transmitir conocimiento.
Pero la influencia intelectual de José Luis Romero en el plano de la enseñanza no sólo se manifiesta en el cómo sino también simultáneamente en el qué. Sin duda, él poseía una visión coherente y ordenada de la Historia, conjugadas las variables económicas, sociales, políticas y culturales de un modo orgánico y claro. El azar, el genio, los caprichos, la aptitud o ineptitud de los gobernantes quedaban relegados a un plano secundario frente a las transformaciones económico- políticas de la sociedad, manifiestas en el surgimiento de nuevas clases sociales, de nuevas relaciones jurídicas, de nuevas fuentes de riqueza y poder y, en fin, en la creación de una nueva cultura. La Historia dejaba así de ser un cúmulo de personajes, de fechas, de anécdotas para erigirse en lo que verdaderamente es: Historia de los cambios y mutaciones profundas de la sociedad, que engañosamente hemos tenido que denominar Historia Social y Económica. El equívoco podría llevarnos a un determinismo, en el que Romero jamás creyó: cada ciclo histórico, cada tiempo histórico tiene su lógica interna propia, su explicación original que es necesario hallar en la combinación, también original, de las variables significativas en el tiempo.
No ha sido casual la transcripción del párrafo inicial sobre nuestro país. Un “medievalista” como José Luis Romero arriesga con inocultable lucidez una hipótesis que después de treinta y dos años tiene vigencia para la Historia Contemporánea de la Argentina. Es que Romero no fue un “erudito tradicional”; el rigor metodológico, la capacidad de análisis y la búsqueda de los elementos históricos originales le permitieron estudiar con lucidez tanto la Historia de Europa como la Historia de Latinoamérica y la Historia Argentina y dar testimonios elocuentes de cada período y fenómeno estudiado. Romero fue, efectivamente, un científico original. En sus tesis sobre el mundo feudal, sobre los orígenes del capitalismo o las revoluciones burguesas encontraremos a los “clásicos” que él mismo nos hiciera analizar concienzudamente (desde A. Smith, Marx, Weber a Bloch, Pirenne, Labrousse y tantos otros autores importantes; u obras monumentales como los Annales y otras fuentes históricas insustituibles), como así también conocimientos e hipótesis propias y originales, además de una invitación a la relectura a la luz de los nuevos aportes y conocimientos. Todo ello contribuyó a que Romero, para orgullo nuestro, se transformara en una figura vastamente conocida, difundida y respetada también más allá de nuestras fronteras.
Libre y pluralista
Un último pero no menos importante rasgo de su personalidad. Romero hizo gala de no poca energía para mostrar que era un hombre libre, pluralista y respetuoso del prójimo, pero, por sobre todas las cosas, un luchador incansable contra el ocultismo y el ostracismo a los que se pretendió someter a las ciencias del hombre. En las distintas etapas de la vida intelectual del país, Romero no vaciló en aceptar los riesgos de una lucha a veces desigual. Hasta su muerte trabajó cada vez con mayor ahínco, sin declinar jamás de sus convicciones, las mismas que lo guiaron durante toda una vida fecunda y ejemplar.