La burguesía revolucionaria

NELSON MARTÍNEZ DÍAZ

La dedicación de José Luis Romero a los estudios medievales, nos ofrece en esta última obra [La revolución burguesa en el mundo feudal, 1967] los resultados de una larga investigación. El terreno escogido para la misma ha sido, el desarrollo de la burguesía en el interior de la sociedad feudal.

Se ha superado aquí la pura ordenación dinástica, para ofrecernos una visión histórica que nos permite abarcar una época, su mentalidad y sus conflictos. El trabajo atiende, además, al análisis de los cuadros socioeconómicos, con lo que moderniza muchos enfoques acerca de la Edad Media.

No se prescinde de la cita erudita, pero se lleva al lector a través de ella con la ayuda de una exposición clara y conceptual, ya que el autor posee un conocimiento profundo de la hagiografía, de la crónica feudal, de la crónica comunal, de la literatura épica y la lírica trovadoresca. Como es sabido, el manejo de las fuentes medievales exige serio esfuerzo de análisis, pues su historiografía adopta una tesis providencialista – que tiene como antecedente la obra agustiniana – generalmente en función de su carácter alegatorio, y atendiendo a ello ordena los hechos.

El libro se divide en cuatro partes. La primera, se ocupa de los sucesos a partir de las invasiones y la posterior instalación de las monarquías romanogermánicas en el siglo V. Las otras tres, estudian el surgimiento de la revolución burguesa en el interior del orden feudal.

La vida rural y religiosa, que se estabiliza entre los siglos IX y XV, tiene como centro la nobleza, cuyo poderío económico y político está asentado en el papel de la tierra. Estos señores feudales resisten largamente la acción centralizadora de la monarquía, favorecidas por una autonomía política acrecentada a favor de las inmunidades. La Iglesia misma, contribuyó al debilitamiento del poder real durante un extenso período, cuyas tensiones culminaron en el conflicto entre el Imperio y el Papado en el siglo XI.

De hecho, la monarquía debió contar con la aristocracia terrateniente para ejercer su papel. “La épica – nos dice Romero – recogió el recuerdo del sentimiento de superioridad que adquirió la aristocracia y la figura del conde Guillermo, tal como aparece en Le couronnemente de Louis, simbolizó la certidumbre de que sólo mediante la ayuda de los grandes podía ejercer el rey su potestad.”

En el mundo feudal, la escasez de tierras y su concentración en manos de algunos señoríos ocasionó gradaciones en la escala de la nobleza; la amenaza del hambre, por otra parte, se hizo presente en algunas regiones. El autor nos describe el éxodo de grupos de barones, en busca de tierras y en procura del mantenimiento del rango social. Estos temas pueden rastrearse y José Luis Romero lo hace, en fuentes como la Crónica de los condes de Anjou, el Cantar de Fernán González, el Poema del Cid y para el caso de los suecos, en la Saga de Los Yngling.

La ocasión de las cruzadas, según la obra que comentamos, promoverá un cambio de mentalidad. La defensa y expansión del área cultural romanogermánica conllevó a la apertura de nuevas posibilidades de riqueza y dominio. El sentido de la hazaña heroica del señor feudal cambió entonces de signo y el autor nos muestra aquí cómo se adscribe un carácter misional. Claro está, y así lo señalamos, que el hecho se percibe en la temática de una nueva épica, que oscila entre el concepto germánico del héroe excepcional por sus condiciones físicas y de valor sobresalientes y el pensamiento cristiano que le supone una fuerza sobrenatural que proviene de la atención preferencial (milagrosa) de la divinidad hacia el personaje. Pero esta temática contiene elementos suficientes para fijar la mentalidad de una época, y en ese sentido, el uso que de ella hace el autor junto con otras fuentes.

La capacidad de resistencia de los reinos cristianos se manifestó en su posibilidad de aumentar la ofensiva al mismo tiempo que disminuía la agresividad de los invasores hacia el siglo X. Las cruzadas, en el siglo siguiente, modificaron el horizonte de Occidente, ampliándolo. Esto planteaba nuevos problemas, según Romero: “Sólo a través de largos conflictos debía alcanzarse un principio de ordenación político-económica en las dos áreas en que se desarrollaría la actividad de la nueva Europa desde el siglo XI: el área del Atlántico y sus mares dependientes y el área del Mediterráneo”.

Y aquí, tal vez el aporte más original del autor al indagar con nuevo enfoque, en un tema ya conocido. A esta situación siguió, debido al proceso de cambio en la sociedad, una profunda alteración de las formas de vida, que incluyó la revisión de las estructuras feudales por parte de las nuevas fuerzas que intervenían en la vida económica: “Desde las ciudades se desafió a las concepciones tradicionales, aun cuando durante mucho tiempo ignoraron las nuevas clases en ascenso la verdadera magnitud de su desafío. La naciente burguesía, obrando como clase socio-económica y sobre todo como grupo urbano, fue la que desató las profundas transformaciones sociales y culturales que se produjeron a partir del siglo XI”.

El desarrollo de esta lucha compone la tesis fundamental del libro: el surgimiento de la burguesía en el interior del propio orden feudal y su contribución al resquebrajamiento de las formas sociales tradicionales, procurando la formulación de nuevas situaciones que respaldaran sus objetivos.

Un fenómeno nuevo, el agrupamiento urbano, ofrecerá en el siglo XIII el espectáculo del desarrollo de las ciudades italianas, flamencas, del norte de Francia, alemanas y de la costa levantina de España. Se estudia en la obra, el comportamiento de la naciente burguesía, que acompañó el pasaje de la economía natural a la economía mercantil y que encontró su medio de expresión en las guildas de comerciantes y las compañías de mercaderes.

Romero, manejando acertadamente la crónica comunal – de la que Giovani Villani y Dino Compagni son los modelos más conocidos –, nos describe el enfrentamiento de estas fuerzas en su movimiento de ascenso, con el orden feudal. A su vez, al apoderarse del poder en las ciudades, el patriciado urbano – los grandi borghesi – entraron en oposición con la pequeña burguesía, que reclamaba su lugar en la escala social. La conciliación de estas tensiones, produjo un reordenamiento en el mundo medieval que el autor ha denominado “orden feudo burgués”.

Es notorio que las reivindicaciones no alcanzaron a la plebe rural y urbana. El problema se replanteó en este extenso trabajo con copioso manejo de testimonios, incluso literarios, como el Chrétien de Troyes que pone en labios de una tejedora el relato de los padecimientos de sus compañeros de oficio. El proceso de movilidad social iniciado, conoció entonces desde las capas inferiores duros embates. Huelgas y rebeliones, abrieron un capítulo de nuevas interrogantes en el período.

La obra que reseñamos aquí, desarrolla una tesis que – el mismo autor lo señala – aparece ya esbozada en las primeras páginas de un libro anterior: El ciclo de la revolución contemporánea. Según ella, los acontecimientos posteriores a la revolución burguesa en el mundo feudal, protagonizados por la misma burguesía, no han sido sino etapas en su marcha ascendente, que por su brillo singular han centrado la atención del historiador. “Creía poder afirmar – y ahora estoy seguro de ello – que lo que se ha llamado el espíritu moderno tal como parecía constituirse en el llamado Renacimiento, no es sino mentalidad burguesa, conformada a partir del momento en que la burguesía aparece  como difuso grupo social, elaborada a partir de ciertas actitudes radicales y desarrollada de manera continua aunque con ritmo acelerado desde entonces.”

Existen diferencias entre la concepción de Sombart, por ejemplo y la de Romero, acerca del burgués del mil trescientos. Aquél lo presentaba como “tipo humano” más que como representante de una clase; nuestro autor, en cambio, le asigna “cierto sentimiento de clase”, concepto que se afirma luego en el desarrollo de la obra.

El libro nos informa, además, del ámbito cultural del período y su derivación hacia una nueva mentalidad, que tiende a considerar lo material como opción aceptable en un contexto social de claro signo religioso. Ofrece una informada versión del proceso que hizo posible que, por encima de la idea de la proximidad del fin del mundo – que tanta vigencia tuvo en la Edad Media, cuyas fuentes proveen innumerables testimonios de presagios apocalípticos – comenzara a predominar la idea de fortuna, de origen pagano y la influencia ejercida por el entrecruzamiento de tradiciones culturales debido a la expansión hacia la periferia del área de contacto de la Europa feudal.