La forja de la mentalidad burguesa

JACQUES LE GOFF

Crisis y orden en el mundo feudoburgués es un componente esencial del gran proyecto histórico que una muerte prematura, en 1977, le impidió a José Luis Romero llevar a cabo. Ya en 1948 había concebido claramente su emprendimiento y lo explicó en su ensayo El ciclo de la revolución contemporánea. Concebía esta larga historia como una sucesión hecha de crisis y de recuperaciones, de rupturas y de nuevos equilibrios —un ciclo— y expresaba el sentido de todo su proyecto con dos palabras: revolución y contemporánea. Para Romero, el orden, el equilibrio, no perduraban en la evolución histórica; en el corazón mismo de los sistemas históricos nacían las crisis que luego engendraban las revoluciones. El trabajo del historiador debía explicar este ciclo. Esta exigencia de larga duración permite entender el interés hacia la obra de José Luis Romero manifestado por Fernand Braudel, quien aceptó el pedido del historiador argentino de escribir un texto sobre L’Europe et l’Amérique 1531-1700 que, al igual que el texto encomendado a Lucien Febvre, ha quedado como borrador inédito. Sin embargo, esa exigencia es muy distinta del concepto de una historia prolongada hasta la extenuación, de una historia inmóvil ideada por ciertos etnohistoriadores del siglo XX bajo la influencia de la antropología estructuralista.

José Luis Romero concibe una historia en constante movimiento y su ambición es la de analizar y explicar esta historia cambiante. El título mismo del libro lo expresa: crisis y orden. Pero la otra palabra esencial es contemporánea. El carácter inconcluso de la obra de José Luis Romero y la importancia del período medieval tomado como momento crucial de la formación y del comienzo de la crisis del sistema histórico esencial de la modernidad —la burguesía— han tenido como efecto el de circunscribir la imagen de José Luis Romero a la de un medievalista. Por cierto, fue un gran medievalista, uno de los que revolucionaron, que renovaron profundamente, la imagen de la Edad Media. Inventó el término que, sin lugar a duda, quedará por largo tiempo ligado a esta época: el de feudoburgués, una de las grandes innovaciones del vocabulario historiográfico. Pero quiso ser un historiador del mundo contemporáneo, y explicarlo a través de un largo pasado en el cual el período medieval era decisivo. Se comprendería mal este libro si no se lo colocara en esta perspectiva contemporánea.

El conjunto de los cuatro volúmenes que debían componer la ambiciosa obra de José Luis Romero debía titularse Proceso histórico del mundo occidental. Se limitaba —si así puede decirse— a Europa y, después de la Edad Media, a Occidente. Pero José Luis Romero incorpora, a partir del siglo XVI, al nuevo mundo extraeuropeo descubierto, conquistado y colonizado por los europeos. Observa allí la dilatación del modelo burgués y urbano europeo, como lo explicó en el prólogo de La revolución burguesa en el mundo feudal: “Esta Europa dividida fue la que —precisamente cuando se dividía, a principios del siglo xvi— asumió la tarea de incorporar a su ámbito a vastas regiones de varios continentes más allá de los mares. Así surgió una segunda periferia, montada sobre un conjunto satélite de ciudades colonizadoras y de factorías mercantiles que se integraron pronto dentro del sistema del ‘mundo urbano’ europeo”. La creación de esta periferia europea fue entonces el objeto de estudio de José Luis Romero en una de sus obras mayores que corresponde integrar a su gran obra global: Latinoamérica, las ciudades y las ideas, de 1976.

La obra completa debía constar de cuatro tomos, que explicarían cronológicamente cuatro momentos sucesivos del ciclo revolucionario: La revolución burguesa en el mundo feudal (siglos III a xiii) (1967), el presente libro Crisis y orden en el mundo feudoburgués (siglos XIV a xvi), publicado incompleto a título póstumo en 1980, y los que no fueron escritos: Apogeo y ruptura del mundo feudoburgués (siglos xvi a xviii) y finalmente El mundo burgués y las revoluciones antiburguesas (siglos xviii a xx).

El espíritu de la obra había sido delineado en tres artículos que fueron reunidos y publicados bajo el título Ensayos sobre la burguesía medieval en 1961. En el primero de estos ensayos, “El espíritu burgués y la crisis bajomedieval”, José Luis Romero volvió a encontrar en los textos medievales la concepción de Georges Dumézil, que tal vez no había leído, de una idea indoeuropea del esquema de la sociedad tripartita (oratores, bellatores, laboratores), casi al mismo tiempo en que Jean Batany, Georges Duby y yo mismo la descubríamos.

De la diferenciación del grupo de los labradores, núcleo central que iba a impulsar la revolución, hacía Romero nacer la burguesía, cuyos pasos se proponía seguir hasta nuestros días. De esta manera se explicaba cómo la burguesía se desarrolló a través de los conflictos que la oponían estructural e históricamente a los otros dos órdenes, los oradores y los guerreros (bellatores), que llama defensores, siendo para él el motor de la historia las oposiciones y las luchas entre estas categorías sociales que no llama clases sino brazos. Son estos conflictos internos, estas tensiones, las que explican la transformación y el desarrollo de la historia siempre en movimiento. También en el interior de la burguesía, son los subgrupos los que la animaron; y en particular “frente a la agricultura, artificium y pecuniativa”. Finalmente, en el interior de la burguesía se impuso la alta burguesía, el patriciado.

La concepción histórica de José Luis Romero abarca todos los campos de actividad de las sociedades históricas. Su obra es el más bello ejemplo que conozco de esta historia global preconizada y jamás realizada en su totalidad por los historiadores franceses de Annales. En Crisis y orden en el mundo feudoburgués escudriña sucesivamente tres perspectivas de este mundo. Primero, la perspectiva económica; en este campo, la innovación de la nueva sociedad es la economía de mercado, que hace nacer en el seno de la sociedad feudoburguesa las contradicciones de la vida económica y las tensiones de la vida social. Luego, la perspectiva política que define, frente al desvanecimiento del orden ecuménico del Imperio y del Papado, como la política del realismo en vigencia en las ciudades de desarrollo autónomo y en los estados territoriales (no habla de naciones) donde se integran la política de las clases nobles y la de las burguesías. Finalmente, la perspectiva de las formas de vida (siempre conflictiva), que evoca el célebre capítulo de La sociedad feudal de Marc Bloch (1939-1940) sobre “las maneras de sentir y de pensar”; analiza allí la vida rural con su prolongación de grupos marginales: mendigos, rebeldes y bandidos, y la vida cortesana. Tendría que haber concluido con un capítulo titulado “El mundo urbano”. José Luis Romero tampoco tuvo tiempo de escribir una cuarta parte sobre “La prefiguración del mundo feudoburgués” en la que la transformación de la “imagen de la realidad” y las renovaciones de las mentalidades habrían ocupado el lugar principal.

En la historia global de José Luis Romero, la perspectiva religiosa y la perspectiva cultural ocupan también un lugar importante, siempre integradas en una visión a la vez sintética y dinámico-conflictiva. En La revolución burguesa en el mundo feudal José Luis Romero, que hacía comenzar su ciclo revolucionario en la crisis del Imperio romano en el siglo III, muestra primero la formación en la Antigüedad tardía y en la Alta Edad Media de un orden cristianofeudal que luego desembocará en el mundo feudoburgués, subrayando así el carácter religioso de los orígenes de la Edad Media y dedicando un capítulo importante a las formas de la mentalidad religiosa. Este orden cristianofeudal confiere a la nueva sociedad una ecumenicidad que la Edad Media irá fragmentando.

El arte y la literatura son expresiones y testigos privilegiados de las sociedades históricas. José Luis Romero ha sido uno de los historiadores más cultos de su tiempo y que ha dado a los testimonios artísticos y literarios un lugar particularmente impactante, en contraste con el relativo silencio de los medievalistas acaparados por las fuentes jurídicas (que no desdeña). Uno de los mejores ejemplos es el hermoso ensayo (el tercero del compendio de 1961): “Dante Alighieri y el orden del mundo”.

En esta visión global de la sociedad y de la historia, José Luis Romero asigna, como resultado y causa de los cambios, una importancia particular a los factores psicológicos e ideológicos. Empezó a llamarlos espíritu para luego —según un concepto en boga que empezaba a difundirse entre los historiadores europeos— darles el nombre de mentalidades. El término invadió La revolución burguesa en el mundo feudal y había de ser enteramente el objeto de la cuarta parte no escrita de Crisis y orden en el mundo feudoburgués. Pero para él la mentalidad incorpora la sensibilidad (las últimas páginas de La revolución burguesa se titulan “Los cambios generacionales de la sensibilidad”) y el comportamiento. Un capítulo: “Nuevas actitudes y nuevas mentalidades” abre la cuarta y última parte de La revolución burguesa. Y en los ensayos de 1961, Romero describe las “nuevas formas de convivencia”. Es claramente todo lo cotidiano del hombre en sociedad lo que José Luis Romero abarca y revela a través del concepto de mentalidad.

En el ensayo de 1961, donde el término espíritu anuncia el de mentalidad, el espíritu burgués se define con la puesta en vigencia de un jus mercatorum, el deseo de enriquecimiento, la aspiración a la libertad individual, la acentuación del individualismo, la preocupación por la seguridad, el gusto del lujo, la comunión con el arte y la naturaleza, la tendencia al hedonismo, el goce de vivir. Ilustran esta nueva mentalidad, según el conservador Dante, laudator temporis acti, los florentinos de finales del siglo xiii y principios del siglo XIV.

Me sorprende que José Luis Romero en su admirable síntesis no haya acordado más presencia a la iglesia y a los intelectuales, excepción hecha de los juristas y retóricos de la economía. En este libro, Tomás de Aquino no es citado más que una sola vez por su teoría del “precio justo” tan importante para la actividad económica de los burgueses. Hay, por cierto, dos hermosas páginas (514 y 515) en La revolución burguesa sobre la iglesia “vigorosamente integrada en la sociedad, de la que era casi como el armazón o el esqueleto” pero rápidamente pasa a tratar lo que Dios representa para los medievales. Más que la institución religiosa, es la religiosidad de los fieles lo que concentra su atención; más que los intelectuales, son las ideas encarnadas, inspirantes las que lo cautivan. Es la sociedad concreta la que lo atrae y aquí, otra vez, no son las instituciones escolares y universitarias tan importantes, sin embargo, para las ciudades autónomas como para los estados territoriales. Puede pensarse que esta ausencia se deba a que su visión era ante todo la de un cambio de las sensibilidades y de los comportamientos sociales concretos. Trata el tema de los intelectuales en un capítulo en el que describe las formas de la mentalidad religiosa y lo hace a través de las manifestaciones de la cupiditas scientiae. De los Padres de la Iglesia a Abelardo, San Bernardo o Raimundo Lulio (hombres sentimentales y apasionados), sus intelectuales de la Edad Media no son pensadores sino hombres de deseo, en busca de placeres intelectuales.

O bien cuando Romero habla del conocimiento, se trata esencialmente de un saber empírico y no filosófico o teológico. Los grandes nombres de la escolástica del siglo xiii están ausentes en este libro, pero figuran el agrónomo Pierre de Crescens y su Livre des Prouffitz champêtres y el manual del mercader: la Pratica della mercatura, de Francesco Balducci Pegolotti.

La obra inconclusa de José Luis Romero, de la cual este libro es un componente central por los temas y la cronología, permanece como uno de los monumentos más impresionantes y más notables de la historiografía de la segunda mitad del siglo XX. A lo que he dicho de su carácter global de síntesis integrada quisiera añadir tres observaciones.

La primera es que, pionero de una concepción impuesta hoy entre todos los historiadores, José Luis Romero considera el oficio de historiador como el de alguien que ensambla una faz realista y una faz imaginaria de la historia. En La revolución burguesa presentó de manera extensa, al lado de los cambios sociales y políticos, las nuevas imágenes que van a abrir en conjunto el paso a la crisis y al orden en el mundo feudoburgués que estudia este libro. Romero es el pionero de una historia de las representaciones y del imaginario (sin emplear estos términos que emergieron en la historiografía poco después de su desaparición). La segunda es que la concepción fundamental de la evolución histórica de José Luis Romero es la de un perpetuo cambio, palabra omnipresente en su obra, completado por la aparición de novedades, el desarrollo de crisis y finalmente de revolución. Aparece allí una visión optimista de la historia, más acabada, más rica que la de la idea de progreso, en crisis en la época en que escribía y que no lo atrajo.

Permítanme terminar aludiendo al parentesco de sus ideas con las de sus contemporáneos de los Annales. Ya he subrayado su pasión por una historia que sea fundamentalmente una historia social, pero hay más. La imagen, la nueva imagen que le ha aparecido en el corazón del fenómeno burgués, y por consiguiente de la reflexión y de la pasión del historiador, es la del hombre. José Luis Romero ha sido un gran pionero de la antropología histórica.

(Traducción de Pierre Horlent y Laura Muriel Horlent Romero.)