La necesaria vigencia de José Luis Romero

Luis Gregorich

A pocos años de la muerte de José Luis Romero, esta inteligente y sistemática reunión de sus escritos y artículos dispersos, realizada por su hijo Luis Alberto y dignamente presentada por la Editorial de Belgrano  [La experiencia argentina, 1980]—vinculada, como es sabido, con la Universidad de Belgrano—, merece una bienvenida incondicional. Todavía hay hombres, por suerte, cuya vigencia pública no se agota en la machacona iconografía de los medios masivos. La influencia de esos pensadores o escritores elige, para manifestarse, un vehículo más discreto y natural: el libro.

¿Quién fue Romero? Todo argentino culto lo sabe bien, o debería saberlo. Formado bajo la protección intelectual de su hermano mayor, Francisco, uno de los más distinguidos filósofos argentinos, pronto fue construyendo las facetas de su propia personalidad, que terminarían por convertirlo, para decirlo en forma muy sintética, en uno de los grandes —y quizás últimos— exponentes de la tradición liberal y progresista de nuestro país. Como observa su hijo en el prólogo de esta compilación, José Luis Romero se sentía atraído por ciertos rasgos de los sujetos con los que se identificaba: “El disconformismo de Ingenieros, el saber humanista de Henríquez Ureña, la solidez moral de Palacios”. Tal vez —añade el prologuista— “con quien más se identificó fue con Sarmiento, a quien no pudo dedicar el estudio que hubiera querido, pero cuyo influjo se advierte en buena parte de su obra”.

La parte visible del iceberg es, en la vida de Romero, su proficua presencia en la docencia universitaria y en la dirección de nuestras altas casas de estudio, su amplia y variadísima bibliografía, y su menos amplificada pero igualmente firme y apasionada militancia política. Eligió desde temprano, como se sabe, el oficio y la vocación de historiador, y se especializó —si eso puede decirse de él, el antiespecialista y el humanista por excelencia— en dos campos en apariencia muy separados: la historia económica y social de la Edad Media, y la historia de las ideas en la Argentina. En realidad, esos campos del saber se unían en Romero a través del camino sinuoso de otras disciplinas a las que también frecuentaba lúcida e infatigablemente: la literatura, la política, la sociología, la estética. Un especialista, sí, pero, en última instancia, un especialista de lo universal.

Como profesor de Introducción a la Historia y de Historia Social, ha dejado incontables discípulos, y es lícito decir que sin él los estudios históricos en nuestro país serían hoy muy distintos de lo que son. En cierta forma, y salvando las naturales distancias de tiempo y disciplina, podría compararse su gravitación con la de Amado Alonso, antes, en el terreno de la filología y la estilística, y la de Gino Germani, después, en el terreno de la sociología. Las dos mayores personalidades actuales de la Argentina en el campo de la historia —Gregorio Weinberg, como historiador de las ideas argentinas, y Tulio Halperin Donghi, como historiador general y específico de la Argentina y Latinoamérica— no ocultan su fraternal deuda y solidaridad con Romero.

Por otra parte, no puede olvidarse su actuación pública, principalmente como rector de la Universidad de Buenos Aires (1955-56), inmediatamente después de la caída del peronismo, y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma universidad (1962-65), así como su extensa militancia política en el Partido Socialista, mucho más doctrinaria que comiteril, aunque no exenta del coraje cívico que tal actividad exige. A pesar de la comprometida claridad de sus ideas, admitió muchas veces sus errores, y no puede atribuírsele el pecado de fanatismo e intolerancia, tan común entre nosotros. Basta revisar, en sus trabajos más recientes, las opiniones que emite acerca del peronismo y de los enfrentamientos entre las facciones del pasado nacional, para darse cuenta de cómo él, honesto sarmientista y antiperonista, concebía los factores de equidad, justicia y reconciliación en el trabajo histórico.

En La experiencia argentina y otros ensayos lo que se reúne es, precisamente, la totalidad de los ensayos y artículos de José Luis Romero referidos a su propio país, a excepción de los incluidos en tres de sus libros: Las ideas políticas en la Argentina (1946), Breve historia de la Argentina (1965) y El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX (1965). Podrá encontrarse, pues, un mosaico riquísimo de sus conferencias, de sus artículos incluidos en diarios y revistas, de sus disertaciones universitarias, y hasta algún trabajo inédito que, por diferentes motivos, no llegó a publicarse antes.

No es extraño que ese material que se escribió entre 1941 y 1976 abarque los temas y las disciplinas más variados. Romero puede escribir sobre el drama de la democracia argentina, las ideologías de la cultura nacional, la enciclopedia y las ideas liberales en el pensamiento argentino anterior a Caseros, así como referirse a las ideas filosóficas de Moreno, al pensamiento de Sarmiento, Mitre o Vicente Fidel López, a las estampas humanas de Paul Groussac, Pedro Henríquez Ureña, Ezequiel Martínez Estrada y Victoria Ocampo, o asumir la defensa de la Universidad y de la reforma universitaria, y terminar volviendo a una enérgica apología de la democracia como único canino que evite la disgregación nacional y la instauración de un autoritarismo infecundo.

Aunque sus convicciones eran conocidas por todos y su participación en la polémica ideológica nunca resultó ambigua, Romero fue capaz, hacia el final de su vida, de referirse así a la perpetua dicotomía entre la línea liberal y la línea hispanocatólica en la vida argentina:

“Este país, antes de ser tal políticamente, con conciencia de comunidad solidaria en relación con algunos hechos institucionales y administrativos, ya protagonizaba ese conflicto ideológico. Efectivamente, se produce una contraposición.

”En el resto de la historia argentina ha habido otro momento de intensa polémica: la famosa discusión de la década del ’80 sobre la enseñanza laica y la estructura del Registro Civil y los cementerios laicos. Se trata de un tremendo debate que, por otra parte, repetía una polémica casi contemporánea en Europa.

”Fuera de esos momentos, en que se polarizan las posiciones, en el resto yo no creo que se pueda decir que la cultura argentina haya sido fundamentalmente bipolar, un enfrentamiento entre el catolicismo y el liberalismo.

“Creo que ha habido largos períodos de amplia tolerancia, que han sido quizá los períodos más fértiles de la vida argentina. Si me preguntaran cuál es la única línea, no diría que es la de una determinada doctrina, sino la de una metodología de la convivencia, de la tolerancia y del diálogo. Si no, no habrá país.”

Liberal, reformista, socialdemócrata, Romero fue también, y ante todo, un intelectual riguroso e intachable, que algún día deberá ser reivindicado por todos los argentinos, que parecen hoy haberse acostumbrado a andar a los tumbos, sin las voces de los maestros que marcan el camino. Será, entonces, un guía provechoso para los que no creen en la verdad única e impuesta, para los que ven en las ideologías y los grandes principios una dependencia inevitable de los conflictos sociales que son sus sustratos más hondos, para los que sospechan que una democracia pluralista y de fuerte acento social es más satisfactoria que los autoritarismos de cualquier signo. Y podrá decirse junto con él:

“No debemos llorar sobre las ruinas, ni ofrecer candorosos consejos. El país atraviesa una grave crisis moral, pero es sólo el síntoma de una coyuntura social que sólo puede sobrellevarse con una política de gran estilo que conjugue las fuerzas del país y, al ofrecerle un proyecto de vida, restituya la coherencia social. Entonces tendrá consenso el sistema de normas que, automáticamente, elaborará la sociedad”.