Las ideas políticas en Argentina

ISAAC KORNBLIHT

En una breve advertencia preliminar el autor explica que, habiendo escrito su libro para una colección especial de la empresa editora, “ha procurado ajustarse a las exigencias de ella, ofreciendo el texto ordenado, preciso y sintético, que dé una visión panorámica de las ideas políticas argentinas a los lectores de América”. ¿Ha sido logrado su propósito? Creemos que sólo en una ínfima parte. El examen de los hechos que más gravitaron en el desarrollo y evolución de las ideas políticas en nuestro suelo no alcanza en el libro de Romero una expresión adecuada a la importancia de los movimientos, y se detiene con frecuencia en circunstancias históricas que sólo son fragmentarias o secundarias en su significación. Llevado por su especialidad, el autor subraya la valorización objetiva de muchos acontecimientos, y soslaya el análisis de las causas profundas que los determinaron. Para arribar a explicaciones justas en el estudio de las ideas políticas en nuestro país no basta la referencia del hecho esquemático, pues hay que adentrarse en el estudio de las manifestaciones sociales y económicas que desde el exterior y en el orden interno incidieron en su pronunciamiento.

Romero divide el proceso de nuestro desenvolvimiento en tres etapas fundamentales: la era colonial, que comprende dos épocas, el reinado de los Austria y el de los Borbones, la era criolla, y la era aluvial. Prescindiendo de lo que esta estructura sólo tiene de comodidad para facilitar la tarea del autor, pues es evidente que no es posible una división tan rigurosa cuando se trata de penetrar en los movimientos ideológicos que advienen en un país, sin embargo, la clasificación permite disciplinar convenientemente el estudio abordado.

            El pasaje del poder a los reyes de la rama de los Anjou, de la familia de los Borbones, provoca un cambio fundamental en las relaciones con la colonia y la característica liberal dé algunos de esos reinados, especialmente el de Carlos III, tiene, como lo destaca Romero, una gran influencia en los dominios rioplatenses.

Claro está, que las manifestaciones de cuño libertario fueron lentamente ganando autoridad entre los criollos y provocaron con la influencia de grandes acontecimientos simultáneos un vasto movimiento que culminó en la revolución de 1810. Esa inquietud de los gestores de nuestra independencia, que los llevó en gradual ascenso a una labor conspirativa de tipo revolucionario, fija los elementos ideológicos en torno de los cuales se desenvuelve toda la historia social y política de nuestro país y son conocidos con la denominación genérica del pensamiento de Mayo. Desde ahí en más no hay expresión o circunstancia en el desarrollo histórico nacional que se pronuncie sin atender a su influencia, como que aún en la actualidad, después de las serias vicisitudes por las que hemos pasado, los dogmas de Mayo continúan teniendo una pervivencia fundamental para medir el alcance y significación de los sucesos.

Digamos en elogio de Romero que la referencia reconstructiva de nuestras luchas sociales hasta la caída de Rosas y la época inmediatamente posterior hasta la crisis del 89 [1890], está presentada con claridad dentro de la apretada síntesis a que le obliga la extensión del libro, aunque hubiésemos deseado que se subrayara más el alcance de la era constitucional que siguió casi inmediatamente después del pronunciamiento de Caseros. La lucha de saavedristas y morenistas en los albores de nuestra emancipación, el señalamiento de las ideas doctrinarias de la revolución a través del Plan del Secretario de la Junta, y la estructuración legal de la nación en 1853, señalan épocas en la evolución de la ideología política argentina tan preeminentes, que si se ubican con propiedad en el acontecer temporal explican igualmente con propiedad, multitud de sucesos anteriores y posteriores.

Es evidente que el mayor interés de la obra está representado por la época que el autor denomina aluvial, aludiendo a los primeros movimientos inmigratorios que tan poderosa influencia ejercieron en nuestra fisonomía político-social. Romero particulariza esta época como un nuevo divorcio entre las masas y la élite, y si bien en alguna medida sea justo reconocer la exactitud de la observación, lo que interesa fundamentalmente es estudiar las razones que determinaron el ascenso de las fuerzas populares frente a una minoría en la que cada vez más se concretaba la clase oligárquica. El desarrollo económico argentino, con el concurso de las masas inmigratorias sufre un cambio sensible. Al lado de la oligarquía que posee las grandes extensiones de tierra y el mayor número de cabezas de ganado, van estructurándose otras clases que procuran abrirse paso en el concierto social. Romero no examina el advenimiento de la naciente burguesía argentina, que asume como clase un papel revolucionario, y pasa por alto la floración de una serie de elementos intermedios que gradualmente van adquiriendo personalidad en medio del caos social argentino. Muchos de esos elementos, su gran mayoría, provienen del aflujo inmigratorio y contribuyen poderosamente al desenvolvimiento de la economía nacional, asumiendo posiciones de rango especializado en el desarrollo de las diferencias políticas. La lucha no quedaba circunscripta entre la oligarquía argentina y el aluvión inmigratorio “que le arrebatara las ventajas logradas” (pág. 184) o trataba de arrancar el poder de las manos patricias (pág. 186), pues esto reduciría a fórmulas muy simples el proceso social, sin atender al hecho de que en la distribución de los valores económicos, la burguesía iba adquiriendo con su desarrollo una preeminencia mayor.

El poder político estuvo durante muchos años en manos de la oligarquía como consecuencia del control que ejercía en las actividades económicas, pero las reacciones populares, en las que iban envueltas las aspiraciones de la clase media, fundamentalmente, y de la pequeña burguesía en ascenso trajeron saludable influencia para el desarrollo ulterior de los conglomerados políticos. A menudo el autor se detiene en el pronunciamiento y gravitación de grandes figuras de nuestra historia, mérito indiscutible que registra a la vez la presencia de fuertes corrientes que desembocan en ellos y de los cuales resultan intérpretes, cuando no manifiestan claros síntomas de la presión que ejercen en ellos; pero la actividad del hombre providencial es pequeña, comparada con el flujo y reflujo permanente de las fuerzas colectivas que condicionan el acontecer histórico. Puesto que se trata de fijar el origen y gravitación de las ideas políticas en la Argentina, hubiera sido muy útil detener el examen en la actuación del radicalismo, para distinguir su indiscutible contribución al desarrollo del liberalismo político argentino y la notable influencia que ejerció en la estructura económica del país. Romero subestima esa significación y en cambio, se la concede con valores un tanto desmesurados a otros conglomerados políticos de muy subalterna incidencia.

Este capítulo de la era aluvial que —repetimos— debió ser el más cuidadoso, por abarcar la época más rica de nuestra formación política, resulta insuficiente y está presentado con desorden, amén de no alcanzar estricta veracidad en algunos aspectos, cosa imperdonable en un historiador. Romero sostiene, por ejemplo (pág. 223), que el Partido Comunista nació en la Argentina al producirse en el seno del Partido Socialista una escisión encabezada por Enrique Del Valle Iberlucea, y afirma que Yrigoyen se manifestó en su gobierno repugnante a la tradición liberal (pág. 220). Al juzgar a este último, lo presenta como guiado “por cierta prevención” contra la política económica de los Estados Unidos, “prevención que tenían Yrigoyen y muchos hombres prominentes del radicalismo” (pág. 221) . Lo cierto es que la política económica del mandatario radical, estaba dictada algo más que por simples “prevenciones” económicas. Fué la suya una política antimperialista de rasgos claros y definidos, y esta sola circunstancia destaca su significación esencial y su incidencia en el desarrollo de la economía y de las ideas políticas en nuestro país. Si el autor se hubiera detenido menos en la mera narración cronológica de sucesos expresionales, especialmente al presentar el cuadro de los últimos cuarenta años, habría conseguido conclusiones más valiosas para la ubicación de ciertos procesos ideológicos, como el desarrollo e influencia de la clase trabajadora de la ciudad y del campo y el florecimiento industrial que tanta importancia asumiera en los acontecimientos de la vida pública argentina.

Tenemos la seguridad de que entonces el libro de Romero habría contribuido a una tarea de investigación que tiene escasos frutos en nuestra bibliografía. Asi presentado, aunque con abundantes referencias históricas, no alcanza la trascendencia que era de esperarse y da en ocasiones una medida deformada de la verdad, pues ni es cierto que la llamada ley Sáenz Peña resultara de “la gestión catequizadora” de Yrigoyen ante aquel presidente (pág. 218), ni que no sea fácil determinar, por el momento, el rumbo que se propone seguir en la Argentina el Partido Comunista” (pág. 229), ni que el problema del presente, en su ordenación social e institucional, se manifieste como una “disyuntiva entre demagogia y autocracia” (pág. 230).