Peronismo y modernización

OSCAR TERAN

……

Y es que el fenómeno peronista operó sobre la franja crítica efectos de recolocación de vastas consecuencias, dentro de un complejo movimiento que llevó desde la “natural” oposición mientras el peronismo estuvo en el gobierno hasta un encarnizado proceso de relectura del mismo a partir de su derrocamiento, lo cual constituyó uno de los rasgos político-culturales fundamentales del período analizado. En dicho movimiento, este sector crítico buscó de hecho la creación de un espacio independiente entre el campo liberal y la ortodoxia peronista, pero mientras el corte con este último era un dato de la realidad, para el distanciamiento radical con el primero se necesitó la exclusión del peronismo del Estado. Si ese principio de escisión que definirá el acta de nacimiento de la generación crítica sólo se consumará luego de la caída del peronismo, la prontitud con que la ruptura respecto del liberalismo se opera habla a las claras de un mecanismo de distanciamiento que se ha venido montando lenta y casi subterráneamente en los años previos. Por eso, ya el número posterior al golpe de septiembre de 1955 de la revista Centro —que formó parte de la primera publicística de la franja denuncialista— nada hace por ocultar el desengaño ante ese ámbito liberal por su incapacidad para analizar críticamente el período recién cancelado.[1]

Junto con este realineamiento en torno de la cuestión peronista es preciso observar las consecuencias sobre el campo intelectual del pronunciado proceso de modernización cultural que cubre el decenio 1956-1966. Ya que si bien es cierto que a partir del golpe militar de 1955 el peronismo conformó para la intelectualidad de izquierda un fenómeno al mismo tiempo irrebasable e irresoluble que —según el protagonista intelectual de esos años que fue Ismael Viñas— “puso al descubierto para quien quisiera verlo la relatividad del ordenamiento en el que vivíamos día por día, su carácter fundamentalmente hipócrita, es decir, convencional”, no lo es menos que la época de los dos primeros gobiernos peronistas había colocado la cultura “culta” en manos de quienes estaban en general mal dispuestos a permitir una circulación de los saberes que cuestionara la ideología básicamente tradicionalista por ellos sustentada.

Para ilustrar esta última situación es útil observar la experiencia de la revista Imago Mundi (dirigida por José Luis Romero y que editó doce números entre los años 1953 y 1956), dado que en sus páginas se dibuja el rostro de una universidad alternativa a la que la política cultural del peronismo obligaba a funcionar en las sombras.[2] La misma composición de su consejo de redacción conjunta nombres que configuran la porción visible de ese iceberg de intelectuales universitarios a los que el régimen gobernante había excluido de ese ámbito.[3] Y en aquel espacio abierto gracias al mecenazgo de Alberto Grimoldi, no es difícil suponer que estos intelectuales pretendieron —y en buena medida consiguieron— articular una empresa dentro de la cultura ilustrada que posibilitara la supervivencia y profundización de actitudes y contenidos teóricos que mal podían circular en la universidad oficial.

Si bien el carácter de una publicación de esta índole en general no resulta unívoco dada la pluralidad de autores y perspectivas que allí confluyen, en el caso de Imago Mundi sorprende la coherencia imperante, tanto desde la continuidad de sus aspectos formales, la publicidad que la sustenta y el equipo de sus colaboradores, cuanto especialmente por el tipo de su contenido. Esta tonalidad homogénea parece haber encontrado un doble plano desde el cual protegerse de las invasiones de la coyuntura: por una parte, un tiempo indeterminado en el que incluso pudiera afrontarse con actitud entre digna y resignada la no deseada pero ineludible perdurabilidad del peronismo en el gobierno y, por la otra, una república internacional del saber que define su espacio de interlocución por sobre los referentes nacionales extraños al propio grupo y que explica el de otro modo inusual abundamiento de la revista en informaciones sobre congresos internacionales de ciencias sociales y humanidades.

Tanto más precisas debían ser aquellas cauciones no bien se recuerda que la aparición de esta publicación coincide con un momento signado por la fuerte conflictualidad que los sucesos políticos asumían en los últimos años de la segunda presidencia de Perón. Desde el otoño de 1953 estos enfrentamientos habían alcanzado un pico de violencia extremo con el incendio por parte de adictos al peronismo de locales de fuerzas opositoras, como respuesta alentada desde el Estado ante los atentados que en Plaza de Mayo habían dejado un saldo de numerosos muertos y heridos. Los meses siguientes volvieron a contemplar el espectáculo del encarcelamiento de políticos e intelectuales desafectos al régimen, entre los cuales figuraban miembros de Imago Mundi como Roberto Giusti y el propio José Luis Romero junto con su hermano Francisco.

No obstante, nada en el contenido del primer número permite detectar referencias directas a la situación que acaba de vivirse con zozobra. Puede suponerse que la perdurabilidad misma de ese medio exigía un marcado autocontrol para no ofrecer blancos a una censura que en su caso no tenía por qué suponerse benigna, y de allí que debiera demostrar que nada tenían que temer los poderes de esos entretenimientos historiográficos sumamente académicos y solamente referidos a un calmado pasado. Pero que este distanciamiento forma parte de un proyecto más estructural lo muestra el hecho de que nada se modifica ni en el contenido ni el estilo del primer número inmediatamente posterior al derrocamiento de Perón. En este marco, la afirmación de Jaime Rest contenida en el número 3 reconociendo y hasta celebrando “la tendencia actual a incluir los temas políticos entre las cuestiones culturales” resulta francamente disonante con el tono general de la revista.

¿Cuál era entonces el terreno escogido para tramitar aquel proyecto y, al mismo tiempo, en qué posición dicho terreno colocaba a los intelectuales liderados por Romero dentro del campo cultural? En principio, desde el subtítulo de la publicación —“Revista de historia de la cultura”— se percibe con justeza que el objetivo perseguido se inscribe en un serio intento de actualización de la cultura nacional y de vinculación de la misma con algunos de los focos teóricos más estimulantes del área occidental. De hecho, los artículos que tematizan cuestiones nacionales son tan escasos como amplia se revela la preocupación por definir la categoría de “Occidente”, en cuyo arco de valores e inquietudes es manifiesto el deseo de incluirse desde esta área marginal de la cultura. Además, la voluntad de rigor a la que se apela en la presentación del primer número luce como la marca distintiva entre una actividad amateur y /o mediocre y esta otra que se quiere fundadamente profesionalizada, y en la cual es verosímil indicar el afán de un grupo intelectual marginado de las instituciones estatales por legitimarse a través del ejercicio estricto de su práctica teórica.

En un censo veloz de los artículos más importantes de ese primer número este objetivo se ilustra y se realiza: “Trabajo y conocimiento según Aristóteles”, de Rodolfo Mondolfo; “Las grandes etapas del análisis infinitesimal”, de José Babini; “Reflexiones sobre la historia del cubismo”, de Romero Brest, definen desde el vamos un paradigma de intervención en el campo teórico que ya no se modificará. Mas donde el proyecto de actualización cultural alcanza una sistematicidad notable es en la sección de recensiones e información bibliográfica, destinada por abrumadora mayoría a textos extranjeros y realizada con cuidado ejemplar por comentaristas de notorio relieve en sus respectivas disciplinas. La inexistencia de una conspicua jerarquización entre quienes construyen el articulado de fondo de la revista y los que colaboran con criticas bibliográficas es el síntoma de que Imago Mundi se ha sentido de veras convocada a fungir como universidad alternativa y por ende a definir una biblioteca itinerante que hospeda una finalidad cierta: la de señalar —para quienes quieran seguirla— un sendero de lecturas que en los escenarios oficiales solía estar bloqueado.

Resulta atinado entonces localizar en Imago Mundi la búsqueda por construir un terreno teórico que garantice la elaboración de una versión cultural alternativa de la producción universitaria vigente, y que como tal debe colocarse en una escena académica trascendente. Como contracara, una mera confrontación con la Revista de la Universidad de Buenos Aires de la etapa peronista permite comprobar que los impulsos innovadores que perseguían comunicar a la intelectualidad argentina con rasgos problemáticos de la cultura occidental se hallan más que ausentes de la revista oficial. Esta ausencia, sumada al tratamiento acrítico y convencional de sus temas, tornó seguramente imposible que en ella pudiera Imago Mundi dotarse de aquel “otro” con el cual se polemiza y que de ese modo contribuye a diseñar los límites del propio discurso y una cierta identidad contrastativa. En las páginas de la Revista de la Universidad…, por el contrario, más bien debe de haberse contemplado un inmenso vacío con el que no sólo no era conveniente sino tampoco estimulante confrontarse así fuera elípticamente. Por caso, el primer número de la publicación universitaria de ese año de 1953 en que Imago Mundi apareció traducía en homenaje a San Bernardo un artículo titulado “Cuando los santos gobernaban el mundo”, donde dentro de un género correspondientemente hagiográfico se concluía celebrando el “maravilloso cuadro” de aquella Edad Media cristiana cuya irremisible pérdida se lamenta con dolor. Era un tono decididamente compartido por el propio director de la revista, el sacerdote Hernán Benítez, quien venía de recibir un aval para él consagratorio con el premio acordado por la Comisión de Cultura a su obra El drama religioso de Unamuno y que en aquel mismo ejemplar de la revista tornaba a lamentarse, al volver los ojos hacia esa misma cristiandad medieval, de que “no puede uno pararse a recordar aquellos maravillosos tiempos sin que le golpee el corazón el contraste con los actuales”.[4] Este discurso que vacila entre el tradicionalismo y la ingenuidad ilustra bien la entonación general de este medio, y permite imaginar el clima no muy diverso imperante en la Facultad de Filosofía y Letras porteña, donde las excepciones sin duda reconocibles quedaron ocluidas por la tajante antinomia peronismo-antiperonismo y el ambiente intelectual desestimulante que en ella campeaba. En definitiva, esta facultad no podía escapar a la carencia de un proyecto cultural definido por parte del peronismo, que entonces había delegado la orientación de la misma en manos de los sectores católicos conservadores, como consecuencia de haber efectivamente considerado a la universidad como un problema más politico que cultural. Años más tarde, Leopoldo Marechal mismo daba su propia versión de este abandono, en la cual lamenta lo que considera un error: “como la revolución estaba empeñada en trabajos más urgentes, se descuidaron los problemas de la cultura, no se les dio la debida importancia o fueron delegados a personas que nada tenían que ver con ella. Así todos los resortes del poder cultural: suplementos, revistas y editoriales quedaron exclusivamente en manos de la oposición”.[5]

Aquel aire conformista se avenía mal con las aspiraciones de jóvenes intelectuales que en esos años cursaban sus estudios de humanidades y que resentían la privanza de gozar de los efectos secundarios más beneficiosos de la crisis cultural de la segunda posguerra. Si a esto se le agrega el carácter represivo del gobierno con los estudiantes opositores, la drástica reducción de la participación estudiantil en la gestión universitaria, la expulsión de numerosos docentes y su reemplazo por profesores muchas veces dudosamente capacitados, se tendrá un cuadro general dentro del cual no resulta arduo imaginar la disconformidad a veces desazonante que a aquéllos habitaba, y a la que el órgano del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras daba forma con estas palabras en mayo de 1953: “Sabemos que la enseñanza es deficiente: a menudo, la cátedra, ya por incapacidad ética o intelectual de quienes están a su cargo, ya por la atmósfera negativa para el libre intercambio de ideas, para la investigación por equipos o la cooperación amical en los trabajos, no cumple su cometido cultural con la altura y profundidad necesarias”. Más contundente era el balance que desde Contorno se formulará poco después del derrocamiento de Perón: “Un parlamento acallado, una justicia suprimida, un estudiante torturado, un médico desaparecido y una universidad destruida hasta sus cimientos” era para la publicación coetánea de Imago Mundi parte del censo ominoso de la época recién clausurada.[6]

¿Encontró la revista dirigida por Romero entre este público más joven la recepción adecuada al ofrecerles lo que la universidad era incapaz de brindarles? Así parece indicarlo la recensión que la misma revista Centro formula ante la aparición de Imago Mundi, a la que saluda como un “símbolo inverso de la atonía e incapacidad para la vida intelectual a que han llegado nuestras llamadas facultades de humanidades”.[7] Por lo demás, eran componentes de Imago Mundi los que la revista de los estudiantes seleccionaba para integrar los jurados de los concursos a que ocasionalmente convocaba, y eran diversos los redactores que alternaban sus colaboraciones entre estos diferentes medios. Y sin embargo, una tonalidad diversa para dar cuenta de la crisis y un sesgo parcialmente distinto para tematizar el fenómeno peronista por parte de la joven intelectualidad critica generarían al poco tiempo procesos disyuntivos, porque esa encrucijada era asumida por la franja denuncialista en términos de una misión desgarrada, y como derivación de la misma el peronismo fue visualizado como el síntoma de una crisis más amplia que a todos involucraba. En el fragmento de David Viñas de Solamente los huesos, ya el peronismo no es un factor exógeno que por tanto habría dejado sectores incontaminados a partir de los cuales imaginar una recomposición que podía parecerse demasiado a una restauración. “Sin pausa en la infamia”. ese acontecimiento político había revelado que la historia argentina era “un interminable chorro nauseabundo” que a todos alcanzaba y que, en el caso de los intelectuales, había desnudado nada menos que era el propio reducto de sus saberes —es decir, de su legitimidad— lo que debía ser revisado.[8] Para esa inquietud angustiada, algunas respuestas como las esbozadas por Francisco Romero desde Imago Mundi debían lucir insuficientes en esos tiempos de renovación de las temáticas y estilos de reflexión, ya que resultaba difícil creer que retornando al análisis orteguiano o a la libre plática de los espíritus ahora trastornados fuera posible suturar la trama desgarrada de la cultura occidental.[9]

Claro que si desde la Revista de la Universidad se festejaba el feliz pasaje al olvido del credo sartreano y los “inútiles dislates” de El ser y la nada, desde Imago Mundi la ruptura civilizatoria es contemplada seriamente como efecto de la quiebra de todas las construcciones ideológicas a las que el hombre actual había querido adaptar su conducta.[10] Fusionando esta percepción con el tenor especifico de la revista, Halperin Donghi consideraba que aquella crisis no podía dejar de involucrar al propio quehacer historiográfico y colocaba en el centro de sus preocupaciones la labor interpretativa, definida en torno de la vinculación de un hecho con un sentido.[11] Esta asignación de un objeto teórico para la práctica de los historiadores anima igualmente un extenso artículo de José Luis Romero destinado a problematizar la noción misma de historia de la cultura, bajo cuya advocación se ha colocado Imago Mundi y sobre cuyas referencias quizás sea posible iluminar un aspecto más de su proyecto global.[12] En principio, para Romero la selección de la historia de la cultura como núcleo duro del programa historiográfico está legitimada porque sólo en sus entresijos es posible recuperar el carácter inequívocamente complejo del hecho histórico, dado que este emprendimiento está pertinazmente habitado por un sesgo totalizador que pesquisa tras la articulación de las series de lo simbólico y lo real la obtención de una imago mundi. Justamente, la tarea de la historia cultural reside en expresar esa relación entre formas de vida e ideas, de manera que en la intersección entre orden potencial y realidad se localiza el amplísimo y casi desmesurado espacio de la historia cultural. Casi desmesurado: porque conduce a concluir que la historia cultural se identifica simplemente con la historia, y los comentarios bibliográficos agrupados en Imago Mundi bajo este rubro abarcan tal vastedad de intereses teóricos que refuerzan esta visión omnívora de la disciplina así invocada.

Puede sospecharse sin embargo que con esta desmesura se trataba de ampliar el campo de visibilidad de una historiografía excesivamente centrada en lo político, cuando aún no se incluyen en un sitial destacado las adquisiciones y estímulos provenientes de las ciencias sociales ni de la historia social, dato tanto más intrigante no bien se supone que uno de sus faros culturales debió de estar colocado en la revista Anuales que desde su fundación en 1929 había inscripto en el mismo frontispicio de su título aquella preocupación.[13] Habría entonces que tomar seriamente en consideración las posteriores declaraciones de José Luis Romero, en la estricta medida en que enuncian con verosimilitud el rodeo mediante el cual la historia de la cultura vendría aquí a solventar la misión de eludir el circulo complaciente y empobrecedor de la “historia-batalla”. “Con esa revista —dirá así años más tarde— yo quise defender el punto de vista de la historia de la cultura, o sea, dicho de una manera muy vaga, una concepción integral de la historia que no terminaba en la historia política”.[14] Historia de la cultura e historia integral confunden así sus nominaciones, aunque quizás habría que concluir que esa historia podía imaginarse como integral porque se ha colocado en la cultura el aspecto central de la comprensión del pasado y, sobre todo, del diagnóstico de la crisis que se está viviendo. Ya que es posible que las incitaciones del propio presente empujaran a buscar en claves culturales la explicación del malestar de esos años tormentosos pero también productivos, y en las entrelineas de Imago Mundi puede sospecharse el lamento por no poder participar plenamente de esa fiesta del espíritu occidental cuyas puertas la situación política nacional mantiene poco abiertas, sin poder tampoco gozar ni ver aquella otra que involucraba a más vastos sectores sociales en la fiesta redistributiva.

En este último sentido, si el peronismo era el horizonte innombrable que simultáneamente amenazaba hasta el sentido mismo de los propios proyectos, la estrategia discursiva escogida por Imago Mundi para decir lo indecible recurre a las elipsis que en el tratamiento de temas más genéricos ofician como referencias críticas al movimiento gobernante. Tal la recusación del antiintelectualismo cuya genealogía la revista, mediante un artículo de Crane Brinton, filió en las estribaciones de una concepción protofascista; o la caracterización del nacionalismo, que Rovira Armengol conectaba con el endiosamiento cesarista, anteponiéndole una defensa de la modernidad que se resistía explícitamente a arrojar por la borda toda la tradición del Iluminismo.[15] En un sentido comparable se pronuncia un elaborado articulo de Gino Germani que interpreta el pasaje desde la noción de “opinión pública” de la Ilustración (como campo de competencia racional entre individuos que en el libre mercado de las argumentaciones obtienen una relación de transparencia final con la realidad) hasta teorizaciones como las de Pareto pero también del psicoanálisis, en las cuales dichas opiniones son derivaciones o racionalizaciones de un residuo o pulsión que escapa a la conciencia de los actores. Retomaba con ello el hilo más prolongado de la ruptura de supuestos liberales básicos cuyo debilitamiento podía detectarse ya en el siglo pasado a raíz de la emergencia de sociedades de masas que impugnaban de hecho el supuesto antropológico de un sujeto politico autocentrado y con una relación soberana entre sus creencias racionales y sus prácticas voluntarias. Mas al volver a mirar este lado oscuro de las motivaciones humanas, seguramente Germani tenía ante sí el caso del fascismo italiano y también del peronismo, en la exacta proporción en que este último fuere encuadrado dentro de los parámetros de una versión criolla del fenómeno europeo.[16]

Pudieron incluso en Imago Mundi albergarse intervenciones que mencionaban expresamente a personajes vinculados con el gobierno peronista: una nota recuerda así que Donoso Cortés fue rescatado en su momento por el teórico del antiliberalismo Carl Schmitt, y que en la Argentina el mismo pensador español había servido como iniciación de la carrera científico-política de A. E. Sampay, cuyo libro La crisis del estado de derecho liberal-burgués —concluía— “mereció justificado repudio de quienes supieron ver la base ideológica que le servía de fundamento”.[17] Asimismo, Rodríguez Bustamante encuentra en el comentarlo a la Historia de la Argentina de Ernesto Palacio la ocasión para solidarizarse con la tradición liberal argentina y con una democracia progresiva, ya que si festeja en ese libro un fruto global de la historiografía revisionista que de tal modo permite enriquecer la polémica, es para mejor señalar que en definitiva se trata de una visión decadentista de la historia y que —peor aún— sus reflejos sobre el presente no pueden ser otros que la defensa y justificación de “un estadio de inmadurez en que el pueblo ha de ser gobernado —mejor dicho, manejado— por una minoría que utiliza resortes demagógicos para perpetuarse en el poder e infunde en la vida nacional objetivos de corta trascendencia”.[18] Por fin, si el ideario liberal no recluta en la publicación dirigida por Romero una adhesión sin reservas —puesto que por ejemplo Alfredo Orgaz describía allí mismo el a su entender incontenible retroceso de la burguesía ante un empuje proletario que desnudaba el carácter sólo formal del derecho burgués—, el liberalismo podía conformar una trinchera contra enunciados reaccionarios provenientes otra vez del campo universitario oficial, como los que imperan en una nota de Víctor Frankl dada a conocer por la Revista de la Universidad de Buenos Aires en la cual se confía que las ansias del hombre latinoamericano restituyan a un mundo en crisis “la gloria del Medio Evo, con su orden corporativo, su densa sociabilidad, su sublime espiritualidad trascendente, su filosofía, ciencia, arte y literatura llenas del murmullo del Verbo Divino, y su grandiosa estructura teocrática y jerárquica…”[19]

Pero si Imago Mundi intentó ser en verdad “una universidad que se preparaba en la sombra para reemplazar a la oficial a su debido tiempo”,[20] en esta pretensión queda claro que la acumulación de bienes simbólicos para gravitar sobre la cultura y aun la política nacional demanda para resultar eficaz la mediación de la universidad, dado que es a su través como parece estar concebido el mayor protagonismo de los intelectuales debido al papel privilegiado que a esa institución se le asignaba todavía en la recomposición del conjunto de la cultura nacional. Es lo que expresa el comentario de Imago Mundi sobre el libro de Jaspers La razón y sus enemigos en nuestro tiempo, en donde se leía que la universidad era el instrumento propicio para oficiar como despertador de conciencias en épocas de confusión, en el interior de un programa que formaba parte de una convicción más generalizada dentro de un espectro político-ideológico análogo: en la cita de Valéry del número 237 con que Sur festejará el derrocamiento de Perón, entre los males de un gobierno despótico se incluye el causado a “las universidades, que en otra época fueron la más grande y justa gloria del país [y que] han sido privadas de sus mejores maestros y sometidas a la vigilancia de un partido que es una policía”.

¿Tendría razón entonces Félix Luna —interlocutor de Romero en aquellas conversaciones— cuando sostiene que al aparecer Imago Mundi debieron sus promotores percibir una “sensación de vísperas”, se supone que de aquellas mismas vísperas de septiembre que un día Borges poetizaría como un don? Puede abrigarse no obstante la sospecha de que esta hipótesis responde a una elaboración retrospectiva, puesto que resulta difícil visualizar hoy las correspondencias entre aquel presunto sentimiento de cierre del ciclo peronista con la realidad del momento en que esa publicación aparecía. Y no es que brillara absolutamente sin nubes el cielo peronista, ya que su gestión económica centrada en el incremento de la productividad acarreaba algunos conflictos con el movimiento obrero, pero que no podían opacar en una escala más amplia el resultado de las elecciones de abril de 1954 en que el partido gobernante obtuvo un 62.5% de los votos que francamente debería de haber tomado ilusoria toda esperanza opositora en un rápido final del régimen, que sólo comenzará a tornarse visible a fines de ese año con el estallido del conflicto con la Iglesia católica. Más atinado en su decepción parecía entonces el joven David Viñas cuando en el número de septiembre de Imago Mundi postulaba que “se trata de recuperar en el terreno del conocimiento lo que se ha perdido en el terreno de la esperanza”.

¿Universidad de las sombras, entonces, o universidad de relevo? Lo primero era un dato obvio de la realidad, en tanto sendero impuesto por las relatadas circunstancias de cerrazón de la cultura y las instituciones estatales para incluir a esta franja intelectual política e ideológicamente opositora. En cuanto a todo proyecto de relevo, si existió sólo pudo apoyarse, más que en una verificación empírica, en una pasión sostenida por una visión fantasmagórica del peronismo. Así, cuando ese gobierno fue efectivamente depuesto por el golpe de 1955, algunos como Bernardo Canal Feijóo confesarán desde Sur que, en vez de una etapa política de largas consecuencias, en rigor parecía “un sueño la fangosa vicisitud padecida durante doce años”, vicisitud que otro de los colaboradores de Imago Mundi calificaba como “un estado de locura colectiva”.[21] En el primer número de la época posperonista (cuando José Luis Romero ha sido designado interventor de la Universidad de Buenos Aires y Marcos Victoria dirige interinamente la revista de esa institución con la secretaría general de A. Ismael Viñas), este medio expresará también en su presentación lo que sinceramente creía: luego de los graves acontecimientos sucedidos desde 1943 hasta entonces, “ahora la Nación y la Universidad vuelven rápida y firmemente a la tradición argentina” filiada en Mayo y proseguida en Caseros.[22] Se trata pues de retomar el sendero extraviado mediante una restauración que vuelve a colocar al peronismo como un fenómeno exógeno, perverso y pasajero. Empero, el discurso con que Romero asumía su nuevo cargo contiene algo más que un matiz diferente respecto del ritmo de las soluciones por imponer en un país desgarrado por las pasiones de la política, puesto que para él la universidad debe asumir y preparar despaciosamente las propuestas que el país aguarda, confiando en que “el tiempo del desprecio ha pasado y ha comenzado el de la solidaridad”.[23] Sólo habrá que esperar tres meses y el segundo número de esta publicación para que dicha pretensión se revele tan valorable como errónea; para entonces Romero ya ha sido sustituido por Alejandro Ceballos, cuyo discurso de asunción muestra las marcas políticas del remplazo: el período peronista es calificado de “década ignominiosa”, y el nuevo funcionario no vacila en extraer toda su legitimidad del hecho de ser “un interventor nombrado por el Gobierno de la Revolución Libertadora, ¡nada menos que por el gobierno de la Revolución Libertadora!…”[24]

Por todo ello, en el momento en que muchos de los componentes de Imago Mundi, con el propio José Luis Romero a la cabeza, ocuparon posiciones incluso de gobierno en la universidad, iban empero a descubrir que el proyecto de una universidad que emergiendo de las sombras asumiera menos linealmente de lo supuesto el papel de relevo de la anterior requería hacerse cargo de que la sociedad, el Estado y el país todo habían cambiado más de lo previsto. ¿Habrán confirmado entonces que la historia cultural no era suficiente para dar cuenta de los males que aquejaban a la Argentina, y que en la tematización de lo social era posible entrever un rostro menos dócil pero más ajustado del peronismo, como parte de la relectura más vasta que de ese fenómeno político se abría de modo prácticamente simultáneo con su derrocamiento? Cuestiones todas éstas que debieron acuciar angustiosamente a Romero como para que pocos años más tarde —en el seno de una universidad crecientemente partidizada— volviera a comprobar la terca subsistencia de la paradoja nacional: país con escasos problemas sociales y con abundantes recursos naturales, el bien escaso en el suelo de los argentinos seguía siendo la posibilidad de coincidir.[25]


[1] “Quisimos hacer un número de revisionismo comprometido y no lo conseguimos” (Centro, n. 10, noviembre 1955, p. 7).

[2] Para un tratamiento más extenso de este punto, véase mi propio trabajo “Imago Mundi: de la universidad de las sombras a la universidad del relevo”, en Punto de Vista, Buenos Aires, n. 33, septiembre-diciembre 1988.

[3] El consejo de redacción estaba así conformado: Luis Aznar, José Babini, Ernesto Epstein, Vicente Fatone, Roberto F. Giusti, Alfredo Orgaz, Francisco Romero, Jorge Romero Brest, José Rovlra Armengol y Alberto Salas. Secretario de redacción fue Ramón Alcalde, salvo para el último número doble (11-12), donde ese cargo aparece ocupado por Tulio Halperin Donghi.

[4] Revista de la Universidad de Buenos Aires (en adelante, ruba), iv época, n. 25, enero-marzo 1953, pp. 59 y 11. En el “Sumario de los doce últimos volúmenes (1948-1950)” se incluye una separata titulada “Qué se dice de la revista” que permite atisbar el área de reconocimientos y consagraciones de esa revista, y donde el cura Benitez es felicitado por el presidente Perón, quien se confiesa un “asiduo lector de la revista” y lo congratula por la “admirable contribución al justicialismo” contenida en su artículo “La Argentina de ayer y de hoy”.

[5] En “Los intelectuales y el peronismo”, revista Diñarais, Buenos Aires, año ii, n. 13, octubre 1969, p. 141. Sobre estos aspectos aún mal conocidos del peronismo, véase Alberto Ciria, Política y cultura popular: la Argentina peronista, 1946-1955, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1983, cap. 4, y Ernesto Goldar, “La literatura peronista”, en aaw, El peronismo, Buenos Aires, Ed. Carlos Pérez, 1969.

[6] Contorno, Buenos Aires, n. 7-8, julio 1956.

[7] Centro, n. 7, diciembre 1953.

[8] David Viñas, “Solamente los huesos”, en Centro, n. 10, noviembre 1955.

[9] Francisco Romero, “En los setenta años de Ortega”, Imago Mundi. Revista de historia de la cultura, Buenos Aires, n. 2, 1954. Con análogo posicionamiento, dentro de las versiones existencialistas circulantes Imago Mundi seleccionaba la menos iconoclasta y transgresora de Karl Jaspers, a quien se calificaba como “el filósofo de la existencia por antonomasia” (J. Kogan Albert, “Existencia e historia en Karl Jaspers”, Imago Mundi, n. 3, p. 62).

[10] Agustín Fernández del Valle, “El existencialismo, los existencialistas y la filosofía”, ruda, octubre-diciembre 1953, pp. 469 y 473, y Angela Romera, “Renacimiento de Donoso Cortés”, Imago Mundi, n. 3, p. 59.

[11] Tulio Halperin Donghi, “Crisis de la historiografía y crisis de la cultura”, Imago Mundi, n. 11-12, p. 115.

[12] José Luis Romero, “Reflexiones sobre la historia de la cultura”, Imago Mundi, n. 1, pp. 3 y 4.

[13] En el conjunto de la revista no abundan expresiones como la de Jaime Rest donde se refiere al “creciente interés por la historia social, en general, y la historia cultural y económica, en particular, que actualmente presenciamos” (J. Rest, “Chaucer y el concepto de poesía…”, Imago Mundi, n. 7, p. 13).

[14] Véase Félix Luna, Conversaciones con José Luis Romero, Buenos Aires, Sudamericana, 1986, p. 136.

[15] Crane Brinton, “Para la discriminación del antiintelectualismo”, Imago Mundi, n. 6, p. 10, y J. Rovira Armengol, comentario de un libro de Picón Salas, n. 7, p. 97.

[16] Gino Germani, “Surgimiento y crisis de la opinión pública: teoría y realidad”, Imago Mundi, n. 11-12, marzo-junio 1956, pp. 56-66.

[17] Angela Romera, citado.

[18] Norberto Rodríguez Bustamante, “Historiografía y política: a propósito de la Historia de la Argentina de E. Palacio”, Imago Mundi, n. 8, pp. 35 y ss.

[19] En ruba, n. 27, julio-septiembre 1953, p. 61.

[20] En Félix Luna, op. cit, p. 183.

[21] Véanse los artículos de B. Canal Feijóo y N. Rodríguez Bustamante en Sur, n. 237, noviembre-diciembre 1955, pp. 73 y 111.

[22] ruba, Buenos Aires, v Epoca, año I, n. 1, enero-marzo 1956, p. 5.

[23] ruba, n. 1, p. 16. En el número siguiente y en su discurso de homenaje a Giusti, Romero volvía a insistir en su propuesta: “Pero no lamentemos males pasados y regocijémonos con la esperanza de la creación que nos aguarda”.

[24] ruba, n. 2, abril-junio 1956, p. 169.

[25] José Luis Romero, [“La crisis argentina. Realidad social y actitudes políticas”. En Política, nº 1, Caracas, 1959. ]artículo de 1959 incluido en Las ideologías de la cultura nacional, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982, p. 40.