Reseña de La crisis de la república romana

ALDO MIELI

Entre la segunda y la tercera guerra púnica, Roma, que ya había tenido relaciones, pero todavía sin grandes consecuencias culturales, con las poblaciones griegas de la Magna Grecia y de la Sicilia, empezó a dominar al Oriente, y, conforme al célebre verso de Horatius, “Graecia capta ferum victorem coepit, et artes intulit agresti Latio”. Efectivamente, no sólo el mundo helenístico introdujo en la Roma todavía bárbara las artes (literatura, escultura, arquitectura, pintura, etc.), sino renovó completamente el espíritu romano en todas las formas de la vida, en los sentimientos, en las aspiraciones. Fueron el progresar de la conquista y el difundirse de las ideas helenísticas las causas que condujeron desde la antigua y ruda oligarquía municipal romana hacia el imperio universal y la autocracia.

Esta transformación, de importancia fundamental para el desarrollo de la historia universal, no fué jamás desconocida por los historiadores. Pero lo que a los historiadores modernos faltó, más o menos, aunque siempre en manera apreciable, fué reconocer las modalidades de esta transformación, que muchos vinculan a la antigua lucha secular entre patricios y plebeyos, que ya no existía más en sus características fundamentales después de la segunda guerra púnica, o que, haciéndose hipócritamente moralistas, como los “laudatores temporis acti”, atribuyen a la corrupción creciente, a la cual, sin duda, contribuían los “graeculi” tan odiados por Marcus Porcio Cato, el riguroso censor, que no obstante sus severas palabras, no era ajeno al afán de enriquecerse y de especular. Así, por ejemplo, es bastante ridículo encontrar en un historiador bastante moderno, como Guglielmo Ferrero, estas antihistóricas lamentaciones sobre la corrupción de los tiempos.

Es este período, hasta la muerte de los Graccus y sus inmediatas consecuencias, el que se propone estudiar, en el libro arriba mencionado, el prestigioso historiador argentino José Luis Romero. Aunque no nos hemos especializado en el estudio de la historia de la República Romana, podemos sin vacilar apreciar este trabajo, por la interpretación que, basándose siempre sobre las fuentes, se da de los acontecimientos. Romero subraya con cuidado las clases que se habían formado en Roma después de la segunda guerra púnica. La nobilitas, los equites, y el pueblo campesino y ciudadano, con escasos o sin medios de vida. Particularmente importante además fué la estructura de la oligarquía. Al lado de la oligarquía conservadora, se desarrolla una oligarquía ilustrada, bajo la influencia de las ideas helenísticas, y que se reparte en una fracción moderada, que algunas veces se apoya a los conservadores, y una radical, que se acerca al pueblo desheredado, y también a los círculos financieros y mercantiles y, en algunos casos, a los equites. Además se formó una fracción media entre las dos, que se inclina ahora de una parte, ahora de la otra de las otras extremas. Scipio Aemilianus, el destructor de Carthago y vencedor de Numantia, es una de las figuras más destacadas de esta oligarquía ilustrada; su amistad con Polybios, griego nacido en Megalopolis y afamado narrador de la historia de Roma, y con otros sabios griegos lo prueba bastante. Pero, mientras Scipio Aemilianus pertenece a la fracción moderada, y hacia el final de su vida no titubea en hacer el juego de los conservadores, los hermanos de su esposa, descendientes por su madre Cornelia de Scipio el mayor, pertenecían a la fracción radical, y Tiberius Graccus antes, y muchos años después Caius Graccus, como agitadores demagógicos y tribunos fueron los promotores de audaces reformas y los jefes de profundos movimientos, que si malograron entonces, por la oposición y también por los delitos y asesinatos de la fracción reaccionaria, se encuentran en la línea que con Caius Marius, Iulius Caesar, Octavianus Augustus, debían conducir a la autocracia y al imperio antiaristocrático, basado, por lo menos aparentemente, sobre el apoyo popular.

Con gran cuidado Romero nos muestra hasta qué punto podemos llegar a conocer, mediante las fuentes disponibles, las varias facetas y las causas de esta crisis de la República Romana. Quizás en algunas partes el lector no prevenido puede dudar si la forma de la exposición no se basa demasiado sobre concepciones modernas. Éste, sí, es el caso, por ejemplo, de la narración histórica de Guglielmo Ferrero; pero no creemos que pueda hacerse esta objeción a Romero, que sólo, en sus reflexiones, aprovecha las enseñanzas que dos milenios de desarrollo humano y la labor de los sabios ofrecen a los escritores modernos, mientras su exposición no añade nada de anacrónico al desarrollo de los acontecimientos de entonces.

De los siete capítulos de la obra: 1. La estructura político-social de Roma en el siglo II. — 2. La evolución de la oligarquía ilustrada. — 3. La recepción de la cultura, helenística en Roma. — 4. El desencadenamiento de la política revolucionaria: Tiberio Graco. — 5. Crisis y consolidación de la alianza revolucionaria. — 6. La realización de la política revolucionaria: Cayo Graco y Marco Flaco. — 7. Las últimas proyecciones de la política graquiana: el principado, el que puede más interesar al historiador de la ciencia y de la civilización, es el tercero. La influencia de la cultura griega sobre Roma es un tema que ha sido tratado repetidas veces; pero creemos que el lector puede encontrar en el escrito de J. L. Romero muchas partes interesantes y consideradas desde un cierto punto de vista original; especialmente en la parte que concierne las concepciones sociales y la vida pública de los pueblos, que el autor toma mayormente en consideración.

El libro no es una “historia” en el sentido común de la palabra; la narración de los acontecimientos generales que se realizaron en un determinado período de tiempo en una región determinada de la tierra. El autor, justamente, presupone que los lineamientos de la historia de Roma sean ya conocidos por el lector. Su tarea consiste en indagar minuciosamente como se desarrollaron, en la época considerada y en Roma, las ideas que guiaban los partidos políticos, cuales eran las ideas que influían sobre ellos, y cómo, bajo estas condiciones, se desplegaron las distintas actividades. Sin duda, el escrito de J. L. Romero merece la mayor atención, y quedará como una obra importante entre el enorme cúmulo de obras consagradas al advenimiento, a la decadencia y a la caída de Roma.