Romero: historiador y maestro

ROBERTO CORTÉS CONDE

Evocar a Romero, describir una personalidad tan rica y por muchas razones tan variada exige un gran esfuerzo de síntesis. Personalidad multifacética, tuvo una influencia notable y dejó profundos recuerdos en los hombres y mujeres de mi generación.

Podríamos referirnos al Romero historiador, de Las ideas políticas en la Argentina, que leímos ya en los años 50, de La revolución burguesa en el mundo feudal, o de Latinoamérica, las ciudades y las ideas. Al Romero rector de la Universidad de Buenos Aires en 1955, en la que inauguró su periodo más brillante, que duró hasta l966. Pero sobre todo al Romero maestro, profesor en las Universidades de La Plata, Montevideo y Buenos Aires, docente en numerosos cursos y seminarios privados, el que cautivaba a sus alumnos con sus nuevos y originales enfoques.

Hablar de Romero nos despierta una multitud de recuerdos, en los que aparece su personalidad descollante y serena, su conversación atrayente, su humor incisivo. Conocí a Romero en 1960 en las oficinas de la calle Lavalle, donde funcionaba la cátedra de Historia Social y la Revista de la Universidad de Buenos Aires.

No había sido su alumno, ya que me había graduado pocos años antes en la Facultad de Derecho. Sin embargo, en 1950, en medio de un clima ideológico autoritario, en que debíamos leer a Carl Schimtt y Arturo Enrique Sampay, tuve la oportunidad de acceder a Las ideas políticas en  Argentina. Desde entonces quedé fascinado por lo original de su enfoque, en el que los procesos políticos se describían en un marco de las ideas y de la vida social y se les ofrecían explicaciones coherentes.

En muchas de la tardes en las oficinas de Historia Social a las que concurría –ya que colaboraba en la investigación sobre Inmigración masiva que dirigían Romero y Germani– tuve oportunidad de mantener con él charlas inolvidables en las que se mezclaban temas de actualidad: la política argentina que tanta conocía, con otros referidos al pasado histórico. Participé junto él y otros colegas en dos proyectos de naturaleza distinta, a los que dió su apoyo generoso:  la investigación sobre Historia Argentina que patrocinó la Asociación Marc Bloch de Francia y la fundación de la Asociación Argentina de Historia Económica y Social.

Lo recuerdo también en Nueva York exponiendo en el Consejo Interamericano sobre el pensamiento político latinoamericano, que  luego fue un libro, y en mi casa, cautivándonos con su conversación sobre la crisis contemporánea. Esa noche en 1968, Nueva York vivió un virtual estado de sitio: la ciudad en silencio, desierta por temor a los estallidos de violencia en respuesta al trágico asesinato de Martin Luther King.

Creo que Romero, a quien le encantaba la historia “porque le encantaba la vida” –como decía– hubiera encontrado una enorme satisfacción en que entre todos sus cualidades se lo recordara hoy como maestro.

Porque Romero tenía ese especial poder, ese don de cautivar a las personas con una exposición, clara, original, atrayente, erudita pero viva. Los hechos desconectados, ininteligibles cobraban en su exposición un hilo conductor que permitía entenderlos. Romero nos llevaba como en una saga al relato de una historia que esperaba un dramático desenlace. Nos ofreció en La revolución burguesa en el mundo feudal un hilo conductor para explicar la historia de Europa, desde la caída del Imperio romano. Un mundo de ciudades que entraba en crisis y disolución y un mundo rural, la sociedad feudal, que surgía y lo avasallaba. Ese mundo se asienta y domina hasta la crisis del siglo XI, cuando comienza el resurgimiento gradual de las ciudades que lenta pero inexorablemente, lograrán imponerse sobre el mundo rural. Lo que ha hecho excepcional a Romero es no sólo su lucidez, la seriedad y conocimiento en que funda sus hipótesis sino la limpieza y calidad de su relato, la capacidad de ubicar y trasmitir la noción del tiempo, una dimensión en que devienen acontecimientos de un mundo complejo cuyos rasgos describe. Nos presentó la colonización americana como una prolongación de esa revolución urbana que se extendió a la periferia, constituyendo en el territorio americano otro sistema de ciudades dominantes. Recordaba recientemente a Romero hablando de Sarmiento, cuando este en el Facundo, al referirse a la crisis de las ciudades después de la Independencia, nos presentó una visión que tiene muchas reminiscencias de la crisis del mundo romano.

Esa búsqueda de factores explicativos había caracterizado a su más temprana Las ideas políticas.., donde la secuencia del relato pasa por tres ciclos: el colonial, el criollo y el aluvial –concepto este que alcanzó enorme difusión entre los historiadores. En el decurrir de esos ciclos se encuentra una secuencia que permite armar el rompecabezas y entender que es lo que había pasado y que es lo que estaba pasando. Al comienzo de la parte tercera de la era aluvial –de sus Ideas políticas– decía en 1946; “El ciclo de la argentina aluvial está aún inconcluso y ofrece interrogaciones y enigmas; pero ya es mucho para el diagnóstico de una época el saber a ciencia cierta cuales son los elementos encontrados que luchan en su seno. Del resultado de esta contienda dependerá el curso histórico que siga la República, su futuro próximo y su destino lejano, promesas y amenazas a un tiempo. Agregaba algo más en el epílogo de 1967: “mi convicción es ahora que el ciclo de la argentina aluvial se ha cerrado…y todo hace suponer que predomina la convicción de que las variadas fórmulas ensayadas en el país a partir de 1930 han probado su ineficacia. La Argentina sigue siendo un país inestable pero su inestabilidad es cualitativamente distinta. ¿Cuál será el signo de los nuevos reagrupamientos?, se preguntaba, cuestión que aun está pendiente.

Es que, como le había comentado a Félix Luna: “La historia no se ocupa del pasado, le pregunta al pasado cosas que le interesan al hombre vivo.

Romero historiador se ocupó, como lo recordó Halperin, de la Historia de Europa y la de América. Un pensador brillante, no renunció deliberadamente a ocuparse de temas que no eran los locales. No aceptaba que los americanos pudieran investigar solamente su historia, oponiéndose a una regionalización temática que algunos latinoamericanos han defendido, pero que implica una especialización subordinada del trabajo intelectual. Fue un pensador grande, de una generación surgida en una Argentina todavía moderna y abierta al mundo que no llegó a ser afectado por los complejos de su declinación.

El Romero historiador deja una obra que servirá durante años a las generaciones jóvenes; el Romero maestro, el hombre a quien hoy evoco, nos deja su ejemplo, sintetizado en la frase de Anatole France: “el arte de la enseñanza estriba en saber despertar la curiosidad en las inteligencias jóvenes y después, en satisfacerla. ” A ello dedicó su vida; por eso lo recordamos.