Compás de espera en Asia. 1955

Después del período de intensa tensión por el que han pasado los problemas asiáticos, parecería haberse entrado en una etapa de calma, como si se precisara cierta pausa para ordenar las ideas. Quizá la China comunista necesite hacer un cuidadoso balance de la acogida que han recibido sus palabras en la conferencia de Bandung; tal vez los Estados neutralistas y los países prooccidentales deban revisar y corregir sus planteos; acaso las potencias democráticas, que han seguido atentamente las deliberaciones de la citada conferencia reciente, hayan de reflexionar seriamente acerca de las voces que se han escuchado en ella.

Mientras se espera en Washington y en Pekín la ocasión favorable para dar ciertos pasos imprescindibles a fin de establecer contactos entre ambos gobiernos, la lucha ha seguido desarrollándose en Saigón con terrible violencia entre las fuerzas leales al Sr. Ngo Dinh Diem y las fuerzas rebeldes. Si se piensa en la relativa proximidad de las elecciones que decidirán el destino definitivo de Indochina, se advertirá la trascendencia de un conflicto que conmueve a una zona vital en el sistema defensivo inspirado en los países occidentales. Pero tal vez sean estos mismos países los responsables de la situación en alguna medida, y es innegable que la lucha entre ellos por la hegemonía en ciertas regiones asiáticas no puede favorecer la causa de la democracia.

Acaso más que los propios concurrentes, deberán los países occidentales meditar sobre el sentido general de las deliberaciones celebradas últimamente en Bandung. Es cierto que sus resultados no han sido demasiado categóricos, pero a poco que se analicen los supuestos de las distintas actitudes se comprenderá fácilmente que se ha escuchado una voz de inesperada energía. Sin duda ha sido radical la disidencia frente a las soluciones inmediatas que se han preconizado para ciertas cuestiones fundamentales, pues era inevitable que cada uno de los países procurara imponer o defender el punto de vista con el cual ha afrontado sus propios problemas, en las singulares circunstancias que siguieron a la guerra. Pero no por eso han quedado sentados con menos firmeza ciertos principios, ni se han proclamado con menos energía ciertas aspiraciones. Podrá decirse que no ha salido de la conferencia de Bandung el delineamiento de una política unitaria para los países de Asia y África, pero de ningún modo cabrá afirmar que la conciencia afro-asiática ha aparecido débil o impotente a través de la enmarañada madeja de sus expresiones particulares.

La conciencia afro-asiática no tiene por qué ser necesariamente adversa al mundo occidental, y así lo ha afirmado categóricamente el primer ministro de la India, Sr. Nehru. Pero puede eventualmente llegar a serlo, y corresponde a las naciones de Occidente, conocedoras de la prevención que, como un eco, sin duda de un pasado reciente, suscita su actitud, tomar nota cuidadosa de los caracteres con que aquella se ha manifestado en la conferencia de Bandung.

El largo debate acerca del colonialismo, aunque confuso a causa de los sobrentendidos que se escondían tras cada una de las posiciones en juego, ha dejado como saldo una afirmación vehemente de la voluntad de independencia que anima los países congregados en dicha ciudad. Tanto los neutrales como los vinculados a uno u otro de los bloques en pugna han puesto de manifiesto su repugnancia frente a todo vínculo que no nazca de su libre determinación, ante toda intromisión de potencias extrañas en sus asuntos internos. Una vez más se advierte así que el nacionalismo constituye la nota dominante de la conciencia afro-asiática. Tras mucho tiempo de sujeción a la voluntad de metrópolis que, en mayor o menor medida, centraron su atención en torno de problemas que no eran los específicamente suyos, los pueblos afro-asiáticos han puesto de manifiesto que la recuperación de la soberanía integral constituye su aspiración suprema. A causa de ello aparecen como subordinados otros problemas: el de los regímenes políticos, el de las condiciones económicas y aun el de las alianzas internacionales.

Todos estos aspectos influyen sin duda en el planteo de las cuestiones afro-asiáticas, mas parece evidente que cuentan tan solo a partir del problema de la independencia: independencia con regímenes profascistas o procomunistas, independencia con situaciones económicas precarias, independencia con alianzas acaso peligrosas, pero independencia en todos los supuestos. Es que de cualquier manera, cualquier riesgo parece preferible a la enajenación de la soberanía, situación esta que es imprescindible tomar como punto de partida para comprender la situación actual de los estados afro-asiáticos.

El olvido de este designio podría tener graves consecuencias. Si en la conferencia de Bandung no ha conseguido prevalecer la política de neutralidad que preconizan principalmente el Sr. Nehru y el teniente coronel Nasser, es evidente que ello se ha debido a factores muy circunstanciales. En uno de los momentos más difíciles de la “guerra fría“, los países afro-asiáticos que estaban ya comprometidos en algunas de las alianzas o aquellos que se sentían amenazados de alguna manera particular, estaban inhibidos de defender su independencia, aceptando al mismo tiempo la plena responsabilidad de sus actos. Pero el contexto de cada una de las manifestaciones revelaba que solo por la amenaza de un peligro mayor -el colonialismo para unos, el comunismo para otros- se aceptaban los compromisos que suponen aquellas alianzas.

Fuera de aquel, el designio más firme de todos los países concurrentes a la conferencia ha sido el de procurar una aproximación recíproca. No solo se han aclarado equívocos entre ellos, sino que se han insinuado imprevistas zonas de coincidencia entre algunos hasta hace muy poco escasamente vinculados. La conferencia concluyó reclamando de todos sus miembros una “cooperación amistosa”, y para lograrla se ha trabajado intensamente las comisiones internas y en las conversaciones paralelas de los delegados. Esa cooperación amistosa puede llegar a ser intensa, pues en un ámbito tan diverso son innumerables las posibilidades de relación mutua. Si así fuera, las alianzas comenzarían a constituirse de acuerdo con nuevos y acaso insospechados módulos, y en el mundo afro-asiático conquistaría, con la plena independencia política de sus diversos países, una autonomía en sus decisiones colectivas, que gravitaría muy pronto sobre la política mundial.

El nacionalismo y la ayuda mutua son aspiraciones que han quedado indiscutiblemente definidas en Bandung. No es mucho, pero son tendencias de tal alcance que, si desaparecieran las circunstancias que mantienen el actual sistema de alianzas, podrían cristalizar muy pronto en la organización de un orden político y económico de insospechado poderío. Los países occidentales deben tomar nota de ello y orientar su política de tal modo que no puedan ser considerados como enemigos inevitables de los pueblos afro-asiáticos. Parece indudable que estos dejarán de ser en breve plazo instrumentos de Occidente; sería, pues, una política sabia y prudente aceptar a tiempo una situación inevitable y contribuir a disipar las tenazas recelos del pasado.