El concepto de vida histórica. 1976

Una conclusion queda clara tras un detenido examen de la historia de la historiografía: los historiadores, como científicos empíricos, no se han esforzado por dilucidar metódicamente la peculiaridad de su campo estricto de conocimiento, de la materia a la que han aplicado su estudio. Casi podría decirse que no se han ocupado de ello, si dejamos de lado algunas reflexiones ocasionales; que no lo han percibido como un problema necesariamente previo al análisis histórico, como si lo que llamamos el “pasado” fuera algo acerca de cuya consistencia tuviéramos una clara certeza.

Sin duda, los historiadores, desde Heródoto, se han ocupado de la peculiaridad del conocimiento histórico, y se han esforzado por establecer criterios de exactitud de los datos. El espíritu crítico de los historiadores se ha canalizado generalmente hacia los problemas de la heurística, y alguna vez hacia los de la hermenéutica y de lo que se ha llamado la síntesis histórica. Pero han sido pocos los historiadores que, después de dar por admitido que su tema es el pasado, se han preguntado qué cosa es ese vasto dominio de conocimiento que vienen abordando hace tantos siglos y que se da por definido con sólo su condición temporal.

Qué cosa es el pasado, qué contiene y qué es lo que la ciencia histórica busca en él, es un interrogante que los historiadores han considerado ajeno a su misión intelectual y han transferido a los filósofos, exactamente a aquellos que se conocerían, por eso, como filósofos de la historia. A ellos parecía corresponderles esa indagación, porque se sobreentendía que discurrir sobre ese enigma constituía un ejercicio teórico más próximo a la metafísica que a una ciencia empírica. Y ellos se hicieron cargo del problema, y produjeron un cuerpo de doctrina que hunde sus raíces en el legado de la sabiduría tradicional y se diversifica luego en distintas ramas, identificables, efectivamente, por sus connotaciones metafísicas.

En rigor, la ciencia histórica le debe poco a la filosofía de la historia. Y no porque no contenga un rico y sugestivo conjunto de reflexiones, de sólida estructura teórica; sino precisamente por la naturaleza especulativa de aquellas reflexiones y por la impronta metafísica que revelan los grandes sistemas. La filosofía de la historia prefirió discurrir acerca del sentido general de la vida del hombre y de la humanidad, y con eso se inscribió legítimamente en el cuadro de la reflexión filosófica alcanzando a veces inusitada profundidad. Pero el análisis que la ciencia histórica empírica necesita acerca de la peculiaridad de su campo, capaz de ofrecer una respuesta a la pregunta de qué contiene el pasado, y, en consecuencia, una definición del tema estricto de la ciencia histórica, no lo emprendió la filosofía de la historia, ni siquiera a través de los pensadores que, como Vico o Hegel, más cerca estuvieron de emprenderlo.

Sin duda influyó en ese desarrollo del pensamiento el hecho de que los filósofos de la historia provinieran de la filosofía o del campo de la reflexión política. Por el contrario, los filósofos de la naturaleza que tan sólido fundamento teórico proporcionaron a las ciencias físicas y naturales, provinieron precisamente de esas ciencias empíricas y analizaron sus problemas desde dentro hasta alcanzar los supuestos sobre los que se sustentaban. Los historiadores empíricos, en cambio, acaso demasiado seguros de que la noción de pasado tenía una significación evidente, no tuvieron la vocación de escalar los problemas teóricos suscitados inmediatamente por su propia experiencia científica. Lo cierto es que ese nivel de reflexión en el que debía situarse el problema de cuál es, por debajo de la noción genérica de pasado, el tema estricto de la ciencia histórica, no fue alcanzado, y por eso, aún hoy, no sólo es débil el aparato epistemológico de la ciencia histórica sino también el de todas las ciencias antroposocioculturales que, necesariamente, se conectan con ella.

No es este el lugar apropiado para desarrollar esta última observación, pero no podía dejar de puntualizarla, como un indicio de las derivaciones que tiene, a mi juicio, el problema del tema estricto de la ciencia histórica. Consiste éste, en lo fundamental, en establecer qué cosa es el pasado y cuál es su contenido; en agotar la inquisición acerca de qué es lo que se inscribe en ese marco temporal y qué es lo que busca en él el historiador empírico, no sólo cuando sabe qué es lo que quiere buscar sino aun cuando no lo sabe muy claramente.

Del largo estudio que preparo sobre este tema quiero adelantar aquí una formulación esquemática y breve. Quizá demasiado esquemática, sin duda, pero capaz —creo— de reflejar las líneas generales de una teoría aún inédita.

No sólo la ciencia histórica, sino todo el conjunto de las que deben llamarse ciencias antroposocioculturales, está necesitado de un concepto básico que equivalga en alcance y significación al concepto de naturaleza, tal como se lo entiende desde el siglo XVII. En mi opinión, ese concepto está oculto en la magmática y difusa idea de pasado, y se manifiesta cuando se despliega e identifica su contenido. Lo que contiene el pasado es el flujo continuo de la “vida histórica”, en el que está instalada la vida y la creación cultural de todos los in-dividuos y grupos que han existido o existen. Pero no se puede entender la vida histórica si se pierde de vista que en ese flujo continuo se instalarán todos los que existan a partir de ese momento que, en cada instante y a partir de una experiencia subjetiva, llama cada uno “presente”. Reducir a concepto universal la “vida histórica” es una tarea imprescindible de las ciencias antroposocioculturales, de todas las cuales el tema es el hombre, las sociedades y su creación cultural, entendidos expresa o tácitamente, como entes históricos, sin perjuicio de que puedan ser estudiados también sistemáticamente.

El concepto de vida histórica no se constituye, pues, simplemente, con la determinación temporal de pasado. En el pasado se deposita la “vida histórica vivida”; pero el concepto de vida histórica incluye también la “vida histórica viviente”, que comienza donde acaba el pasado —el pasado de cada presente— y se proyecta en un flujo continuo a lo largo del tiempo aún no transcurrido. Cubre, pues, el concepto de vida histórica tanto el pasado como el futuro, más la instancia subjetiva identificada en cada instante como presente.

Pero el concepto de vida histórica no se agota ni se satisface con esa mera determinación cronológica. No es tan sólo pasado y tampoco es meramente pasado y futuro. Es, precisamente, lo que transcurre y cambia dentro de ese marco temporal. Lo que caracteriza el concepto de vida histórica es la temporalidad del transcurso y la temporalidad del cambio, esto es, una temporalidad experiencial del devenir biológico del individuo, del devenir social de los grupos y del devenir de la creación cultural.

Tiempo, transcurso y cambio son los datos fundamentales del concepto global de vida histórica, por lo demás inseparables puesto que, históricamente, ninguno es pensable sin los otros dos. Pero el concepto global sólo se constituye integrado con otros tres conceptos particulares y subordinados según los cuales se ordena el conjunto magmático de vida y creación cultural. Como la naturaleza tiene tres reinos reales, la vida histórica tiene tres reinos conceptuales.

El primero es el concepto de sujeto histórico. Quién es el protagonista de la vida histórica es una pregunta que no suele plantearse previamente al análisis histórico con el debido rigor. A cada proceso corresponde un sujeto histórico; pero uno y otro deben ser establecidos y ajustados conceptualmente una y otra vez para que el azar del conocimiento no introduzca un deslizamiento en virtud del cual se altere la relación justa entre ambos. Individual o grupal, el sujeto histórico es, como tal, cambiante y su identidad debe ser establecida una y otra vez para evitar que se transforme en un ente abstracto cuya permanencia sólo está dada por un nombre. El héroe, los pueblos, las clases, las masas, entre otras, son entidades cuyo contenido debe ser precisado conceptualmente primero, y ajustado reiteradamente después. Para darle rigor a este concepto se requiere una teoría del sujeto histórico, destinada a establecer el cuadro dentro del cual sea posible analizar el caso particular de cada uno en relación con el proceso de que es protagonista.

El segundo es el concepto de estructura histórica. Dicho de la manera más elemental, la estructura es el conjunto de la “creación creada”, o de otro modo, es la “vida histórica vivida”. Eso es lo que se aloja en un pasado que se prolonga hasta cada presente y constituye lo dado, esto es, la situación inicial a partir de la cual comienza la “vida histórica viviente”. Vasto y magmático conjunto, una primera discriminación permite distinguir entre la estructura real, fáctica, vigente, y la estructura ideológica, que es sólo potencial. La primera constituye lo que generalmente se piensa como realidad y está integrada por diversos cuadros: el de las funciones preestablecidas, el de las relaciones vigentes, el de los objetos materiales sensibles, el de los estilos de vida. La segunda es el conjunto de interpretaciones, parciales o totales, de la realidad, ordenada en dos tipos de modelos —interpretativos unos, proyectivos otros— y en el cuadro de las formas de mentalidad. estilos de vida y formas de mentalidad son las maneras como se viven, respectivamente, la estructura real y la estructura ideológica. Carecemos de una teoría de la estructura histórica —así adjetivable porque posee su propia dinámica interna—, y sólo cuando se elabore podremos ajustar ese concepto ordenador del conjunto de lo vivido y lo creado.

El tercero es el concepto de proceso histórico. Es, sumariamente, el conjunto articulado de actos y accidentes mediante el cual opera el sujeto histórico la creación cultural. A medida que transcurre, el proceso histórico se instala y fija en la estructura. Sólo conceptualmente puede reconstruirse su dinámica; pero, en cambio, quedan realmente en la estructura histórica los resultados de su creación, con los que aquélla se ha renovado. Mientras el proceso histórico se produce —en una sucesión de presentes— crea incesantemente: es la “creación creadora”, o de otro modo, la “vida histórica viviente” desencadenada a cada instante a partir de la situación fijada en la es-tructura. Así como hay una estructura histórica universal y continua, en la que se integran las innumerables estructuras históricas particulares condicionadas por tiempo y lugar, del mismo modo hay un proceso histórico universal y continuo en el que se integran los innumerables procesos históricos particulares condicionados por tiempo y lugar. En la vida histórica se imbrica, en efecto, un número indeterminado de procesos, que son todos reales, pero que se manifiestan confusamente: sólo a través del análisis histórico —un análisis con-ceptual— adquiere cada uno de ellos autonomía, secuencia y articulación.

En el proceso histórico —tanto si se lo considera como universal y continuo o como particular y condicionado por tiempo y lugar— se resuelven las diversas dialécticas que concurren en la vida histórica como dialécticas internas del sujeto histórico, de la estructura real y de la estructura ideológica. Pero, sobre todo, se desencadena en él la dialéctica fundamental de la vida histórica, la que impulsa su dinámica, esto es, la dialéctica entre la estructura real y la estruc-tura ideológica, entre la realidad y la interpretación de la realidad, entre la realidad y el modelo de cambio que se proyecta para ella, entendiendo que hasta el modelo de perpetuación aplicado a una situación dada implica un cambio, puesto que, entretanto, han seguido operando, al margen de toda concientización, las dialécticas internas del sujeto histórico y de las dos fases de la estructura histórica.

Distamos mucho de poseer una teoría del proceso histórico. Como en el caso de las otras dos, hay muchos aportes susceptibles de ser aprovechados; pero ha faltado un punto de vista global, una referencia a un concepto básico, sin el cual aun muchas observaciones e interpretaciones valiosas quedan desarticuladas y pierden eficacia para el análisis histórico. Ese concepto básico —que para mí es el de “vida histórica”— permitirá recoger un vasto torrente de reflexión y ordenarlo en un sistema que permita hallar cierta coherencia, inclu-sive entre las interpretaciones encontradas. Pero acaso lo más importante sea que ese concepto básico puede sobrepasar los límites de la ciencia histórica y servir de marco de referencia para todo el conjunto de las ciencias antroposocioculturales. Puede ser, para ellas, lo que el concepto de “naturaleza” ha sido para el otro vasto conjunto de ciencias que, gracias a él, poseen una más sólida fundamentación epistemológica.