El socialismo es el camino. 1957

Con su reconocida sagacidad, el profesor Américo Ghioldi ha descubierto rápidamente en mis últimas declaraciones un punto que nos separa; y para deslindar posiciones y fundamentar la suya, ha publicado en el último número de La Vanguardia —y antes en los diarios que él llama “burgueses”— un meduloso trabajo que servirá sin duda como punto de partida para la reflexión de los socialistas inquietos por el futuro de nuestro partido y de la clase trabajadora argentina. Como el problema es candente y apasionante, yo quiero volver sobre él para señalar, a mi vez, mis puntos de vista, y espero que otros afiliados lo hagan, pues polémicas como esta —que sólo pueden realizarse en partidos como el nuestro— sirven para contribuir a la orientación de la opinión partidaria.

Lamentablemente, me veo obligado, antes de entrar en materia, a hacer algunas observaciones sobre cuestiones personales. El profesor Ghioldi me acusa seis veces en su meduloso estudio de no haber medido oportuna y suficientemente las consecuencias políticas de mis declaraciones en Nueva York, y afirma que los propagandistas de cierto candidato presidencial “sabrán sacar jugo a esas declaraciones”. Claro que su innata magnanimidad lo incita a declarar dos veces que no duda de mi buena fe; pero se siente obligado a declarar en siete oportunidades que atribuye el hecho de que yo no mida “suficientemente las consecuencias políticas” de mis declaraciones a la deformación profesional del historiador, malogrado, a sus ojos, en cuanto político, por el abuso de sus ficheros, por la manía clasificatoria, y por cierta confusión en que parece que incurro entre la “realidad“, que él llama “concreta”, y las “abstracciones de la realidad“.

Yo lamento disentir con este planteo del profesor Ghioldi. Nunca he creído que el uso del método histórico sea nefasto para conocer la realidad, ni creo que el profesor Ghioldi —que a veces parece querer burlarse de mí— pueda creerlo. ¿Qué quedaría de la doctrina del socialismo si eso fuera cierto? Investigar los hechos de la realidad, tomar nota de ellos en fichas (o en una hoja de papel si las fichas nos disgustan), y hacer sobre esos hechos ciertas generalizaciones, son menesteres propios del proceso de estudio de la realidad, que yo no he descubierto sino que he aprendido de mis maestros, y que estoy seguro que hasta el profesor Ghioldi ha puesto en práctica alguna vez. ¿Por qué achacarme su ejercicio —cuando es, además, propio de una profesión honesta— como si fuera fruto de una influencia nefasta o de una actividad sospechosa? Quizá sea porque, a juicio del profesor Ghioldi, esos menesteres me han conducido a tomar por “realidad” concreta lo que sólo es una “abstracción de la realidad“. Pero el profesor Ghioldi conoce demasiado bien los problemas de la sociología y la filosofía para suponer que hay otra manera de conocer la realidad que no sea a través de ciertos conceptos abstractos. Si los míos son excesivos, otros pueden ser escasos, y en este último caso los riesgos no son menores porque puede desembocarse en un practicismo poco aconsejable en un socialista. El único motivo que se asigna a mi presunta imprudencia no es, pues, válido y, además, nadie que me conozca puede creer en la exactitud de ese retrato con fisonomía de sabio distraído que se me quiere hacer.

Se preguntará alguno cuál es, pues, el motivo. Y yo repito que no hay motivo porque no hay sustancia, y la presunta acusación es absolutamente vacua. El profesor Ghioldi —y algunos otros afiliados con él, según voy descubriendo— creen que las declaraciones que hice en Nueva York en el mes de diciembre y las aclaraciones que formulé luego para La Vanguardia pueden ser utilizadas por el enemigo; pero yo creo que tal temor deriva de un juicio absolutamente subjetivo, y afirmo que pocas veces se ha hablado con tanta claridad para señalar nuestra disidencia frente al movimiento a que algunos pretenden que sirvo (aunque indirectamente y de buena fe, es claro). Y hasta tal punto es subjetivo, que a poco de formulados los temores del profesor Ghioldi, la revista Qué se encargó de demostrar que eran infundados; nadie podrá repetir que los sostenedores de aquel movimiento “sabrán sacar jugo” a mis declaraciones, o tendrán que reconocer que el jugo que han podido sacar les ha resultado de mal gusto. La prueba es convincente.

Si una acusación es injustificada, y sin embargo se hace y se reitera contra toda lógica, ¿no es inevitable que surjan en el ámbito ciertas amargas dudas? Tal es en este instante mi estado de espíritu, y aunque repaso mi actitud política desde el momento en que me incorporé a la Comisión de Prensa y al Comité Ejecutivo no consigo explicarme la causa que ha determinado al profesor Ghioldi a adoptar una actitud semejante, sino como una profunda discrepancia acerca de cuál es la misión del socialismo ante las muy concretas circunstancias que enfrenta la clase trabajadora argentina.

Por eso este problema personal no es sino accesorio, y acaso parezca un pretexto. El profesor Ghioldi ha advertido con toda perspicacia que en mis declaraciones hay un punto en el que disentimos. Se ha referido a él en el título de su ensayo, y se ha detenido largamente en su examen. Parece persuadido de que mis opiniones son malsanas y acaso peligrosas y, con su innegable autoridad, me refuta largamente. Doloroso me es decir que no ha logrado persuadirme.

El profesor Ghioldi me adjudica “cierta mentalidad política argentina”, análoga —parecería— a la del mandatario depuesto y a la del jefe del movimiento que yo habría servido (imprudentemente pero de buena fe), y cuyo rasgo fundamental sería la “intransigencia” en sentido genérico. Hay sin duda sabios, distraídos e intransigentes, pero yo no pertenezco a ninguna de las tres categorías.

Yo no sé bien si alguna vez he dicho algo que pueda inducirlo a error, pues hasta ahora nunca supuse que mis palabras iban a ser pesadas y medidas con tanto celo como parecen hacerlo ahora algunos compañeros; pero por lo que recuerdo, me he mostrado partidario de que luchemos solos esta vez, y en esta circunstancia. Yo no podría olvidarme que en 1931 comencé mi militancia política en la Alianza Civil, que se constituyó en La Plata —donde entonces estudiaba— para apoyar la fórmula De La Torre-Repetto. Pero ahora no soy partidario de alianzas, y creo que hay buenas razones que fundamentan mi actitud.

Dejo de lado los peligros de predicar con excesivo entusiasmo sobre las ventajas de los acuerdos de partido precisamente en vísperas electorales, aunque, de paso, me permito señalar que deben medirse las consecuencias políticas de esas afirmaciones —hechas por Ghioldi—, pues hay partidos que se sienten demasiado inclinados a contarnos entre sus huestes, y me parece que un dirigente socialista no debería estimular esas ilusiones en estos momentos. Pero, yendo al fondo de la cuestión, sostengo —en discrepancia con el profesor Ghioldi— que este es exactamente el momento de plantear nuestra política en tales términos que la clase trabajadora descubra inequívocamente que el socialismo es el único y verdadero partido de izquierda que el país reclama con urgencia en la situación actual. Para eso tenemos fundamentalmente que darnos un programa económico-social apropiado a las exigencias de las circunstancias y que responda a los apremiantes requerimientos de la clase trabajadora, y debemos presentarnos al combate sin confundirnos y con la seguridad de que podemos alcanzar el triunfo solos.

Yo no puedo imaginar que no se vea claramente que esta es la posición que debe adoptar nuestro partido. Pero unas frases del profesor Ghioldi me parecen reveladoras de su estado de ánimo, acaso impresionado por la dura experiencia del fascismo. Al término de su meduloso ensayo y al tratar de señalarme los peligros del encasillamiento exagerado de los hechos sociales, en que parece que incurro, enumera las cosas que él mismo ha observado en la realidad; pero, haciendo cierto ejercicio de abstracción, al enumerarlas las divide en dos grupos, y esta división nos aclara su posición política y nuestra discrepancia y, al mismo tiempo, su estado de ánimo.

En la realidad —nos dice Ghioldi— hay clases y lucha de clases, hay un proletariado empobrecido bajo la tiranía y hay un partido socialista. Esto de un lado. Pero del otro —agrega Ghioldi— hay una revolución que él teme que fracase, amenazas de dictaduras, saboteadores y conspiradores que acumulan armas en las fronteras. El profesor Ghioldi ve estas dos series de hechos como separadas y heterogéneas y, con un gesto cansado y desdeñoso, nos comunica que deja a otros que encasillen esta realidad.

Contemporáneamente al artículo del profesor Ghioldi, la revista Qué, al servicio de los intereses políticos del candidato a quien me he referido en el ya conocido reportaje, me acusa de que al reclamar en nombre del socialismo “un enfrentamiento terminante entre la burguesía y la clase obrera”, postulo “exactamente lo que necesita la oligarquía terrateniente asociada a las fuerzas del capitalismo extranjero”. Seguidamente me imputa estar “haciendo un grave diversionismo, confundiendo los objetivos, exacerbando una lucha de clases que debe ser resuelta en el proceso del desarrollo nacional”. Esta “desubicación teórica” de que me acusa Qué mediante la rara paradoja de presentarme como defensor de los intereses del capitalismo extranjero cuando defiendo a la clase obrera, parece, por lo menos en sus aspectos formales, análoga a la tendencia a hacer abstracciones de la realidad que me atribuye el profesor Ghioldi. En todo caso, tanto una como otra afirmación sirven para demostrar la especificidad de los intereses de la clase trabajadora y la insuperable dificultad que se afronta cada vez que se desconoce esa particularidad y se trata de presentar aquellos intereses en medio de un conglomerado heterogéneo y aliados o subordinados a intereses antagónicos.

He aquí el problema. Hay que encasillar esta realidad, o mejor, hay que analizarla para descubrir su lógica intrínseca. Esos hechos no constituyen datos aislados, ni integran las dos series en que el profesor Ghioldi los agrupa, ni aun admitiendo que los que las integren están separados entre sí. Si hay clases y lucha de clases, y hay un proletariado empobrecido —y no por culpa exclusivamente de la dictadura—, tales hechos no son ajenos al porvenir de la revolución, ni a la posibilidad de una dictadura, ni al éxito de los saboteadores y conspiradores. La separación de las dos series de hechos significa para el profesor Ghioldi que una cosa es defender la revolución y otra distinta la defensa de la clase obrera y el impulso de una política social avanzada como las circunstancias requieren.

Es decir, que el profesor Ghioldi posterga la lucha de clases en interés de la revolución. Cabría hacer a este respecto una observación trascendental para la posición socialista. La lucha de clases existe históricamente como expresión de los intereses antagónicos de los grupos sociales situados en distintos puntos; y la lucha entre estos distintos intereses no puede ser desconocida y mucho menos postergada por más que se aúnen con ese propósito las más heterogéneas voluntades.

La revolución —tal como la concibe el socialismo— y la suerte de la clase trabajadora no pueden ser entendidos como términos antagónicos. La revolución no tiene salida aceptable para nosotros, los socialistas, si esta salida es contraria a la suerte de aquella. Ninguno de los esquemas, tanto el de Ghioldi como el de Qué, puede ser aceptado por el socialismo pues para este no hay ni puede haber términos que puedan anteponerse a su identificación con los intereses de la clase trabajadora. Ni los intereses de “los dirigentes del proceso técnico-económico” (como Qué llama a los empresarios burgueses) ni la estrategia defensiva del gobierno provisional que propone el profesor Ghioldi puede hacer que los socialistas nos embanderemos en luchas que nos aparten de la clase trabajadora y que nos induzcan a entrar en alianzas con sus enemigos.

Esquemas como el que acaba de proponernos el profesor Ghioldi representan un serio peligro pues tienden a abrir un foso profundo que nos separe de la clase trabajadora. En el reciente conflicto de los empleados municipales se ha visto cómo confusiones de este tipo pueden llevar a enfrentamientos funestos, de los que el Partido Socialista no puede sentirse responsable, pero que los socialistas deben observar cautelosamente.

Y este es el resultado de esta actitud, incomprensible en un político socialista, de dejar que otros encasillen los hechos de la realidad.

El profesor Ghioldi es un viejo maestro y sabe que los problemas de conducta de los niños requieren soluciones psicopedagógicas y no coercitivas; es también un político inteligente y experimentado y no puede ignorar que los problemas sociales requieren soluciones políticas. En la situación actual, la mejor defensa de la revolución no es sólo contribuir a la estabilidad de su gobierno provisional. La única defensa es ofrecer una nueva salida a la clase trabajadora argentina, tras el triste experimento sufrido, y esa salida tiene que ser original, ajustada a las exigencias de la hora, dinámica y sincera. La experiencia ha sido dura y novedosa, y hasta un partido de tan firmes posiciones como el nuestro tiene que actualizar necesariamente sus planes.

Por lo demás, ¿qué puede importar la base electoral del futuro gobierno si no hay una solución digna para la clase trabajadora? Sobre todo ¿qué puede importarle al socialismo? ¿Acaso nos vamos a sentir satisfechos contribuyendo a una solución electoral, si tenemos sobre la conciencia el haber permitido que se disputen los despojos de la clase trabajadora aquellos partidos que nosotros sabemos que pretenden utilizarla para fines que no son los suyos?

Yo creo que es fundamental que se piensen juntos todos los problemas de la realidad político-social argentina, y que se reconozca de una buena vez que sólo con la justa canalización política de la clase trabajadora podrá haber una salida segura para la revolución, un fundamento para el próximo gobierno constitucional y un camino para el futuro del país. Ese camino se llama el camino del socialismo y es el nuestro: todos los otros son tortuosos senderos en que nos acechan las tentaciones y los peligros.