La hora internacional. 1954

Mientras la Asamblea Nacional de Francia prosigue en una atmósfera que agitan pasiones contrapuestas el análisis de los tratados de París -sobre cuya aprobación habrá de plantear la cuestión de confianza el Sr. Mendès-France- y Rusia vuelve hacia Londres la amenaza antes dirigida a París, será oportuno echar una mirada de conjunto sobre los distintos episodios que en estos días han dado una fisonomía determinada a la hora internacional.

La nota que pretende ser intimidatoria del Kremlin ha empujado hacia la sombra a algunos de aquellos hechos, tan vertiginoso resultó el desfile de los acontecimientos que nos ocupan. Pero no ha de tener, entendemos, otro resultado que el de fortalecer la decisión y la unidad de los países libres, ya que en la unión de estos y su resolución de no dejarse impresionar por los métodos extorsivos que durante tantos años dieron impulso al nazismo, está la mejor garantía de paz, el más eficaz seguro contra el retorno de las catástrofes que asolaron al mundo en el curso de las cuatro primeras décadas de la centuria actual. No deja, por lo demás, de ser curiosa una intimación que pone la alternativa de no hacer tal o cual cosa -en este caso no ratificar los acuerdos de París- o de ver denunciado el pacto anglo-soviético de 1942, hecho en plena guerra y con miras a una situación bélica en que ambos pactantes se hallaban en el mismo sector, a menos de tres años de la hora en que el amenazante Soviet de hoy, olvidando sus formales compromisos anteriores, no vacilado en desconocer el valor de los tratados más solemnes para repartirse con el Reich hitlerista los despojos de Polonia y firmar el convenio Ribbentrop-Molotov.

Dejando, pues, de lado las notas rusas a Londres y París, cuya ineficacia práctica no ha podido escapar ni a sus autores, acaso más preocupados en la emergencia por la propaganda que por el resultado de su gesto, esperando que termine el trámite parlamentario francés y alemán de los convenios que devolverán la soberanía y el derecho a armarse, dentro de ciertas condiciones, a la República Federal Alemana, refirámonos, siquiera en términos generales, a otros aspectos antes aludidos de la situación. Es, en primer lugar, del más alto interés destacar la trascendencia que puede alcanzar la visita del mariscal Tito a la India y la perspectiva de nuevas entrevistas -con la visita de Nehru a Yugoslavia y con los viajes previstos de Chou En-Lai y del primer ministro de Indonesia a Nueva Delhi- para los futuros desarrollos políticos, ya sea dentro de la UN o en las conversaciones diplomáticas directas. Se ha hablado de un tercer bloque o de una tercera fuerza, tal vez con un poco de prisa. Lo cierto es, entretanto, que en derredor de la vigorosa figura del primer ministro indio viene dibujándose desde hace tiempo un movimiento que busca con empeñoso afán la paz y el mejoramiento económico de las comarcas asiáticas. Ya el Sr. Nehru se negó a entrar en agrupaciones regionales a las que temió como posibles factores de una más enconada versión de la “guerra fría“. Siendo indudable que ni Tito ni Nehru tienen nada que ver con el Kremlin y hasta pudiendo aventurarse que el propio Chou En-Lai se ha vuelto hacia Moscú como una imposición de las circunstancias en que hubo de realizar su política propia, cabe admitir que las conversaciones realizadas en Nueva Delhi y las que se dan como posibles ofrecen perspectivas de interés en la próxima evolución de las negociaciones internacionales. Constitúyase o no formalmente el tercer bloque, no dejará de ejercer gravitación si se forma con la amplitud que Nehru desearía, lo que este llamó con la frase afortunada “zona de la paz” en un mundo agobiado por la amenaza y el terror de una nueva guerra.

Significativo asimismo, aunque dentro de la esfera, más bien limitada, de la gestión a que responde -obtener la liberación de los aviadores norteamericanos-, será el viaje del secretario general de la UN, Sr. Hammarskjold, a Pekín, esperado en el remoto oriente con explicable interés, desde que se trata de la visita a un Estado que la organización universal de naciones se ha negado insistentemente a admitir en su seno en reemplazo de la China nacionalista, asentada en Formosa.

De mayor entidad son, entre los episodios recientes, la reunión celebrada en París por el Consejo de Europa -que estudió asuntos vinculados con la economía occidental y con el excedente de población creado al viejo continente por el rápido ritmo de su crecimiento vegetativo- y las deliberaciones que en la misma capital francesa desarrolló el Consejo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, conocida por las siglas NATO, constituidas con las iniciales de las palabras en inglés denominan a dicho tratado. “Sesión ministerial” se llamó oficialmente, en el comunicado que le puso término, a esta última reunión. Lo fue, en efecto, porque la concurrencia de numerosos ministros -de Relaciones Exteriores, de Defensa, de Hacienda, de Asuntos Económicos y de Producción para la Guerra- es lo que dio características singulares a la importante conferencia. Realizada esta después de la nota rusa a Francia y antes de la comunicación soviética a Gran Bretaña, se la destinó a examinar todos los problemas, políticos, militares y económicos, que plantea hoy la defensa de la paz, que podría plantear en un mañana trágico la necesidad de defender a los pueblos libres en guerra contra el totalitarismo comunista.

Del comunicado informativo a que antes se aludió conviene destacar el punto 4to, en que el Consejo de la NATO expresó:

“Convino (el Consejo) en que la política soviética, respaldada como está por un poderío militar siempre creciente, continúa, pese algunos signos externos de flexibilidad, encaminada hacia la división y debilitamiento de las naciones occidentales. La política soviética no aporta solución constructiva alguna para la afirmación de la seguridad del mundo ni para el mantenimiento de la libertad de los pueblos. No proporciona base alguna para la creencia de que la amenaza al mundo libre haya disminuido.

“El Consejo reitera su deseo de erigir la paz sobre sólidos cimientos de unidad y fuerza. El Consejo observa con satisfacción los progresos que se han realizado para poner en vigor los acuerdos de París, que considera como una contribución esencial para la unidad de Europa, para la seguridad del mundo libre y, por ende, para la causa de la paz”.

Hallamos en estas palabras la mejor caracterización de la hora internacional del presente. De la realidad de un mundo que se debate entre la angustia y la esperanza y que siente profundo horror por la guerra. Por eso, sin desentenderse del frío resumen un tanto desilusionado de la asamblea de París, la humanidad ha de preferir asirse a las palabras más esperanzadas del mensaje de Navidad del presidente Eisenhower.