La significación de José Luis Romero en el desarrollo de la historiografía uruguaya

CARLOS ZUBILLAGA
(Universidad de la República, Montevideo, Uruguay)

Los estudios históricos en el Uruguay de la segunda postguerra mundial

Hasta 1945 Uruguay careció de un ámbito específico de formación de recursos humanos en el campo de la Historia. Sin un conjunto de historiadores profesionales que diera la tónica del ejercicio laboral, el cultivo de la disciplina se había cumplido hasta entonces en íntima asociación con la política (incluso los casos —excepcionales, por cierto— de “profesionalidad”, aparecían condicionados en su labor por la adscripción política que favorecía o justificaba su inserción en las estructuras culturales del Estado), y en vinculación (también estrecha) con el plano de formación y de reflexión jurídicas.

Rasgos de la historiografía entonces dominante eran, sin duda: la visión nacionalista, que constreñía una percepción de la historia uruguaya en contextos más amplios; el apego a lo táctico político y a sus correlatos más fácilmente identificares: lo militar y lo diplomático; el tono “celebratorio” y ejemplarizante (que hacía de la Historia Patria un instrumento modelador de conductas); el temor a avanzar cronológicamente hacia momentos relativamente cercanos del de la producción del conocimiento histórico (a partir de una discutible concepción, influida por el positivismo, sobre los límites de la objetividad); la mítica adhesión al documento inscripta en una incapacidad por ampliar el espectro heurístico y renovar los planteos metodológicos).

En octubre de 1945 se sancionó, culminando un proceso de gestación que había insumido más de tres décadas, la ley de creación —en el seno de la Universidad de la República— de la Facultad de Humanidades y Ciencias, a la que se confiaba como ‘finalidad esencial” la enseñanza superior y la investigación en Filosofía, Letras, Historia y Ciencias Exactas. La idea directriz del impulsor de la nueva Facultad, el filósofo Carlos Vaz Ferreira, suponía el fomento de la especialización y la investigación superiores, y la extensión de la cultura, sin la obligación de instituir cursos seriados tendientes a la obtención de un grado académico. De allí que en los primeros tiempos, las actividades de la Facultad se concentraran en el dictado de conferencias y cursillos encomendados a profesores nacionales o extranjeros, y en el apoyo a proyectos de investigación llevados a cabo por docentes de la Enseñanza Media o cultores aficionados de diversas disciplinas humanísticas, que se acercaban a la Facultad concibiéndola como un ámbito de referencia o como un foro más que como una institución formadora de recursos humanos en profesionales determinadas.

La discusión que prontamente se instauró en el seno de la Facultad fue la que enfrentó a quienes reclamaban planes de estudio que permitieran la organización de carreras que culminara con un grado académico (los Planistas) y quienes, en la línea de reflexión del propulsor de la Facultad, preferían mantener la institución en un plano de especulación y creación “desinteresadas” o no profesionales (los no planistas o -vazferreistas). Al imponerse el criterio de los primeros, se organizaron las primeras Licenciaturas.[1] La de Historia tuvo su plan de estudios en 1948. Concebido sobre la base de quince asignaturas, que cubrían el campo de la Historia Universal, la Historia Americana y la Historia Nacional, y suponían un moderado contacto con el plano teórico-metodológico (un curso de Introducción a los estudios históricos —con parte práctica—, un curso de Filosofía de la Historia y un curso de Epistemología), que contrastaba con el peso relativo del conocimiento de una lengua clásica (tres cursos de Latín), el plan de estudios de 1948 preceptuaba la naturaleza intensiva de los cursos. Sobre el particular y bajo el título Grado de la docencia, aclaraba: “En ningún caso, fuera de los especialmente indicados [se refería a los cursos de Introducción a los Estudios Históricos y Latín], los profesores reducirán el nivel de sus enseñanzas para contemplar la insuficiente preparación de los alumnos. Debe recordarse que, salvo disposición expresa en contrario, todos los cursos son de enseñanza superior y de investigación”.[2]

Con un cuerpo docente proveniente en su mayor parte de la Enseñanza Media, con la excepción del Dr. Eugenio Petit Muñoz (que había ejercido la docencia universitaria en el Seminario de Derecho Indiano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales) y del Dr. Emilio Ravignani (ex Director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires), la Licenciatura de Historia de la Facultad de Humanidades y Ciencias constituyó la primer experiencia de formación superior en el campo de las ciencias históricas que tuvo lugar en el país. Sin una orientación historiográfica precisa, con la gravitación inexcusable de la “nueva escuela histórica argentina” que Ravignani impuso a las labores del Instituto de Investigaciones Históricas que pasó a dirigir desde su fundación en 1947,[3] los estudios históricos tuvieron en los primeros tiempos de la Facultad de Humanidades y Ciencias rasgos concurrentes con los de la historiografía dominante en el país. De sus aulas y de su Instituto no pareció emerger una labor alternativa —en calidad o en enfoque— a la que el medio conocía a través de la producción que se canalizaba en las revistas especializadas del país: la “Revista Histórica” (que publicaba el Museo Histórico Nacional, bajo la dirección de Juan E. Pivel Devoto), la “Revista del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay”, y la “Revista de la Sociedad Amigos de la Arqueología” (que inspiraba Horacio Arredondo).

José Luis Romero y la Facultad de Humanidades y Ciencias: los inicios de una relación

En setiembre de 1948 José Luis Romero fue invitado por el Ministerio de Instrucción Pública a dictar dos conferencias en Montevideo. La oportunidad fue advertida por estudiantes de la Facultad de Humanidades y Ciencias, quienes dirigieron una nota al Decano Vaz Ferreira, solicitando que se invitara a Romero a dictar un cursillo o algunas conferencias sobre temas de su especialidad. “La distinguida actuación del Profesor Romero en la enseñanza superior de la República Argentina y extensa nómina de sus publicaciones en materia de Historia Universal y Teoría de la Historia —advertían los estudiantes—, nos eximen de insistir en el interés con que vería[mos] que fuera invitado el ilustre visitante […]”.[4]

El Consejo de la Facultad aceptó la sugerencia estudiantil y convino con Romero el dictado de dos conferencias sobre “El pensamiento histórico desde el siglo XIX a nuestros días”, que tuvieron lugar los días 16 y 27 de setiembre.[5] [6]

Este primer contacto con los medios universitarios uruguayos, valorado positivamente por los estudiantes que se encontraban “experimentando” la nueva situación de los estudios seriados en Historia y comparando estilos y vertientes, alentó a Romero (por entonces alejado de la enseñanza superior en Argentina) a sugerir en carta privada al Secretario de la Facultad de Humanidades y Ciencias, Dr. Luis Giordano, la posibilidad de incorporarse a la docencia universitaria en Montevideo. La respuesta del Secretario —a cuyo contenido no era ajeno, por supuesto, el Decano Vaz Ferreira— abrió el cauce del relacionamiento inmediato: “Habrá dos cursos en esta Facultad que me imagino, usted podrá dictar: Introducción a la Historia’ y Filosofía de la Historia’. Puedo adelantarle […] que hay de usted la mejor opinión en el Consejo y existe el ánimo de encargarle de cursos este año”.[7] [8]

La respuesta de Giordano llevó a Romero a concretar su propuesta, recordando que “hasta fines de 1946, [había dictado] la cátedra de Historia de la Historiografía en la Facultad de Humanidades en la Universidad de La Plata”.[9] El Consejo de la Facultad contrató entonces a Romero para dictar durante 1949 los cursos de Introducción a los Estudios Históricos y Filosofía de la Historia.[10]

El entusiasmo de Romero ante la perspectiva de reincorporarse al ambiente universitario se trasuntó en su comunicación al Secretario de la Facultad, fechada el 1° de abril, anunciando su viaje a Montevideo los días 7 y 8: “Voy, pues, dispuesto a dictar las primeras clases, y si han comenzado ya, puede citar a los alumnos con esa inteligencia.”[11] [12]

La contribución de José Luis Romero a la Licenciatura en Historia

Romero abordó las asignaturas de Introducción a los estudios históricos y Filosofía de la Historia ofreciendo a sus alumnos una visión panorámica,[13] “por considerar que no ha[bía]n sido estudiadas en el ciclo medio”.[14] La experiencia cumplida lo llevó a formular en diciembre de 1949 algunas consideraciones en un informe académico remitido a la Facultad, que permiten apreciar en qué grado el ambiente estaba preparado para encarar estudios superiores en Historia, cuáles eran los obstáculos fundamentales para tal empresa y qué medios se presentaban como más idóneos para lograr la formación integral de profesionales en la disciplina.

La propuesta docente de Romero en relación a la asignatura Introducción a los estudios históricos se apartó, notoriamente, de las usuales en cursos homónimos, preferentemente vaciadas en el molde del manual de Langlois y Seignobos, y aderezadas por algunos toques de las enseñanzas de Bernheim. Por ello señaló en su informe-evaluación: “He considerado que no es posible iniciar directamente al alumno en los diversos aspectos del conocimiento histórico sin precisar algunas nociones acerca de la realidad que constituye el tema de ese conocimiento. Con ese punto de vista, he comenzado con una primera parte dedicada a explicar los caracteres de la vida histórica […]. He procurado que las proposiciones formuladas fueran sencillas y precisas, sin deslizarme demasiado hacia terrenos poco explorados o insuficientemente estudiados todavía, pues la preparación sociológica y filosófica de ios alumnos me ha parecido no permitir un estudio a fondo de esos temas”. La comparación del plan docente seguido por Romero con el que había ofrecido en el año lectivo anterior (1948) el Dr. Emilio Ravignani,[15] permite fijar las diferencias de perspectiva historiológica que separaban a ambos docentes, y habilita una comprensión más cabal del comentario con el que Romero cerraba su reflexión sobre la asignatura: “Con esta precaución creo haber conseguido uno de los principales objetivos pedagógicos que me había propuesto, a saber, la eliminación de los innumerables prejuicios y lugares comunes que obran habitualmente en la opinión vulgar acerca de la vida histórica y que constituyen un entorpecimiento fundamental para la recta interpretación histórica”.[16]

El aporte de Romero en éste curso implicó el primer acercamiento del estudiantado de Historia a la teoría del conocimiento, sorteando de tal modo el escollo generalizado de una enseñanza que oscilaba entre lo puramente táctico y la interpretación “impresionista” del pasado. Concurrente a esta finalidad resultó la opción pedagógica de Romero: “En la segunda parte del curso he estudiado los problemas fundamentales de la ciencia histórica, sus caracteres desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, los rasgos que caracterizan fundamentalmente la verdad histórica y los problemas metodológicos. […] He a encomendado a cada alumno la lectura de una obra historiográfica importante […] y he orientado su lectura de acuerdo con un cuestionario que dirija su atención hacia los criterios históricos que el historiador pone en funcionamiento al interpretar la realidad, a veces inconscientemente y ajeno a los fundamentos doctrinarios que los sustentan”. La reflexión final sobre este particular, anunciaba los planteos teóricos sobre Historia de la Cultura, que habría de explicitar y fundamentar largamente en textos específicos: “[…] he logrado que los alumnos tomen contacto con obras fundamentales de la historiografía y se familiaricen con lo que considero más importante en el plano del conocimiento histórico: el sistema de relaciones entre la realidad y sus formulaciones intelectuales”.[17]

En relación con el curso de Filosofía de la Historia Romero provocó en sus alumnos el interés por la lectura directa de los textos correspondientes a las principales corrientes de interpretación del acontecer humano (“he encargado a cada uno de los alumnos la lectura de una obra fundamental […] para provocar una indagación directa de los términos en que el autor plantea los problemas fundamentales de la Filosofía de la Historia”),[18] en el entendido de que el “hábito de la lectura inteligente”, ante que la acumulación escasamente crítica de información de segunda mano, configuraba un supuesto básico en la formación del historiador.[19]

A comienzos de 1950 el Consejo de la Facultad de Humanidades y Ciencias contrató a Romero para dictar los cursos de Filosofía de la Historia y de Historia Contemporánea. Este último adquirió particular relevancia, por cuanto constó de dos modalidades: una de exposición de temas y otra de régimen de seminario (de una hora semanal).[20] Este seminario interno sería el cimiento de los ulteriores Seminario y Sección de Historia de la Cultura, verdaderos ámbitos de renovación de la enseñanza superior de la Historia en el país. El seminario —que versó sobre Los fundamentos sociales de las grandes corrientes de ideas en Europa entre 1871 y 1914— se estructuró sobre cuatro subtemas: uno propedéutico. un segundo que se centró en “Las ideas fundamentales y las grandes corrientes de opinión en las clases burguesas”, un tercero que abarcó “La actitud de la elites”, y un cuarto que se dedicó a “El proletariado y la constitución de la conciencia revolucionaria”. Razones de tiempo llevaron finalmente a Romero a centrar la acción del seminario en los subtemas segundo y tercero. Los repartidos que guiaron la labor de los estudiantes contenían para cada subtema un listado de fuentes (documentales, hemerográficas, literarias, gráficas) y de bibliografía específica, y presentaban: a) la crítica de las fuentes; b) las cuestiones a resolver; c) los problemas heurísticos para la organización de los materiales fichados. Por primera vez el estudiante se veía convertido en un “aprendiz de historiador”, no ceñido a la mera recopilación documental y su reproducción paleográfica, sino integrando como desafíos los diversos momentos de la elaboración del conocimiento histórico. La evaluación del propio Romero así lo deja entrever: “El curso de seminario se desarrolló sobre la base de un cuidadoso plan de trabajo, en el que se contempló […] la enseñanza de la técnica de la investigación históricocultural y la aportación de datos para el conocimiento de la época estudiada en el curso expositivo. […] En mi opinión, los resultados han sido satisfactorios tanto por el aprovechamiento logrado como por el interés despertado en los alumnos, varios de los cuales parecen interesados en continuar la investigación”.[21] [22]

La apreciación de Romero coincidía con las de sus alumnos: uno de los más destacados —Juan Antonio Oddone— rememoraría más de un cuarto de siglo después, la significación del seminario de 1950: “lo que más impresionó a mi generación fue su excepcional capacidad para despertar un interés sostenido por lo que enseñaba. Después de un primer año de cursos teóricos inauguraba la primera experiencia de seminario que conocimos en la Facultad, una experiencia que sacudió nuestro provincianismo académico, haciendo tambalear los criterios tradicionales de la ‘clase magistral’”.[23]

El interés del alumnado por la nueva modalidad curricular quedaría demostrado al finalizar ese mismo año ’50. cuando el representante estudiantil en el Consejo de la Facultad, Arbelio Ramírez, propuso el establecimiento de un Seminario de Historia de la Cultura; el organismo acordó contratar para regentearlo durante seis meses a Romero,[24] sin perjuicio de sus otras obligaciones docentes. Para el desempeño de estas, el Consejo de la Facultad contrató a Romero hasta febrero de 1952 (dictado del curso de Filosofía de la Historia) y hasta febrero de 1954 (dictado del curso de Historia Contemporánea),[25] dando en consecuencia a su relación con la institución la continuidad propia de los Profesores Titulares.

La vinculación de Romero con la Facultad de Humanidades y Ciencias había adquirido por entonces, no sólo la entidad que las sucesivas contrataciones evidenciaban en el plano laboral, sino una consistencia académica y afectiva muy singular. En carta al Secretario, Luis Giordano, desde Estados Unidos (donde se hallaba usufructuando una beca de la John Guggenheim Foundation), insertaba reflexiones que denotaban la naturaleza de la relación alcanzada con el medio académico montevideano: “Después de muchas vueltas, he llegado por fin a destino y estoy instalado en un recoveco de la Widener Library de la Universidad de Harvard, donde dispongo de algo así como seis millones de volúmenes. Parece un sueño. No hago más que poner a prueba la leyenda, pensando en libros raros, e indefectiblemente aparecen. Creo que aprovecharé el tiempo. […] Le ruego que salude con la mayor cordialidad a los amigos y colegas, de quienes me he acordado con verdadera sensación de camarada cada vez que he hablado de la Facultad”.[26]

El testimonio de otra alumna de los tiempos iniciales de la Licenciatura de Historia, permite alcanzar la dimensión de ese acercamiento (comunión intelectual y afectiva, a un tiempo) entre el docente y sus estudiantes, que Romero cultivó en sus semanales presencias montevideanas: “a las nueve comenzaba sus clases en la Facultad de Humanidades, después ya no se libraba de nosotros: el almuerzo, el encuentro de la tarde, la recorrida por librerías, por la ciudad —que lo seducía como todas las ciudades—, la cena de los miércoles en alguna cantina, en el Morini popular, en el Sorrento, en la CONAPROLE de Convención— alguna celebración muy especial en El Aguila. Estudiantes no sólo de historia, de filosofía, de letras, de psicología, de matemáticas, participábamos en aquellas tertulias […]”.[27]

Los vaivenes de la política argentina y la docencia uruguaya de Romero

En los primeros meses de 1953 el gobierno argentino impuso ciertas condiciones limitantes para la salida del país, a quienes efectuaban viajes periódicos al exterior. La medida tenía inocultable finalidad restrictiva de la libertad de movimiento de los opositores al peronismo, sobre todo de los que hacían de su relación laboral o sus contactos políticos en Montevideo, un modus operandi permanente. Varios docentes de la Facultad de Humanidades y Ciencias (José Luis Romero, Jorge Romero Brest, Desiderio Papp), que vivían en Buenos Aires y viajaban semanalmente a Montevideo, fueron afectados por las normas referidas. El Consejo de la Facultad otorgó sucesivas licencias con goce de sueldo durante los meses de marzo, abril y mayo de 1953 a los docentes afectados. El tema dio lugar a precisiones que ubicaron la actitud de la Universidad uruguaya en su verdadera motivación; el Decano Vaz Ferreira advirtió al respecto: “hay que tener en cuenta para resolver esta clase de problemas, que los reglamentos han previsto todo lo que se puede prever: han previsto las enfermedades, las ausencias voluntarias o por misiones de la Facultad o sin ellas; pero no han previsto estas circunstancias especiales como la que ahora priva a la Facultad del servicio de estos profesores […] [estas] situaciones [las] tenemos que resolver de acuerdo con el espíritu de los Reglamentos y fundamentalmente con espíritu de simpatía y de humanidad”.[28]

Al prolongarse la situación de virtual imposibilidad de viajes frecuentes, la Facultad ofreció a José Luis Romero un contrato atípico: éste efectuaría en Buenos Aires un trabajo de investigación o monográfico para publicar, referente al tema general de su programa del curso de Historia Universal o a una parte del mismo.[29] Al comunicar al Secretario de la Facultad su aceptación de la propuesta, Romero expresó su deseo de expatriarse para radicarse en Uruguay.[30] Los términos de la nota con que acusó recibo de la comunicación oficial de la Facultad contiene algunas referencias insoslayables de su situación política y personal, así como de la naturaleza de su vinculación con la Universidad uruguaya: “La proposición que ustedes me hacen me conmueve verdaderamente y obliga mi reconocimiento. Demás está decir que acepto entusiasmado, no sólo porque de esa manera aparece solución en un problema insoluble —sin metáfora ni exageración— sino también porque puedo trabajar en un problema que me tenía muy entusiasmado, en lugar de hacer correspondencia en una oficina o cualquier otro menester al que hubiera debido recurrir. […] Para los alumnos que me han seguido, querría transmitir (…) los más cordiales saludos, y la seguridad de que los echo de menos de manera muy viva, como si me faltar algo que ya se había incorporado a mi propia vida”.[31]

El trabajo abordado entonces por Romero versó sobre la “Formación de la conciencia de pre-guerra (1919-1939)”.[32] Una serie epistolar de sumo interés registró entre junio de 1953 y enero de 1954, las reflexiones de Romero sobre el asunto, sus dudas, sus opciones metodológicas, el recorte obligado de ciertas proyecciones temáticas vislumbradas, las posibles aplicaciones de la labor encarada para la docencia, la naturaleza provisoria de sus avances. Las notas dirigidas al Secretario Giordano constituyen una guía —no usual— para el seguimiento de la gestación y maduración de un producto intelectual, de los que generalmente se conocen en su depurada versión final. Algunos fragmentos de esa correspondencia ilustrarían mejor estos aspectos. “Como ocurre en las primeras etapas de toda investigación, por el momento tengo mucho material disperso y numerosas pistas que todavía no he podido comprobar —advierte en su carta del 15-8-1953—, de modo que no me resulta fácil adelantar nada acerca del trabajo en cuanto a su planteo final. Tengo la certidumbre de estar bien orientado […], pero cosa distinta es introducirme en la selva de los datos parciales y de los detalles y matices”. “[…] no creo que pueda escribir con tranquilidad de conciencia antes de un par de meses —reflexiona en comunicación del 16-8-1953—, porque estoy fichando media literatura universal”. “Lo que (…) he enviado es la primera parte (…) del capítulo segundo, el único que estaba en condiciones de empezar a escribir —señala en su carta del 10-12-1953—. […] El trabajo está muy lejos de satisfacerme. […] esa redacción no puede ser considerada definitiva. Es menester enriquecerla […] y supongo que cuando lo haga la redacción será más densa y expresiva”. Al remitir dos nuevos capítulos, en enero de 1954, advierte con humildad: “Si la Facultad cree que no he cumplido suficientemente, yo puedo empezar de nuevo”.[33]

La situación financiera de la Facultad impidió, a partir de marzo de 1954, mantener la modalidad contractual iniciada el año anterior. Al subsistir el impedimento de viajes regulares a Montevideo,[34] se interrumpió la relación laboral de Romero con la Facultad, motivando una carta personal del Decano Vaz Ferreira, en la que este expresó a nombre de la Institución: “el propósito firme de restablecer, en la forma en que le sea posible [las] relaciones [de trabajo], siempre sobre la base […], del alto aprecio que en esta Corporación tenemos sobre el valor moral e intelectual de Ud. y sobre la importancia que tendría para la Facultad de que sus alumnos puedan llega a aprovechar de los beneficios de su dedicación y competencia”.[35]

Un nuevo planteo estudiante en el Consejo de la Facultad, referido a la situación de Romero, tuvo lugar en diciembre de 1954, sobre la base de una propuesta de contratación, que tenía en cuenta la posibilidad de la radicación montevideana de aquél.[36] El argumento de los estudiantes aludía a la percepción que desde un inicio éstos habían tenido, del carácter renovador de la enseñanza de Romero, en el contexto de un centro de estudios que no terminaba de consolidar un perfil propio: “es muy importante y necesario obtener la contratación de personas de alta jerarquía intelectual y científica con antecedentes de capacidad y de docencia brillante en el extranjero, pues este es el único medio de mejorar y elevar la calidad de una Facultad de Humanidades y Ciencias”.[37] La oferta final de la Facultad fue un contrato para dictar cursos y dirigir un seminario de investigación en régimen de dedicación total. Si bien Romero aceptó cumplir de esa manera sus obligaciones docentes, supeditó el inicio de las mismas a la posibilidad de poder trasladarse de Buenos Aires a Montevideo. Los sucesos políticos que se venían gestando en Argentina, concurrieron sin duda a inhibir esta posibilidad.[38]

Un espacio renovador: el Seminario de Historia de la Cultura

Como se ha visto, hacia fines de 1950 la Facultad de Humanidades y Ciencias había contratado a Romero como director de un Seminario de Historia de la Cultura a realizarse en 1951, por el término de seis meses. Próximo al término del contrato, el Decano Fructuoso Pittaluga solicitó a Romero un bosquejo de organización del Seminario como estructura académica permanente. Ello dio lugar a un memorándum que Romero remitió con fecha 6 de setiembre de 1951, exponiendo someramente sus ideas al respecto. El Seminario de Historia de la Cultura tendría como objeto promover “el estudio y la investigación de temas relacionados con la historia de la Cultura occidental”, abordando por lo mismo un campo complejo, que abarcaría “la historia del pensamiento y de la vida espiritual en relación con la realidad social”. La significación del Seminario en el proceso de formación de recursos humanos de nivel superior, concebido como un esfuerzo continuado y consistente, aparecía aludida de manera particular: “El Seminario organizará la investigación sobre la base de métodos tales que permitan la acumulación de materiales a fin de encadenar el trabajo y formar con el tiempo un eficaz centro para la investigación colectiva”.[39]

La iniciativa, una vez más, había correspondido a los estudiantes: con fechas 25 y 27 de setiembre de 1951 se presentaron al Decano Pittaluga sendas notas, firmadas por estudiantes de Historia,[40] una, y por estudiante de Filosofía y Literatura,[41] otra, solicitando que el Seminario de Historia de la Cultura fuera incluido en forma permanente en los cursos de la Facultad. Decían los estudiantes de Historia: “el Seminario dirigido por el Profesor Romero ha venido a llenar una imperiosa necesidad para la formación de los estudiantes, y en especial para aquéllos que ya han cursado los primeros años del programa de estudios, sirviendo […] de complemento natural y perfecto de los cursos del programa reglamentario en vigencia”. En tanto que los estudiantes de Filosofía y de Letras, aducían: “Debido a la inexistencia hasta la actualidad de un Seminario en el cual podamos desarrollar una actividad de verdadera investigación (…) encontramos en el Seminario de Historia de la Cultura dirigido por el Dr. Romero un sustituto en donde desarrollar esta actividad esencial para nuestra formación intelectual”.

En respuesta a la demanda estudiantil, el Consejo de la Facultad resolvió contratar a Romero para dictar un Seminario de Historia de la Cultura a partir de mayo de 1952.[42] Las actividades del Seminario sufrieron la interrupción a que se ha aludido precedentemente, motivada por los sucesos políticos argentinos entre 1953 y 1955. En 1956 Romero viajaba quincenalmente dos días a la semana para mantener el Seminario, pero en 1957 comunicó que por otros compromisos y actividades no podía hacerse cargo del mismo; no obstante lo cual, “no queriendo desvincularse completamente” propuso supervisar el trabajo cumplido en el Seminario mediante un viaje mensual.[43] El Consejo de la Facultad le encomendó entonces la Dirección honoraria del Seminario y le encargó proyectara el funcionamiento de una Sección de Historia de la Cultura dentro del Instituto de Investigaciones Históricas.[44]

Medidas administrativas adoptadas por el Director del Instituto de Investigaciones Históricas, Edmundo Narancio, que supusieron un desconocimiento de la labor de Romero, dieron lugar en 1960 a un severo planteo de los delegados de estudiantes y egresados en el Consejo de la Facultad. Nuevamente se denotaba el respaldo de los núcleos jóvenes a las propuestas renovadoras de Romero, frente al establishment historiográfico “[…] hay un núcleo de estudiantes […] [y] algunos egresados de Humanidades, que trabajaron dentro de la precariedad, realmente increíble, relativa a medios, con un entusiasmo extraordinario. La continuidad de este Seminario tiene gran importancia tanto para la Facultad como para las disciplina históricas. Ese núcleo de estudiantes existe aún; tiene deseos de trabajar. Lo mismo con respecto al grupo de egresados. Pero a pesar de todos estos deseos no encuentran ni siquiera el local donde hacerlo. En este momento hay un profesor que, a pesar de hallarse fuera del país, quiere mantenerse en contacto con la Facultad; justamente en esta disciplina no se tiene en el país personas que puedan haber efectuado una labor semejante a la del profesor Romero. Existen los elementos necesarios para que funcione ese Seminario, por tanto, todo lo demás es secundario”.[45] En una actitud que implicó agregar elementos críticos al desempeño de Consejo reiteró por unanimidad la existencia del Seminario de Historia de la Cultura y la Dirección honoraria de Romero.

Bajo la diestra mano de Romero el Seminario inició dos líneas de publicaciones: monografías realizadas en su seno, producto de labores tanto individuales como colectivas; y una colección de fuentes para la Historia de la Cultura, en la que aparecieron traducidas y anotadas las obras que se consideraban fundamentales para el conocimiento de ciertas épocas, y que por lo general tenían el carácter de semi-éditas o de muy difícil obtención en el medio.[46] Los colaboradores más cercanos de Romero en las tareas del Seminario fueron por entonces Gustavo Beyhaut, Juan Antonio Oddone, Carlos Visca, Rosa Perla Raicher, Rubén Ornar Cecilli, Martha Campos de Garabelli. Incluso Oddone realizó entre 1961 y 1962 un conjunto de actividades académicas relacionadas con el Seminario en el marco de la Cátedra de Historia Social de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, a solicitud expresa de Romero. En modo concurrente a estas labores, el Seminario fue ámbito de recepción de figuras significativas del mundo académico internacional, como los latinoamericanistas Manfred Kossok y Ruggiero Romano.

El Seminario de la Historia de la Cultura pasó a partir de 1962 a construir una Sección, consolidando con soporte administrativo y locativo mínimo, el espacio de trabajo renovador que había significado desde un principio. La Dirección honoraria de Romero se ejerció mediante visitas periódicas, que supusieron una continuidad de orientación. La asignatura Historia de la Cultura se incorporó como materia curricular del Plan de Estudios de la Licenciatura de Psicología, aunque no figuró en el Plan de Estudios de la Licenciatura en Historia reformulado en 1960. Sin perjuicio de esta circunstancia, sucesivas generaciones de estudiantes de Historia hicieron de las actividades de la Sección su centro de formación, recogiendo directamente de Romero y —ya en la década de los ‘60— de su continuador Oddone, una rica experiencia formativa.

En reconocimiento de esta sostenida acción docente, la Facultad de Humanidades y Ciencias designó a Romero, en 1963, Profesor Ad Honorem, y la Universidad de la República —a propuesta de la Facultad y por iniciativa de su Decano Rodolfo Tálice y de los Consejeros Roberto Ibáñez, Manuel García Puertas y Rubén Omar Cecilli—, le confirió el mismo año el Doctorado Honoris Causa.

Una polémica frustrada

Las actividades de Romero en Montevideo, durante los veinticinco años en que mantuvo su relacionamiento con la Universidad, marcaron múltiples modalidades y diversos ámbitos institucionales. La radio oficial (SODRE) irradió por mucho tiempo una audición por él concebida y dirigida: “Imagen de una época”, promoviendo una pionera experiencia de radio telefonía. El Museo Pedagógico, como espacio privilegiado de convocatoria del elemento magisterial, recogió las lecciones de Romero sobre “La crisis del mundo medieval y los orígenes de la modernidad”. En el Paraninfo de la Universidad se escucharon en diversas ocasiones sus conferencias o clases sobre “La Universidad argentina y sus problemas actuales” (noviembre de 1955), “La situación contemporánea” (setiembre de 1957), “Historia de las ideas en América latina, 1860-1958” (Cursos Internacionales de Verano, febrero-marzo de 1958). La “Revista de la Facultad de Humanidades y Ciencias” y la “Revista Histórica de la Universidad”, recogieron en sus páginas enjundiosos frutos de su labor de medievalista.[47] En la Casa del Pueblo, del Partido Socialista, se escuchó su palabra sobre la realidad argentina.

Una labor tan proteica no podía permanecer ajena a la controversia. Y esta llegó de la mano de un análisis ensayístico que vio la luz en las páginas de “Marcha”. La polémica se abrió paso entre el ocasional objetor (Einar Barfod) y defensores indirectos y directos de Romero. Entre marzo y mayo de 1957 se intercambiaron diatribas y reflexiones, interrogantes y aserciones.

El motivo circunstancial de la polémica fue la aparición de un breve texto de Romero, Introducción al mundo actual. A partir del mismo, Barfod señaló “una veta frívola en el autor”.[48] Asegura el objetor que “El ensayo de Romero es una interpretación de interpretaciones y su punto de partida es la lectura. Este género de actividad, en sí y por sí es necesario y legítimo. Pero toda actividad específica tiene sus peligros inherentes. En este caso, el idiotismo que amenaza es el pensar por abstracciones”. Lo sustancial de la crítica de Barfod estriba en el rechazo que le merece la afirmación de Romero en cuanto a la percepción de las fuerzas en conflicto, como característica del mundo actual, en tanto las masas ascienden y las elites se oponen a ese ascenso, generando esa contraposición una renovación de la conciencia social. Esta renovación, que Romero advierte claramente expresada en la toma de posesión por parte de las masas de un derecho incontrastable, permite concluir que en el mundo de las guerras mundiales no puede haber ya una política que excluya a las masas, aunque estas puedan ser tentadas por caminos contradictorios (fascista o socialista). El tono de la crítica al que apela Barfod resulta sorprendente: “Oprímase brevemente […] cualquiera de sus frases a través de todo el ensayo. Es como apretar un insecto entre los dedos. Cruje la delgada costra verbal y se siente algo blando y viscoso, absolutamente amorfo. No hay esqueleto, ni estructura interior alguna”. El componente agresivo final refiere al encuentro que Romero insinúa entre el avance de las masas en su toma de conciencia protagónica y el mensaje fraternal del Cristianismo: Barfod denuncia el “fraseo puramente retórico de Romero, quien [usa] al cristianismo para apoyar su tesis, dotándola de un lustre prestado”.

Un mes después de la aparición del artículo de Barfod, en la sección “Carta de los lectores”, “Marcha” publica una nota firmada con el seudónimo “Perplejo”. El corresponsal dice haber esperado “en vano una respuesta —refutación o aquiescencia—de los alumnos de J. L. Romero”. Aclara que no conoce a ninguno de los involucrados, que no es alumno ni especialista de Historia, y que el artículo lo “desconcertó por lo que dice y por lo que insinúa”. Luego de pasar revista a los principales argumentos de Barfod, en cuanto “demolición” de la imagen de Romero, “Perplejo” concluye con interrogaciones que apenas encubren su opinión: “¿no se puede conceder a Romero —en su preocupación por los problemas actuales, en su proficua labor docente, en su activa militancia política, en su extensa obra de historiador— una sinceridad científica, una inquietud operante, una capacidad que se desarrolla con creciente intensidad hacia el hombre y su problema? ¿No hay otra posibilidad para Romero, que integrar el grupo de los Profesores tizones, de los Intelectuales objeto de desolación? ¿No puede, además, ser Poeta (es decir: sentir, pensar y hablar en términos de belleza) y realizar bien? ¿No es también Pueblo?”.[49]

La réplica de Barfod llegó en forma de un nuevo ensayo periodístico,[50] en el que advirtió que “La elección de esta obra y este autor tiene únicamente un valor ejemplar. Aunque estemos frente a un ‘individuo’ —en principio libre y original— funcionan dentro de él ciertos mecanismos impersonales y colectivos: maneras de pensar deficientes, cuya generalización puede provocar fatales confusiones y coayudar a la fabricación de problemas tanto más insolubles cuanto peor planteados”. El señalamiento crítico se centra entonces en la lectura (que Barfod estima deficiente) que Romero hace de la obra de Ortega y Gasset. “Romero mal interpreta —afirma— La Rebelión de las Masas. Nos interesa (en este contexto amplio de nuestro planteo) comprender el mecanismo del error y su significado”. El análisis de Barfod se explícita a partir de semejante supuesto: “Romero piensa en clases sociales y fenómenos sociales multitudinarios; es decir, emplea el concepto de ‘masa’ como categoría sociológica. Desde ese planteo, es que arguye su seudo-discrepancia con Ortega, atribuyendo al autor español el mismo enfoque sociológico. Se equivoca. Y de ese error elemental, fluyen graves consecuencias. […] Si el enfoque de Romero es sociológico, el de Ortega es psicológico. ‘Rebelión’ designa el hecho subjetivo de la indisciplina: la voluntad de no sujetarse a norma alguna de conducta”. Más allá de la certidumbre interpretativa del planteo de Barfod —tanto respecto de la obra de Ortega como de la lectura que Romero hace del filósofo español—, lo que vuelve a emerger es la intencionalidad agraviante, la desmesura en el calificativo: “La ceguera para otros enfoques (igualmente legítimos) distintos del enfoque propio; la reducción de la realidad toda a un único esquema, por lo demás simplista, el hecho de quedarse en una descripción abstracta, creyendo que es ‘toda’ la realidad; en capacidad (que de allí se deriva) para pensar desde otros puntos de vista y para otros fines: todos estos, son elementos del ‘espíritu de abstracción’. Consiste en escamotear la realidad íntegra y viva para sólo ver algunos esquemas o ideas que los hombres han elaborado. Y es (en todos los campos) la semilla primeriza del fanatismo”.

Es entonces que se rompe el silencio de los discípulos. Una veintena de ellos[51] publican en las páginas de “Marcha” una nota bajo el título Defensa de José Luis Romero. Escueto texto, apunta a deslindar el derecho a la crítica del respeto a una labor integral y a una personalidad creadora y generosa: “Ante todo, la altura mínima exigible a toda crítica seria debe desechar aquellos términos y calificaciones improcedentes, tanto por un principio de ética cuanto por su inoperancia como elemento de prueba. Entendemos así mismo que Romero, no cabe admitir —a partir de un análisis centrado en un aspecto de una de sus obras— conclusiones que encierran juicios agraviantes para su persona. […] Afortunadamente tales expresiones no traducen si no ligerezas lamentables, originadas en un vicioso criterio que el propio articulista confiesa cuando escribe: ‘una consideración prolija de toda la obra de Romero sería irrelevante para mi propósito’. Por lo demás, es evidente para quienes han trabajado junto a Romero o le han seguido en alguno de sus cursos que la atribución de omnisapiencia es una nueva afirmación gratuita. Ni Romero pretende pasar por omnisapiente, ni es un ‘improvisador’ de los que buscan ‘el éxito fácil’ a través de un ’palabrerío infecundo’. Asintiendo o discrepando con su punto de vista no puede negársele —sin sospechosos ensañamientos— su fecunda contribución a la historiografía, una metódica labor de orientador y especialista y, por sobre todo ello, una conciencia vigilante y lúcida, ante los problemas de su tiempo, donde quizá se define su más valiosa dimensión humana e intelectual”.

La réplica de Barfod carece de nuevos elementos argumentales, limitándose a reiterar que el ejemplo que se ha elegido para significar el “espíritu de abstracción” “Sirve para demostrar la existencia generalizada y la gravedad del mal que combato. Romero goza de prestigio y (según me dicen) es capaz de obra seria, importante. Si a pesar de eso, puede poner en circulación ese ensayo, queda probada la importancia del mal que denuncio. No es privativo de mi carnicero. Afecta también la obra de intelectuales dotados de público, cuyas obras son leídas —en actitud de confianza y con pocos reparos críticos— por vasto número de personas”.[52]

La clausura de la polémica corrió de cuenta de uno de los discípulos de Romero, Gustavo Beyhaut, quien había actuado como encargado interino de la Sección Historia de la Cultura. El enfoque de este artículo final desplazó, en parte, el objetivo de la controversia al plano más general de la conducta de los intelectuales en la coyuntura rioplatense y, en particular, ante los desafíos socio-políticos de la Argentina post-peronista. En cuanto a la personalidad, la importancia de la obra y la gravitación intelectual de Romero, Beyhaut no dejó lugar a dudas: “No es preciso un talento especial para encontrar errores, zonas mal dibujadas y hasta fallas de redacción en una producción tan copiosa como la de Romero. Particularmente, si se confunde en el juicio la totalidad, que abarca divulgación, ensayo e investigación, manuales y artículos eruditos. […] Es difícil apreciar una producción intelectual, sin vincularla al medio y a la época correspondiente. Resulta imposible valorar la figura de Romero, sin tener en cuenta elementos que no se traslucirán en sus escritos. Por lo pronto, sus métodos de trabajo son abierto, los materiales de que dispone se ofrece generosamente a quien llegue. Este no es un simple detalle por lo que prima en el ambiente, es la actitud contraria: el trabajo en secreto, la reserva y hostilidad al extraño. Hay algo más importante todavía es su capacidad de dialogar con la juventud y la elasticidad de pensamiento que le permite ir asimilando elementos que son fruto de la observación del medio y de la época. En el primer aspecto, la relación entre Romero y la juventud, hay que anotar una diferencia entre esa relación y la concepción académica del Maestro, fuente absoluta de todas las verdades. La capacidad de Romero para dialogar con la juventud, es más importante que la elección suprema de la cátedra, por el intercambio fecundo que resulta, en el que no se sabe cual de las pares ha sido más beneficiada”.[53]

Colofón

La historiografía uruguaya nacida del aggiornamento teórico y metodológico al que concurrió la tarea formadora de la Facultad de Humanidades y Ciencias (lo que se ha dado en llamar la “Nueva Historia”), reconocen el aporte de Romero uno de sus cauces fundamentales, por su incidencia personal en cursos y seminarios, cuanto por su labor orientadora en la formación y en las opciones temáticas de Juan Antonio Oddone (cuya tarea la capacitación de nuevos investigadores ha sido sustancial desde mediados de la década de los ‘60). La observación de Real de Azúa sobre la “Nueva Historia” permite tipificar la acción renovadora de Romero: “En esta corriente […] parecen corresponderse mejor esas dos variables de la labor historiográfica que son el dominio de un considerable (y a veces poco conocido) material y la capacidad de hacerle preguntas que a la vez esclarecen el pasado en sus vertebraciones decisivas e importan para nuestra acción responsable en un tiempo y un espacio crecidos sobre aquél, modulados por sus fuerzas”.[54]

Las constataciones que permite lograr el rastreo documental de la labor desarrollada por Romero en la Facultad de Humanidades y Ciencias, habilitan el señalamiento de los rasgos determinantes de su magisterio en la configuración de la “Nueva Historia”. Tienen el sello de las enseñanzas (las sugerencias, las orientaciones) de Romero (y son. al mismo tiempo, rasgos distintivos de la vertiente historiográfica aludida) la preocupación preferente por la problemática económica y social, la explicitación de los presupuestos teóricos y metodológicos de la labor realizada, la neutralización del gran personaje como hacedor de su tiempo histórico, la admisión del carácter provisional de todo conocimiento, la actitud alerta ante todas las manifestaciones de la vida social en cuanto expresiones culturales.

La historiografía uruguaya de los últimos cuarenta años debe a José Luis Romero no sólo una parte considerable de su perfil sino el sentido de espacio de acumulación que la caracteriza, esa idea que en su testamento intelectual Romero sintetizaba magistralmente al conversar con Félix Luna: “si se observa el desarrollo del pensamiento histórico, si se hace la historia de cómo se ha historiado un tema, en el conjunto usted puede encontrar todos los elementos para desarmar las subjetividades en que hayan podido incurrir unos y otros, y tener al final (no en cada historiador, sino en el conjunto de los historiadores, o sea en la ciencia histórica), una especie de media en la que hay un llamado de atención con respecto a la presencia de juicios subjetivos”.[55]


[1] Cfr.: Juan Oddone – Blanca Paris, La Universidad Uruguaya. Del militarismo a la crisis, 1885-1958. Tomo II. Montevideo, Universidad de la República – Departamento de Publicaciones, 1971, p. 610.

[2] Universidad de la República. Facultad de Humanidades y Ciencias, Planes de Estudio. Licenciaturas. Cursos de 1950. Montevideo [1950], pp. 15-16.

[3] Con anterioridad a la formalización de los estudios de la Licenciatura en Historia, se creó —a iniciativa del Consejero Justino Jiménez de Aréchaga, más tarde Decano de la Facultad—, el Instituto de Investigaciones Históricas, a cuyo frente se designó al Dr. Emilio Ravignani. Este impuso los criterios que habían caracterizado su actuación como Director de la institución homónima de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, así lo anunció, por otra parte, en la disertación inaugural del Instituto, realizada en 6 de octubre de 1947: “Con rumbo certero, procederemos a la tarea de investigación aplicando métodos rigurosos, búsquedas agotadoras, siguiendo sene por serie los procesos. El propósito heurístico nos conducirá a los archivos del país y del extranjero […]” (Cfr.: Instituto de Investigaciones Históricas, Inauguración y Plan de Trabajos del Instituto de Investigaciones Históricas. Montevideo, Universidad de la República Oriental del Uruguay – Facultad de Humanidades y Ciencias, 1948).

[4] La nota, suscrita el 1-9-1948 por Carlos M. Rama, José Pedro Díaz, Mercedes Ramírez, Ida Vítale, Amanda Berenguer, Judith Dellepiane. Amelia Meléndez, Carlos Garate y otros, obra en el Archivo de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (AFHCE). Legajo 41. Carpeta 268.

[5] AFHCE. Libro de Actas del Consejo. N° 4, f. 78 (Sesión del 14-9-1948, Acta N2 122).

[6] En el Syllabus del año 1948 correspondiente a Ciencias Históricas, la Facultad incorporó este breve cursillo. Cfr.: Universidad de la República. Facultad de Humanidades y Ciencias, Memoria. 1948. Montevideo, p. 4.

[7] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268 (Carta del Dr. Luis Giordano a José Luis Romero, fechada el 2-2-1949).

[8] Una última frase de la nota de Giordano (“Le agrego que en el Instituto de Investigaciones Históricas aspiran también a su colaboración”), quizás expresara más el interés de las autoridades de la propia Facultad que el de Ravignani.

[9] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268 (Carta de José Luis Romero a Luis Giordano, fechada en Adrogué el 6-2-1949).

[10] AFHCE. Libro de Actas del Consejo. N° 5, f. 26 (Sesión del 29-3-1949, Acta N° 143). La contratación inicial fue por tres meses, con un estipendio mensual de $ 150.- por asignatura.

[11] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268 (Carta de José Luis Romero a Luis Giordano, fechada en Adrogué el 1°-4-1949).

[12] Esta es la primera de una larga serie de notas en las que Romero comunicaba a las autoridades de la Facultad de Humanidades y Ciencias, aspectos relacionados con la gestión de sus cursos. “¿Habrá alumnos?”, “¿Se podrá comunicar en tiempo a los estudiantes?”, “Como todavía es temporada habrá que sacar [los pasajes] con alguna anticipación”, eran preocupaciones permanentes de estas misivas, sobre todo en razón de las dificultades que a veces planteaba el viaje desde Buenos Aires (cierre del Puerto por mal tiempo, situaciones imprevistas de tipo personal, aumento de la demanda de pasajes en el Vapor de la Carrera). Cuando razones de salud le impedían concurrir al dictado de sus clases Romero cursaba aviso por nota o telegrama.

[13] El Programa de Introducción a los estudios históricos, dictado en 1949 comprendía los siguientes puntos: I. Nociones preliminares sobre la realidad histórica: a) los elementos de la vida histórica; b) la naturaleza de la vida histórica; c) la vida histórica como cultura. II. Nociones preliminares sobre la conceptuación histórica. Posibilidades, caracteres y límites del conocimiento de la realidad histórica. III. El método de la investigación histórica. IV. La comprensión histórica. V. La ciencia histórica. El tema estricto y los principales problemas de la ciencia histórica, las doctrinas y tendencias fundamentales. VI. El historiador. La actitud histórica. VIl. La formación histórica.

Por su parte el Programa de Filosofía de la Historia abarcó los siguientes puntos: I. Cuestiones preliminares. Ciencia histórica y filosofía de la historia; límites y relaciones. Los grandes sistemas de la filosofía de la historia. Los pensamientos antiguos: Polibio. III. El pensamiento medieval: San Agustín. Las proyecciones del sistema agustiniano. Bossuet. IV. El pensamiento renacentista: Maquiavelo. Las grandes utopías. Vico. V. El pensamiento de la Ilustración. Herder, Montesquieu, Voltaire. VI. El pensamiento romántico: Hegel. Las proyecciones de la dialéctica hegeliana. VIl. El pensamiento positivista: Comte. VIII. El pensamiento contemporáneo: Rickert, Dilthey, Croce, Spengler, Toynbee. IX. Los problemas fundamentales: a) el sentido de la vida histórica; b) la naturaleza de la vida histórica; c) elementos y caracteres del proceso histórico. (AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268).

[14] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268 (Carta de José Luis Romero al Decano Carlos Vaz Ferreira, fechada en Buenos Aires el 5-4-1949, acompañando los Programas de Introducción a la Historia y Filosofía de la Historia).

[15] Cfr. al efecto Emilio Ravignani, Introducción a los estudios históricos. Apuntes taquigráficos tomados por la Bachiller María del Carmen López, en clases dictadas en la Facultad de Humanidades y Ciencias. Montevideo, R.E.I. Ltda., 1949.

[16] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 128 (Informe del Profesor José Luis Romero, fechado en Adrogué el 12-12-1949).

[17] Ibidem.

[18] Ibidem.

[19] El sentido formador de su propuesta pedagógica, quedó claramente explicitado en una carta de José Luis Romero al Decano Justino Jiménez de Aréchaga, fechada en Adrogué el 10-1-1950, en la que, frente a los primeros trabajos de alumnos de los cursos a su cargo en 1949, consultaba sobre modalidades de calificación, agregando: “necesitaría saber qué debo hacer frente a trabajos que, sin ser claramente inaceptables, presentan errores o revelan cierta pobreza conceptual. Pienso que acaso podrían ser devueltos para que fueran mejorados dentro de cierto plazo” (AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268).

[20] El Programa de curso de Historia Contemporánea se ajustó a la siguiente enunciación: I. Parte General 1. La llamada Edad Contemporánea o tercera edad de la cultura occidental. Sus límites y caracteres generales. 2. Los períodos de la Edad Contemporánea y las grandes líneas de su desarrollo económico, social, político y cultural. II. Parte Especial: Europa en la época del imperialismo (1871-1914). 3. El orden económico-social. Técnicas e industrialización. Ascenso de masas. Problemas de producción, consumo y transporte. Problemas sociales derivados. Desarrollo del capitalismo. Expansión colonial y semicolonial. 4. Las grandes estructuras políticas. Caracteres generales. Situaciones de hecho y de derecho. El problema social y político de las nacionalidades. Nación y Estado. Nación y área de influencia. El problema de la cultura. 5. El desarrollo interno de las grandes potencias. El grupo de la Triple Entent. El grupo de los Imperios centrales. 6. El desarrollo interno de las potencias secundarias. España e Italia. Las potencias coloniales menores: Holanda, Bélgica y Portugal. Los países balcánicos. 7. Los problemas fundamentales de la política internacional hasta la primera guerra mundial. 8. La vida y la cultura (desarrollado en forma de seminario, en una hora semanal). Fenómenos sociales y culturales. Formas e ideales de vida. El sentido de la creación. El pensamiento teórico y la ciencia. La técnica. Las doctrinas sociales y políticas.

[21] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268 (Informe del Profesor José Luis Romero fechado en Adrogué, el 19-11-1950).

[22] Efectivamente, en diciembre de 1954 Carlos Visca, alumno de Romero, publicó en la “Revista de la Facultad de Humanidades y Ciencias” (N° 13, pp. 161-212) un enjundioso trabajo bajo el título La estructura moral de las clases medias (1870-1914), que fuera iniciado en el seminario de 1950.

[23] Juan Antonio Oddone, Presencia de José Luis Romero en la Universidad Uruguaya, en “Cuadernos Americanos”. Nueva Epoca. Año II. Vol. 4 N° 10. México, UNAM, Julio-Agosto 1988, pp. 123-124.

[24] Se le abonarían mensualmente $200.- por esta nueva tarea (AFHCE. Legajo 41 Carpeta 268 Nota del Secretario de la Facultad a José Luis Romero, fechada el 22-12-1950).

[25] AFHCE. Libro de Actas del Consejo. N° 6, f. 386 (Sesión del 26-12-1950, Acta N° 209). Por resolución de fecha 5-10-51 el Consejo renovó el contrato de Romero para el dictado del curso de Filosofía de la Historia hasta febrero de 1954 (AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268).

[26] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268 (Carta de José Luis Romero a Luis Guidamo, fechada en Cambridge el 11-2-1951).

[27] Blanca Pans de Oddone. José Luis Romero universitario, en “Cuadernos Americanos”. Nueva Epoca. Año II. Vol. 4. N° 10. México, UNAM, Julio-Agosto 1988.

[28] AFHCE Libro de Actas del Consejo. N° 9. fs. 60/62 (Sesión de! 24-4-1953, Acta N9 315).

[29] AFHCE. Libro de Actas del Consejo. N° 9, fs. 93/95 (Sesión del 29-5-1953, Acta N9 319).

[30] AFHCE. Libro de Actas del Consejo. N° 9, fs. 110/111 (Sesión del 22-6-1953, Acta N9 322).

[31] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268 (Carta de José Luis Romero a Luis Giordano, fechada en Adrogué el 9-6-1953).

[32] En junio de 1956, Romero solicitó autorización a la Facultad de Humanidades y Ciencias para publicar su obra, dejando constancia de su agradecimiento por la colaboración brindada por aquélla para su realización (AFHCE. Libro de Actas del Consejo. N° 12, f. 157 [Sesión del 8-6-1956, Acta N° 467]).

[33] Todas las cartas mencionadas, dirigidas por José Luis Romero al Doctor Luis Giordano, obran en el AFHCE Legajo 41. Carpeta 268

[34] En carta de 5 de marzo de 1954, Romero comunicó su imposibilidad de viajar a Montevideo para hacerse cargo de sus cursos “por las razones que son de pública notoriedad” (AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268).

[35] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268 (Carta del Decano Carlos Vaz Ferreira a José Luis Romero, fechada el 16 de marzo de 1954).

[36] AFHCE. Libro de actas del Consejo. N9 10, fs. 227/228 (Sesión del 3-12-1954, Acta N° 393, planteo del consejero Víctor Cayota).

[37] AFHCE, Libro de actas del Consejo. N° 10, fs. 231/233 (Sesión del 17-12-1954, Acta N° 395. intervención del Consejero Víctor Cayota).

[38] El 20-5-1955 Romero envió un telegrama “haciendo saber que no ha[bía] podido obtener las autorizaciones necesarias para viajar a Montevideo y que confia[ba] en hacerlo en la próxima semana” (AFHCE. Libro de Actas del Consejo. N° 11, f. 132). En la sesión del Consejo del 27 de mayo de 1955, el Secretario Giordano expresó que no tenía una comunicación directa del Profesor José Luis Romero, pero que había sabido por algunos alumnos “que [seguía] tratando de conseguir la autorización necesaria para viajar a Montevideo[…]” (AFHCE. Libro de Actas del Consejo N° 11, fs. 142/143.

[39] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268 (Nota y memorándum de José Luis Romero al Decano Fructuoso Pittaluga, fechados en Montevideo el 6-9-1951).

[40] Firmaban esta nota, entre otros, Carlos Visca, Rubén Ornar Cecilli, Selva Paz, Mana J. D’Elia, Martha Campos de Garabelli, Amelia Meléndez, Blanca París, Germán Rama, Rosa Perla Raicher, Arbelio Ramírez e Irma Larrainci (AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268).

[41] Suscribían esta nota, entre otros, Mario H. Otero, Víctor Cayota, Dina Díaz, Gonzalo Estrada, María Luisa Torrens, Carlos Mato Fernández. Eneida Sansone, Sara Vaz Ferreira de Echeverría (AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268).

[42] AFHCE. Legajo 41. Carpeta 268 (Nota de la FHC al Rector de la Universidad de la República, Arg. Leopoldo Agorio, dando cuenta de dicha resolución, fechada el 31-3-1952).

[43] AFHCE. Libro de Actas del Consejo. N° 12, f. 325 (Sesión del 23-11-1956, Acta N° 490)

[44] AFHCE. Libro de Actas del Consejo. N° 13, f. 21 (Sesión del 15-2-1957, Acta N° 503).

[45] AFHCE. Libro de Actas del Consejo. Año 1960. Tomo 2, fs. 422/423 (Sesión del 22-11-1960, intervención del Consejero por el Orden de Egresados, Lic. Manuel García Puertas).

[46] Podrían citarse, a vía de ejemplo, entre estas fuentes: La imagen del hombre en Inocencio III y en Gianozzo Manetti; Tres testimonios renacentistas (carta de Giordano Bruno a los doctores de Oxford; carta de Leonardo a Ludovico el Moro; carta de Maquiavelo a Francesco Vettori); El proceso de Giordano Bruno; Historia de Fray Miguel de Florencia; BOSWELL, La vida del Dr. Johnson; R. Owen, Una nueva visión de la sociedad. Un llamado a los habitantes de New Lanark. Un llamado a la clase obrera. De la serie de Estudios Monográficos, merecen recordarse los trabajos del propio Romero: Reflexiones sobre la Historia de la Cultura; Ideologías y cambio social en América Latina; Europa y las ideologías latinoamericanas.

[47] El espíritu burgués y la crisis bajo-medieval, en “Revista de la Facultad de Humanidades y Ciencias”. N° 6. Montevideo, Abril 1951, pp. 101/116; Sociedad y cultura en la temprana Edad Media, en “Revista Histórica de la Universidad”. Segunda Epoca. N° 1. Montevideo, 1959, pp. 85/139.

[48] Cfr. este artículo inicial: Einar Barfod, Sobre el Espíritu de Abstracción: el Ejemplo de José Luis Romero, en “Marcha”. Año XVIII. N° 853. Montevideo, 1-3-1957, pp. 20/23.

[49] Cfr. “Marcha”. Año XVIII. N° 858. Montevideo, 12-4-1957, p. 2 (“Cartas de los lectores”: De Chesterton a José Luis Romero [fda.:] Perplejo).

[50] Cfr. Einar Barfod, Ortega leído por José Luis Romero. El espíritu de abstracción y la alucinación intelectual, en “Marcha”. Año XVIII. N2 859. Montevideo, 26-4-1957, pp. 22/23.

[51] Carlos Visca, Jorge Castillo, Juan Antonio Oddone, Roque Faraone, Blanca París, María Luisa Torrens, María Angélica Domínguez, César López, Amelia Meléndez, Adriana Giannelli, Víctor Sanz, Doris Ferretti, Luis Vignolo, Gloria Caballero, Benjamín Nahum, Domingo Carlevaro, Edgardo Carvalho, Delia Etchegoimberry, Martha Campos de Garabelli, Jael Machado, son quienes suscriben la nota que se publica en “Marcha”. Año XVIII. N° 681. Montevideo, 10-5-1957, p. 3 (“Cartas de los lectores”, Defensa de José Luis Romero).

[52] Cfr. “Marcha”. Año XVIII. N° 862. Montevideo, 17-5-1957, p. 3 (“Cartas de los lectores”: En la romería, dos palabras de clausura).

[53] Cfr. Gustavo Beyhaut, J. L. Romero y la Actitud Intelectual en el Plata, en “Marcha”. Año XVIII. N2 863. Montevideo, 24-5-1957, P 21.

[54] Carlos Real de Azúa, El Uruguayo como reflexión II. Fascículo N° 37 de “Capítulo Oriental”. Montevideo, 1969, p. 588.

[55] Félix Luna, Conversaciones con José Luis Romero (sobre una Argentina con historia, política y democracia), Timeman Editores, Buenos Aires, 1976, págs. 71/72.