La tesis de José Luis Romero

DOMINGO ARCÓMANO

En la década del 40, al calor de la lucha ideológica, el reclamo partidario o meramente ideológico alcanzó —por tramos— “status” académico, bajo la vestidura de “historia de las ideas”. Esta limitación nada original, que pareciera lastrar toda teoría política, tuvo en nuestro país el signo negativo de crear escuela, destacada en el ámbito universitario, donde se sirvió de andaduras más refinadas en lo metodológico, pero que apenas alcanzaban a encubrir su intencionalidad denigratoria.

En este segmento se inserta, saturando un espectro de casi medio siglo, la labor de José Luis Romero, En 1946 publicaba en México “La ideas políticas en Argentina[1] en el que desarrollaba su programa “de ideas”, anudando la consideración iluminista de fenómenos (caracterizados estratégicamente en forma previa como “oscuros en si mismos”)[2] con una especie de cartesianismo místico:

“…el autor ha procurado siempre descender desde el plano de las ideas claras y distintas hasta el fondo oscuro de los impulsos elementales y las ideas bastardas, seguro de llegar de este modo a la fuente viva desde donde surge la savia nutricia que presta a las convicciones esa fiereza tal peculiar de nuestra historia política”. [3]

Esta trilogía de fuente viva-impulsos elementales-ideas claras y distintas, que con carácter circular pareciera consolidar un método de investigación-exposición, se expresa en Romero en la lucha dual de principios y estructuras:

“… (el) duelo entre dos principios <el principio autoritario y el principio libera> y este otro entre la realidad y la estructura institucional se perpetúa y constituye el nudo del drama político argentino…>[4]

Este sesgo idealista consistente en reducir la multiplicidad de datos a dos unidades opuestas, muy lejos de ser un planteo original desde el inicio, se transformó en un error “colectivo” que por esa vía reduccionista inficionó el discurso de un variado espectro teórico e ideológico.

Este mismo rasgo lo encontramos, por ejemplo, en la “Historia de las ideas políticas en Argentina”, de Vicente D. Sierra, donde la crítica al indigenismo, al capitalismo y al comunismo se sostiene en una dialéctica de esquemas (cuyos polos son el liberalismo y el autoritarismo).[5]

En 1946, Romero asienta su postura programática de la siguiente manera:

“Hombre de partido el autor quiere, sin embargo, expresar sus propias convicciones, asentadas en un examen del que cree inferir que sólo la democracia socialista puede ofrecer una positiva solución a la disyuntiva entre demagogia y autocracia…” [6]

Lo que en 1946, aparecía como un déficit metodológico sesgado por una posición programática en lo político, las sucesivas ediciones del libro, a pesar de la ganancia de la perspectiva temporal, ratifican el signo negativo de la repetición.

Si el error aparece como una limitación del conocimiento, la repetición voluntaria en Romero, se constituye, por lo menos como obstinación plagada de subjetividad.

La edición de la misma obra correspondiente a 1969 (4ta. edición), que es la que utilizaremos en adelante, aparece ampliada con un nuevo capítulo (“IX: La línea del Fascismo”) donde pretende dar cuenta del período que va de 1930 a la caída del 2do. gobierno de Perón, sobre la matriz del libro original.

A lo largo del mencionado capítulo aparecerá la “línea del fascismo” nombrada, pero nunca explicitada: así, “fascismo argentino”, “típicamente fascista” (sin definir sus rasgos esenciales), “fascismo naciente”, “remedo completo del fascismo en la Argentina”, “fascismo ilustrado”, “revolución fascista”, etc., serán los conceptos de contenidos imprecisos todos aplicados a la etapa preliminar y al golpe militar de Uriburu en 1930.[7]

Las dificultades teóricas son ejemplares (la imposibilidad de conciliar “remedo fascista”, con “fascismo naciente” y “típicamente fascista” son obvias) pero son ignoradas por Romero. Ello no le impedirá agregar otra inconsistencia refiriéndose al Presidente Ortiz:

“…sus declaraciones, sus actos, y la elección de algunos de sus colaboradores parecieron insinuar que se restauraría la libertad del voto; pero la enfermedad que le obligó a abandonar la presidencia en 1940 abatió aquella esperanza y las masas populares cayeron nuevamente en un profundo desaliento. Así se preparaba la irrupción del fascismo”.[8]

Dando por cierta la filiación nazi del G.O.U., sostiene que formaba parte de sus filas sirviendo a la causa nazi el entonces corone] Juan Domingo Perón. [9]

Con la “Línea del fascismo”, Romero hace empalmar “La línea del peronismo”, prácticamente sin solución de continuidad. Perón constituiría uno de los elementos pronazis más activos, y habría comenzado a utilizar los métodos “típicos” aconsejados por la “tradición nazifascista” y “la concepción de la política vigente en ciertos grupos militares”, aunque nada dice del contenido típico, ni de la tradición, ni cuál fue aquella política. [10]

Esta generalización, alejada de la comprobación histórica y más cercana al alegato político, remata —para intentar un alegato de bien probado, en este caso condenatorio— en la remisión a una supuesta proclama “poco anterior a la revolución del 4 de junio y dirigida al ejército”.[11] Se trata de la reproducción parcial de lo que con el título de “DOCUMENTO QUE CIRCULÓ ENTRE LOS OFICIALES DEL EJÉRCITO EL 3 DE JUNIO DE 1943” se reprodujo en el libro “Así se gestó la dictadura”. [12]

En el esquema de Romero, el nazismo de Perón tiene su correlato en “las conciencias de la masa (sic) insuficientemente politizada”. La prédica de Perón —“revolucionaria y reaccionaria a un tiempo como todo fascismo” según Romero— y que en forma de plan constituía un “remedo del fascismo”, habría sido diseñada en la conferencia que el mismo Perón pronunciara en la Universidad de La Plata el 10 de junio de 1944. Esta prédica

“…fue adquiriendo vigor y terminó por arraigar en la conciencia de ciertos grupos sociales, pertenecientes a la categoría que ha sido calificada técnicamente (sic) como lumpenproletariat (subrayado en el original). [13]

La tesis que sustenta Romero es la de la convergencia del viejo programa del nacionalismo argentino y los principios del Estado Mayor sobre el trasfondo de la categoría “calificada técnicamente de lumpenproletariat”:

“Cosa singular, coincidieron en el planteo propuesto por el presidente dos corrientes de ideas: por una parte un planteo genérico ajustado a los principios del Estado Mayor, que a su vez se inspiraba en los teóricos alemanes, desde von der Goltz y von Clausewitz hasta Goerlitz; por otra parte un planteo específico para la Argentina que venían preconizando los nacionalistas argentinos de acuerdo con la variante fascista del antiimperialismo.” [14]

Sin matices ni distinciones, Romero equipara las concepciones de Clausewitz con von der Goltz y Goerlitz, el discurso sobre la defensa nacional del 10 de junio de 1944 que arriba referíamos —sobre el que volveremos por ser una de las variadas articulaciones del pensamiento de Perón sobre la Conducción— con la “Concepción de Estado Mayor”.

Le cabe el mérito a Romero de haber sido el primero en avizorar —sin entender, obnubilado por el prejuicio político— el trasvasamiento de conceptos que realiza Perón del campo militar al político, pero a partir de una lectura parcial:

“La conducción”—término transferido al léxico político, pero de origen militar— era para él un arte: ‘El conductor nace, no se hace’, decía.[15] Y al mismo tiempo negaba a las masas la posibilidad de conducirse por sí mismas. ‘Cuando la masa no tiene sentido de la conducción y uno la deja de la mano, no es capaz de seguir sola y produce los grandes cataclismos políticos’, expresaba el 15 de marzo de 1951.” [16]

Los años transcurridos desde la segunda edición de la obra (1956) hasta la considerada (1969) revelan que los planteos originales no habían sido modificados, ni aun en lo formal. En el año 1965, Romero da a la luz otra obra[17] donde ratifica su postura, ampliando algunos datos, y reiterando la omisión de otros.[18]

Con más datos en su haber, y haciendo hincapié en el mensaje que acompañaba el proyecto del Ejecutivo para el “Segundo Plan Quinquenal ’, Romero insistirá que la doctrina explicitada en el mismo “…huelga repetirlo denunciaba las influencias de las concepciones de Estado Mayor sobre las ideas políticas”.[19]

En 1970, aparece el intento de Romero de brindar un cuadro de conjunto del pensamiento político de la derecha latinoamericana.[20] Allí, a partir de la evaluación de los distintos criterios para la caracterización del pensamiento de derecha, se concluye, de manera un tanto resignada e impotente, que estamos ante una “fuerza política proteica”.[21]

La realidad examinada concluía, luego de capítulos de desigual extensión (Cap. II: ‘Las raíces del pensamiento político de los grupos señoriales’; Cap. III.: ‘El pensamiento político de los grupos señoriales y burgueses desde la Independencia’; Cap. IV: ‘El pensamiento político de las oligarquías liberalburguesas desde fines del siglo XIX’[22]) en el análisis del populismo (Cap.: ‘El pensamiento político del populismo desde la entreguerra’).

Allí indicaba:

“…Perón, por su parte, dejando subsistente el sistema parlamentario, intenta una ‘organización del pueblo’ cuyo programa establecía: ‘La comunidad nacional se organizará socialmente mediante el desarrollo de las asociaciones profesionales en todas las actividades de ese carácter y con funciones prevalecientemente sociales’ y procuró llevarlo a cabo estimulando las diversas asociaciones y promoviendo su ostensible participación en el gobierno (el subrayado es nuestro).” [23]

En esta presentación, la “concepción de Estado Mayor” diluida notoriamente, será sustituida por otro concepto que, en forma encubierta o notoria, había aparecido en toda la tradición política occidental: el del pequeño grupo suscitador de revoluciones o rector de las mismas, llámese vanguardia del proletariado desde la denominada “izquierda” o elite desde la denominada “derecha”.

“En principio, el populismo asumió la defensa de los intereses populares, pero entendiendo que requerían la tutela de una aristocracia, de una elite sobre cuyo origen y constitución no hubo nunca sino vagos indicios. Perón y Vargas hablaban de la formación de cuadros, y efectivamente promovieron su formación sin reparar en el origen social; pero en importantes sectores del nacionalismo popular subsistían los resabios de una concepción aristocratizante que suponía la conservación del poder y de la tutela en manos de las clases ilustradas o tradicionales.” [24]

La matización introducida en el último párrafo incorpora, a nuestro juicio, un elemento de confusión, por cuanto no discrimina cuál fue la real incidencia de ese nacionalismo popular con sesgos aristocratizantes (?) en la política efectiva, tanto en la de Vargas como en la de Perón.

El camino desplegado por Romero lo lleva a una equiparación, de dudosa legitimidad entre las ideas (teoría) y sus concreciones o fracasos (práctica) por un lado, y el universo de las tendencias, ambiciones y aun ideas de quienes no lograron articular una política de poder, por el otro (por ejemplo: “el nacionalismo popular con sesgo aristocratizante”). Esta confusión de planos, que es siempre mezcla, termina por adjudicar a propios caracteres que son de extraños; caracteres que, aun pudiendo ser circunstancialmente próximos, son estructuralmente ajenos.

El programa cartesiano de las “ideas claras y distintas”, parecía haber llegado a su fin, al parecer, en forma voluntaria.

La tesis primigenia de Romero, de la mano de la historia política de la Argentina y del prestigio académico del autor en materia de Historia Medieval, tendrá una prolongada influencia, también extra-académica, que repetirá, con variantes que no afectan al fondo del planteo, la tesis de las “concepciones de Estado Mayor”, es decir, del militarismo y, en algunos casos del pro-nazismo, o directamente nazismo, atribuido a Perón, aun cuando aquellas “concepciones” y estas posturas políticas no guarden un correlato conceptual.

El éxito interpretativo del esquema antinómico de Romero —apenas una manifestación de la metodología que lo había precedido y que, con matices, lo sucedería— contó como precondición, con el campo abonado por la polarización política de las décadas del 50 y del 60. En ellas, sobre todo en su primer tramo, destacó fugaz, pero intensamente, la reaparición, verdadera resurrección, de un escritor que presenta en forma popular, y con tono combativo, los tópicos que Romero había confiado —sin lograrlo— a la seriedad investigativa. Nos referimos a Ezequiel Martínez Estrada.[25]


[1] Romero, José Luis: “Las ideas políticas en Argentina”, México, Fondo de Cultura Económica, Col. Tierra Firme Nro. 25, 236 págs.

[2] Romero, José Luis: Op. cit. pág. 9

[3] Romero. José Luis: Op. cit. pág 10

[4] Romero. José Luis: Op. cit. pág. 11

[5] Sierra, Vicente D.: “Historia de las ideas políticas en Argentina”, Buenos Aires, Ediciones Nuestra Causa, 1950, pág. 21. Como dato curioso consignamos que esta obra, como la de Romero —de la que resulta su contrapunto— carece de notas precisas de carácter bibliográfico en lo que parece ser un rasgo común de los trabajos de “estilo ideológico”.

La tendencia a interpretar la historia de las ideas o la Historia (generalmente bajo formulaciones más o menos imprecisas de “filosofía de la historia”) constituye un rasgo de larga descendencia en nuestro país: desde Eduardo Astesano a Marcelo Sánchez Sorondo: Aquél con las oposiciones entre Independencia y Libertad —forjada en los años 70 y 80 y encabalgada en una suerte de nacionalismo con un ya diluido trasfondo marxista— y Sánchez Sorondo con la oposición entre Independencia y Revolución.

Para Astesano ver: “Reportaje a Eduardo Astesano”, en: (Revista) “Crear”, Buenos Aires, Año 3, No 12, ene-mar. 1983, pág. 8-15. Para Sánchez Sorondo: “La Argentina por dentro”, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1987, 596 pág. 30.

[6] Romero, José Luis: Op. cit. pág. 230.

[7] Romero, José Luis: op. cit. págs. 227/231.

[8] Romero, José Luis: op. cit. pág. 237.

[9] Romero, José Luis: Op. cit. pág. 241.

[10] Romero, José Luis: Op. cit. págs. 244/245.

[11] Romero, José Luis: Op. cit. pág. 245.

[12] Gontran de Güemes (pseud.): “Así se gestó la dictadura”, Buenos Aires, Ediciones Rex, 1956, 142 págs., págs. 125/127. La historia de este documento, sobre cuya autenticidad ningún texto de historia se pronuncia, puede seguirse en Potasch, Robert A.: “Perón y el G.O.U.-Los documentos de una Logia secreta”, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1984, 1984,481 págs., pág 10. Allí remite a Orona, Juan V.: “La Logia militar que derrotó a Castillo”, Buenos Aires, Ed. del autor, Col. Ensayos Políticos y Militares, 1966, 140 págs.-Orona da por cierto el documento y tiene como fuentes del mismo al citado libro de Gontran de Güemes; también “Entre la Libertad y el Miedo” de Germán Arciniégas, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1956; y “El Culto de la Infamia” de E. F. Sánchez Zinny, Ed. del autor, Buenos Aires, 1958. Agrega Orona: “Fue leído en la Cámara de Diputados de Chile en 1953” (op. cit. pág. 111). Ver, en particular: Page, Joseph A.: “Perón. Primera parte (1895-1952)”, Trad. Marta Gil Montero. Bs. As., Círculo de Lectores, 347 págs., págs. 67 y 92/93, quien tiene por falso el documento.

[13] Romero, José Luis: Op. cit. pág. 246/247.

[14] Romero, José Luis: Op. cit. pág. 250.

[15] Más adelante veremos que la cita y su sentido completo, son incorrectos.

[16] Romero, José Luis: Op. cit. pág. 254/255. La cita remite a la primera clase sobre “Conducción Política” que diera Perón en la Escuela Superior Peronista, recogida y publicada en el libro del mismo título. La cita corresponde a las págs. 20/21 de la op. cit.

Romero omite todos los párrafos relativos a la preparación moral y elevación cultural de la masa.

[17] Romero. José: “El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX”, México, Fondo de Cultura Económica, Col. Tierra Firme, Historia de las Ideas Contemporáneas VIII, 1965. 195 págs.

[18] En “Las ideas…” Romero cita al pasar al grupo FORJA, a Scalabrini Ortiz y a José Luis Torres (indirectamente) al tratar la “línea del fascismo”, aunque omite toda referencia al Benjamín Villafañe, un nacionalista liberal y antiimperialista, notorio anti-radical, de fuerte influencia en el G.O.U. En “El desarrollo…”, cuyo título es una concesión a la ideología de la época, pero que en lo metodológico no supera las deficiencias de concepción de. otro contemporáneo suyo, José Babini, FORJA y Scalabrini Ortiz obtienen un lugar más destacado, Torres es eliminado y Benjamín Villafañe continúa ausente. Para la influencia de José Luis Torres en el G.O.U., ver: Potasch, Robert. A.:Op. cit. pág. 115. La obra de Babini a la que nos referimos es: “La evolución del pensamiento científico en la Argentina”, Buenos Aires, Ediciones ‘La Fragua’, 1954, 249 págs. Para la crítica de Babini: Arcomano, Domingo y Casal, Juan Manuel: “Historia de la ciencia en la Argentina: hacia una epistemología de la periferia”, en: “Actas de las Segundas Jornadas del Pensamiento Científico Argentino”, Buenos Aires, FEPAI, 1986, págs. 149/157. Para Benjamín Villafañe, ver: Nascimbene, Mario C.: “El nacionalismo liberal y tradicionalista y la Argentina inmigratoria: Benjamín Villafañe (h.), 1916-1944”, Buenos Aires, Ed. Biblos/Fund. Simón Rodríguez.

[19] Romero, José Luis: “El desarrollo de las ideas…”, pág. 144.

[20] Romero, José Luis: “El pensamiento político de la derecha latinoamericana”, Buenos Aires, ed. Paidós, 1970, 177 págs.

[21] Romero, José Luis: Op. cit. pág.34.

[22] Ver también “Prólogo” a: “Pensamiento Conservador. 1815-1898”, Pról. José Luis Romero; Comp., notas y cronolog. José Luis Romero y Luis Alberto Romero, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2da. ed. 1986.

[23] Romero, José Luis: Op. cit. pág. 177.

[24] Romero, José Luis: Op. cit. pág. 177.

[25] Martínez Estrada (1895-1964) representó como pocos el paradigma del intelectual argentino desarraigado y zigzagueante. Notable autor de ficciones, dueño de una vasta información literaria, veló con su uso arbitrario la posibilidad de comprensión del medio en el que se desenvolvía y al que hizo objeto de continuas reflexiones. Acorralado por un temperamento pesimista, su irritable sensibilidad y tono profético al que era proclive, lo llevaron a exponer las fobias de un sector social —la intelectualidad pequeño burguesa de talante progresista— bajo la forma de crítica cultural; la que, no obstante apelar a grandes unidades históricas, económicas y sociales como fundamentos explicativos, naufragaba.