ALBERTO CIRIA
Esta colección de trabajos de José Luis Romero (1909-1977), oportuna y cuidadosamente compilados por su hijo, el historiador Luis Alberto Romero, ayuda a la necesaria tarea de ordenamiento y publicación de buena parte de su obra inédita o esparcida en fuentes periódicas de difícil acceso, junto a la reedición de libros fundamentales como La revolución burguesa en el mundo feudal (1967). La experiencia argentina reúne “prácticamente todos los trabajos, artículos y ensayos” de Romero sobre su país (pág. xiii) fuera de dos libros mayores, Las ideas políticas en Argentina (1946) y El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX (1965). La presente obra incluye asimismo los ensayos agrupados originariamente en 1956 bajo el título Argentina: imágenes y perspectivas.[1]
Resulta materialmente imposible comentar la totalidad de temas e intereses propuestos por el autor, de acuerdo con la división temática-cronológica del volumen: I) La historia: sociedad, cultura, ideas; II) Los hombres; III) La Universidad; IV) De historia y política. De ahí que, en esta oportunidad, sólo quiero apuntar ciertas esquemáticas reflexiones de lectura.
Muchos textos reflejan y refuerzan esa antigua preocupación de José Luis Romero de no ocultar la intención militante en la tarea del intelectual sino mantener una fructífera tensión entre ambas actitudes, honestamente deslindadas frente al atento lector. Esta postura resalta en prácticamente todos sus ensayos sobre historia y política argentinas. Y a ellas se suma como esencial punto de partida, la “responsabilidad moral” (pág. 5), el sentido ético que movió su obra y su vida. Podrá el comentarista discrepar con aspectos parciales o circunstanciales de los análisis de Romero[2]; lo que no podrá hacer es ignorar o descartar su convicción: “No hay saber sólido si la conciencia en que se aloja es éticamente deleznable” (pág. 369). La experiencia argentina permite iluminar, redescubrir (descubrir para los neolectores) ciertos aspectos básicos, ciertas idées-force en el pensamiento de Romero sobre su Nación. El compilador señala las principales dimensiones que reaparecen en varios textos. La existencia de dos tradiciones básicas en la historia argentina desde el período colonial: la señorial-autoritaria y la burguesa-liberal. La antinomia ciudad- campo, sugerida por la devoción sarmientina de Romero y su consideración del Facundo como interpretación profunda del país antes que como canon para imitar servilmente: Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976) demostró definitivamente la riqueza de matices que no se agotan en la esquemática antinomia civilización-barbarie que el autor contemporáneo evita. El impacto de la inmigración masiva en la sociedad argentina, y la relativa estabilización de la nueva sociedad aluvial hacia 1930. La “crisis del 30” hacia la cual Romero dirige su atención en muchos ensayos del libro, introduce un clivaje entre los cambios socioeconómicos y las formas de organización política que no han conseguido encauzarlos por completo, esto es, en la aspiración del historiador, la concreción de un programa que combine de modo estable y a largo plazo las necesidades de justicia social con las instituciones de una democracia moderna. Esta crucial reflexión, que podría servir de hipótesis de trabajo para un caudal de investigaciones empíricas imprescindibles al comenzar la década del 80, se complementa para Romero con la estrecha interrelación entre sociedad, cultura e ideas portadas por los diversos grupos/clases sociales, ejemplificadas en algunos trabajos reunidos en la sección I de La experiencia argentina, con su tendencia a abrir nuevas vías de estudio antes que a clausurar caminos ya recorridos: véase, por ejemplo, la posición del autor en el sentido de que la cultura argentina, antes que emanar de un mítico “ser nacional”, podría ser considerada y analizada como una variante aluvial de la cultura europeo-occidental y con obvios matices diferenciadores de sus modelos originarios.
La sección II (Los hombres) contiene evaluaciones y retratos de figuras que Romero estimó particularmente. En los rasgos privilegiados por el escritor se advierte la continuidad de algunas nociones ya apuntadas. Pedro Henríquez Ureña y Gregorio Halperin fueron humanistas: “lo sabían todo” (pág. 5). El inconformista José Ingenieros debe rescatarse por su “moral de pensador militante” (pág. 282). Paul Groussac “pensó y escribió siempre para satisfacer a los espíritus más rigurosos” (pág. 288). Ezequiel Martínez Estrada fue “un hombre de la crisis” (pág. 321), y su vida y obra resultaron inseparables. El historiador de la cultura Julio E. Payró fue otro “hombre moral” (pág. 342). Cuando se escriba la biografía intelectual de José Luis Romero habrá que tener en cuenta éstos y otros paralelos para calibrar justicieramente su aporte a la sociedad y cultura argentinas.
La sección III recopila ensayos o mensajes de Romero (rector de la Universidad de Buenos Aires, 1955-56; decano de su Facultad de Filosofía y Letras, 1962-65) centrados en las reformas alcanzadas o por alcanzar en la universidad argentina y también la latinoamericana. Por encima de parciales altibajos en el corto plazo, las ideas del gran docente que fue José Luis Romero pueden señalar 1a ruta a seguir, no exenta de graves obstáculos: cuando se alcancen las reformas de espíritu y estructura a nivel institucional, las altas casas de estudio deberán producir “hombres honestos, ciudadanos dignos, profesionales eficientes e investigadores profundos” (pág. 355), hermoso programa que obviamente presupone cambios enormes en la sociedad, la economía y la política. El logro de un “humanismo moderno, pluralista y crítico” (pág. 410) se convirtió en guía para la acción, estrechamente ligado a un medio ambiente intelectual que debe rechazar a sus dos mayores enemigos: “ni caos, ni letargo” (pág. 397).
En otro lugar he esbozado un balance preliminar del pensamiento de Romero sobre la Argentina posterior a 1930[3]. Muchos artículos reunidos en la última sección del volumen se vinculan directamente al tema. La necesidad imperiosa de examinar el “revés de la trama” en el proceso histórico-cultural es un requisito formulado repetidas veces por Romero, al igual que Maquiavelo y Marx[4]. Prueba de ello es el juicio del autor sobre la importancia de Sarmiento, al subrayar la preocupación del sanjuanino “por el fenómeno sociológico que se escondía detrás del ascenso de Rosas” (pág. 74); y su propia reflexión de 1975: “Quizá ahora se alce la voz autorizada que nos revele qué ha significado el peronismo, por encima de los detalles anecdóticos y de las pasiones facciosas. Porque del peronismo Perón es lo de menos, y el movimiento que ha renovado la sociedad argentina es lo de más. Y como es un fenómeno irreversible y que aún se manifestará de diversas maneras, conviene entenderlo en profundidad, como Alberdi entendió en profundidad el fenómeno social que se ocultaba tras la figura de Rosas en las páginas del Fragmento preliminar al estudio del derecho, cuya lectura resulta hoy esclarecedora” (pág. 502 )[5].
La experiencia argentina tiene más coherencia y promueve más reflexiones en el lector atento que decenas de obras perecederas del género vagamente demarcado como “ensayo político”, efímeramente populares hace unos años. A mi juicio, éste es uno de sus principales méritos. El historiador y el ciudadano Romero deja a sus compatriotas y continuadores —incluso dentro de la polémica de ideas— el precioso legado de sus convicciones socialistas y liberales, al que habrá que acrecentar y profundizar. La tarea es ardua, y a veces ingrata. Esto lo sabía muy bien José Luis Romero, dentro de su optimismo histórico general, cuando escribió: “La verdad no está cerca, y acaso el destino del hombre no sea su hallazgo sino su búsqueda” (pág. 389).
[1] Como complemento de esta recopilación podría citarse —aparte de trabajos recientemente reeditados como el sintético “Buenos Aires: una historia”, Buenos Aires, CEAL, 1980 (N° 161, serie El país de los argentinos)— el libro compilado por Félix Luna, Conversaciones con José Luis Romero (Sobre una Argentina con historia, política y democracia), Buenos Aires, Timerman Editores, 1976.
[2] Sobre la cuestión de la base social del peronismo, por ejemplo, existen al presente mayores aportes empíricos que los conocidos por Romero en su época. Cfr. Manuel Mora y Araujo e Ignacio Llorente (comps.): El voto peronista, Buenos Aires, Sudamericana, 1980, para una selección de importantes materiales polémicos al respecto.
[3] Véase Alberto Ciria, “La Argentina de José Luis Romero”, Cuadernos Americanos, México D.F., año XXXIX, vol. CCXXIX, 2, marzo-abril 1980, pp. 168-190.
[4] Romero, que no era ni maquiavélico ni marxista, destacó concretamente el aporte de ambos pensadores en Conversaciones con José Luis Romero, pp. 90 y ss.
[5] Cfr. dos síntesis de Romero sobre el legado del peronismo a la sociedad argentina, en La experiencia argentina, pp. 482 y 518.