La ciencia. 1946

Para quienes se interesan por las ciencias, el proceso de su desarrollo constituye un tema siempre atrayente. Las experiencias realizadas y malogradas dejan una enseñanza útil, y, por otra parte, es también aleccionador el espectáculo de las generaciones que se suceden en la misma búsqueda, acumulando una tras otra las nociones que organizan y constituyen una disciplina; por eso no ha faltado nunca cierta forma, más o menos precisa, de historia de la ciencia. Sin embargo ha sido solamente desde comienzos de este siglo cuando estos estudios han recibido un fuerte impulso y una alta jerarquía. “Los historiadores de la ciencia —escribía no hace mucho Aldo Mieli— ya habían empezado a tener una conciencia colectiva de su importancia y de la de los temas que constituían el objeto de sus estudios. En lugar de soportar pasivamente el menosprecio de los demás, ya estaban en condiciones de conducir la ofensiva contra los que no querían comprenderlos. Más bien la convicción de la legitimidad de sus derechos los había incitado a pedir cátedras universitarias. Además, aunque de una manera muy débil, los historiadores de ciencias diferentes habían empezado a sentir la solidaridad que debía unir a todos, solidaridad basada sobre el hecho de que la ciencia es una, y que las partes en las cuales se acostumbra a dividirla, partes que varían según las diferentes épocas sólo dependen de una comodidad práctica de división de trabajo”.

No es necesario encarecer el interés que la historia de la ciencia tiene para el investigador de una cualquiera de sus ramas, pero es útil señalar cómo se ha incorporado este saber al campo de la historia de la cultura. Hoy, cuando parece que nadie duda de esto, es justo señalar la parte que ha correspondido a Aldo Mieli en el desarrollo de esa disciplina. Más de treinta años ha dedicado Mieli a la investigación de la historia de la ciencia. En 1919 fundó la revista Acheion, y desde entonces ha publicado numerosas obras fundamentales, entre las que vale la pena señalar La science arabe et son role dans l’ évolution scientifique mondiale. Desde hace algunos años, Mieli está radicado en la Argentina y, movido por su infatigable celo científico, ha continuado trabajando y produciendo. Fruto de esos desvelos es el Panorama general de historia de la ciencia, que ha comenzado a publicar en la editorial Espasa-Calpe, cuyo segundo volumen acaba de aparecer.

Trata este tomo del mundo islámico y del Occidente medieval cristiano. Los dos primeros capítulos, densos y ajustados, nos ofrecen una visión de la ciencia y la cultura en el Asia occidental —con precisa constancia del curioso fenómeno de la difusión del saber griego—, y de la ciencia hindú. Se ocupa luego Mieli a lo largo de varios capítulos de la ciencia islámica señalando sus múltiples aspectos, sus aportes renovadores, las influencias que recibió y las que ejerció sobre el mundo cristiano. Finalmente, estudia la ciencia occidental: la evolución de la escolástica, el desarrollo de la matemática, de la física, de la astronomía, de la geografía, de la medicina, todo le proporciona ocasión favorable para diseñar un vasto panorama en el que la pulcra especificación de los detalles no obsta para la construcción de un claro y profundo esquema de conjunto.

Termina Mieli introduciéndonos en el Renacimiento. Para llegar a comprender este momento de la cultura occidental, nos proporciona este volumen un esquema preciso de una época del conocimiento que pocas veces ha sido tratada tan agudamente.