A punto de abandonar su puesto de jefe de la Administración de Operaciones Exteriores de los Estados Unidos, el Sr. Harold E. Stassen, a cuyo cargo hallóse hasta ahora la ayuda exterior norteamericana, acaba de realizar un viaje de tres semanas por los países asiáticos no sometidos a la influencia comunista, con el objeto de determinar el grado de eficacia de la colaboración económica prestada por su país. El Sr. Stassen ha declarado que, a su juicio, “se están estableciendo las bases para el fortalecimiento económico de aquella región”.
Se ha reconocido unánimemente que las condiciones de vida de los países de Asia constituyen el principal estímulo para la difusión del comunismo, régimen del que las poblaciones de bajo nivel de vida esperan la solución de los angustiosos problemas que la agobian. Independientemente de la acción política y militar que las potencias occidentales han creído oportuno desarrollar para contener el avance del comunismo, la tarea de contribuir a mejorar esos niveles de vida mediante un estímulo acelerado de la vida económica ha ocupado la atención de las grandes potencias, especialmente de los Estados Unidos. Poco a poco se ha ido viendo crecer en el espíritu de los estadistas norteamericanos la preocupación por ganar esta otra guerra que se libra en Asia: la guerra contra la miseria, de la que se derivan, como inevitable secuela, el desaliento y la desesperación, condiciones propicias para aceptar soluciones tan utópicas como peligrosas.
Es evidente que, aunque de efectos más lentos, esta campaña contra la miseria ha de ser más útil para la defensa de la libertad que la lucha armada. Y es necesario persistir en ella, contra todos los obstáculos y movilizando todos los recursos de que sea capaz el mundo occidental.
Sin duda ha hecho ya mucho la Administración de Operaciones Exteriores, creada en 1953 y ahora a punto de cambiar de estructura; y en la conferencia realizada últimamente en Bangkok se puso de manifiesto la importancia que el gobierno de los Estados Unidos atribuye a su acción. Pero acaso no baste ni convenga la acción unilateral de los Estados Unidos, a cuyo esfuerzo debían sumarse las demás potencias occidentales en la medida en que les sea posible, en parte para evitar el fácil reproche de “penetración imperialista” que tan a menudo se escucha y en parte para poder competir con el vasto esfuerzo que realizan sobre la economía asiática las grandes potencias del Este.
Este esfuerzo tiene caracteres singulares. La Unión Soviética ha obstaculizado sistemáticamente el programa de asistencia técnica de las Naciones Unidas; pero en 1953 comenzó a ofrecer su aporte a la acción desarrollada por la institución internacional, totalizándose ahora una suma de tres millones de rublos como su contribución para la ayuda a los países subdesarrollados. No hace mucho se empezó, pues, a dar forma al ofrecimiento, autorizándose la compra de maquinarias en la Unión Soviética por una suma equivalente a 200,000 dólares. La India ha aprovechado la oportunidad para proyectar, con la ayuda soviética, la construcción de una planta siderúrgica cuya producción puede ascender a un millón de toneladas de acero por año. Pero seguramente la fuga es mucho más intensa para los países que están dentro de su órbita, y los efectos políticos de esa ayuda se advierten fácilmente.
Como es sabido, la Unión Soviética ha contribuido a poner en estado de producción intensiva la planta siderúrgica de Anshan, en la China comunista -que el año anterior produjo más de dos millones de toneladas de acero-, y colabora en el establecimiento de otras dos. Pero además provee de artículos procedentes de la industria pesada a China y a los otros países con los que tienen relaciones económicas y políticas, a cambio de materias primas alimenticias y materiales estratégicos. Se supone que en la conferencia afro-asiática de Bandung, prevista para el próximo mes de abril, la China comunista ofrecerá ayuda técnica a los países industrialmente menos desarrollados. En esas circunstancias se pondrán también de manifiesto los gravísimos problemas que están planteados en el área asiática, especialmente en relación con el intercambio de materias primas y productos manufacturados, y muy especialmente con respecto a productos alimenticios. Esos problemas pueden ser utilizados sin duda para la propaganda política, pero existen antes y después de ella, y es menester contemplarlos oportunamente para evitar que se busquen soluciones cuyas consecuencias son imprevisibles.
El caso más claro es sin duda el de Japón, que no halla salida para sus dificultades económicas; el embajador viajero de los Estados Unidos, Sr. Eric Johnston, lo ha juzgado tan grave que acaba de manifestar su temor de que Japón se transforme en un satélite de la China comunista. Pero esa gravedad proviene, precisamente, de los recursos latentes que el Japón tiene y que podrían utilizarse y canalizarse. Mucho más grave aún es la de otros países que no poseen los elementos sustanciales para sobreponerse a la crisis. Tal es el caso de los que tienen déficits alimentarios y cuyos productos exportables no encuentran mercado, o de los que deben sufrir la insostenible competencia de otros con mayor ascendiente y mayores recursos para su conquista.
A fin de hacer frente a esos problemas, la Administración de Operaciones Exteriores de los Estados Unidos ha dispuesto hasta ahora de sumas considerables. De su monto total, invirtió en Europa, en 1952, el 75%; pero en los últimos años la proporción ha ido disminuyendo, y se ha acrecentado la suma dedicada a los países de Asia, en 1955 llegó precisamente al 75% del total, correspondiendo un 60% a gastos no militares.
Para el año fiscal que comienza el 1 de julio, el gobierno de los Estados Unidos ha proyectado solicitar al Congreso una suma que se estima alrededor de los mil millones de dólares, con el objeto de ayudar económicamente a los países libres de Asia. Para entonces, esa ayuda se presentará de modo distinto al de los últimos años, interviniendo en ella diversos departamentos del gobierno de la Unión, y de acuerdo con lo previsto, el Presidente de la República se reservará una suma de 200 millones de dólares para planes regionales que sobrepasen las áreas nacionales.
En la labor de estimular la vida económica de los países asiáticos ha puesto el Sr. Stassen un notorio entusiasmo y una gran capacidad de acción. Empero, se teme que el Congreso se muestre parco en la concesión de los créditos que solicita el poder ejecutivo, como si prevaleciera en los legisladores el convencimiento de que la ayuda económica no cumple las finalidades para que fue concebida y creada. Aun cuando el plazo transcurrido desde que comenzó a prestarse es breve, es innegable que algunos de sus frutos están a la vista, y sería de lamentar que se interrumpiera o se limitara hasta extremos que la hicieran ineficaz.
La guerra que se libra en Asia no es solo una guerra ideológica que se desenvuelve en el plano político y en el plano militar. Es también una guerra económica y social, en la que es menester demostrar que los problemas inmediatos de la vida y de la convivencia tienen solución dentro del marco de la libertad. Si esta demostración fracasara, se habría perdido una batalla que podría ser decisiva no solo en el frente de Asia, sino en todos los frentes.