Sobre el problema universitario. [Entrevista]. 1958

1. ¿A qué atribuye la trascendencia pública que ha tenido el anuncio del Poder Ejecutivo de que reglamentaría el Art. 28?

Para mí, la conmoción que se ha producido en el país ante las declaraciones del Poder Ejecutivo se debe a que la opinión pública progresista, muy politizada ya, con mucha experiencia de los métodos utilizados por ciertos sectores para ganar posiciones y para acrecentar su influencia en la sociedad, se ha alarmado profundamente al comprobar una vez más que los sectores católicos no cejan en su propósito de controlar la cultura pública e insisten en lograr, paso a paso, lo que se adivina que constituye un programa planificado para recuperar su ascendiente político y cultural, visiblemente amenazado.

2. Por lo que se ve, usted no habla del gobierno sino de los sectores católicos…

No tengo inconveniente en hablar del gobierno, y declaro que me parece lamentable que haya adoptado esta política, que, pese a todo lo que se diga en contrario, no era la que esperaban de él quienes lo votaron. Los que querían la enseñanza libre y aspiraban a la restauración de la enseñanza religiosa en las escuelas, y acaso a la derogación de la ley 1420, y a impedir la sanción de ley de divorcio y a evitar que progresara la posibilidad de lograr la separación de la Iglesia y el Estado, ésos no han votado por la Intransigencia. Basta repasar la lista de los partidos políticos argentinos para descubrir que tal programa tiene otros campeones en quienes los católicos confían más que en la Intransigencia y el Dr. Frondizi. Aunque hay que convenir en que, si se alinea la política económica del gobierno y su política cultural, se ve que hemos recaído en un gobierno de derechas, que no era lo que quería el país.

Ahora bien; si al comenzar, he hablado de los católicos, es porque, para mí, el problema no es de este gobierno, sino de la presión que los grupos católicos pueden ejercer sobre todos los gobiernos, generalmente por intermedio de ciertos sectores que, por diversas razones, suelen ser demasiado escuchados por ellos. ¿Cómo voy a atribuirle exclusiva y originalmente a este gobierno una política qué los sectores católicos han desarrollado continuamente a través de los últimos tiempos? Los argentinos tenemos flaca memoria, pero a poco que recapacitemos podremos recordar que ejercieron igual presión sobre el gobierno del general Uriburu y del general Justo; sobre el del doctor Castillo; sobre el del general Farrel; y podremos recordar que alcanzaron sus mayores triunfos con el del general Perón, de cuyo gobierno consiguieron prácticamente, que se les entregara la dirección de todos los grados de la enseñanza, inclusive la Universidad, y que se instituyera la enseñanza religiosa en las escuelas primarias y secundarias, de manera prácticamente coactiva. Como se trata de hechos muy próximos nadie olvidará la presión que ejercieron sobre el gobierno de la Revolución. Entonces, los grupos católicos más decididos creyeron que había llegado el momento no sólo de que se restableciera la enseñanza religiosa que la dictadura [peronista] había suprimido en sus últimos tiempos, sino también de que se derogara la ley 1420 y que se les entregara la dirección del Consejo Nacional de Educación. La reacción que estos intentos determinó movió al gobierno de la revolución a resistir a tales pretensiones para evitar nuevos conflictos, pero por lo menos, lograron que se dieran los primeros pasos en el camino de otra aspiración largamente acariciada. Así apareció el artículo 28 en un decreto que nada tenía que ver con ese problema, pues se refería exclusivamente al proceso de reorganización de las universidades nacionales.

Esa es la razón por la cual no comencé hablando del gobierno sino de los grupos católicos.

3. Usted cree que la campaña por la enseñanza libre no es sino un aspecto del problema?

Estoy convencido, y creo que está convencida de ello también muy buena parte de la opinión pública, y a eso se debe que se haya producido este movimiento, síntoma de una grave inquietud.

Para mí el problema es claro. Se trata de una maniobra estratégica. La experiencia de los últimos años muestra inequívocamente que el catolicismo ha perdido gravitación en la vida argentina, en parte por la caducidad de la mentalidad colonial y en parte por la politización de la clase trabajadora y el esclarecimiento de las clases medias. Frente a este hecho, los grupos católicos pretenden separarse de una comunidad a la que no pueden dominar, pero separarse con ventaja. Durante siglos han regido la vida de la cultura; pero la cultura viene sufriendo hace siglos en Occidente – quien no lo sabe – un proceso continuo y progresivo de emancipación de toda tutela religiosa. La cultura se ha hecho laica, científica, racional, y ha hallado además la posibilidad de seguir diversos caminos de altísima espiritualidad con prescindencia del autoritarismo dogmático de una institución empeñada en frustrar todo cambio, toda apertura de nuevos horizontes al pensamiento, aún cuando se apresure luego a recoger y capitalizar toda conquista definitivamente adquirida. Pero la Iglesia no se resigna a perder el monopolio en la dirección de la cultura, y en cada país y en cada momento prueba sus fuerzas para tratar de reconquistar posiciones. Es lo que hoy intenta hacer con la campaña de lo que, capciosamente – yo diría, paradójicamente – llaman “enseñanza libre”.

4. ¿Por qué cree  que es paradójico llamar “enseñanza libre” a la que propugnan los sectores católicos?

Porque consiste en llamar enseñanza libre a lo que no es sino enseñanza dogmática y basada en el criterio de autoridad. Eso no puede ser llamado enseñanza libre a menos que se quiera caer intencionadamente en el equívoco. Puede ser que el derecho que reclaman los grupos católicos se encuadre dentro de una concepción absoluta de la libertad de enseñanza, lo cual nada tiene que ver con una enseñanza libre. El conflicto está planteado entre la enseñanza ofrecida por el Estado, que es de todos, el Estado no confesional, absolutamente libre en cuanto al consentimiento que se exige a las conciencias respecto a determinadas doctrinas o ideas, y la enseñanza privada católica, que sólo podrá enseñar lo que la Iglesia autorice y que sólo podrán aprovechar los que tengan recursos para costeársela; por que la enseñanza privada católica ha sido siempre educación de clase.

5. ¿Qué inconvenientes ve  para que los católicos tengan sus universidades privadas?

Ninguno, si se mantienen al margen del Estado. Lo contrario transforma el hecho en una amenaza contra la libertad de conciencia a corto o largo plazo. Me explicaré. Hoy se pide, aparentemente, el reconocimiento de los títulos. Ya hay quien habla de subsidios. Todo ello permite la creación de un frente de lucha en la cultura argentina frente a la enseñanza no confesional. Y entonces se plantea un problema de inequívoca fisonomía política. ¿Acaso no sabemos, por una experiencia centenaria, que la Iglesia proseguirá en sus demandas? Si los grupos católicos triunfaran en esta ocasión, el Estado se verá asediado día tras día por nuevas demandas, justificadas cada vez por razones ocasionales, pero que forman parte de una cadena que conduce al control de la cultura pública por la Iglesia Católica. El Estado disminuirá su apoyo a sus propias instituciones de enseñanza, porque en cada caso algún grupo de presión obtendrá, ante alguna amenaza de golpe de estado o de cualquier otro tipo, que se dividan los subsidios. Y la operación se repetirá una y otra vez con una tenacidad que conocemos, hasta que vayan cayendo en manos de la Iglesia todos los controles de la cultura nacional. Retrocederemos muchos siglos, y en el momento en que eso ocurra, los grupos católicos no volverán a hablar de libertad sino que hablarán de autoridad, de dogma, y en seguida renacerá el espíritu del Syllabus, y entrará en vigor el Index y la censura eclesiástica, tal como funciona hoy en la España de Franco. ¿Acaso alguien ignora que en las universidades españolas, en la que la Iglesia predomina, no se enseña sino lo que la Iglesia quiere, están proscriptas todas las otras corrientes de pensamiento, y sólo se puede llegar a ser profesor si se tiene el apoyo y la confianza de la Iglesia, o de algunas de las organizaciones que la representan, como la llamada “Opus Dei”? Convengamos en que es una paradoja aspirar a esto en nombre de la libertad.

6. Sin embargo los grupos católicos argumentan decididamente en su favor apoyándose en la necesidad de la libertad.

No lo ignoro, pero no me convencen. Creo que los que apelan a la libertad para defender la enseñanza dogmática hacen un uso equívoco y abusivo del vocablo. Es, por lo demás, un signo propio de nuestro tiempo. Cada uno procura usar en su favor las palabras que mejor resonancia tienen en los espíritus. Ya George Orwell describió este fenómeno en ese angustioso libro que llamó 1984. Fue, por lo demás, una enseñanza de la propaganda totalitaria. Yo, por mi parte, le diré que no ha dejado de preocuparme el problema. En una ocasión parecida a ésta, me he oído llamar “comunista” y “totalitario”. Aunque absurda, la acusación no dejó de preocuparme y más de una vez he hecho examen de conciencia. Hoy estoy seguro de que sólo calumniosamente se nos puede llamar a los defensores de la enseñanza no confesional y estatal, “comunistas”, “totalitarios” o “enemigos de la libertad”.

Nadie ignora que nuestra orientación política no es de ayer. No ha nacido por azar: el laicismo ha nacido como una defensa contra el dogmatismo y conta la intolerancia. Los que luchamos por una enseñanza no confesional, somos los que – ayer como hoy – nos hemos indignado frente a las persecuciones de los espíritus libres, de los que, desde la Edad Media, iniciaron trabajosamente su liberación de toda tutela espiritual y se lanzaron hacia lo que hoy es el pensamiento moderno, todavía execrado por la Iglesia Católica. Somos lo que hemos sostenido la necesidad de la tolerancia, y somos los que estamos libres de toda acusación de haber perseguido por el delito de pensar libremente, acusación de la que no está libre, por cierto, la Iglesia Católica.

Nosotros no hemos combatido a la Iglesia Católica, ni la combatimos, ni atacamos a quienes creen en sus principios, porque somos respetuosos de la libertad de conciencia y somos respetuosos de quienes quieren vivir según su fe. Nosotros no combatimos a la Iglesia Católica, pero queremos defender el Estado como lo hicieron los Borbones en el siglo XVIII, cuando no pudieron soportar más la presión eclesiástica, – como lo hicieron los hombres del 80 –; queremos defender al Estado de su influencia absorbente y exclusivista, – al Estado, que es de todos los argentinos,  porque hay una experiencia milenaria que prueba la forzosa tendencia de la Iglesia Católica al autoritarismo dogmático que, por lo demás, es constitutiva de su organización institucional y se deriva de la convicción de poseer una verdad absoluta, incontrovertible y revelada directamente por un poder sobrenatural. Todo eso es muy respetable. Pero también es respetable la libertad de pensamiento, la tolerancia y el espíritu crítico del que ha surgido, por lo demás, todo lo que la Universidad católica tendrá que se enseñar hoy si quiere ser eficaz. Se habla de médicos católicos. ¿Pero acaso no se advierte que enseñan una medicina cuyos fundadores fueron perseguidos sin tregua? Supongo que no enseñarán los médicos católicos la medicina contenida en el Levítico… Y sin embargo, la otra ha sido construida toda ella por heterodoxos, por perseguidos, por sospechados, algunos que, sin embargo, creían en el dios del Evangelio, Dios de bondad y fraternidad, cuya mano no podían descubrir en el designio del inquisidor que perseguía al alquimista, el médico, al físico, al cosmógrafo… ¿Enseñarán las universidades católicas la cosmografía de Ptolomeo? Porque la cosmografía moderna, como la física moderna, como la química moderna se han hecho contra la voluntad de la Iglesia Católica, y a costa del sacrificio y el llanto de muchos espíritus libres. El problema no ofrece dudas. En materia técnicas, la Universidad católica usará de la libertad de enseñar todo aquello a cuya conquista se opuso; pero en materia ideológica seguirá enseñando dogmáticamente el tomismo y se expondrá todo el resto del pensamiento filosófico dentro del cuadro de lo que llaman los “errores del racionalismo”. 

Por todo esto creo que es paradójico hablar de libertad cuando se defiende, directa o indirectamente, una política destinada a restaurar o acrecentar la influencia de los grupos católicos en la cultura pública. Nunca he oído a los católicos hablar de libertad cuando se trataba, por ejemplo, de nuestras aspiraciones a separar la Iglesia del Estado, precisamente porque queremos un Estado libre de presiones confesionales. Por eso me sorprende la insistencia de los grupos católicos en hablar de libertad. Realmente, me produce la misma sensación que cuando oigo hablar de paz a los comunistas, después de las persecuciones de Hungría.

7. Ud. Parece preocuparse mucho por los problemas que implica, pero aún no nos ha dado su opinión sobre el artículo 28…

Ya le he dicho que para mí, aunque grave, no es sino un episodio, y por eso quiero contribuir a que la opinión pública comprenda las implicaciones del problema. Pero en cuanto al asunto mismo, le diré, resumidamente, que no veo la ventaja de duplicar la universidad profesional, puesto que no hay planteles suficientes de profesores ni tienen por qué tener los católicos recursos secretos que les permitan hacer mejores técnicos. Tampoco veo la razón para el Estado – que es de todos los argentinos – renuncie a un monopolio a la emisión de títulos, que tiene un fundamento histórico, puesto que ha sido asumido, precisamente para contrarrestar la política cultural de la Iglesia Católica, que tuvo prácticamente el monopolio de la enseñanza durante siglos, que obstaculizó el desarrollo del pensamiento libre, que se opuso al desarrollo de la democracia y del movimiento obrero, que orientó la educación en favor de las clases privilegiadas, y que no tiene capacidad ni sensibilidad para afrontar los problemas de la cultura en la sociedad moderna, abierta al acceso de las clases populares.

Por eso me opongo a que el Estado, – que es de todos los argentinos – oficialice las universidades privadas católicas. Pero, además, porque contribuirán a dividir a los argentinos y promoverán, como viene ocurriendo, una lucha ideológica que carece de sentido y oportunidad. ¿Qué dirán los católicos cuando se abra una universidad comunista? ¿Dirán que es una Universidad libre?

8. ¿No cree que los estudiantes católicos pueden sentirse defraudados por una universidad laica?

Nadie le pregunta en las universidades nacionales a ningún estudiante cual es su fe. Y para cultivarla, están sus iglesias, que han merecido siempre el respeto de los argentinos, excepto de quien, por cálculo, les entregó un día a los católicos la enseñanza pública. Son los inconvenientes derivados de un cálculo de intereses del que participaron el peronismo, y los sectores católicos que le prestaron su apoyo, por medio de algunas de sus figuras más prominentes. Yo me pregunto… ¿no será todo esto que estamos contemplando resultado de un nuevo cálculo? ¿Con qué otras actitudes del actual gobierno habrá que relacionar este problema lanzado a la calle? Confieso que como ciudadano la pregunta me inquieta, porque sé que la política de las derechas – a las que representan hoy el gobierno y la Iglesia Católica – es una sola en todos los órdenes, tanto el económico como el cultural. Libre enseñanza… libre empresa… Monopolio eclesiástico… Monopolio petrolero…