El objeto histórico en José Luis Romero

MARÍA ANTONIETA MOISÁ

No son muchas las páginas que José Luis Romero ha publicado sobre su métier d’historien desde que apareciera La historia y la vida, en 1945 [1], cuyo prólogo, junto con la Introducción del De Heródoto a Polibio [2], proporciona una difícil pero segura pista a quienes quieren adentrarse en la obra del historiador. Muchas y muchas veces, sin embargo, en sus clases de Historia de la Historiografía y de Filosofía de la Historia, y en no pocos pasajes de sus obras historiográficas, se ha replanteado el problema del modo de aproximación al objeto histórico, peculiarísimo por su dual naturaleza, por su realidad escurridiza. “… Quien advierte la historicidad de la existencia – confesaba en La historia y la vida –, advierte con ello que el presente es efímero e inasible, y que su reflexión llega sobre él cuando ha perdido su intransferible matiz de realidad. Cuando, en efecto, quiere girar sobre su conciencia y erguirse vigilante, su propio presente, el que alimenta su actividad intelectual y proporciona sus experiencias, ese presente es ya pasado y ha cedido el lugar a un presente virgen que le suscita nuevos interrogantes. Este proceso – amargo y vivaz – incita al hombre a cavilar sobre una vida que adquiere, más y más, la dimensión histórica”[3] .

Más recientemente, su artículo “The specificity of the object in the socio-cultural continuum”[4]  (originariamente una ponencia en la reunión sobre las principales tendencias de investigación en las ciencias sociales y humanas, realizada en la Unesco en junio de 1964) vuelve con nuevo empuje sobre la vieja preocupación. Excepcionalmente extenso y apretado, podría ser materia de un libro, y quizá llegue a serlo. En todo caso, constituye una compleja y comprensiva sistematización del pensamiento metodológico de su autor.

No en vano han pasado veinte años entre La historia y la vida y “The Specificity of the object”, pues el problema inicial que suscitó este último fue la inadecuación de los modelos tradicionales de las disciplinas socioculturales frente a la masa de conocimientos y posibilidades acumulados en la actualidad, sobre todo a partir de 1945. No se duda de la validez de los conocimientos, sino de las categorías en las cuales se encuadran, y por esto lo importante es delimitar el alcance exacto de cada disciplina, pero de manera flexible, que permita reconocer la complejidad, continuidad y coherencia de los problemas.

Al buscar la especificidad [5] de cada una de las disciplinas socioculturales, el primer paso es convertir la especificidad misma en un problema. En el campo de acción del historiador – plantea Romero en este artículo –, esa búsqueda tiene que consistir, primero, en una investigación de las relaciones entre disciplinas tendientes respectivamente a la sistematización y a la historiografía. Porque el historiador corre el peligro de suspender la exposición de la dinámica del proceso histórico al caer en un tratamiento sistemático de ciertos tipos de relaciones, por el que estos se convierten en un objeto estático, en la res, y se pierde de vista el ritmo del proceso. Al problematizar la especificidad, hay que investigar las relaciones entre las diferentes formas de inquisición, dentro del mismo grupo de fenómenos, pero que tienden a analizarlos sistemáticamente en un caso e históricamente en el otro.

Esas relaciones son muy íntimas, y el punto de vista del historiador debe ser el de que cada creación del hombre es un dato del conjunto históricocultural, sólo inteligible en el contexto.

En todo proceso de cambio – y para el historiador toda la condición sociocultural es continuo cambio, continua mutabilidad de relaciones entre el “orden fáctico” y el “orden potencial”, cuyo juego constituye el objeto histórico – [6] hay aceleraciones y desaceleraciones, éstas a veces en tal grado que parece que la situación se ha estabilizado; y esos son los momentos que el sistematizador sobreestima, tomándolos como momentos en que el cambio se ha detenido.

Hay muchas circunstancias, no obstante, en que el historiador necesita la ayuda de un análisis sistemático, y viceversa. Pero las íntimas relaciones entre un tipo de análisis y otro no se limitan ya, como hasta hace poco, a una yuxtaposición o agregado de distintos enfoques, que tratan de recomponer la realidad después de haberla segmentado. Parecería necesario un tipo particular de correlación entre las disciplinas historiográficas que vaya más allá de la mera yuxtaposición de conclusiones y permita la comprensión (el Verstehen de Dilthey o Max Weber) sin distorsión de las situaciones y procesos.

Si las situaciones históricas no llegan a un enfoque basado en la continuidad del todo sociocultural, es porque trabajan con un sistema conceptual inadecuado. Tienen una proclividad a interrumpir el estudio de la evolución para detenerse en el de los hechos, de modo tal que éstos adquieren características de res. Cuando el modo de aprehensión no está adaptado a la velocidad del proceso aprehendido, cada uno de los elementos aparece como estático. Habría que encontrar un sistema conceptual que permita aprehender el objeto de las ciencias sociales y humanas teniendo el proceso constantemente a la vista, y ajustándose a las aceleraciones de su ritmo. Las ciencias históricas ya tienen este sistema conceptual, pero no en términos precisos, y por ello son a veces seducidas por sistemas conceptuales y métodos de mayor precisión, sin percibir que su adopción transforma el proceso en res. Aun aquellos historiadores que han elaborado su propio sistema conceptual se han dejado llevar por los esquemas sistemáticos [7].

El objeto sociocultural (el objeto histórico), para Romero, sólo puede ser captado cuando se lo observa en operación dinámica de los factores que intervienen, factores objetivos: sujeto, actos del sujeto, medio en el que actúa, y factores subjetivos: sistemas de relaciones de los individuos y grupos, interpretaciones, objetivos o intenciones, sólo cognoscibles por inferencia – de aquí su singularidad epistemológica. Y la vida sociocultural es precisamente el resultado de la interacción de esos dos planos – objetivo y subjetivo – en el tiempo. De la diferencia de ritmo entre unos y otros factores surge un dinamismo incesante, que convierte a la vida sociocultural en una continua sucesión de situaciones contingentes [8].

Al arrancar un determinado tipo de fenómenos – el que corresponde a cada disciplina – de este complejo ritmo, se convierte en res lo que sólo tiene sentido como factor en una situación y como acontecimiento en un proceso.

Por eso la historia de las ideas no cae en el campo en que se sistematiza cada una de esas ideas, sino que consiste en el análisis del cambio en la estructura ideológica. La historia de las ideas no debe verse como historia de sus contenidos sistemáticos sino de su eficacia, del juego de las ideas con las situaciones [9].

Este juego es muy patente en las dos “historias de las ideas” que Romero ha publicado: Las Ideas Políticas en Argentina y El Desarrollo de las Ideas en la Sociedad Argentina del Siglo XX. “Deliberadamente he eludido la exposición del pensamiento sistemático – dice en esta última –, porque creo que la historia de las ideas no puede ser una mera yuxtaposición de historias parciales de innumerables campos de la reflexión. Mi objetivo ha sido esbozar un cuadro de conjunto en el que se muevan las corrientes de ideas y de opiniones a través de los grupos sociales que las han expresado, defendido o rechazado, para descubrir como operaron sobre las formas de vida colectiva, como operaron a través de grupos… según el diverso grado de vigencia que alcanzaron, como inspiraron ciertas formas de comportamiento social o, en fin, cómo expresaron los contenidos de ciertas actitudes espontáneas.”[10]  El empleo de este método es constante en El Desarrollo de las Ideas: la continua interacción del plano fáctico y el plano ideológico, más el preciso señalamiento de las diferencias de ritmo entre uno y otro, de los retrasos ideológicos (por ejemplo, el “conformismo” de la generación del ochenta, el conservadorismo anacrónico del “espíritu del Centenario”).

Como consecuencia de las diversidades y alteraciones en el ritmo del proceso, José Luis Romero ofrece un concepto de estructura característicamente histórico. Entre los muchos procesos posibles, pueden distinguirse ciertos procesos a largo plazo, o de cambio lento. Si se piensan las estructuras como procesos de cambio lento, pueden tomarse como el resultado de la tendencia a la institucionalización, antítesis del principio de cambio[11] .

Órdenes, llama Romero a esas estructuras en el mundo medieval, a los procesos de largo plazo, de cambio lento a través de los diez siglos de La Revolución Burguesa en el Mundo Feudal: el orden cristianofeudal, el orden feudoburgués. En su denominación misma se advierte la continuidad. Un orden cristianofeudal que tendía a fijarse, pero cuya doctrina de estabilidad, de relaciones intemporales fijadas para siempre, fue precipitada por la percepción del cambio que ocurría junto a él y luego dentro de él – la revolución burguesa –, que alteraba sus fundamentos mismos, cambio que revelaba ya la formación de un orden nuevo: “la doctrina del orden cristianofeudal fue más una justificación que una definición”, “… se sostuvo su validez universal y se rechazó la posibilidad de que existiera otro orden fuera de él…”[12]. Pero en realidad, sólo fue a raíz del desafío del nuevo orden en formación que se precipitó la institucionalización “de las mentalidades tradicionales, alarmadas por el vigor de la heterodoxia”, del orden anterior [13].

Las estructuras son siempre dinámicas. El proceso de cambio es continuo. Con la percepción del cambio comienza el nuevo orden. Cuando, en este caso, “la imagen de un orden inmutable comenzó a ser sustituida por la imagen de un mundo inestable, de un mundo encadenado a la rueda de la fortuna” [14], que destruye la imagen anterior.

Así, un sistema de relaciones – la estructura, el orden –, puede adaptarse a una prolongada sucesión de situaciones, mientras las interpretaciones y los objetivos no lo invalidan. Pero la lentitud del cambio no debe inducir a creer que es inmutable durante cierto período, es necesario alcanzar la comprensión del cambio dentro de la estructura. Entre el “hecho” de la historia tradicional y los procesos de cambio lento, hay multitud de procesos de duración media, a través de los cuales las estructuras cambian casi imperceptiblemente.

Por eso la necesidad de rastrear los procesos a tan largo plazo como lo hace Romero: “Han sido – observa – los momentos de más acelerado ritmo, aquellos en que maduraba una etapa, aquellos en que se hacían más brillantes y visibles sus expresiones, los que han sido considerados una y otra vez como instantáneas irrupciones de un espíritu nuevo. Estos espejismos han creado la imagen de un proceso discontinuo. El Renacimiento, el siglo de los grandes sistemas filosóficos, la época de la Ilustración, la de la revolución industrial o de la revolución francesa han deslumbrado a quienes examinaban los productos de la creación estética, filosófica, política o científica, impidiéndoles ver la continuidad de un proceso que cada cierto tiempo lograba expresar acabadamente lo que se venía elaborando con duro esfuerzo durante siglos. Sólo remontando el curso de la formación de la mentalidad burguesa puede comprenderse la íntima coherencia que anima la vida histórica durante los últimos diez siglos”. [15] Todo esto puede resultar para algunos una imagen demasiado parcialmente histórica de la vida sociocultural. Pero el historiador es el nuevo humanista, y el retorno a la experiencia histórica que Romero pedía en La historia y la vida, se está realizando hoy en todos los campos de las ciencias humanas, en las que se acentúan las tendencias historiográficas a medida que avanzan en la delimitación de sus sistemas conceptuales, de sus objetos y métodos.


[1] Editorial Yerba Buena, Tucumán – La Plata – Buenos Aires, 1945.

[2] Colección Austral, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1952.

[3] La historia y la vida, p. XV.

[4]“Cuatro observaciones sobre el punto de vista históricocultural”, Imago Mundi, N°6, 1954; “Reflexiones sobre la historia de la cultura”, Imago Mundi N°1, 1953.

[5]  Specificity, en la versión inglesa. Particularité, en la francesa. No existe versión castellana del artículo, lo que aumenta las dificultades que plantea el vocabulario, muy preciso, de elaboración personal y sin concesiones. [N. del E. Romero, José Luis. “’Historia y ciencias del hombre: la peculiaridad del objeto”. En International Social Science Journal, vol. 16, nº 4, París, 1964. https://jlromero.com.ar/textos/historia-y-ciencias-del-hombre-la-peculiaridad-del-objeto-1964/ ]

[6]  “Cuatro observaciones sobre el punto de vista históricocultural”, Imago Mundi, N°6, 1954; “Reflexiones sobre la historia de la cultura”, Imago Mundi N°1, 1953.

[7] “The specificity…”, cit. p. 578.

[8] Ibid., pp. 583-585.

[9] Clases de Historia Social en la Universidad de Buenos Aires, marzo de 1962.

[10] El desarrollo de las Ideas en la Sociedad Argentina del siglo XX, F. C. E., México – Buenos Aires, 1965, p. 7. El subrayado es nuestro.

[11] “The specificity…”, cit., pp. 585-586.

[12] La Revolución Burguesa en el Mundo Feudal, Sudamericana, Bs. As., 1967, p. 523.

[13] Ibíd, p. 462.

[14] Ibíd, p. 463.

[15] Ibíd, p. 17-18