El peronismo en la obra de José Luis Romero. Reflexiones sobre la poética de su historia

MARÍA TERESA BONET

Dentro de la historiografía argentina contemporánea es sin duda José Luis Romero uno de los historiadores más fecundos. La frondosidad de su obra, dedicada en principio a la historia del Occidente antiguo y  medieval, abarca también un relato de largo período con el que construye, de manera original para la época, una historia de la Argentina desde la colonia hasta el año 1976.

Nunca dejó de escribir sobre historia medieval. Esa fue su especialidad y en ella desplegó la amplitud de su erudición sólo interrumpida por algunos períodos en los que se abocó al estudio de la Argentina y de Latinoamérica. De este modo escribió Las ideas políticas en Argentina cuya primera edición es de 1946, año de ascenso del peronismo al poder, “época difícil para la tarea del historiador”, según sus palabras expresadas en 1975 con motivo de la presentación de su quinta edición.

Después de este libro volvió a la historia medieval, obra máxima de investigador, siempre vencido por la tentación de ese  “llamado o deber ciudadano” y militante que lo impulsó a volver una y otra vez sobre Las ideas políticas, para continuar con la escritura de sus reflexiones sobre las formas de ser con las que iba esbozándose la identidad política de su país. En el mismo año 1975 se refiere con satisfacción  a su llamado o deber ciudadano, 

” Todavía estoy en duda si de los que estoy más orgulloso es de las más severas, más rigurosas, más eruditas obras que he escrito en el campo de los estudios medievales, o si de este libro que a lo mejor no es tan severo pero es el libro de un ciudadano que se siente hombre de su tiempo, de su país y de su mundo, y que no está dispuesto a ningún precio a renunciar a lo que cree es la condición fundamental de un hombre, de un ser humano”. ( Romero, José L.1983: 10)

Por varias razones es posible calificar a la obra de Romero como original. En primer lugar, trazó diferentes límites temporales con los que construyó una periodización distinta. Así, la era colonial se halló sucedida por la criolla y ésta por la aluvial dentro de la cual, la sociedad argentina, transformada por la afluencia inmigratoria europea, consolidaba las endebles bases de su modernización.

Desde los orígenes una tensión preocupa y atraviesa este relato novedoso frente a la historiografía tradicional detenida en la crónica minuciosa y plena de elementos variados que, expuestos simultáneamente sobre períodos muy breves y acontecimientos relevantes, predominaba entonces en la historia académica. Esa tensión remite de manera constante,  desde la época colonial hasta las últimas décadas del siglo XX, a dos ideas políticas que representan dos modos opuestos de ver el mundo en el que se sitúan, contraponiéndose y presentando dramáticas dificultades para dar respuesta a aquello que para Romero constituye el problema central: la falta de coherencia entre el desarrollo social y económico y las instituciones políticas inadecuadas a los cambios que ocurren en estas estructuras.

La oposición de estos dos mundos trasunta el sentido de su obra, su  hermenéutica, y en esa búsqueda encuentra los rasgos que le permiten aproximarse a esa “singularidad colectiva argentina”, también centro de su preocupación e interés: 

“En la era colonial se estudia el proceso de elaboración de dos principios políticos destinados a tener larga vida: el principio autoritario y el principio liberal, y al mismo tiempo, se señala el comienzo del proceso de superposición de cierta estructura institucional sobre una realidad que apenas soporta. Ese duelo entre dos principios y ese otro entre la realidad y la estructura institucional se perpetúa y constituye el nudo del drama político argentino; la cambiante fisonomía de ese drama aparece descrita a lo largo de los períodos siguientes.”(Romero, José L.1959: 10)

La inquietud que Romero muestra por la reconstrucción de las mentalidades y de las formas de representación pasadas y presentes lo ubica dentro de los primeros académicos argentinos que intentaron ir más allá de los estudios tradicionales de la disciplina. Nunca abandonó  su empeño en explotar las potencialidades que la historia, como actividad humana, ofrecía para la reflexión sobre el sentido de la vida. Una pasión de historiador. Precisamente por el reconocimiento de los aportes de la subjetividad al campo del conocimiento histórico, como bien señala José Omar Acha, “sorprende muy poco que un historiador que desde temprano se especializó en historia antigua y medieval, con una alta dosis de uso imaginativo de los documentos, mal se llevara con aquellos que decidían la validez de los estudios dedicados al pasado.” (Acha, Omar. 2001)

Es necesario destacar aquí, luego de esbozar el mapa abarcativo de su investigación, que en este capítulo se analizarán las obras tomando por objeto lo que hay en ellas de su interpretación sobre el peronismo y cómo ésta es proyectada desde un largo antes y hacia un después. Pero fundamentalmente lo relevante a los efectos del trabajo que se pretende realizar es que en ese largo antes, Romero es un historiador que da cuenta a través de su narración de ese pasado que no está sino en ella misma y, que en ese después se convierte en un historiador que narra la experiencia humana del tiempo por un mundo- su país- que lo excede pero que es a la vez su propio tiempo vital. Narra entonces lo que ve. Hacia el final, dice:

 “he escrito varias cosas, he militado en política y he dicho siempre lo que me parecía que tenía que decir: lo justo, lo correcto, lo que era una opinión; sin excesos de espíritu faccioso pero sí con pasión. (Romero, José L. 1959:10)

Las obras seleccionadas para su análisis dan cuenta de un peronismo identificado con las características del nazifascismo europeo, con una identificación lograda tanto en el plano ideológico como en el fáctico, en el sentido de la acción demagógica y represiva al tiempo. Sin embargo esta identificación no lo ciega para ver la especificidad del movimiento socio-político en la historia argentina, a pesar de haber compartido con otros analistas de la época la afirmación de que el peronismo es, “simplemente Perón”. (Fayt, Carlos. 1967: 15) Sostuvo esta última afirmación desde el primero al  último de sus escritos, publicado en 1976 con el título de “El caso argentino”.

En Romero, la importancia de las ideas por sobre las estructuras, la contradicción entre el soñado mundo socialista y una superioridad no cuestionada  desde la cual  piensa la acción y la composición de las masas populares, lo convierten en un pensador utópico. La utopía de Romero es, en este sentido, la de la democracia social que sólo llegará a ser real de la mano de los partidos políticos democráticos y específicamente, en este caso, del Partido Socialista. En el proceso de adecuación de la conciencia a la realidad primero utópica, luego mero reflejo, el discurso de Romero se muestra optimista en 1955 cuando cree que ha llegado “la hora del socialismo”, y cauteloso después, ante la evidencia de la reiteración de los golpes militares, de la persistencia radicalizada del movimiento peronista y de la acción coercitiva del antiperonismo.

En el expresivo epílogo de la primera edición de Las ideas políticas de 1946,  se declara como: 

“Hombre de partido, el autor quiere expresar sus propias conclusiones, asentadas en un examen del que cree inferir que sólo la democracia socialista puede ofrecer una positiva solución a la disyuntiva entre demagogia y autocracia; esta disyuntiva parece ser el triste sino de nuestra inequívoca vocación democrática, traicionada cada vez que parecía al borde de su logro.”(Romero, José L.1959: 259)

Toda su obra, tramada con un discurso que puede ser romántico a la vez que trágico en algunos aspectos, se estructura de modo diacrónico para explicar la relación entre continuidad y cambio. Amplia y culturalmente abarcadora, pertenece al modo indagatorio y reflexivo cercano a una Filosofía de la Historia que trata de desvelar la “personalidad colectiva argentina” y que para ello se nutre de fuentes con las que busca unir la tradición marxista y el idealismo alemán. Indaga a partir de allí, en las obras de Weber, Marx, Simmel y Mannheim, las claves que le permitirán resolver las contradicciones que la realidad argentina  impone a su pensamiento. Desde este lugar  combate formas académicas tradicionales de pensar la sociedad así como formas rígidas de construir historia, pero también se aleja del campo popular -donde  parece acercarse a medida que avanza en su formación teórica- al identificar la adhesión a Perón con sectores cercanos al “lumpemproletariado” y no con una clase trabajadora que en última instancia compartía condiciones de propiedad o de materialidad con un amplio sector de la clase media a la cual él mismo, así como muchos de sus discípulos, pertenecía.

Por ello, una  intención explícitamente ética aparece reiteradamente en su obra. El deber atribuido  a la palabra legitimada sólo por ese ser ciudadano- historiador, posición desde la que  nos dice: “El historiador, que es quizá, quien más reparos tiene para esta labor porque es quien mejor conoce sus limitaciones y los peligros de las generalizaciones prematuras. Pero el historiador es ciudadano también y no puede negarse a contribuir con su esfuerzo a esta labor- hoy urgente- de aclarar la conciencia política nacional y de aclarar su imagen para quienes nos contemplan más allá de nuestras fronteras.”(Romero José L. 1983: 13-14)

Han sido brevemente anunciados los núcleos de interés de este capítulo. El primero de ellos consiste en el significado de la historia en trama romántica con la que Romero representa su visión de la Argentina del siglo XX. En este sentido, es confuso  su modo de plantear las claves capaces de guiar la acción social y política que, según su mirada, permitirán a la Argentina la realización de esa imagen utópica gobernada por la idea de un país democrático en su totalidad, y conducida por el perfeccionamiento y la adecuación a la realidad social de los partidos democráticos. La confusión se encuentra al intentar separar ésta de sus interpretaciones acerca del peronismo. Pero lo que sí está claro es que si el primero se presenta a través de un relato romántico, idealista y organicista, el segundo, el peronismo como fascismo, el autoritarismo como fuerza exterior que se impone siempre y distorsiona  la buena senda democrática, es el telón de fondo de todo este relato.

El siguiente núcleo de interés, en consecuencia, se refiere a la manera con la que ha procesado narrativamente al peronismo. El tercero, la idea que atraviesa el conjunto de su obra, que es a la vez su sentido último, la búsqueda de esa singularidad o “personalidad colectiva” cuyo desvelamiento final a través de recursos poéticos trágicos, permitirá hacer comprensibles las razones de la debilidad de la democracia así como de la crisis de valores a la que asiste la sociedad argentina.

 El drama de la democracia argentina en la metáfora de un discurso romántico

El relato romántico es construido  desde la posición del historiador que tiene la misión y el deber de pensar, conocer e intentar la idea de síntesis de lo caótico. Lo caótico está representado como el desorden de ideas que vienen de experiencias variadas, de tiempos, de clase, de etnia, de origen, pero sobre todo concebidas  maniqueamente como dos opuestos que pugnan por emerger y conducir a la sociedad hacia el autoritarismo o hacia el liberalismo. Lo constante como “esa fiereza peculiar de nuestra historia política”, resultado a la vez de la misma lucha. En palabras de White: “El caos del ser debe ser enfrentado por el historiador. La historia como proceso representa una lucha interminable de la turba contra el hombre excepcional, el héroe…Y la vida humana está dotada de mayor valor precisamente en el grado en que el individuo asume la tarea de imponer forma a ese caos, de dar a la historia la marca de la propia aspiración del hombre a ser algo más que ese mero caos”. (White.1998:151)

Romero no está relatando la historia de un héroe que es capaz de vencer todas las fuerzas que se oponen a la virtud. Pero sí está narrando proféticamente la historia del triunfo de las ideas “puramente democráticas, pulcras y perfectas, claras y distintas”. Todo su análisis de la historia argentina es un llamado constante y urgente a quienes desde el socialismo tienen el deber de purificar la yuxtaposición de ideas que conduce a la confusión:

“Acaso se pueda objetar que el autor se exceda en el uso de la palabra idea; pero está convencido de que en el campo de la historia de la cultura no es posible aislar en ese concepto las formas pulcras y perfectas de las formas elementales y bastardas. Firme en esta opinión, el autor ha procurado siempre descender desde el plano de las ideas claras y distintas hasta el fondo oscuro de los impulsos elementales y las ideas bastardas, seguro de llegar, de este modo, a la fuente viva de donde surge la savia nutricia que presta a las convicciones esa fiereza tan peculiar de nuestra historia política.” (Romero, José L. 1983:9-10)

Las resonancias de la vieja dicotomía civilización – barbarie, son claramente elocuentes. Reaparecen ahora bajo  la oposición de ideas pulcras frente a impulsos elementales e ideas bastardas y, recreándose en una nueva antinomia, dan origen a la oposición peronismo-antiperonismo. Así el peronismo será medio de expresión de estos impulsos que, en latencia después de Caseros, emergerán de modo insospechado en la madurez de la Argentina aluvial por efecto de la fusión de culturas del campo y de la ciudad.                

Se ubica en la posición de un historiador consciente de los alcances siempre insuficientes de un punto de vista, pero también convencido  de una misión empeñada en la formación de conciencias hacia el sentido trazado por la conquista de “las ideas claras y distintas.” Metáfora romántica que, como tropo lingüístico representativo de la idea de democracia, disuelve sus partes y se torna vaga e imprecisa. Aspiración posible sólo en la imagen poética.

“Acaso sólo sea original cierto enfoque de la totalidad del problema – pocas veces intentado antes – y cierta acerada visión del curso de la historia argentina, cuya proyección hacia el futuro ha querido vislumbrar el autor muchas veces, unas con angustia, otras con orgullo, siempre con la ansiedad de quien se juega la vida confundido en una multitud cuyos pasos no sabe quién dirige”(Romero José L. 1959:10)

No tiene la intención explícita de ubicarse en el lugar del profeta que bajo un único relato explica los desafíos que la compleja identidad argentina imponen a una conceptualización acabada, pero lo hace. Y en su intento, cuestionable desde este presente esquivo a las interpretaciones totales, nos entrega claves de una singular claridad para pensar nuestra realidad pasada y presente.

En ensayos posteriores volverá sobre este tema, pero siguiendo el propósito inicial puesto en la búsqueda de las grandes ideas explicativas, atribuye a la debilidad de las instituciones democráticas la emergencia del peronismo – que comienza a insinuarse en su relato – como fenómeno amargo y peligroso.

“El hecho que ha causado más honda sorpresa ha sido la aparición de una masa sensible a los halagos de la demagogia y dispuesta a seguir a un caudillo. Este fenómeno – amargo y peligroso – no es de ninguna manera inexplicable. Medio siglo es poco tiempo para la evolución social y política de un conglomerado heterogéneo, y no debe sorprender que aún quede en el fondo- conserve cierto justificado escepticismo frente a las instituciones de la democracia que no supieron afrontar a tiempo sus problemas y dejaron  flotar sus indecisas pero innegables aspiraciones.” (Romero José L. 1959 :28)

La vida política es mirada desde arriba, y desde ese lugar, el peronismo es en su totalidad un fenómeno amargo, resultado  de la conjunción de la acción demagógica y la masa vulnerable. Pero Romero cree en las posibilidades de una explicación: la inadecuación de las instituciones democráticas a las necesidades de la masa. No habla de clases populares, ni de movimiento obrero, ni de Pueblo. Habla de masa con aspiraciones indecisas. Masa, cual sustantivo femenino en el sentido moderno de la interpretación filosófica, es carencia de identidad autónoma o identidad sujeta al lugar del otro construido desde una posición hegemónica.( Bourdieu. 2000)

Consideremos que Romero está escribiendo estas palabras en 1946 de modo que escribe lo que ve y como lo ve. Y en 1945 todos los partidos democráticos aliados en la Unión Democrática constituyeron la principal fuerza de oposición a Perón cuyo resultado fue la derrota en las elecciones de 1946. Sin embargo, despojándonos de nuestro análisis presente, podemos destacar que su relato romántico está teñido permanentemente de resonancias éticas al considerar la responsabilidad de la inadecuación democrática a  quienes poseen las “ideas claras y distintas”. De ahí su deber ciudadano y su creencia en las posibilidades de la acción política aún “con la ansiedad de quien se halla confundido dentro de una multitud cuyos pasos no se sabe quién dirige”. (Romero. 1959: 10)

El historiador y el militante, la historiografía y el Partido Socialista constituyen pues, el sujeto, el héroe que con su acción es capaz de restar ambigüedad y de resolver todas las tensiones en conflicto. Volviendo a las palabras de Romero: 

“Políticamente, esta masa es inexperta y simplista;  como en el fondo es igualitaria y democrática, acoge con calor la propaganda demagógica que parece responder a sus anhelos, sin descubrir los peligros que entraña. Por ser radicalmente democrática, la aparición de esta masa en el primer plano de la política nacional no constituye un peligro duradero: sólo seguirá siéndolo mientras los partidos políticos populares de programa orgánico no aclaren su conciencia y no afronten la solución de sus problema.”(Romero, José l. 1983:31)

Para José Luis Romero la esencia de nuestra sociedad es profundamente democrática y la adhesión a Perón ha sido una equivocación, un error de inexperiencia y de indolencia a la vez. Hay aquí dos presupuestos difíciles de comprobar, uno es la esencia democrática de las masas como algo “naturalmente dado” y no como algo a conseguir desde la experiencia concreta en el proceso de formación de la conciencia individual y colectiva de las sociedades y, el otro en consecuencia, el peronismo en su totalidad como movimiento antidemocrático, el peronismo entendido sólo por y a través de la  imagen de un líder demagógico que lo construye de acuerdo con sus fines claros y precisos.

Fines y principios claros y precisos que también tienen en su versión opuesta, los partidos orgánicos capaces de formar la conciencia de los verdaderos intereses de la “masa”  y de dar  respuesta a sus necesidades y problemas:

“Afortunadamente, esos partidos existen y parecen comprender la misión que les está reservada. La captación de esta masa de ideales flotantes e imprecisos constituye su más inmediata preocupación; es necesario formular con claridad cuáles son los ideales políticos que están indisolublemente unidos a las grandes conquistas sociales (…) sólo así se podrá vencer el escepticismo que anida todavía en el espíritu de esa masa amorfa que perdura todavía como resto no revolucionario de ese complejo social…” (Romero José L. 1983:31)

En este historiador, maestro de algunos representantes del grupo Contorno, el problema no es la hostilidad clase media- proletariado, sino la incapacidad de la dirigencia burguesa para canalizar la “identidad democrática de una masa aún amorfa”. La adhesión de esta a aquella y no lo contrario. El autor se pregunta por qué no han podido estos partidos lograr la adhesión de las masas. Piensa entonces, en la adhesión popular al peronismo como incoherencia. Se pregunta, no por las razones de la adhesión obrera a Perón sino acerca de cuáles son los móviles que han impedido que esta adhesión fuera orientada por otros partidos políticos.

La distancia de dos lenguajes se le aparece como la primera aproximación a una respuesta. Por ello  insiste en la necesidad de hacer explícito, “con las palabras del pueblo”, que sus ideales políticos son idénticos a las grandes conquistas sociales anheladas por ese mismo pueblo. En consecuencia, sólo cambiando palabras será posible la comunicación interferida. Su señalamiento será una y mil veces invocado por la izquierda intelectual para dar explicación al divorcio élite-masas.

Ahora bien, el ensimismamiento en la búsqueda de razones explicativas, simplifica la complejidad del conflicto en cuestión: si Perón pudo lograr el apoyo popular fue por la utilización eficaz de una retórica convincente y  si los partidos democráticos no pudieron hacerlo deben de ahora en más, esterilizados naturalmente del peligro demagógico, modificar su estrategia discursiva.

Por todo ello Romero atribuye el carácter amorfo de la masa a la debilidad de la democracia argentina, y a las instituciones  la responsabilidad de corregir “ese vestigio no revolucionario que queda en la sociedad.”

En “La lección de la hora” (1946), escrita inmediatamente después del triunfo electoral del peronismo frente a la coalición “democrática”, su relato impregnado de antifascismo  alienta la responsabilidad de la acción de ese sujeto transformador al que confiere capacidades extraordinarias para dirigir el sentido de la síntesis democrática que, como expresión de una salvación, desafía y desconoce el sentimiento popular.

“La hora es, sin duda, de acción, pero no lo es menos de reflexión y de análisis. Ante nuestros ojos se desenvuelve un trascendental fenómeno social que, aunque no nos parece inexplicable, nos obliga a meditar sobre su contenido y su significación. Ciertamente, la derrota sufrida por los partidos políticos populares en los comicios del 24 de febrero de 1946 constituye un grave contraste (…) pero debemos (…) reconocer que hemos errado y que han sido otros- con otros objetivos y otros medios de acción- los que han logrado conmover a la mayoría del pueblo soberano.” (Romero, José L. 1983: 78)

Contraposición de dos mundos, racional y esclarecido uno, impulsivo y sentimental el otro. El drama de la democracia en la Argentina, no consiste en el rechazo popular a los partidos democráticos sino en la distancia de estos de la inclinación del pueblo hacia formas de ejercicio del gobierno diferentes de las ejercidas por las instituciones tradicionales. Las reformas más profundamente democráticas en Argentina y América Latina, miradas desde este presente tantas veces analizado por Ernesto Laclau, no han surgido de las instituciones tradicionalmente consideradas democráticas sino de los movimientos sociales en conjunción con la emergencia de liderazgos nuevos.

Las reflexiones del historiador expresan la incredibilidad  que produjo en los intelectuales el surgimiento de una  identidad política inédita y también la obstinación en la persistencia de viejas formas de concebir la cultura política popular. Como si no fuera posible la consideración de una elección política autónoma, del movimiento popular.

Sobre el final del texto, resuelve su propia paradoja, se ubica en la cúspide del saber y devela su real distanciamiento de esa cultura política popular, cuya esencialidad dice conocer:

“Con todo, desalienta comprobar cómo es posible que no haya existido la más mínima capacidad discriminativa en esa masa votante que lleva a los puestos de mayor responsabilidad en los gobiernos y en los cuerpos representativos a muchos hombres que no significan garantía alguna para una política de progreso, puesto que pertenecen a los grupos más reaccionarios del país, cuando no son ejemplo de la más negada ignorancia. Los han preferido frente a figuras esclarecidas de la ciudadanía a quienes les debemos buena parte de nuestro progreso social y político”. (Romero, José L.1983: 81)

No obstante, estos escritos pensados en 1946 son reflejos de la rivalidad política entre Universidad y Peronismo. La reivindicación de la emergencia de una “cultura popular”, “nacional”, “auténtica”, que el peronismo representaba –  de la cual se apropiaba- y que proponía también como labor a construir y transmitir desde las instituciones, resultaba agraviante en su forma y en su contenido para la tradición universitaria de esos años. En este sentido la oposición política puede ser percibida como la expresión más visible de una rivalidad cultural y social, representada en las recíprocamente irritantes consignas, “alpargatas sí, libros no”, “alpargatas sí, libros también”.

Por otra parte, la irrupción ideológica del peronismo en la Universidad, significó una ofensa para los principios sustentados – y apropiados – por quienes conformaban una tradición democrático-liberal que, en defensa de una autonomía deificada,  lograba recomponerse tanto con la invocación a la Reforma de 1918 como por su posicionamiento – ahora sí – antiperonista. Peronismo-antiperonismo dos opuestos que teñirían, a partir de aquí, todo análisis posible bajo signos recíprocos de “exclusión y rechazo”.  Por todo ello, “fuera del Estado y contra ese Estado que excluye a quienes lo rechazan”, el campo intelectual antiperonista se recluye en una vida cultural extra estatal (Sigal, 1991: 50)

A esa vida intelectual extra estatal pertenecía José Luis Romero, creador de Imago Mundi y, junto con otros, de un campo cultural marginal y muy limitado en sus espacios de expresión pero con fuerte incidencia entre los estudiantes que en 1955, dominados por el significante falaz de una libertad manipulada, centrarán sus expectativas en el retorno de la autonomía universitaria que consideraban perdida durante los años peronistas. En ese año Romero volverá a la Universidad como decano e interventor [Nota del ed. Interventor de la UBA en 1955-56; profesor de la FFyL entre 1958-1965; decano de esa Facultad entre 1962-1965], docente e investigador de la Facultad de Filosofía y Letras, recompuesta bajo el signo de la “Libertadora”. La falacia de la ansiada autonomía, develada durante el conflicto “libre o laica”, motivará su alejamiento en 1957 [Nota del ed. 1965] y la violenta intervención militar en 1966 su ruptura definitiva.

El peronismo como fascismo. El peronismo como amenaza popular

Tres textos que expresan claramente las ideas de Romero sobre el peronismo son tomados aquí para avanzar en las formas con las que el mismo ha sido narrado: Las ideas políticas en Argentina (1959), “La crisis argentina: Realidad social y actitudes Políticas”(1959) y “El carisma de Perón” (1973) Tres núcleos problemáticos aparecen al intentar descubrir el trasfondo de “Las ideas”: el peronismo como práctica de ideas fascistas, el peronismo como mero discurso, el peronismo como amenaza popular, consecuencia no intencional del proceso de desperonización iniciado por el régimen militar en 1956.

El peronismo es fascismo. La afirmación es categórica y el relato deja por un momento su matiz romántico sin abandonar la explicación a través de las grandes ideas que guían su argumentación organicista. Un propósito inicial, expresado en la advertencia a la primera edición, nos muestra, tal vez ahora, a un “marxista que se ignora” (Halperín Donghi. 1982:208): “El autor ha tenido muy en cuenta, para dar sólido apoyo a su análisis, las características y la evolución de la estructura económica y social en que hunde sus raíces el mero fenómeno político.” (Romero. 1959:10)

Pero en esta primera obra fascismo y peronismo son  una continuidad consolidada a través de la práctica evolutiva de ideas preestablecidas. De este modo al explicar “la línea del fascismo” (Romero. 1959: 227), hace un análisis político desechando las explicaciones sociológicas o económicas. El fascismo es el resultado de la concreción  desde el Estado de las ideas impuras. Lo central es el autoritarismo, la prohibición de las libertades, la censura, la opresión del individuo, el estatismo.

Así, la revolución militar de 1943, “echó las bases de un régimen totalitario”(…) “Las medidas fueron inequívocas: se trabó la actividad de los partidos políticos, de los gremios, de las universidades, y simultáneamente se estableció la obligatoriedad de la enseñanza religiosa”. Y además… “Acaso para apoyar la debilitada causa del gobierno se pensó en el menguado apoyo de los grupos de obreros amarillos que estaban en relación con la policía; y en un intento más vasto de comprometer las conciencias libres de los trabajadores, el subsecretario de guerra, Perón, fue designado director del Departamento del Trabajo. El fascismo proseguía su avance y entraba en plena tarea de organización”…” a medida que se desarrollaba, comenzó a insinuarse cierta peculiaridad que le prestaba la personalidad de su principal propulsor. Perón constituía, sin duda, el más activo de los elementos pronazis del gobierno revolucionario…” (Romero, José L. 1959:243-245)

El autoritarismo ha triunfado sobre el liberalismo y ha logrado su consolidación a través del discurso demagógico arrastrando a sectores identificados con el lumpenproletariado. El peronismo se convierte así en discurso político: “Perón descubrió un instrumento de acción inestimable: su capacidad de orador capaz de usar el tono, el vocabulario, y las ideas más apropiadas para convencer a las masas argentinas, y especialmente a las masas suburbanas. Este elemento, cuyo valor acrecentaba la radiotelefonía, había de constituir en lo futuro un imponderable de la política argentina”.

Al quedar ausente del relato la historia del movimiento obrero heterogéneo y pleno de discrepancias de ideología y de prácticas (socialistas, comunistas, peronistas), el peronismo aparece como el resultado de la astucia de un líder dotado de condiciones individuales especiales. Y asimismo, esta posición compartida con otros académicos de la época impide hacerlo inteligible como entramado que se construye también con la potencialidad de la acción  creada en ambas direcciones a través de un discurso que no sólo es producido desde el poder sino que nace del saber y del sentir popular. 

La lucha por la ampliación de la ciudadanía también había sido una bandera del discurso de la oposición “democrática”, y también antes de 1943 ésta  había llenado de contenido social al concepto. Por lo tanto el discurso demagógico no alcanza a dar respuesta al tantas veces convocado por qué del peronismo. Pero además, si bien en parte fue discurso, el discurso peronista que por lo demás contenía expresiones tan rotundas como “jamás”, “nunca”, “para siempre”, “nueva era” e “intervención del pueblo en soluciones fundamentales”, desde la acción de Perón del Departamento de Trabajo, tenía su correlato en reformas sociales concretas, apelaba al apoyo – protagonismo popular, y constituía realidades.

Con esa plataforma, discurso de la oposición del cual Perón se apropió, según Romero, introdujo subliminalmente sus ideas fascistas en la masa “inexperta”: ““Buscamos suprimir las luchas de clases suplantándolas por un acuerdo justo entre obreros y patrones – esto es del pueblo- al amparo de la justicia que emana del estado””, decía Perón el 1 de mayo de 1944. “No dividimos al pueblo en clases para lanzarlas en lucha, unas contra otras; tratamos de organizarlas, para que colaboren con el engrandecimiento de la Patria”” “Esta  prédica- revolucionaria y reaccionaria a un tiempo como todo fascismo- fue adquiriendo vigor y terminó por arraigar en la conciencia de ciertos grupos sociales, pertenecientes a la categoría que ha sido calificada técnicamente como lumpenproletariat.”(Romero, José L. 1959:247, 248)

Así, el peronismo está visto como discurso distorsionador del proceso de formación de la conciencia democrática en la totalidad de la sociedad argentina. Pero no es claro por qué Romero cita especialmente estos fragmentos de los discursos de Perón que, vertidos en la Bolsa de Comercio, expresan claramente su intención de garantizar la alianza de clases y diluir sus conflictos bajo “el bien de la patria”, cuando en realidad no está construyendo un relato en términos de clase. Los cita evidentemente para mostrar el contenido fascista de un discurso que, en su interpretación, perfila un proceso de estatización y de anulación de autonomías en función del “bienestar general”. Pero, atendiendo a la explicación sociológica del concepto o a una explicación marxista surgidas en la misma época, se ve que en la primera con Germani el peronismo no es estrictamente fascismo debido a que se propone integrar a las clases populares y no a los sectores medios y en la segunda, con Silvio Frondizi, se lo identifica con un tipo de régimen bonapartista y no fascista. De modo que su relato continúa guiado por “las ideas” aunque se introduzca por momentos en explicaciones más analíticas o más cercanas a una interpretación estructuralista.

Finalmente, dentro del proceso de ascenso del peronismo y dando cuenta de su interpretación del 17 de octubre de 1945, Romero sugiere, deja caer de modo casi inconsciente, pero guardando en latencia lo que será mucho después un núcleo de debate en la historiografía argentina, la visión del peronismo como amenaza popular.

En este sentido, sobre el final de “Las Ideas Políticas” afirma que:

“La doctrina implícita y explícita alarmó a ciertos grupos de las clases medias y de los sectores capitalistas, que se obstinaron en rechazar el hecho social que se imponía ante sus ojos como si no existiera, tal como lo venían haciendo desde 1930 (…) Poco a poco, la revolución impopular comenzó a hacerse popular, sin que los políticos ni las clases medias lo advirtieran (…)El orador por antonomasia, el monopolizador de la radio, comenzó a aglutinar a su alrededor a dirigentes gremiales más o menos resentidos y a agrupaciones gremiales justamente desencantadas por la política conservadora que predominaba desde 1930″(Romero. 1959: 247, 248.)

Los militares de 1943 habían puesto en Perón sus expectativas de conducción de un estado corporativo capaz de ganar más peso frente al avance de uno de formación comunista, tal como había ocurrido en los países centrales europeos. Sin embargo ésta no era la intención de Perón, quien ya había advertido junto a otros sectores del ejército que con el final de la segunda gran guerra llegaba también el final de los regímenes no democráticos. Por eso Perón “se prepara para la hora de las urnas” (Torre. 1995). En esa disposición llena su discurso de contenido democrático, recrea la idea de ciudadanía social, crea la consigna de igualdad de acceso, consigue el apoyo de los dirigentes sindicales, busca la alianza con las clases patronales e intenta un acercamiento con dirigentes y cuadros partidarios. Algo fracasa en la realización de sus planes. Las clases patronales ya no temen una revolución social urgente. Le temen a la amenaza popular que comienza a representar el peronismo.

Aun considerando los cambios introducidos en la acción del estado como consecuencia de la crisis de legitimidad iniciada en el 30 y a su vez, que éstos se produjeron de la mano de un régimen militar – fuerza de interpretación que atrapa y suspende al peronismo en su estigma demagógico – no es posible desentrañar los enigmas que la adhesión obrera a Perón introdujo en el escenario político e intelectual sin hacer intervenir las transformaciones dentro del estado y la politización de los conflictos sociales. El nexo entre las medidas económicas y la adhesión obrera a Parón, “no debe buscarse en la importancia económica de las consecuencias de la aplicación de esas disposiciones sino en los intensos conflictos sociales que se desarrollaron en torno de las mismas.” (Sidicaro, 1998:155,156) La reacción opositora de sectores de las clases propietarias movilizó la defensa de una clase obrera que  se construía de esa manera a través de una identidad política en parte nueva, al asumir esas medidas como conquistas propias.  

Los relatos sobre el 17 de octubre, movimiento en favor de la liberación de Perón y  oficializado años más tarde por el Partido Peronista como “el día de la lealtad”, son innumerables en sus variaciones y matices. Desde la expresión popular hasta la aprehensión de la ciencia social y el discurso figurativo de los cuentos literarios, van desde la visión de una Plaza de Mayo colmada por la espontaneidad popular, a la mera y renovada estrategia de organización militar y sindical que tomó a la primera como base de espectáculo para llenar  un anquilosado escenario. Resentimiento y reivindicación, fiesta que iguala ( James, 1995), danza orgiástica y nueva cultura de irreverencia política (Halperin Donghi, 1956), ritual de conversión( Plotkin, 1995), momento fundacional ( Neiburg, 1995), verdadero acontecimiento que, como hecho histórico, transformó la movilización política y su escenario público en un hecho de masas.

Para José Luis Romero: 

“Un conato de revolución militar obligó a Perón a retirarse transitoriamente del poder y permitió la cuidadosa organización de su retorno a la vida pública en condiciones excepcionales que demostraban el trasfondo de su política y de sus planes. Con la colaboración desembozada de fuertes grupos militares y de la policía, se organizó el 17 de octubre de 1945 una marcha convergente desde los suburbios y los barrios obreros sobre Buenos Aires para exigir su “libertad”. El movimiento tenía –en gran escala- la misma estructura interna de otros que anteriormente había organizado la policía para otorgar un poco de calor popular a los actos de gobierno de la revolución de 1943”. (Romero. 1959: 247)

El desenlace del acontecimiento popular es, en su interpretación, coherente con una de las partes en lucha en el interior del combate discursivo que venía desarrollándose desde 1946.  Pero en el mismo párrafo aunque de modo poco explícito, esboza por primera vez casi conteniendo en las dos caras de la dicotomía, las claves embrionarias de la compleja naturaleza del peronismo:

“…era inequívoco que ahora existía también un movimiento espontáneo de masas populares para las cuales el nombre de Perón se había transformado en bandera de un movimiento social”. (Romero.1959: 247)

Movimiento social cuyo obstinado e imprevisible sustrato sentimental era, para Romero, el “resentimiento popular” que en 1945 había encontrado una ocasión para abandonar su “escepticismo político”. (Romero. 1983: 37)

Sobre el carisma

Sobre el final, hacia 1973 un nuevo triunfo del peronismo, mediado ahora por la larga lucha por su hegemonía dentro de una protesta de izquierda generalizada, por su radicalización ideológica desde la fábrica a la universidad, y por el dilema de una clase media peronizada, Romero escribe “El carisma de Perón” (1973):[1]

“Ganó Perón: éste es el análisis de las elecciones. Ni el Frente ni el Justicialismo, ni el candidato presidencial, ni los gobernadores ni los diputados. Pura y simplemente Perón.”

Se pregunta, “¿Qué es Perón?” Deja explícito que saber quién es Perón constituye sólo un dato anecdótico. Cree encontrar la respuesta en el Perón que es a la vez anécdota y significado, parece decir que es una mezcla de contingencia histórica e identidad colectiva persistente a los cambios:

“Allí está la punta del hilo. Para muchos, el carisma es algo privativo del individuo, una particularidad o, acaso, un don otorgado por una potestad divina: tal es el arrastre que esta noción sociológica trae de la teología, de donde la extrajo Max Weber. Pero en términos de la historia social la personalidad individual de quien se dice que tiene carisma no es sino el núcleo de su personalidad social. Quien tiene carisma en cierto grado puede carecer de trascendencia social si la sociedad no lo transforma en el soporte de algo que ella proyecta sobre él. En ese caso el carisma cambia de escala y el que lo detenta adquiere una influencia social multiplicada.”(Romero. 1983: 105)

Esta consideración de Romero acerca del carisma nos muestra su existencia en el origen del peronismo como idea romántica del genio y su fuerza creadora junto al conjunto de valores sociales por los cuales adquiere sentido. Sin embargo, sin trascendencia social no hay carisma y este no existe sólo porque la sociedad lo proyecta en alguien en quien ve especiales características sino porque el carisma constituye una categoría de lo histórico para pensar cómo se gestan y perduran los grandes movimientos políticos que generan trascendentales transformaciones y en los que no es posible separar una cosa de la otra. Cronológicamente en los textos de Weber, el carisma transcurre desde una reducción al ámbito religioso  hasta “ser entendido como una potencia de cambio histórico” que comienza con el cambio de un grupo humano que se va imponiendo y generalizando dentro de la Sociedad. Como ha señalado Javier Rodríguez, “sólo por medio de la entrega afectiva de los seguidores, especialmente cuando esto significa la superación de los límites del yo culturalmente definidos en ese momento histórico preciso, puede explicarse el paso de lo individual-subjetivo, en principio extraño, inaudito y marginal a lo general – colectivo como base de una sociedad.”(Rodríguez, J.1995: 57)

Romero, incluso buscando en Weber las claves de explicación, queda atrapado en su idea originaria que ubica a Perón, ahora idealizado y engrandecido tras su exilio, como el artífice absolutista de una obra: “en ese caso el carisma cambia de escala y “el que lo detenta” adquiere una influencia social multiplicada.”(Romero. 1983: 105)

En Weber no hay tal lógica porque su tesis está asociada a la contingencia que fragmenta una evolución necesaria, y en todo caso en sus explicaciones sobre las afinidades electivas habría que encontrar significado. De algún modo lo que Weber había pronosticado era la muerte del sujeto individual, la rutinización del carisma como efecto de la racionalización instrumental y su contradicción respecto de las formas de organización solidarias. 

De ahí que la concepción del carisma en Romero sea romántica en el sentido del genio que emprende misiones sobrehumanas que, en el caso de esta interpretación, han sido emprendidas por un demagogo, pero que también pudo ser lo contrario.  En ambos casos es la heroicidad la que impulsa la acción social.

¿Por qué Perón? Aun despejando todas las posibilidades analíticas, su discurso, sus vocablos, su evocación por la cultura popular, sus intenciones, sus posibilidades exteriores para la concreción de una política de reforma social profunda, sólo queda esa afinidad señalada por Weber para el desarrollo de la acción social. Cósmica o irracional, teológica, mítica como un desafío a la racionalidad.

“Parece evidente que, para rastrear el significado profundo de la decisión de la mitad del electorado a favor de Perón, lo más importante es establecer el contenido de aquella proyección. Esto es establecer la significación del Perón simbólico. La respuesta no parece difícil. Perón simboliza una rebelión primaria y sentimental contra el privilegio. Y Eva Perón más que él” (…)  “Pero ahora es sólo él purificado y hecho espíritu por la lejanía. Esta es la fuerza de su nombre. Y esto es lo que tiene de grande la decisión de quienes han preferido seguir manteniendo tal opción, porque más allá de sus implicaciones socioeconómicas, y más allá de las esperanzas concretas de cambio, supone una condenación del privilegio.” (Romero.1983: 107)

Aquí, su primera referencia a Eva Perón y con ella al contenido emocional de la experiencia histórica y concreta de dignificación que tras siglos de marginación, el peronismo materializó desde el Estado. Interpelación que construyó históricamente la estructura del sentimiento. “rebelión primaria y sentimental contra el privilegio”, impulso emocional, imposibilidad  de superación  y a la vez de olvido.    

Una visión de la personalidad colectiva argentina

Desde sus escritos sobre la Argentina Aluvial, Romero pregunta con insistencia al pasado tratando de reconstruir el carácter de una personalidad argentina. Dos opuestos culturales alcanzan su síntesis entre 1860-1880 y vuelven a desintegrarse hacia 1880 a través de la masividad de la afluencia inmigratoria.

En respuesta a esas preguntas construye un relato de la marginación que tiene un principio, la colonización española y un fin, la protesta encarnada en la adhesión a Perón.

“Como atrás de Yrigoyen, ahora irrumpen detrás de Perón para gritar una protesta. Una protesta, nada más. No para exigir el sistema de cambios que podrá poner fin al primado del privilegio.”(Romero. 1983: 109)

Sin duda la historia avanza interpelada por movimientos de protesta, pero no es igual el de los aborígenes, criollos y mestizos frente al pacto colonial, ni el de los trabajadores inmigrantes y nativos frente a la indiferencia del orden conservador, ni el del movimiento obrero de apoyo a Perón.  No puede haber una historia de los marginados sustraída de otros grupos que no lo son en el orden del privilegio.

Pero es al analizar las sucesivas crisis argentinas cuando al describirlas esboza rasgos de esa personalidad colectiva

“Argentina está en crisis. Es, sin duda, un país un poco retórico y formalista. Más que sensible, parecería sentimental. Por tradición, ha buscado siempre las soluciones intermedias, no sin cierta finura para la elaboración de las fórmulas. A los argentinos les ha parecido siempre que era un país destinado a alcanzar cierto tipo de equilibrio, que muchos consideraban que se confundía con la felicidad.”(Romero. 1983: 40)

Dotada de tantos recursos naturales la Argentina de su descripción parece contener la felicidad en el camino de su destino. Como si el signo de las crisis fuese el paso del tiempo que malogra la belleza exterior de una Argentina que, nacida para ser virtuosa, por obra extraña a la acción humana terminara desintegrándose. Idealización de un pasado cuya potencialidad encarnada, en el tiempo presente del autor, desilusiona.  

“Y sin embargo. Hace alrededor de tres decenios que Argentina está en crisis, y la tradicional imagen que los argentinos tenían de su país cuyo rasgo predominante era la modernización y la placidez- comienza a desvanecerse para dar paso a otra de perfil más preciso. De trazos angulosos y violentos, y con un gesto de acritud apenas disimulado en su fisonomía. Con eso, la crisis empieza a ser considerada aún más grave de lo que es en realidad, porque asoman los signos de la desilusión, que es, por sí misma, un factor desencadenante de crisis. A la placidez ha seguido el desasosiego. Y en esas circunstancias se hallan sumidos los argentinos, unánimes nada más que en su desconcierto.”(Romero. 1983: 41))

Todo su relato refiere de modo constante a esa estabilidad de la Argentina previa a 1880. Estabilidad y prosperidad. La imagen del granero del mundo. Pero su tono no es melancólico, incluso la era aluvial es descrita a través de las cifras, con su cara próspera y su contracara riesgosa, mostrando el endeudamiento y descubriendo su ficción, el fraude y la indiferencia social. Anticipa que el problema ha sido la democratización acelerada de las masas, inadecuada al ritmo lento de las instituciones que es tan necesario como posible reparar. Aun así la Argentina de su imagen es semejante a un romance que finaliza con el tono sombrío de la tragedia.  

Antes de este desenlace, Romero, vuelve a buscar la explicación en los actores, en este caso, en el orden político. Recorre las diferentes formas que éste ha adquirido desde poco antes de 1930. Así, los intentos de ampliación de la representación democrática frustrados por la elitización de las instituciones – la separación de lo político –  y, sobre todo por el peso de las dictaduras militares, se han alternado pendularmente, impidiendo la posibilidad de canalización de “esa esencia profundamente democrática de las masas argentinas.”

 “Lo que se ha perdido es la comunicación, la posibilidad de coincidir. El signo visible es la crisis de los partidos políticos. En breve tiempo, todos se han dividido y muchos de ellos por razones difícilmente comprensibles, pues no se advierte la oposición fundamental que separa los distintos sectores. A la pérdida de fe en los partidos políticos acompaña una pérdida de fe en los hombres”(1983:43)

La idea de un proletariado nuevo, portador de una aspiración individual de ascenso, lo ubica junto al conjunto de las interpretaciones sociológicas de la época:

“No hubo, en modo alguno modificaciones en la estructura, pero, sin duda, el nuevo proletariado realizó una experiencia profunda que le dejó saldos favorables y desfavorables. Sin duda profundizó su conciencia de clase, rompió innumerables prejuicios que aseguraban su dependencia, conquistó una posición de paridad en sus enfrentamientos con los órganos empresarios y adquirió cierta noción de su dignificación política. Pero en el proceso de la politización del movimiento obrero, el nuevo proletariado retardó la definición de su línea autónoma de orientación política.”(Romero 1983:55)

Pero lo relevante es que ese nuevo proletariado conforma, en su relato, una nueva personalidad cuyo carácter se expresa como imagen identificatoria de la Argentina en su totalidad. Su modo de explicación organicista se consolida en la medida en que una parte mayor, la personalidad argentina, aglutina a las otras. Pero esa personalidad no es la manifestación de su “esencia democrática”, sino la extrema confianza en la eternización de una prosperidad que le es dada, así como la adhesión sentimental a un liderazgo autoritario. La idea o la meta que rige su relato, cuya trama adquiere un tono trágico, es, sin embargo, la posibilidad de hallar en la larga experiencia del pasado, las potencialidades de un futuro de cambio. Irónicamente, el historiador es fatalista y optimista a la vez porque en el primer caso, “los procesos históricos tienen una lógica propia que difícilmente pueda cambiarse”, y en el segundo, “porque es preciso reconocer que la historia de la humanidad ha mejorado en todo sentido”. (Romero en Félix Luna. 1976: 164) 

Sobre el final de su relato, “la tensión” entre el trasfondo trágico y la resolución romántica nos deja ver un drama que tanto en 1955 como en 1974 cae junto con las dos caídas de Perón. Así, en 1955, la caída de Perón es la oportunidad para el romance de la libertad: “el aprendiz de brujo, el artista modelador de un pueblo que se ofrece, el dictador que planea  y ejecuta sobre la base de un poderoso aparato de fuerza, el demagogo que apela a su voz viril y a la voz gutural de Eva Perón y que llega así a la zona de los instintos, un día cayó sin gloria. Nada quedó en poco tiempo de las estructuras corporativas que el dictador creara…” (Romero. 1959: 254)

Y hacia 1973 “con el último peronismo”, las dos fuerzas de un conflicto cuya manifestación definitiva esta vez  Perón no contuvo, con pocas palabras en una síntesis de enorme significado, Romero expresa todas las aspiraciones que el retorno del “héroe” representaba para una mayoría a la cual  no pertenecía.   

“El Verano caliente entre 1972 y 1973 presenció manifestaciones exaltadas y oyó discusiones vehementes en las que adquirieron un significado irrevocable y mesiánico los llamados a la revolución, a la liberación, a la reconstrucción nacional. El verano caliente oyó hablar a unos de Argentina potencia y a otros de socialismo nacional. Oyó hablar de prodigiosas inversiones de capitales extranjeros y de implacables nacionalizaciones. Oyó hablar de comandos tecnológicos y de comandos de organización. Oyó hablar con respeto a viejos franquistas de los regímenes de Chile y de Cuba. Se oyó comparar al conductor con Mao y al largo exilio con la larga marcha. Se oyó decir que nada importaban las contradicciones porque el conductor las resolvería a todas, unas veces con alardes de ingenio y otras mediante actos de poder”…” “el viejo no supo…” ( Romero. 1983:124)

Sin embargo, antes del final sombrío de un relato que nos recuerda la acción de un héroe que, excediéndose en sus posibilidades, desata otras fuerzas mucho más implacables, retoma el hilo perdido de una trama en romance.  

“En Argentina no ha habido sólo un aprendiz de brujo capaz de desatar procesos sin saber luego cómo encauzarlos. En términos de responsabilidades históricas todos lo somos un poco. Argentina es un país rico y fuerte, pero el mito de su riqueza y su fortaleza sobrepasa la realidad. Los argentinos creen que todo puede hacerse pero está probado que hay límites…La primera revolución que hay que hacer es una revolución mental que nos ponga en claro acerca de nuestras posibilidades como conjunto social y despierte en nosotros el sentido de la responsabilidad. No hay política que pueda alimentarse sólo de reacciones sentimentales.”(Romero. 1983: 125)

Ni el Partido Socialista, ni el triunfo de las ideas perfectas como síntesis de una democracia sublimada ni, en su opuesto, Perón con su carisma, logran constituirse en el sujeto transformador  metaforizado por Romero. Pero como antes en Carlyle y Michelet, el héroe no se queda a un lado contemplando la desgracia, su desgracia,  sino que recupera el sentido de su meta bajo la imagen heroica del historiador militante, que anticipa la forma con la que un pueblo nostálgico, puede alcanzar, en un futuro, la conquista de una democracia tan idealizada como abstracta. 

“La vida histórica no se alimenta de retornos sino de creaciones. Hay que crear ideas, soluciones, proyectos. Crear algo que se arraigue en la experiencia de hoy y que se proyecte hacia el futuro. Crear una política liberada de los fantasmas, de las reivindicaciones, de las nostalgias; apegada a situaciones reales y desplegada en una proyección prudente y audaz. La solución de las crisis sociales son siempre decisiones políticas.” (Romero.1983: 125)

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[1] Entre 1973 y 1976 Romero escribió varios artículos periodísticos que fueron incluidos en El drama de la democracia argentina.