José Luis Romero

HILDA TORRES VARELA

Aunque José Luis Romero, fallecido en Tokio en fecha y circunstancias que aún nos son imprecisas, no abandonó jamás la actualidad de un país que se honró contándolo entre sus ciudadanos, en los últimos meses su nombre volvió con frecuencia al interés central del periodismo en ocasión de publicarse su último ensayo crítico (“Latinoamérica: las ciudades y las ideas”) y la más reciente obra de Félix Luna “Conversaciones con José Luis Romero, cuyo subtítulo reza: ‘sobre una Argentina con Historia. Política y Democracia” Muy bien se acuerda el subtítulo de Félix Luna a la personalidad del ilustre argentino desaparecido porque es posible sea él quien más inmerso estaba, de un modo dinámicamente vital dentro de esos valores, y quien más haya contribuido a la visión de una Argentina positiva y rigurosa. La muerte lo alcanza en el mayor nivel de su carrera como integrante —único representante de la Argentina— del Consejo Directivo de la Universidad de las Naciones Unidas.

Hermano del eminente filósofo Francisco Romero, heredero de la mejor tradición del pensamiento argentino, fue maestro en el más estricto sentido de la palabra, y el último humanista que nos fue dado conocer, pero humanista en la amplitud y la exigencia que ese título reclama al aplicarlo también a hombres como don Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, quienes fueron sus amigos, aunque lo adelantaran sensiblemente en edad.

Pasó por la universidad argentina —donde alcanzó la muy alta dignidad de Rector— como un ejemplo: inflexible en la exigencia académica, jovial y afable en su generosa relación con colegas y alumnos, intransigente frente a las modas pasatistas que pretendieron envolverlo en la demagogia o el populismo corruptores, tajante cuando debió negarse a los reclamos desorbitados de las variadas formas de totalitarismo con las que le tocó enfrentarse, La universidad de José Luis Romero no fue aséptica ni anodina, pero tampoco dio cabida a la anarquía, y mucho menos a la improvisación o a la mediocridad. Sus rechazos siempre se tradujeron en una nueva forma de creación. La revista “Imago Mundi” (de 1953) fue su respuesta a la crisis universitaria del 50; fue una “Universidad de relevo”, alerta y espectante, como él mismo dice

Representante ilustre de la escuela de los “Annales” (continuada hoy por la Escuela Práctica de Altos Estudios de la Sorbona), con alguno de cuyos integrantes, como Fernand Braudel y Pierre Francastel mantuvo estrecha relación, su tarea de investigador de la historia lo llevó a especializarse en Edad Media, porque sabía que no es posible abordar los problemas de un país como el nuestro si no se conocen sus “estructuras profundas”, únicas capaces de revelar los mecanismos de nuestra identidad. “Las ideas políticas en Argentina” (Fondo de Cultura Económica, 1946) “Latinoamérica: las ciudades y las ideas” (Siglo XXI, 1976), tanto como el juego fluida de ideas candentes que se enuncia en las “Conversaciones” de Félix Luna, son el producto y la maduración de análisis eruditos conocidos a través de su “Edad Media” (Fondo de Cultura Económica 1949) y “La Revolución burguesa en el mundo feudal” (Sudamericana 1967).

Intelectual por exigencia rigurosa de un método mental que transpuso a todos los órdenes de la vida, se enroló en las filas del revisionismo histórico, pero negándose a la vez a las corrientes fascistizantes que dentro de un nacionalismo limitativo y a-científico pretendieron jerarquizarse bajo homónima denominación. Hombre político, militó sin reservas en el socialismo democrático, manteniendo en todas las encrucijadas la autoridad y el equilibrio ético que exigían las nuevas generaciones. Esa exigencia ética de civismo le impidió la tentación de actitudes pretendidamente “juveniles’’, porque sin necesitar de adiciones epidérmicas José Luis Romero fue un joven cabal más allá de la cronología, y hasta el último instante de sus 67 riquísimos años.

Invitado por ‘‘El Fogón de los Arrieros” —al que lo unía una estrecha amistad—, visitó nuestra ciudad en diversas ocasiones y las clases y conferencias que diera tanto en la entidad de la calle Brown como en las altos de la Universidad del Nordeste, sirvieron para esclarecer, para alentar, para promover vocaciones e inquietudes.

Expositor brillante, agudo humorista, gustador exquisito del arte, capaz de la más firme y exigente amistad, espíritu que conjugó la aristocracia del intelecto con la precisión científica y el más claro y riguroso equilibrio de juicio, la Argentina pierde con José luis Romero, en el momento más conflictivo de su historia, a su ideólogo más lúcido y tal vez al más indispensable. Sólo nos alienta a aceptar su tremenda ausencia esa maravillosa lección de optimismo que quiso dejar al hacernos ver en nuestros problemas de hoy, “más bien una crisis de crecimiento que una crisis de declinación”.