Revistas de las afueras del peronismo: Contorno e Imago Mundi entre la renovación historiográfica y el proyecto generacional

OMAR ACHA
UBA / CONICET

Las revistas Contorno e Imago Mundi representan espacios cruciales donde circula una disputa generacional virtual que va a moldear veinte años de historia intelectual argentina. Antes que apelar a clasificaciones que muestren la disparidad de las configuraciones culturales de esas publicaciones me interesa exponer sus vinculaciones. Los múltiples contactos entre las redes intelectuales a las que pertenecen ambas revistas no impiden percibir la tensión cultural que las atraviesa. Por el contrario, el peronismo concede siete años de una coexistencia contrariada a una constelación intelectual heterogénea. Entre 1948 y 1955, las revistas son los vasos comunicantes entre una naciente joven generación y los intelectuales cuya formación tuvo lugar en la entreguerra. Los intercambios y colaboraciones no ocultan el desarrollo de una discrepancia que se tornará insuperable.

¿Cuál es el desacuerdo? El de cómo definir el quehacer intelectual para un futuro postperonista cuyo inicio, sin embargo, no se avizora. Los maduros y en algunos casos veteranos escritores de Imago Mundi lo imaginan en la senda de una práctica universitaria normalizada, científica y profesional. En esa vía existen divergencias importantes, no exentas de valoraciones políticas. Los jóvenes autores de Contorno desean un porvenir universitario, pero lo esencial se dirime en la crítica cultural conducida por una sensibilidad de izquierda. También entre la juventud proliferan matices. Aún así, su afirmación generacional debe colisionar con las pertenencias ideológico-epistémicas de los intelectuales de entreguerra que lideran Imago Mundi. Esto acontece más en el orden de las fidelidades teóricas propuestas por los núcleos fundadores de ambas publicaciones que en el terreno de las solidaridades manifiestas, al menos mientras el peronismo continúa en el poder.

En el cruce de ambas publicaciones no estamos siguiendo una historia de revistas, sino la silueta de dos encrucijadas: el del rol del saber universitario y la creación de un proyecto generacional. En las inmediaciones de la década peronista ambas cuestiones son inciertas. Después de 1955 sus temas esenciales continúan en disputa pero sus formulaciones son sometidas a transformaciones capitales.

Dos revistas, dos tiempos, una trama

El panorama de las revistas no peronistas que se esfuerzan por plantear nuevas miradas sobre el obrar cultural desde un mirador universitario puede ser dividido en dos grupos.

El primero está compuesto por las publicaciones de la juventud articulada alrededor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires: Verbum, Centro, Contorno, Existencia, Las Ciento y Una. El tono de estas revistas no es especializado, aunque sus artículos se centren en temas específicos. Lo que define a las monografías impresas en sus páginas es la vocación ensayística, algo indiferente al uso de referencias eruditas. Las publicaciones juveniles están habitadas por el deseo de acometer un relevo generacional.

El segundo núcleo está compuesto en sus rangos decisorios por una camada de intelectuales formados en la entreguerra y alineada en un difuso entramado liberal y socialista-liberal: Ver y Estimar y, sobre todo Imago Mundi. La primera, nacida en 1948, es una publicación de crítica de arte; la segunda, aparecida en 1953, lleva el subtítulo de Revista de historia de la cultura. Del espectro hemerográfico antiperonista quedan al margen de este examen las menos dispuestas a una renovación teórica ante el gobierno populista. Son aquellas genéricamente liberales: Sur y Realidad. Cursos y Conferencias pertenece al universo cultural antiperonista, pero es heterogénea y hacia 1950 su estrella se está apagando.

La legitimidad popular del peronismo y su desconfianza ante las élites intelectuales instituyen un desafío a los supuestos simbólicos preexistentes en la comprensión de la realidad social. No todo el abanico antiperonista cree posible pensarla con las categorías empleadas hasta 1945. Algunas zonas de la intelectualidad reconocen la existencia de una vacancia de horizontes interpretativos, y que por lo tanto es necesario repensar. Ya no basta con repetir. La vacancia teórica, que es también política, instala una pregunta: ¿cómo nace una generación intelectual?, que en este trabajo se reformula así: ¿por qué y cómo Contorno da nacimiento a la generación de 1955 mientras que Imago Mundi tiene que perecer para dar paso a una red académica que transforma a las ciencias sociales en la Argentina? Sólo enunciaré los prolegómenos de esas trayectorias, que se consolidaron después de 1955. El límite de mi estudio se sitúa en el 16 de setiembre de ese año crucial.

El derrocamiento del peronismo exige determinar qué caminos intelectuales tomar una vez vencido el gobierno denostado. Contorno, hasta entonces una revista de crítica literaria, se politiza desde el número 7/8 de 1956. A su modo también lo hace Imago Mundi en el fascículo 11/12, también de 1956, preocupada por la “crisis de cultura”, donde es inevitable leer la problemática de las masas en la sociedad contemporánea. 1955 también obliga a tomar partido en la escena postperonista. Buena parte del equipo de Contorno se pone a la órdenes de Arturo Frondizi y el de Imago Mundi, políticamente más heterogéneo una vez caído Perón, se escinde entre el liberalismo y el socialismo reformista. La revista juvenil se hace órgano de reflexión política pero sus escritores procrean una nueva crítica literaria y social, y la revista de historia abandona su programa teórico inicial ante las novedosas aspiraciones de la historiografía y la sociología universitarias.

¿Qué sucede si a este relato le seccionamos su conclusión? Al perder la teleología del período posterior a setiembre de 1955, el problema principal legible en las redes intelectuales que nuclean ambas revistas se transforma. Los jóvenes universitarios aparecen debatiéndose en la búsqueda de un proyecto intelectual compartido, sin garantías de acción política real. Vemos en sus filas el trabajo de hacerse generación. Los maduros escritores especializados de Imago Mundi están inmersos en un problema muy diferente. Su objetivo no es de orden propiamente intelectual; es académico aunque hayan sido expulsados de la universidad. La ambición de Contorno es abrir los órdenes del saber. La faena de Imago Mundi es de clasificación epistémica: se trata de delimitar las formas legítimas del conocimiento histórico.

Ambas revistas nacen en 1953. En ese momento el peronismo parece destinado a durar indefinidamente. La victoria electoral peronista del otoño de 1954 confirma esa sensación. Las perspectivas de desarrollo intelectual de una nueva generación intelectual son sobrias. Pero son posibles siempre que se mantengan en el registro de lo literario. Centro y Contorno se pliegan a esa delimitación fáctica y plantean sus ideas en el plano teórico. Los horizontes académicos de los historiadores y sociólogos de Imago Mundi deben recluirse en una praxis que encuentra su resguardo en el alejamiento de los problemas inmediatos. Esa común marginación crea una zona difusa de coexistencia. Como se ha señalado en otros estudios, el antiperonismo habilita una circulación de colaboradores entre diversas publicaciones, una solidaridad que se revelaría endeble apenas se desanude el corsé que reprime las pulsiones intelectuales y académicas en la universidad peronista.[1]

Contorno suele ser definida como la revista de una nueva generación. Sus protagonistas nacieron entre 1922 y 1931: Noé Jitrik, David Viñas, Ismael Viñas, Juan José Sebreli, Oscar Masotta, León Rozitchner, Carlos Correas, Regina Gibaja, Adelaida Gigli, Ramón Alcalde, Adolfo Prieto. La década del veinte también vio nacer a otros autores estrechamente ligados a Contorno o a sus polémicas: Rodolfo Kusch, Héctor Álvarez Murena, Francisco J. Solero. No obstante, una generación intelectual no se define por las cercanías de fecha de nacimiento sino por una actitud ante la realidad cultural. Y en ese plano no todos coincidían. Alrededor de las divergencias se suele establecer afinidades: los Viñas, Rozitchner, Jitrik, por un lado; los existencialistas filoperonistas, Masotta, Sebreli, Correas, por otro; Kusch y Solero, en fin, más en el margen telurista. Por eso la creación de una generación implica un trabajo específico que no es una obra individual, dado que emerge desde una pluralidad. Su génesis es inevitablemente embrollada, como sucedió con la generación contornista.

Los integrantes de Imago Mundi nacen en el cuarto de siglo precedente. Pertenecen al consejo de redacción Luis Aznar, José Babini, Ernesto Epstein, Vicente Fatone, Roberto Giusti, Alfredo Orgaz, Francisco Romero, Jorge Romero Brest, José Rovira Armengol, Alberto Salas, Juan Mantovani y León Dujovne. El director, José Luis Romero, está ingresando al período entre-deux-âges: nació en 1909. La secretaría de redacción está a cargo de jóvenes de edad contornista: Ramón Alcalde en los números 1 a 9, y Tulio Halperin Donghi en los números 10 y 11-12. 

Los escritores de Imago Mundi provienen de una matriz liberal, en algunos casos matizada por un socialismo moderado. Su preocupación esencial es la lucha contra el “totalitarismo”, sea fascista, comunista o peronista. Los matices al respecto son importantes, pero permiten caracterizar al grupo como una constelación de entreguerra. Las perspectivas que sostienen sobre el peronismo están condicionadas por esa pertenencia histórica, marcada por las repercusiones de la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Las actitudes no son siempre exactamente las mismas. Sin embargo, están caracterizadas por la reivindicación de un liberalismo político incompatible con la novedad populista triunfante en 1946.

Los lazos culturales del consejo editor de Imago Mundi son muy variados. Su perfil se establece fácilmente a través de una enumeración de las revistas en que sus integrantes participan: Sur, Realidad, El Iniciador, Liberalis, la mexicana Cuadernos Americanos. Sus vínculos editoriales son también densos: Fondo de Cultura Económica, Losada, Argos.

El primer número aparecido en setiembre de 1953 está encabezado por un artículo programático de J. L. Romero sobre la “historia de la cultura”. La biblioteca evocada por Romero es la del historicismo postkantiano de Dilthey y el neohegeliano de Croce. La episteme que propone hace de la cultura la síntesis de una totalidad histórica recortada en una época. De ese modo pretende destacarse de las dos corrientes historiográficas existentes en la Argentina: la académica dirigida por Ricardo Levene y el revisionismo rosista.

Las diversas producciones publicadas en la revista se sitúan en un orbe teórico humanista y espiritualista de referencias culturales occidentales. La problemática nacional casi no aparece en sus páginas, a pesar de que el director hizo del ensayismo el interés decisivo de sus estudios durante la década peronista. En efecto, hay una distancia inmensa entre los textos de Imago Mundi y los escritos compilados en 1956 en el libro de Romero, Argentina: imágenes y perspectivas.[2] En este pequeño volumen la problemática de las masas en la política, el fracaso de las élites, el desafío impuesto por los grandes movimientos demográficos y la inestabilidad de las democracias liberales de postguerra, definen una problemática destinada a incidir en la estrategia del Partido Socialista en el que es un dirigente importante.

El temor a una represalia estatal silencia las referencias políticas de Imago Mundi. Pero la ausencia se debe también a una dificultad teórica. Elegida la vía de la historia de la cultura y la crisis del espíritu como eje del discurso, se hace inviable una modulación de la historia nacional.

El debate más directo entablado desde Imago Mundi está a cargo de Norberto Rodríguez Bustamante en su reseña de la Historia argentina (1954) de Ernesto Palacio. Rodríguez Bustamante se ampara en las hipótesis de historia social enunciadas por J. L. Romero en Las ideas políticas en Argentina (1946) para reprochar al autor revisionista un arcaísmo metodológico que sigue preso de un enfoque de historia política y el desbalance en la valoración de las tradicionales políticas nacionales.

En los artículos y reseñas de los diez números que llegan hasta la caída del peronismo es difícil diseñar un perfíl nítido. La revista se diferencia del saber universitario en el reclamo de la universalidad y una idea de “alta cultura” que no cede al nacionalismo y, sobre todo, a la adscripción del movimiento en el poder. La función opositora que así perfila está destinada a servir como espejo de reconocimiento de un sector de la intelectualidad antiperonista, pero deja sin dirimir qué interrelación entre saber y realidad está a la altura de la época.

Las entrañas de Imago Mundi están habitadas por un diferendo que jamás habrá de saldarse en la breve historia que concluye con el número 11/12 de 1956. La tensión atraviesa la misma obra de J. L. Romero, para quien las cuestiones de la cultura y del espíritu no son meramente teóricas. En sus escritos contemporáneos sobre la historia medieval la noción de “espíritu burgués” es crucial para comprender el nacimiento de una nueva cultura en Europa después del año 1000. Pero además esa cuestión –cree Romero– permite acceder a los problemas radicales de la época actual. En cambio, el joven Halperin Donghi sostiene una convicción distinta. No sólo porque atiene su quehacer intelectual a la historia argentina (su tesis sobre los moriscos no lo atrapa), sino porque expresa de su formación bibliográfica europea una impronta epistémica donde las ciencias sociales se imponen sobre el historicismo espiritualista y el erudicionismo político. El respeto reverencial que el joven siente por Romero inhibe la expresión abierta del diferendo, que recién estallará después de 1955. En ese momento, la internacionalización del saber universitario la avanzada de las ciencias sociales obligará a Romero a una torsión teórica importante. Eso es innecesario entre 1953 y 1955 porque nada hace sospechar que el acceso de la tropa de Imago Mundi a la universidad esté cerca.

La situación histórica de Contorno es diferente, a pesar de los múltiples lazos que unen a su tripulación con la red cultural donde se inscribe Imago Mundi. Como ésta, la revista juvenil es un producto de la universidad pública. O más exactamente, de las contrariedades que arraigan en una institución como la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, un ecosistema propicio para la gestación de ambiciones generacionales.

Contorno tiene una genealogía clara en las revistas del centro de estudiantes de la mencionada Facultad: Verbum, con su único número 90 de 1948, y Centro que comienza a aparecer en 1951. Ésta acompaña a Contorno durante toda su trayectoria. Verbum se inscribe en la tradición del reformismo universitario y sus referencias intelectuales son humanísticas, cercanas a las de Imago Mundi, aunque surcadas por toques de inconformismo. Lo dominante es, sin embargo, el academicismo. Su único número delata una apuesta por inscribir en la universidad peronista una pretensión humanística de rasgos opositores. Lo que no contrasta del todo, sin embargo, con las escrituras de la Revista de la Universidad de Buenos Aires que comanda el padre Hernán Benítez. Donde sí Verbum cambia de rumbo es en el ensayo de Murena, “Reflexiones sobre el pecado original de América”, una crítica en toda la línea al Sarmiento de Martínez Estrada.

Centro, en cambio, anticipa los trazos esenciales de Contorno. Están a cargo de la redacción inicial Susana M. Giordano, Darío J. Cantón, Ana A. Goutman, Ana B. Ilstein, Noé Jitrik, Francisco M. Oddone y Esther M. Smud; más tarde se integran A. Gigli, Ismael Viñas, Rodolfo Borello y O. Masotta. Su tono es también opositor. La “Presentación” del primer número, salido de las prensas en noviembre de 1951, menciona al “colapso de 1945”. En un breve comentario se enuncia un sentimiento generacional: “No somos una generación más desafortunada que otras. No queremos simplemente tomar nota que la vida se nos escapa de entre las manos y todo se lo atribuimos al medio que nos rodea. ¡Pero si no es el medio! [¡]Si somos nosotros!”. Ante esa culpa había que actuar de “cuerpo entero”, exaltando el goce de vivir. La persistencia de temas anteriores es obvia con la reproducción de tres cartas de Unamuno. David Viñas publica un fragmento de “Los desorientados” en el número 2, de abril de 1952. Adolfo Prieto da a conocer en diciembre de ese año su “Nota sobre Sábato”, en cuya obra deplora el “tono confesional” y el existencialismo inofensivo.

A partir de la salida de Contorno ambas revistas constituyen espacios de circulación de los manifiestos de la nueva generación en gestación. Centro aspira a algo “grande” y “serio”. En mayo de 1953 la secretaría de redacción afirma que cada número de la revista es un “documento para la historia”. ¿Para la historia de qué? Para el reconocimiento de una multiplicidad de intelectuales como una generación aun indefinida pero ya deseada.

El sartreanismo es una de las fuentes esenciales de los discursos de Centro. Está presente en los textos de los hermanos Viñas y con precisa información en la escritura de Regina Gibaja. El recorte de una generación se hace difícil cuando la distancia con el peronismo une a la juventud universitaria con los viejos escritores ligados a la red de amistades de Imago Mundi. Para los concursos literarios y ensayísticos organizados por la gremial de estudiantes, Centro convoca para sus jurados a Francisco Romero, Fatone, Ezequiel Martínez Estrada, y todavía en setiembre de 1955 publica artículos de Juan Mantovani y Risieri Frondizi.

Dentro de la trama de las configuraciones culturales en las que por el momento se orienta la joven generación, no parece que la crítica de los viejos sea fundamental. La relación es ambigua, porque de éstos se espera algo. Así por ejemplo, Borello califica al número inicial de Imago Mundi como “un símbolo inverso de la atonía e incapacidad para la vida intelectual a que han llegado nuestras llamadas facultades de Humanidades”, aunque lamenta que la presentación y el artículo inicial de Romero no estén “a la altura” esperada.[3] También Ismael Viñas admite aguardar una alternativa en los “hombres del espíritu”, aunque su queja es más dura cuando nombra como “espejismo de cultura” a la colección Esquemas en que publican los hermanos Romero, Borges, Fatone, Marcos Victoria, y tantas otras figuras de la red de Imago MundiRealidadSur.[4]

El deseo de “parricidio” intelectual pasa a primer plano, y sólo en parte, después de 1955. En realidad la generación intelectual en ciernes está apenas interesada en destituir simbólicamente a quienes ven como maestros de los que se puede aprender poco. Por eso no hay ruptura radical. El peronismo lima la aspereza de los enfrentamientos y los hace tolerables hasta permitir la colaboración. Por eso, por la falta de enojo rupturista en las críticas es que Juan José Sebreli afirma en “Los ‘martinfierristas’: su tiempo y el nuestro”, del fascículo inaugural de Contorno, que no es posible el parricidio freudiano. Y concluye: “tenemos que arreglarnos solos”.

Desde Centro se dice aun tarde, en su número 10, que el primer fascículo de Contorno es “flojo, endeble”, que “no asustó a nadie” a pesar de su jactancia exagerada. Y es cierto que el lenguaje de Centro, incluso en los textos de contornistas, es más agudo. Lo es por ejemplo en la crítica de Gibaja a Eduardo Mallea, donde señala sus moralismos abstractos e ineficaces, sobre todo para la mirada de la nueva generación que ella bautiza como denuncialista. Aunque vimos en el asunto de los jurados que eso no obstaculiza la búsqueda de la autorización de los mayores. En realidad el denuncialismo es insuficiente para caracterizar a las amistades intelectuales que en Contorno quieren hacerse generación. Justamente porque devenir generación les parece tan arduo es que no se conforman con la denuncia, que por lo demás D. Viñas reprocha en la revista Las Ciento y Una a Mallea.

Es que Mallea había intentado remozar su estética y aún politizarla como crítica elitista del peronismo. Su Chaves representa el esfuerzo mayor que le era accesible para intervenir literariamente en el horizonte cultural de la época. Como los héroes malleanos, Chaves es silencioso. Sólo accede a hablar por amor. Pero ese amor es también el de Mallea. Es un amor platónico, sin sexo, sin sudor, sin dolor. La mujer de Chaves, por eso, se llama Pura. El mencionado atrevimiento histórico de Mallea consistió en hacer de Chaves un obrero cetrino. Fue lo más cerca que pudo estar de un trabajador peronista. Sin embargo, Chaves no es muchedumbre. No conversa con sus compañeros de trabajo, que por eso lo detestan. Para ellos, el que no comparta las costumbres lo torna un arrogante que alimentado por su propia superioridad carece de interés por la palabra. Él sólo trabaja y observa. A su modo, es un miembro de la Argentina invisible. Para escarmentarlo, los obreros lo rodean e intentan asesinarlo, en una nueva “Fiesta del monstruo”. Otro trabajador, Mólers, lo salva de la muerte “bárbara”. Incluso después de ese peligro, Chaves se resiste a hablar. No cede, porque para Mallea lo único valioso ante la amenaza de los obreros ensoberbecidos sigue siendo la protesta de los que no necesitan expresar su desacuerdo. La distancia defendida es la prueba de la diferencia con la masa.[5] 

Se ha interpretado, mal, que el ajuste de cuentas es algo tan duro en la época. En el texto colectivo de la edición número 5/6 de Contorno, de setiembre de 1955, se descalifica la crítica de Rodríguez Bustamante a Palacio como proveniente de una “vieja actitud liberal”. Pero esa diferencia es lateral para la construcción de un proyecto generacional que constituye el problema principal del contornismo y de Centro. De allí también que la participación de Sebreli en Sur continúe luego de su colaboración en Contorno y en Centro, pues el joven crítico es visto como un individuo y no como el integrante de una generación.

La rebeldía y el rechazo de la producción cultural contemporánea son insuficientes para fundar una generación. Tampoco es suficiente la pertenencia epocal. Con razón Sebreli se separa en su artículo sobre Martín Fierro de una argumentación meramente juvenilista. Y es que la destitución simbólica decisiva se dirige contra otro joven, contra el que había iniciado, él sí, una operación de reemplazo “parricida”: Héctor A. Murena.

Murena ha planteado desde las páginas de Sur una crítica de los autores canónicos: Borges, Martínez Estrada; y ha tematizado a Roberto Arlt. Con ello seduce a la nueva generación que se suma al proyecto de una renovación cultural en Las Ciento y Una, cuyo único número aparece en junio de 1953. Desde el título la publicación de Murena recupera a Sarmiento para preguntarse qué es la cultura nacional. Pronto las aguas se separan. La revista, señala Masotta desde Centro, no realiza su programa. Porque si la denuncia es deseable como actitud intelectual, en el número inaugural no se denuncia a nadie. Masotta se apresura, porque el número dedicado a la crítica de Ernesto Sábato no aparece justamente porque comienza a nombrar. Lo cierto es que Murena está poco interesado en el problema generacional. Su angustia es individual. Su imaginación intelectual se sostiene en la impugnación de individuos pero no de todos los horizontes culturales.

El argumento general de Murena, reunido en El pecado original de América publicado por la editorial Sur en 1954, sostiene que sólo una literatura nacional puede resolver la condena al silencio que agobia a América. El nacionalismo y el folclorismo, el primero por ser mera forma sin sentimiento (como en Borges), el segundo por su servidumbre con un pasado inactivo. La soledad y el silencio, en fin, la falta de comunicación, deben superarse a la manera de Poe: creando un estilo propiamente americano. Esta problemática estará presente en los primeros números de Contorno y los jóvenes deberán luchar contra su seducción. Sus escritos iniciales están atravesados por la prosa y los ideologemas de Murena.

Se ha exagerado la significación del libro de Prieto, Borges y la nueva generación.[6] Se ha derivado demasiado de la defensa que hace de él David Viñas y del lugar que le asigna Emir Rodríguez Monegal en su ensayo El juicio de los parricidas.[7] Es cierto que el examen de Prieto, en un análisis superficial, es terminante y priva a Borges de todo valor literario, destacando un desajuste entre su relevancia y su prestigio. En cambio, los estudios sobre Murena en Contorno están mejor meditados. La presencia de Solero y Kusch entre los colaboradores de la revista juvenil es extemporánea y deudora de vínculos amistosos antes que de solidaridades generacionales. Los jóvenes saben que está en disputa una definición de la “nueva generación” y que la edad es un dato interpretable.

El problema que observan en Murena es que su reproche a Martínez Estrada lo mantiene en el pasado. Lo que Murena critica en el autor del Sarmiento (1947) es el abandono del ánimo desmitificador de Radiografía de la pampa. Frente al peronismo, Martínez Estrada se traiciona a sí mismo para hallar una positividad pretérita que lo acerca al liberalismo. La búsqueda mureniana de un lenguaje nacional quiere partir de la desposesión que Martínez Estrada había revelado. Pero el objetivo de Murena también es lograr una “mayor conciencia”, del mismo modo que la esperanza de Radiografía de la pampa había sido la “salud” accesible una vez “evaporadas” las quimeras de la civilización sarmientina.

La enseñanza de Murena es crucial. A través de él Martínez Estrada deviene el padre tutelar de la denuncia de las mascaradas progresistas argentinas. David Viñas lo contrapone a un Lugones que, sin embargo, se conforma con sustituir los problemas de la realidad con las formas de la fantasía.[8] Pronto esa recuperación de Martínez Estrada se revela más radical que la de Murena porque se distancia de los “arquetipos” sin historicidad de ambos. La clave de Contorno, por el contrario, consiste en trazar correlaciones entre literatura, historia y política. Para justificar el método las inspiraciones son diversas. A veces Sartre, a veces el marxismo.

Para el contornismo, Murena se preserva al margen de la realidad histórica. De allí la importancia asignada a su pieza teatral El juez, que se ambienta en 1942, es decir, antes de la aparición pública de Juan Perón.[9] Los dilemas de Murena son psicológicos y no metafísicos, dice Rozitchner. Sus personajes no están situados, sostiene Alcalde. El proyecto mureniano se torna teológico para huir de una realidad que no puede enfrentar, concluyen ambos.

Del fratricidio fundacional que tiene como víctima a Murena es que nace el quehacer de Contorno: la relectura de la literatura argentina en clave histórica a la vez que formal. Los elementos sartreanos en el proyecto son importantes pero están subordinados a esa tarea que los conduce a reevaluar a Martínez Estrada y a Arlt, a Manuel Gálvez y a los escritores comunistas. Del primero recuperan la actitud de denuncia, del segundo una escritura que se alimenta de los dialectos reales, del tercero un realismo que debe ser formalizado, de los comunistas la prevención contra una aproximación “contenidista” que los anula.

En definitiva, la operación crucial de Contorno es el fratricidio. Es su consumación la que habilita el posterior denuesto de la vieja generación de entreguerra. Sin embargo, la falta de un parricidio eficaz se paga. La nueva generación es siempre insegura. En la presentación del número 9 de Centro, en 1954, se ensaya un balance de lo hecho. Se recuerdan los significantes de la identificación de la generación: balance, inquietud, rebeldía, testimonio. Pero se reconoce la precariedad del avance: “Tal vez no logremos cosas concretas. Tal vez nos reduzcamos a proyectos, y no sea esto tan poco. De todos modos, en nuestro ambiente, en que todo parece enquistado y cerrado, estamos tercamente dispuestos a seguir siendo posibilidad”. Y es que al estudiantado, como a los contornistas, no le está dado aun romper con las viejas generaciones. El fratricidio rinde frutos amargos porque los sitúa en una posición subordinada ante mayores que no merecen la eliminación. Algunos contornistas colaboran en Imago Mundi, y más adelante Halperin Donghi publicará un ensayo en Contorno. Y es que si después de setiembre de 1955 la ruptura con el liberalismo de Sur se pone a la orden del día, las solidaridades personales nacidas durante la década peronista persisten pues se traman en dos registros de la inteligencia que son decisivos para el porvenir del saber de lo social en la Argentina.

Vacancia historiográfica y fundación generacional

El problema de Imago Mundi y Ver y Estimar es distinto de las cuestiones de Centro, Las Ciento y Una y Contorno. Las primeras se preocupan por establecer los cánones de intereses académicos. Las segundas por fundar una nueva generación intelectual. De las vías seguidas por ambas nacen dos líneas directrices de la cultura intelectual nacional de las décadas venideras.

Interesa el contraste entre Imago Mundi y Ver y Estimar porque revela las eficacias diferenciales de historias epistémicas sin embargo estrechamente ligadas por lazos teóricos y personales. Los directores de ambas publicaciones, José Luis Romero y Jorge Romero Brest son amigos de juventud. Los objetivos de ambos son similares hacia 1953: crear los protocolos teóricos de la investigación científica en historia y en la crítica de arte. Pero mientras Ver y Estimar trasladará sus discursos consolidados entre 1951 y 1955 a la gestión artística del período posterior, Imago Mundi resignará ante las ciencias sociales su programa esbozado por Romero. La revista de Romero Brest modifica su orientación de legitimidad en las artes plásticas, de “París” a “Nueva York”, después de dos viajes a Estados Unidos realizados entre 1948-1949 y 1950-1951. Así anticipa una reconversión teórica que se mantiene durante largos años y domina la escena artística nacional al menos hasta fines de los años ‘60.[10] La diferencia se puede percibir contrastando dos libritos publicados por Columba en 1953: Qué es el arte abstracto. Cartas a una discípula, de Romero Brest, y La cultura occidental, de Romero. Lo esencial es que aun en 1953 Romero cree necesario debatir con Spengler.

Imago Mundi se sostiene en el supuesto de que en la Argentina existe una vacancia historiográfica. No hay un saber histórico a la altura de la época. Por eso también Romero valora la obra de Martínez Estrada en tanto ensayista: su crítica va más lejos que las obras de los historiadores tradicionales y logra plantear los dilemas de la sociedad. La dificultad consiste en la respuesta sólo ensayística. La caída del peronismo instala a Imago Mundi ante la responsabilidad de aportar un paradigma histórico: una nueva narrativa de la historia. Su reacción es difícil. Apela al viejo archivo de la “crisis del espíritu” en su número 11/12, de 1956. Por eso Halperin Donghi realiza una transacción entre la idea de crisis y la tarea de creación historiográfica al plantear un lazo entre crisis cultural y crisis historiográfica. No presenta una respuesta unívoca, y tampoco lo hace en su contribución al número 237 de Sur donde celebra la llegada de “la hora de la libertad”. Lo que sí propone en su intervención es una actualización teórica que lo aleja de las matrices de Imago Mundi. A nadie se le escapa que con los saberes defendidos por la revista la historiografía se halla lejos de abordar adecuadamente el estudio de la historia argentina refigurada por el peronismo. El propio Romero lo atisba en sus textos ensayísticos de esos años, reunidos en la ya mencionada Argentina: imágenes y perspectivas.

El derrocamiento del peronismo también tensiona los resultados logrados por Contorno, que se pueden resumir en un programa de periodización de la literatura argentina, estrechando historicista y marxistamente su devenir con las condiciones sociopolíticas de cada segmento histórico-literario. La definición de una “unidad íntima” de las obras, según una expresión de Gibaja, no siempre se impone como momento formal de la crítica. Por otra parte, en las narraciones de D. Viñas, el “realismo” recuperado de Arlt se vierte en una prosa de reconocibles anclajes históricos. Cayó sobre su rostro, la primera novela publicada por Viñas, narra la vida de Antonio Vera, un caudillo menor de Cañuelas. Roquista, Vera representa el dominio oligárquico en el orden pequeño del pueblo de campaña. El relato está organizado en dos series: “Los años” y “El día del juicio”, que se cruzan enhebrando la inexorable decadencia de la vejez. Política y sexualidad están presentes en esta obra que representa el fin de una época en la senectud de un cuerpo.[11] Como en la crítica literaria, en la literatura la historia fundamenta la coherencia del relato.

No obstante, luego de 1955 Contorno redefine el objeto de su crítica. Entonces sí agudiza la mordiente de sus diferencias abiertamente políticas. El golpe de estado revela que en el antiperonismo se ocultan sensibilidades muy distintas. La realidad postperonista se muestra no menos indeseable que el régimen autoritario que se acaba de derrocar. Las reacciones intelectuales, como las del citado número 237 de Sur, provocan indignadas respuestas. Contorno se transforma en una revista política. Aquí no se puede discutir si entonces fundamenta, por fin, el destino de una generación fratricida.

El peronismo y la invención de los intelectuales

Numerosas representaciones del peronismo son enunciadas por intelectuales desde 1945 en adelante. En el campo de las humanidades, las ciencias sociales, la literatura, el ensayo y el periodismo, dichas elaboraciones son constitutivas del saber que producen. En otras palabras, decir al peronismo participa de la historia misma de una Argentina peronizada.

Los intelectuales no contribuyen a esa invención enunciando una realidad preteórica. Acontece lo contrario. El peronismo, o más exactamente los dilemas que éste expresa de la sociedad argentina, configura el espacio del ejercicio de la inteligencia desde 1945. Más que negar la irrelevancia de los discursos intelectuales, es preciso subrayar que las condiciones inconscientes de producción de tales discursos son matrizadas en una situación existencial que constriñe a la labor intelectual como tal. En este sentido, el peronismo constituye el a priori histórico y, en último recurso, inventa los dilemas de los intelectuales. Por eso, antes que preguntarnos por las maneras en que los intelectuales pronuncian al peronismo, es necesario dilucidar en qué mundo simbólico les es dado utilizar la palabra. Es posible que lo decible del peronismo implique algo que sea indecible para los intelectuales, y que ese enigma constituya una clave decisiva para pensar los saberes culturales. La productividad del peronismo en materia intelectual también concierne a los intelectuales peronistas o filoperonistas como Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos.

Esa experiencia compleja de la enunciación de los intelectuales se despliega en el panorama argentino de las revistas antiperonistas, de las que aquí he reconstruido un sector decisivo. Los dilemas que el peronismo revela del panorama intelectual argentino se tensionan en un triángulo conformado por la literatura, el ensayo y la historiografía. En los tres ámbitos se produce una exigencia de inteligibilidad histórico-política de la realidad que impone una agenda en cuya definición se dirime la tarea del obrar intelectual contemporáneo.

En el entramado de las revistas asociadas a la Facultad de Filosofía y Letras permanece irresuelta la concreción de una identidad generacional. La búsqueda de definiciones taxativas impulsa la crítica literaria, el ensayo sociológico, la novelística, pero se verá ocluida ante las urgencias del compromiso político. Su sensibilidad de izquierda es inofensiva hasta la caída del peronismo. Las divergencias políticas se mantienen en un segundo plano y no obstaculizan las colaboraciones. La modificación de la situación política transforma radicalmente esa situación y redefine el horizonte existencial del contornismo, imprimiendo una politización de la intelectualidad que perdurará durante dos décadas.

El derrumbe del gobierno peronista también es decisivo para Imago Mundi. Sus escritores están en la primera fila de la intervención a las universidades. Su director es el reorganizador inicial de la Universidad de Buenos Aires, y varios jóvenes contornistas son convocados para la gestión. Pero la fórmula historiográfica propuesta por la revista de historia de la cultura se muestra pronto incapaz de responder a la vacancia narrativa de la historia argentina que el peronismo, sin pretenderlo, sanciona. El momento de la “liberación” política es el del fracaso científico. Otros saberes se propondrán como reemplazos. Ellos saldrán, en parte, del sector de Imago Mundi: el propio Romero, Gino Germani y Halperin Donghi.

Para todo este complejo mundo intelectual, simplificado en el arco ContornoImago Mundi, el peronismo es –en especial después de 1955– el gran tema de sus preocupaciones. De las tribulaciones de interpretar y explicar el peronismo nacen dos grandes líneas del quehacer intelectual argentino: el de la intelectualidad de izquierda comprometida y el de las ciencias sociales universitarias. Habrá comunicaciones y conflictos entre ambas, que definirán hasta muy recientemente buena parte del obrar intelectual. Una historia no apologética es posible hoy, ante la fragua de una nueva generación intelectual.


[1] Nora Avaro y Analía Capdevila, Denuncialistas. Literatura y polémica en los ‘50, Buenos Aires, Santiago Arcos, 2004; Marcela Croce, Contorno. Izquierda y proyecto cultural, Colihue, Buenos Aires, 1996; William Katra, ‘Contorno’. Literary Engagement in Post-Peronist Argentina, Londres-Toronto, Associated University Presses, 1988; Beatriz Sarlo, “Los dos ojos de Contorno”, en Revista Iberoamericana, n° 125, octubre-diciembre de 1983; Oscar Terán, “Rasgos de la cultura argentina en la década de 1950”, en En busca de la ideología argentina, Buenos Aires, Catálogos, 1986.

[2] J. L. Romero, Argentina: imágenes y perspectivas, Buenos Aires, Raigal, 1956.

[3] Centro, n° 7, 1953.

[4] D. Viñas, “La traición de los hombres honestos”, en Contorno, n° 1, 1953.

[5] E. Mallea, Chaves, Buenos Aires, Losada, 1953.

[6] A. Prieto, Borges y la nueva generación, Buenos Aires, Letras Universitarias, 1954.

[7] E. Rodríguez Monegal, El juicio de los parricidas. La nueva generación argentina y sus maestros, Buenos Aires, Deucalión, 1956.

[8] D. Viñas, “Leopoldo Lugones: Mecanismo, Ensayo y Destino”, en Centro, n° 5, mayo de 1953.

[9] H. A. Murena, El juez, Buenos Aires, Sudamericana, 1953.

[10] Andrea Giunta y Laura Malosetti Costa, eds., Jorge Romero Brest y la revista Ver y Estimar, Buenos Aires, Paidós, 2005.

[11] D. Viñas, Cayó sobre su rostro, Buenos Aires, Ediciones “doble p”, 1955.