José Luis Romero, la mala suerte de nacer en el sur

WALDO ANSALDI

En un mundo donde el centro es todo (o casi) y la periferia, nada (o muy poco), la asimetría de las relaciones en la economía y la política también se observa en el campo científico. El conocimiento generado en nuestros países —los dependientes, periféricos- difícilmente encuentre eco en los países centrales, salvo en algunos pocos casos y sólo entre colegas dotados de una especial sensibilidad para con los dependientes, incluso en casos de aportes relevantes, de igual tenor, cuando no superior, al de los países centrales. Así, por caso, en 1988, el historiador italiano Ruggiero Romano, uno de los grandes nombres de la historiografía europea, dijo del argentino José Luis Romero: “Para mí, Romero es uno de los grandes. Creo que conocí bastante gente bien en mi vida, conocí a Croce, Chabod, Lucien Febvre, Braudel, Labrousse. Para mí, alguien como Romero está entre estos grandes, ni más ni menos.”

Semejante elogio, empero, no opaca el hecho real de no tener el mismo grado de reconocimiento (salvo entre especialistas) que esos otros grandes nombres de la historiografía europea, devenidos también de la occidental. La razón es sencilla: nació en el Sur.

Este año, 2009, es el del centenario del nacimiento de José Luís Romero. Buen pretexto, entonces, para recordarlo.

El recordatorio convencional señala que nació en la ciudad de Buenos Aires el 24 de marzo de 1909, octavo hijo de un matrimonio de españoles (padre malagueño y madre sevillana) llegado a Argentina en 1905. Cursó sus estudios primarios, secundarios y terciarios no universitarios en su ciudad natal. Posteriormente, entre 1929 y 1934 estudió el Profesorado en Historia en la Universidad Nacional de La Plata, donde en 1937 obtuvo el doctorado en la misma disciplina con una tesis sobre Los Gracos y la crisis de la república romana. En 1933 se casó con Teresa Basso, graduada en Filosofía también en la Universidad platense, con quien tuvo tres hijos: María Luz, María Sol y Luís Alberto (éste, como se sabe, también historiador).

Su campo de estudio e investigación fue la historia medieval europea y la formación de la mentalidad burguesa, sin desdeñar otros campos, particularmente la historia argentina y la latinoamericana de los siglos XIX y XX.

Fue profesor de enseñanza media y para ella preparó dos libros innovadores: Historia Antigua y Medieval e Historia moderna y contemporánea, editados por primera vez en 1945. Enseñó en las Universidades de La Plata, de Buenos Aires y de la República (ésta en Montevideo, Uruguay, que lo honró con el título de Doctor honoris causa). En la de Buenos Aires fue, tras el derrocamiento del Presidente Juan Domingo Perón (cuyo gobierno lo cesanteó en 1946), Rector Interventor durante nueve meses (1955-1956), renunciando tras un duro enfrentamiento con el Ministro de Educación de la Nación, el derechista Atilio Dell’ Oro Maini, respecto de la ley universitaria y el proyecto de creación de universidades privadas. Pese al breve lapso de su gestión, durante ella se crearon las bases de uno de los más notables períodos de la historia de la universidad porteña, interrumpido en 1966, cuando el golpe militar que instauró la primera de las dos dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas que soportó Argentina arrasó el campo científico, cultural y educativo del país. Dentro de los grandes logros de esa etapa se encuentra la creación de la notable experiencia difusora de conocimiento que fue la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), en 1958, dirigida por Boris Spivakow. (Romero integró el primer directorio). Entre 1962 y 1965 fue Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universidad. Entre 1975 y 1977, Romero fue miembro del Consejo Directivo de la Universidad de las Naciones Unidas, con sede en la ciudad de Tokio.

José Luís Romero dio clases también en las Universidades de San Juan de Puerto Rico (Seminario de Historia de las Ideas en América), Hebrea de Jerusalem (Israel), Columbia (Seminario de Estudios Latinoamericanos, dirigido por Frank Tannenbaum), Munster (Alemania) y participó de seminarios en el Columbianum de Bonn, Alemania (en el cual también participaron Francisco Ayala y José Ferrater Mora) y en la École de Hautes Études en Sciences Sociales (París), en este caso invitado por su director, Fernand Braudel. Ruggiero Romano, Jacques Le Goff, Alberto Tenenti fueron algunos de los destacados participantes de este seminario.

Obtuvo la prestigiosa beca Guggenheim en dos ocasiones (1952 y 1970). La primera le permitió una estadía en la Universidad de Harvard; la segunda, realizar un extenso viaje para estudiar ciudades europeas y norteamericanas.

Además de integrar el directorio de EUDEBA, participó de la fundación, en México, de otra prestigiosa editorial, Siglo XXI Editores (1966), de cuya filial casa fue presidente del directorio (1972). En 1953 fundó Imago Mundi. Revista de historia de la cultura, que dirigió hasta su cierre en 1956. Entre 1960 y 1965 dirigió la Revista de la Universidad de Buenos Aires.

Fue autor de numerosos libros y artículos. Entre los primeros pueden señalarse: La crisis de la república romana (1942), Maquiavelo historiador (1943), Las ideas políticas en Argentina (1946), El ciclo de la revolución contemporánea (1948), La Edad Media (1949), De Heródoto a Polibio (1952), La cultura occidental (1953), Introducción al mundo actual (1956), Ensayos sobre la burguesía medieval (1961), Breve historia de la Argentina, El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX (ambos en 1965), Latinoamérica: situaciones e ideologías, La revolución burguesa en el mundo feudal (ambos en 1967), El pensamiento político de la derecha latinoamericana (1970), Latinoamérica, las ciudades y las ideas (1976). En 1980 se publicó Crisis y orden en el mundo feudoburgués (con una presentación del medievalista francés Jacques Le Goff y un “estudio preliminar” del argentino Carlos Astarita).[1]

José Luís Romero fue figura prominente de la llamada “renovación historiográfica” —conexa con la “escuela” de los Annales y la historiografía marxista, sobre todo la de la historia social británica- que Argentina experimentó con fuerza a partir de 1956. Un hito de esa renovación fue la creación, en 1958, del Centro de Estudios de Historia Social, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Entre sus integrantes se encontraban Tulio Halperin Donghi, Haydée Gorostegui, Alberto Pla, Reyna Pastor, Nilda Guglielmi, Ernesto Laclau, Alberto Ciria, Roberto Cortés Conde, Ezequiel Gallo, Nicolás Sánchez Albornoz, José Luis Moreno, Leandro Gutiérrez, Celma Agüero, María Elena Vela, Jaime Rest, Juan Carlos Grosso, Hugo Rapoport, Alicia Goldman, Margarita Pontieri, Ana María Orradre. Participaron también Ruggiero Romano y los uruguayos Juan Antonio Oddone, Blanca París y Gustavo Beyhaut.

El proyecto intelectual-historiográfico de Romero —una historia de la cultura, una historia social- era atrevido: pensar y comprender —la comprensión era una de sus obsesiones- lo que Norbert Elias llamaría el proceso de la civilización, más puntualmente, el desarrollo de la civilización occidental desde la Edad Media (el tiempo del feudalismo) hasta la actualidad, es decir, una mirada de larga duración. Romero centró su explicación de ese proceso en el papel de la burguesía en tanto sujeto histórico, en el doble papel de clase y forma de mentalidad, con un locus específico, la ciudad. No descuidó los hechos —el carácter fáctico tan característico de la historiografía de los acontecimientos, la historia historizante de la que hablaba Lucien Febvre-, pero se ocupó de resaltar el papel de las ideas, las representaciones, los proyectos, las mentalidades. Más notablemente aún, ese ambicioso proyecto era pergeñado y realizado desde el fin del mundo, lejos del centro del sistema capitalista donde la burguesía se construyó originariamente, desde el interior del feudalismo, para expandirse al mundo todo más adelante. En esa historia de larga duración, Romero marcó un punto de inflexión en 1848, cuando el dominio burgués fue desafiado por lo que llamó —justo un siglo después- el ciclo de la revolución contemporánea, inconcluso en el momento de escribir sobre él. Ese ciclo conllevaba otro proyecto, el del socialismo, potencial heredero superador de la cultura burguesa.

El socialismo fue, en el plano político, la opción de Romero. Se afilió al Partido Socialista (PS) en 1945, poco antes de las elecciones de febrero de 1946, en las cuales, con el triunfo de Juan Domingo Perón, Argentina dio un giro histórico. En tanto miembro del Partido, Romero estuvo en el campo contrario. Fue activo militante y llegó a cargos de dirección: presidió el Congreso de 1956, fue miembro del Comité Ejecutivo (1957-1960), no le escapó a las fracturas de 1958 (se alineó en el Partido Socialista Argentino, junto a los históricos Alfredo Palacios y Alicia Moreau de Justo, la viuda del fundador del Partido en 1896) y de 1961. Ésta estuvo, en buena medida, signada por el impacto de la Revolución Cubana y la reconsideración del papel del peronismo: impulsada por la juventud, el ala de izquierda del PS llevó adelante un proceso de autocrítica no aceptado por la mayoría de la dirección. La inevitable ruptura llevó a una nueva división. Otra vez, Romero optó por el ala de izquierda, pero entonces se retiró de la militancia. Antes, en 1960, había visitado Cuba, invitado por el gobierno revolucionario, entrevistándose con Fidel Castro y Ernesto Che Guevara. A su regreso, tal como también lo hizo Alfredo Palacios, dio cuenta de su viaje en una conferencia pública. En 1961 fue orador en un acto de apoyo a Cuba y su revolución tras la invasión de Playa Girón.

La explícita actuación política de José Luís Romero no le permitía posar de historiador neutro (si es que existe alguno que lo sea). Asumía su condición de hombre partido, no la ocultaba a sus lectores, pero procuraba que la misma no se confundiera con la comprensión histórica. Para él, por un lado estaban los juicios de valor, las opiniones partidarias; por el otro, el análisis histórico fundado. Podía equivocarse en éste, pero no por subordinarlo a los primeros.

Se me ocurre que una buena síntesis de su posición respecto de esa cuestión, vinculada también a la enseñanza de la historia, se encuentra en sus respuestas a las preguntas de una encuesta realizada por la revista argentina Crisis en 1973, en un contexto altamente politizado y en el cual la historiografía y el uso del pasado habían devenido campo de lucha política e ideológica Los editores de la revista plantearon la pregunta “¿Se enseña en la Argentina la historia real del país?”, formulada a varios historiadores de distintas orientaciones, entre los cuales, además de Romero, se encontraban Osvaldo Bayer, Fermín Chávez, Norberto D’Atri y Enrique de Gandía.

José Luís Romero fue profundo e incisivo en su intervención, porque ella no se ciñó sólo al aspecto instrumental y al contenido ideológico: fue también una aguda reflexión sobre la propia ciencia de la historia. Permítaseme abusar de la extensión de las citas textuales.

“Si se tratara de condensar en una frase mi respuesta, bastaría decir que la historia se enseña muy mal en todos los grados de la enseñanza. Pero me apresuro a agregar que la culpa no es de los maestros y los profesores: es de la ciencia histórica misma, cuya estructura epistemológica y cuyas peculiaridades generales plantean problemas graves y casi insolubles.

Tanto en la escuela primaria como en la secundaria la historia no se enseña como una ciencia sino como una disciplina destinada a crear, o a fortalecer, o a negar, una imagen del pasado que conviene a la orientación predominante. Y esto ha ocurrido siempre, porque la historia es la conciencia viva de la humanidad y de cada una de sus comunidades, y nadie podría prescindir de su apoyo para defender su propia imagen y su propio proyecto de vida.”

Romero se preguntaba entonces “¿Qué es pensar históricamente?” Y respondía:

“En el caso de la escuela primaria es más difícil aún porque aunque se aconsejara una exposición objetiva y neutral de los hechos, no se puede contar con que el niño haga su propio juicio, y lo más seguro es que los hechos resulten juzgados con la óptica de los padres o del círculo donde el niño se mueve.

En el caso de la escuela secundaria el problema es un poco menos complicado. En ella es claro que la simple enseñanza de los hechos políticos no enseña a pensar históricamente. Y esto es lo que, en la medida conveniente, debe empezar a hacerse. Qué es pensar históricamente, es cosa difícil de explicar en pocas líneas. Pero aún a riesgo de caer en un simplismo, yo diría que consiste principalmente en acostumbrar a examinar el revés de la trama. Es importante que se enuncien los hechos políticos, y no me niego a que se repitan de memoria, aunque sea un mecanismo odioso. Lo importante es que se le dé al adolescente algo más: algo que lo incite a buscar qué hay detrás del puro episodio. Esto supone que los profesores y los autores de textos partan del principio de que el análisis histórico debe referirse a procesos y no a hechos.”

En el quehacer docente en materia de enseñanza de la historia entendía que la tarea del maestro y/o el profesor era ayudar a los estudiantes a comprender la misma.

“Quizá el único consejo que podría darse -muy difícil de seguir, por lo demás- sería tratar de internalizar el principio de que pertenece a la tradición del país todo lo que el país ha hecho, sin exclusiones, y que conviene ser moderado en la división maniquea entre buenos y malos. Pero, como se ve, es un consejo difícil de seguir y más difícil de postular, puesto que no puede aconsejarse a nadie que se acostumbre a renunciar al juicio moral”. [2]

José Luís Romero falleció en Tokio, cuando asistía a una reunión del Consejo Directivo de la Universidad de las Naciones Unidas, el 28 de febrero de 1977. No dejó discípulos, al menos en el sentido estricto de la expresión. Los avatares políticos del país tampoco contribuyeron a que generara una “escuela”. En Argentina misma, buena parte de lo mejor de sus aportes no ha tenido continuidad y hoy no son muchos quienes lo citan o tienen presente. También aquí tuvo la mala suerte de nacer en el Sur. Pero sigue siendo, como decía Romano, uno de los grandes.

Un recuerdo personal

Para finalizar, permítaseme un recuerdo personal. Supe de José Luís Romero desde niño. Por mi padre lo conocí como dirigente político y en alguna ocasión, en las campañas electorales de 1957, me colé en el palco donde él y mi padre eran oradores del mítin partidario. Ese mismo año conocí a Romero historiador: mi profesora de Historia, en el primer año de la escuela secundaria, nos hacía estudiar utilizando la Historia Antigua y Medieval, un libro excepcional entre los textos escolares, alejado de la escolástica historizante de los manuales por entonces en boga. También era excepcional, al menos en las escuelas del interior del país, que ese libro fuese utilizado por los docentes (mucho menos, por los alumnos).

De ahí salté, todavía adolescente, a la lectura motivante de El ciclo de la revolución contemporánea, Introducción al mundo actual y Las ideas políticas en Argentina. Ya en la universidad, sumé Latinoamérica: situaciones e ideologías, El pensamiento político de la derecha latinoamericana y La revolución burguesa en el mundo feudal. Este último fue un libro clave, como bibliografía contestaria contra la visión reaccionaria de los docentes de Historia de la Edad Media que nos enseñaban una historia centrada en la Iglesia y en la cual el feudalismo no existió.

Pero el libro de Romero que prefiero, el que más aprehendí y utilicé fue Latinoamérica, las ciudades y las ideas. Un texto que, sumado a mi experiencia como profesor de Sociología en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Córdoba (donde aprendí mucho de los historiadores de la arquitectura y de los urbanistas), me enseñó mucho para poder observar los procesos sociohistóricos desarrollados en las ciudades. Mi tesis de doctorado no hubiese sido la misma sin las enseñanzas de esas dos vertientes.

Por cierto, he tenido y tengo diferencias con algunas interpretaciones de Romero, pero ellas no anulan lo mucho que aprendí de él, en particular aquello que contribuyó a su grandeza: no sólo la condición de gran historiador, incisivo, original, innovador, sino, tal vez por sobre todo, su permanente predisposición a unir inextricablemente las irrenunciables actitudes de pensar históricamente —esa difícil práctica de examinar el revés de la trama- y de comprometerse con los problemas de su sociedad y de su tiempo.


[1] La mejor información sobre la producción bibliográfica de José Luís Romero, preparada por Omar Acha, puede verse en <http://historiapolitica.com/jlr/jlrbiblio>.
[N. del E.: el link ya no se encuentra disponible. La bibliografía del sitio <em>José Luis Romero: Obras Completas</em> se nutre del trabajo de Acha]

[2] En revista Crisis, n° 8, Buenos Aires, diciembre de 1973; itálicas mías.