Perfil de un país distinto

JOSÉ ARICÓ

¿Es posible que se haya debido a un inusitado interés por la historia medieval o por la planificación urbana, para poner dos ejemplos, la fidelidad con la que cientos de personas siguieron, hasta de pie o sentadas en el piso, las muchas veces abstrusas discusiones sobre problemas que no son los de la vida cotidiana? Me resisto a creerlo porque aún guardo el recuerdo de otros eventos comparables realizados en los últimos tiempos, y algunos sobre temas de acuciante actualidad, y que sin embargo no lograron concitar esa participación entusiasta, casi militante diría, que lograron las jornadas de homenaje a José Luis Romero. En mi opinión, la explicación habría que buscarla más por el lado de la figura del homenajeado que por el de los temas que allí se trataron. No digo que tales temas no interesen, y bien vale la pena reparar aunque sólo sea en las numerosas delegaciones de investigadores que trabajan en universidades de provincia para testificar hasta dónde se está creando en el país una nueva y difundida trama científica y cultural. Lo que trato de decir es que la repercusión alcanzada por el encuentro excede en mucho el interés más de corte académico por áreas del trabajo historiográfico muy específicas.

Como pocos en nuestro presente histórico, Romero reunió en su fuerte personalidad aptitudes que no suelen ir juntas. Historiador excepcional, capaz de medirse con las corrientes y las figuras más significativas de su época, su fe en el socialismo lo llevó a indagar en la “experiencia argentina” para encontrar en ella, contra viento y marea, la línea de coherencia que permitiera abrigar la esperanza en una democracia social avanzada, capaz de sacarnos del pantano y la decadencia. Es esa fe la que le permitió mantenerse al margen de las adhesiones acríticas y pseudohistóricas a esas dos tradiciones culturales del liberalismo conservador o de la democracia inorgánica que por muchos años dividieron, y acaso aún dividan, facciosamente a la conciencia nacional. En los difíciles años de un país signado por la inestabilidad política y el autoritarismo, buscó, de un modo que a la distancia aparece como ejemplar, aquellos elementos de la tradición nacional que permitieran estructurar esa “metodología de la convivencia, de la tolerancia y del diálogo” que signó los períodos más fértiles de la vida argentina y sin la cual resulta imposible imaginar la permanencia de la República. En un país crispado y faccioso, como le tocó vivir, dio un ejemplo cívico de responsabilidad intelectual y de integridad moral. Y esto lo convirtió en la personalidad tal vez más relevante de la izquierda intelectual argentina, una curiosa expresión práctica de ese nexo insoslayable entre historiografía y política que construyó en la teoría.

Estas son las razones que, en mi opinión, determinaron que unas jornadas que en otros momentos hubieran recorrido los tranquilos andariveles de un debate académico, despertaran hoy una respuesta tan fervorosa de un público que dio al encuentro el significado de un acto de reafirmación democrática. Y porque las jornadas adquirieron esta significación resultan explicables las protestas aisladas de algunas voces de la derecha que ocultaron su fastidio con pretextos fútiles. ¿Son esas mismas razones las que pueden explicarnos el silenciamiento de la prensa sobre lo que estaba sucediendo en el Centro Cultural del San Martín? Excepto las honrosas excepciones de El Periodista y hoy de Página/12, no hubo otro medio de prensa que se interesó en dar cuenta del desenvolvimiento de un evento que despertaba tanto interés en la gente. Podría pensarse que las preocupaciones por dar cuenta del estado de ánimo de una opinión pública erosionada por el desaliento imposibilitaron a esos finísimos registradores de los humores públicos que son, o pretenden ser, los periódicos reparar en algo a lo que no atribuyeron importancia. Pero si así fuera estaríamos en presencia de una prueba más de la cisura que hoy se advierte entre la vivacidad de una sociedad que busca restañar sus heridas recreando un terreno favorable a la más amplia circulación de las ideas, y la representación paródica que de ella ofrece un periodismo que no ha logrado todavía, en el supuesto de que lo esté buscando, ponerse a tono, con pleno sentido de la responsabilidad, con todo aquello que está cambiando en la Argentina del presente.

Releyendo viejos papeles descubro el excelente suplemento que La Opinión Cultural del 25 de febrero de 1979 dedicó a recordar a José Luis Romero a dos años de su muerte. En la atmósfera asfixiante de esa época asignada por la violencia y el genocidio, los redactores del suplemento se propusieron sin duda [señalar?] su oposición a un régimen que contradecía tan flagrantemente en los hechos todas las cosas por las que Romero batalló. Creyeron que con espíritu y astucia podían lograr algo contra un poder que —para utilizar las palabras con las que Adorno se refirió al nazismo— no consideraba el espíritu como una entidad que valiera por sí misma, sino apenas como un medio útil para sus fines y por eso a veces no tenía motivos para temer confrontarse con él. Esa voz solitaria acaso pudo existir porque no había en la sociedad posibilidad alguna que jornadas como las que acaban de realizarse tuvieran lugar. Diez años después las cosas han cambiado y no se necesitó de la prensa para que acudieran al llamado los que fueron convocados.

No creo equivocarme al pensar que es éste un hecho nuevo que merece ser reconocido. En la coyuntura abierta con la conquista del estado de derecho y la imposición de un régimen democrático, lo sembrado comienza a fructificar y un país distinto se perfila como probable. Que el cambio sea insoportablemente más lento del que muchos deseamos, no debe vedarnos la posibilidad de descubrirlo en las grandes y en las pequeñas cosas. En esos nuevos tiempos de la Argentina que cambia debemos inscribir el significado profundo de estas jornadas y debemos alegrarnos de que la gente lo haya advertido. No es pequeña cosa que sectores significativos de la intelectualidad y de las personas con sensibilidad democrática hayan dedicado una semana de trabajo en recordación de quién más bregó por apoyar la investigación en una decidida actitud cívica democrática y socialista y en una cultura histórica más sólida y moderna. Es decir, más preocupada con los problemas de nuestro tiempo, pero a la vez menos atada a justificaciones ideológicas.