La lección del maestro

JUAN CARLOS AGULLA

Hay momentos, en la vida de los países, durante los que conviene recapitular sus historias. Momentos en que una reflexión, seria y consciente, suele ser la posibilidad de una búsqueda de futuro. Ciertas “historias” saben cumplir con esta importante función; pero, desgraciadamente, no siempre se encuentra la adecuada, en el momento oportuno. La vida política, social y económica de la Argentina, en el momento presente, reclama esta recapitulación histórica.

De José Luis Romero, ese gran historiador argentino recientemente fallecido, se acaba de republicar una Breve historia de la Argentina. Una breve historia apta para la reflexión sobre el pasado nacional, trabajada a conciencia. Y se ha logrado un libro de esos que se “hacen querer”; esos libros que tienen la gran virtud de atrapar al lector, con una maestría ejemplar, y dejarlo sumido en una honda reflexión. Es un libro —y aquí está su mayor mérito— que hace sentir la Argentina, sin recurrir a los recursos fáciles de las grandes espectacularidades, ni a la norma rutinaria de una búsqueda de originalidad. Se trata de un libro que cuenta, magistralmente, lo que todos ya sabemos, sin perder de vista una “posición” histórica clara y transparente. Se trata de un libro para todos.

La perspectiva social que adopta Romero le da a la historia de la Argentina una amplitud que satisface las exigencias de los especialistas y las necesidades de los profanos. Los datos políticos, las fechas y los nombres se disuelven en personajes sociales que hacen la historia del país. Por eso no es una síntesis histórica, como podría dar a entender el título. Es una obra de historia “corta”, como si fuera un nuevo género, como si fuera un cuento. Al ser tal cosa, las categorías para su evaluación no son las mismas de las que se pueden utilizar para evaluar una historia clásica. De aquí que hay que tener en cuenta, fundamentalmente, el sentido de la misma.

Romero, con gran maestría, ha manejado todos estos elementos y ha logrado una obra seria y útil; sobre todo, en un momento en que el país reclama una reflexión consciente sobre su pasado, para comprender el presente y para proyectar el futuro.

El libro está dividido en cuatro partes. En la primera, trata sobre la “era indígena” y, en una corta exposición, fija los elementos básicos para entender ese pasado remoto. En la segunda, trata sobre la “era colonial” y, en tres capítulos, desarrolla la conquista española y la fundación de las ciudades, la Gobernación del Río de la Plata y la época del Virreinato. En la tercera, trata sobre la “era criolla” y en cinco ——- capítulos nos ofrece la independencia de las Provincias Unidas, la desunión de las provincias, la Federación, el enfrentamiento entre Buenos Aires y la Confederación y la fundación de la República, con su estabilidad política y sus cambios socio-económicos. Y en la cuarta, trata sobre la “era aluvial” que expone en cinco capítulos la república liberal, la república radical, la república conservadora, la república de masas y la república en crisis. La obra termina así en 1973, año en que parecía, según Romero, que se cerraba definitivamente “un ciclo de inestabilidad y frustraciones. En poco tiempo, sin embargo, la República descubrió que todavía le quedaba por vivir la más aguda y dolorosa de sus crisis”.

El tono algo triste con que uno termina de leer este libro, en el que se cuenta la historia de un país que no alcanza a realizarse integralmente, y, con ello, a asumir un destino histórico, da motivo para una honda reflexión que permite comprender el presente y pensar el futuro. Quizás esta sea una de las formas más inteligentes que se pueden utilizar para exaltar el sentimiento nacional sin caer en un romántico optimismo o en un frío pesimismo. Se trata de una forma de presentar la historia sin concesiones (demagógicas) al sentimiento nacional. Y esto es “magisterio”. Romero, una vez más, y desde su tumba, nos ha vuelto a dar una clase magistral.